viernes, 19 de febrero de 2016

[A vuelapluma] El principio "esperanza"




Alegoría de la Esperanza (Andrea Pisano, 1290-1345)


Hace unos días encontré en boca de uno de los personajes de la novela La región más transparente, del mexicano Carlos Fuentes, una definición de progreso que no me atrevo a decir que comparta plenamente, pero que me gustó: "El progreso debe encontrarse en un equilibrio entre lo que somos y nunca podremos dejar de ser y lo que, sin sacrificar lo que somos, tenemos la posibilidad de ser -Jesús, Leonardo o chimpancé-". Nada que ver, como puede verse, con la idea de progreso continuo de la Ilustración o la surgida de la dialéctica de Hegel. 

Y hoy, como quien dice ahora mismo, acabo de terminar de leer lo que se dice en un plis plas, literalmente de un tirón, un libro desolador y magnífico: El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos (Sexto Piso, Madrid, 2013), de John Gray, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Oxford y de Pensamiento Europeo en la London School of Economics. Un libro en el que se cuestiona sin misericordia y con rigor la idea de progreso como meta última de la existencia humana, desmontándola como mito estructurador de la existencia humana. Y sin embargo, no es un libro desesperanzado. 

En la teología católica se llaman virtudes teologales a los hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones a Dios mismo. Tradicionalmente se considera que las tres más importantes son la fe, la esperanza y la caridad. Un servidor la fe la perdió hace mucho, la caridad (que no confundo con la justicia) la ejerzo cuando debo y puedo, y la esperanza no la he perdido nunca. 

Ni el menor asomo de intencionalidad por mi parte en hacer una broma de mal gusto (no me gustan ni las inocentes) sobre doña Esperanza Aguirre y los problemas de su partido, el PP, en la comunidad autónoma de Madrid y otras partes de España. Me refiero con eso del "efecto Esperanza" al sentido y magnífico artículo que en El País de ayer publicaba el escritor, profesor y exministro de Cultura socialista César Antonio Molina sobre la esperanza y su función en la política. Esperanza, que no autoengaño, dice en él, robándole el título al famoso libro de Ernst Bloch, en el que se refiere a la utopía como una función esencial del ser humano. Una utopía marxista-metafísica -añade- que conduciría a la libertad a través del poder totalitario del Estado, la violencia supuestamente justa, la planificación centralizada, el colectivismo y la extrema ortodoxia doctrinal, que estamos volviendo a escuchar, con envoltorio nuevo, a determinado partido político español.

El profesor John Gray, en su libro citado, dedica también unas palabras a la utopía marxista. Al contrario de lo sugerido por generaciones de progresista occidentales -dice-, no fueron el retraso de Rusia ni los errores en la aplicación de la teoría marxista los que produjeron la sociedad soviética. Regímenes similares -añade- surgieron en cualquier lugar en el que se intentó poner en práctica el proyecto comunista. La Rusia de Lenin, la China de Mao, la Rumanía de Ceausescu y muchos más, no fueron más que variantes de un único modelo dictatorial. El comunismo pasó de ser un movimiento que tenía por objetivo la libertad universal a ser un sistema de despotismo universal. Esa es la lógica dee la utopía, dice. Una de las razones por las cuales 1984 de Orwell es un mito tan poderoso, sigue diciendo, es precisamente por el hecho de que plasma esta verdad. La distopía soviética terminó convertida en un trozo de basura más entre los escombros de la historia, concluye.

La palabra esperanza, dice el profesor Molina en su artículo, no tiene cabida en el marxismo, pues esta ideología lo tiene todo previsto, todo organizado y para qué una fe pequeñoburguesa como la esperanza. Sin embargo, -añade- como Unamuno escribió en El sentimiento trágico de la vida, yo creo porque espero. Espero que España no delire como tantas veces a lo largo de su historia, pues ya sabemos cómo acaban estos desatinos. 

"España ha delirado, -dice citando a María Zambrano- ofreciendo en su delirio su sangre. Toda la sangre de España por una gota de luz. Por eso tiene derecho —¿sabrá aprovecharlo?— a la esperanza". Y poco más adelante a Cioran: "Leyendo a Ganivet, Unamuno u Ortega uno advierte que, para ellos, España es una paradoja que les atañe íntimamente y que no logran reducir a una fórmula racional". Y a Larra, en su artículo "El día de difuntos", de 1836, que terminaba con estas desilusionadas palabras: "¡Aquí yace la esperanza!! / ¡Silencio, silencio!!!"... Pero Fígaro jamás guardó silencio -añade- y nos enseñó que en tiempos como los suyos, como los nuestros, "los hombres prudentes no deben hablar, ni mucho menos callar; que no callar es una forma de esperanza. Ni lo hizo -sigue diciendo- Gabriel Marcel, el autor teatral y filósofo francés, que durante la ocupación alemana clamó que la desesperanza era una deslealtad a Francia. 

Yo también afirmo que la desesperanza es una deslealtad a España, dice Molina. Y me sumo a sus palabras. Pero, por otro lado, -añade-, no hay que olvidar que la esperanza es enemiga del utopismo, de la pasión, de lo irracional, de las certezas insoslayables, de las verdades sacras aunque laicas, de las fórmulas mágicas para arreglarlo todo. 

Yo tengo esperanza en la democracia y en la Constitución -sigue diciendo-; en la monarquía parlamentaria; en la labor de Estado y no empresarial de los partidos políticos; en que se combata la gangrena de la corrupción; en que España permanezca unida y ampare a sus lenguas y culturas compartidas con Iberoamérica; en que la educación y la cultura sean el asunto primordial del Estado, ayuden a la concordia entre los españoles y no sirvan para sembrar oscura cizaña en conflictos inventados; en que la democracia defienda la libre individualidad de las personas, sus derechos y su dignidad, en la solidaridad y fraternidad universal, en la paz interior y exterior ajena a cualquier tipo de fanatismos.

Un día -concluye su artículo- Max Brod le preguntó a su íntimo amigo Kafka si pensaba que en el mundo había alguna esperanza. El autor de El proceso le contestó que, por supuesto, sí la había, pero no para ellos. Desmintamos a Kafka, dice. Hay esperanza hasta para nosotros. Me sumo a ello.




César Antonio Molina




Disfrútenlo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt




Entrada núm. 2616
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

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