sábado, 23 de febrero de 2019

[A VUELAPLUMA] El lugar de Europa en el cosmos





El nuevo director científico de la Agencia Espacial Europea (ESA), el astrónomo Günther Hasinger, cree que la vida está ahí fuera esperando a que la descubramos; ojalá tenga razón, escribe en El País el científico español Javier Sampedro, doctor en Genética y Biología Molecular, investigador del Centro de Biología Molecular "Severo Ochoa" de Madrid y del Laboratorio de Biología molecular del "Medical Research Council" de Cambridge.

Imagina el titular, comienza diciendo Sampedro: “Descubierta vida más allá de Orión”, bueno, o algo similar, algo que revelara la primera evidencia de que la vida surge allí donde las condiciones lo permiten, de que no estamos solos en la galaxia, de que no somos el producto de una inconcebible casualidad cósmica. ¿No sería esa la noticia del siglo? Y la del milenio, tal vez. Siempre ha habido una corriente científica favorable al argumento de que estamos solos en el cosmos. El físico británico Stephen Webb recopiló un censo exhaustivo de esos argumentos en su libro de 2003 Where is everybody? (¿Dónde está todo el mundo?), donde ofrecía 50 posibles soluciones a la “paradoja de Fermi”, que en términos modernos consiste en lo siguiente: si la vida surge donde se dan las condiciones, y evoluciona hasta la inteligencia en unos miles de millones de años, ¡los marcianos ya deberían estar aquí! Y entonces ¿dónde está todo el mundo? ¿Por qué no encontramos evidencias de vida extraterrestre en el cielo nocturno? [En el número de Materia de esta semana puede leerse lo último sobre la paradoja de Fermi, en forma de una entrevista con Günter Hasinger].

Hasinger te hace estallar la cabeza. Predice que en diez o veinte años detectaremos vida bacteriana extraterrestre. Por supuesto, si en veinte años no hemos encontrado nada de eso, Hasinger ya no será jefe de la ESA, y las reclamaciones acabarán en la bandeja de entrada del maestro armero. Pero lo cierto es que, en nuestros tiempos de adocenamiento terrenal, los astrofísicos suelen ser la gente con más osadía y una mirada más clara y esperanzada hacia el futuro. Es muy de agradecer.

La vida en la Tierra es la única que conocemos, y eso le da un brillo místico o un estatus de excepción que, si bien se mira, constituye el último refugio de la mente religiosa. Si somos únicos, tendremos seguramente una relación directa con Dios nuestro creador. Tras un siglo de bioquímica, sin embargo, estamos en condiciones de afirmar que el origen de la vida terrestre tiene muy poco de casualidad arbitraria. Los ladrillos que constituyen nuestro cuerpo son las moléculas más sencillas y obvias que puede formar la materia inorgánica, hasta el punto de que muchas de ellas cayeron en la Tierra primigenia literalmente del cielo: los aminoácidos de nuestras proteínas que trajeron los cometas, los nucleótidos de nuestros genes, los ácidos de tres carbonos que encarnan el ciclo de Krebs, la clave central del metabolismo de todos los seres vivos. La vida, tal y como la conocemos en nuestro planeta, parece el paso lógico que el mundo, cualquier mundo, puede dar después de la química inorgánica. La biología no funcionaría si estuviera estudiando un milagro estadístico. “Creed en la universalidad de la bioquímica”, dijo el premio Nobel Arthur Kornberg. Así que Hasinger debe tener razón. En veinte años tendremos las evidencias de que no estamos solos. Si es que no lo estamos.



Günter Hasinger


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 




HArendt






Entrada núm. 4773
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

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