El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
domingo, 16 de marzo de 2025
sábado, 15 de marzo de 2025
De la independencia europea. Especial 2 de hoy sábado, 15 de marzo de 2025
Un pacto político en Alemania, una manifestación en Italia y una reunión militar en Francia muestran el camino y la actitud para evitar que Europa sea avasallada, que es lo que está en juego, escribe en El País de hoy [Por la independencia europea, 15/03/2025] el corresponsal global de dicho periódico, Andrea Rizzi. Esta columna, comienza diciendo Rizzi, abogó la semana pasada por la necesidad -en medio de un peligroso cambio de época- de cambiar la política, no solo las políticas, para adaptar Europa a los nuevos retos. En los últimos días ha habido varias señales esperanzadoras que apuntan a una plena comprensión de lo que está en juego y a la disposición a superar miopes lógicas partidistas o nacionales. En Alemania, democristianos, socialdemócratas y verdes han pactado en tiempo récord un acuerdo de envergadura enorme sobre defensa, infraestructuras y transición energética. En Italia, ha cobrado gran impulso -por encima de las barreras partidistas- una manifestación en favor de Europa, que se celebrará hoy y tiene potencial para insuflar un necesario ánimo popular al europeísmo. En Francia se ha celebrado una inaudita reunión de altos mandos militares de países de la OTAN sin que estuvieran representantes estadounidenses.
Desgraciadamente, a la vieja política le cuesta morir. España ofrece múltiples ejemplos, con el líder de la oposición determinado en sacar ventaja partidista de la situación incómoda del presidente del Gobierno, mientras este sopesa tristes vías para sortear el Congreso en materia de gasto en defensa y evitar así que se haga evidente que su coalición está abierta en canal. Hacia ello le empujan segmentos minoritarios de la izquierda gubernamental que se niegan a subir la inversión militar. Cabe preguntar si lo hacen teniendo realmente como objetivo la supervivencia de Europa como espacio seguro y autónomo, o con intereses más inmediatos. Italia también emite algunas pésimas señales, como los calculillos de Meloni, que ordenó a sus eurodiputados abstenerse en el Parlamento Europeo en una votación por temor a irritar a Trump.
Se habla a menudo de la necesidad de hacer pedagogía con la ciudadanía para que comprenda a fondo lo que está en juego. Sin duda es preciso un debate público amplio, profundo, claro, sin paternalismos, para que la sociedad conforme lo mejor posible su opinión. Pero a veces cabe preguntarse si en la misma élite política todos han entendido —o quieren entender— lo que está en juego. La verdad es que no es difícil de entender y explicar.
Desde Oriente, una Rusia convertida en una maquinaria de guerra persigue un proyecto imperialista de reconstitución de esferas de control e influencia en el continente. Si no se la frena en Ucrania y si no se mantiene la garantía de la defensa mutua de la OTAN —hoy cuestionada—, el riesgo de que siga es real. Por supuesto en Georgia o Moldavia, donde ya controla parte del territorio. Pero más allá también, si percibiera debilidad, como ha ocurrido hasta ahora.
Desde Occidente, unos EE UU que han decidido que los países europeos valen más como lugar de extracción de beneficios o recursos que como aliados. Por eso la animosidad contra la UE —la entidad mejor situada para evitar el avasallamiento de los europeos—. ¿Confían ustedes en lo que quieren hacer los tecnoemperadores aliados de Trump? ¿Confían ustedes en que simplemente podremos seguir contando con que EE UU nos permita seguir utilizando los cazas F-35 que ya nos vendió? Tal vez querrá usar las actualizaciones del software o la asistencia técnica imprescindible para su buen funcionamiento para extorsionarnos en algún deal relacionado con otra cosa.
Este último es solo un ejemplo entre tantos posibles. El problema está tan claro que Polonia, quintaesencia del atlantismo después de la caída del Muro, pondera abiertamente opciones de escudo nuclear alternativo al de Washington. Ellos tienen claro lo que hay, y Europa occidental o meridional no puede pensar que no está en el mismo barco.
Lo que está en juego es nuestra independencia. Necesitamos hacer muchas cosas para no ser avasallados en un mundo donde, a la vista está, poco cuenta el derecho y la razón, y cada vez más cuenta la fuerza. Ese es el prisma adecuado para observar, tomar decisiones, dotarnos de las herramientas necesarias para que nadie nos agreda o someta. También es el adecuado para juzgar si la acción de los representantes políticos está a la altura del momento.
De nuestra patria europea. Especial 1 de hoy sábado, 15 de marzo de 2025.
Están en peligro la paz, la prosperidad y la democracia, todo aquello que el proyecto europeo ha conseguido durante los últimos 80 años; por eso es conveniente que salgamos a la calle, dice en El País de hoy [Nuestra patria es Europa, 15/03/2025] el escritor y académico de la RAE, Javier Cercas.
El 22 de febrero pasado, comienza diciendo Cercas, el periodista italiano Michele Serra publicó en La Repubblica un artículo donde se preguntaba si no sería bueno organizar una gran manifestación de ciudadanos europeos en favor de Europa, de su unidad y su libertad. Una manifestación con una bandera única: la bandera de Europa. Una manifestación con un único lema sin paños calientes: “Aquí se hace Europa o se muere”. La manifestación se celebra hoy, 15 de marzo, en la Piazza del Popolo de Roma. No asisto a manifestaciones. Tengo fobia a las multitudes; no sé por qué: debería consultarlo con mi psicoanalista. La única manifestación a la que recuerdo haber asistido en mi vida fue la que se convocó en toda España contra los atentados islamistas de Madrid, en 2004, y fue porque mi padre, que ya casi no podía valerse por sí mismo, me pidió que lo acompañara. Pero a la manifestación de Roma asistiría; mejor dicho: asistiré, aunque solo sea con un vídeo mandado por móvil. El único problema de esa manifestación es que solo es italiana; debería ser europea: debería ser descomunal y celebrarse en todas las capitales de Europa. Todavía estamos a tiempo. No tengo ni idea de cómo se organiza una manifestación, no digamos una manifestación en toda Europa, ni siquiera sé si podría de verdad organizarse. ¿Podría? ¿Alguien sabría hacerlo? Ni idea. Lo único que sé es que es necesaria.
A Europa le ha llegado la hora de la verdad. Lo he dicho muchas veces: la Europa unida es la única utopía razonable que hemos inventado los europeos. Utopías atroces —paraísos teóricos convertidos en infiernos reales— hemos inventado unas cuantas; utopías razonables, en cambio, solo esa. No uso la palabra utopía en su sentido etimológico —”No hay tal lugar”, traducía del griego Quevedo—, sino en su sentido, hoy mucho más común, de proyecto deseable, ideal, aunque de difícil realización. Nadie ha dicho que la construcción de una Europa unida sea tarea fácil; lo que sí sabemos es que ese proyecto es el único que puede garantizar la paz, la prosperidad y la democracia en Europa, y lo sabemos porque lo hemos comprobado durante los últimos 80 años. Y es la Europa unida —un proyecto político inédito en la historia, verdaderamente revolucionario, el gran proyecto político del siglo XXI— lo que está en peligro ahora. Los europeos de hoy vivimos atrapados entre Vladímir Putin y Donald Trump, entre un autócrata y un aspirante a autócrata, dos matones o dos gánsteres que solo entienden el lenguaje de la extorsión y solo acatan la ley del más fuerte, y que de ninguna manera quieren una Europa unida, porque no les gusta la democracia y porque saben que Europa es el gran bastión de la democracia en el mundo; también porque intuyen que, si Europa se uniera de verdad, sería un competidor imbatible para ellos: de ahí que hagan todo lo posible por desarticularla. Así que ahora mismo, en Europa, están en peligro la paz, la prosperidad y la democracia; es decir: todo aquello que el proyecto de la Europa unida ha conseguido durante los últimos 80 años. Quien no lo vea es porque está ciego. Por eso sería como mínimo conveniente que los europeos —y no solo los italianos— saliéramos a la calle para decir algunas cosas que quizá vale la pena decir.
Por ejemplo: Que somos europeos, que queremos seguir siendo europeos y queremos seguir viviendo como europeos. Que sabemos que lo que nos une es mucho más que lo que nos separa, y mucho más importante. Que tenemos historias distintas, pero también una historia común y una herencia compartida: nos guste o no, todos venimos de Atenas y Jerusalén, de Sócrates y Jesucristo. Que tenemos lenguas distintas, pero un solo corazón. Que la Europa unida ya no es un proyecto de élites, como lo fue en un principio, un proyecto concebido por un puñado de valientes visionarios que, al final de la II Guerra Mundial, horrorizados por la carnicería indescriptible que acababan de presenciar, sintieron que una Europa unida era la única forma de que los europeos dejáramos de una puñetera vez de matarnos entre nosotros, como llevábamos mil años haciendo; no: ahora el proyecto de la Europa unida es un proyecto popular, porque los europeos hemos aprendido que en él nos va literalmente la vida y que de él depende la paz, la prosperidad y la democracia en el continente. Habría que decir que Europa no es “un consorcio”, como lo llama Trump, sino “un proyecto sugestivo de vida en común”, por reciclar las manoseadas palabras de Ortega, y que, si tenemos que elegir una patria —aparte de la patria chica, que es la única patria de verdad—, nuestra patria no es España ni Italia ni Francia ni ninguna de las viejas naciones europeas: nuestra patria es Europa, una Europa unida que no puede construirse contra ninguna nación ni contra ningún sentimiento nacional, sino que debe respetarlos todos, integrándolos y trascendiéndolos. Y decir también que queremos una Europa unida de verdad, una Europa federal, capaz de combinar la unidad política con la diversidad lingüística, cultural e identitaria. Que queremos vivir en paz y que, precisamente por eso, estamos dispuestos a defender Europa. Que, si hay que hacer sacrificios por Europa, los haremos. Que no queremos ver la violencia ni en pintura, pero que no somos unos pusilánimes y no nos vamos a dejar amilanar por los matones y los gánsteres. Que no tenemos miedo. Que no permitiremos que trituren a los ucranianos, entre otras razones porque sabemos que, si lo permitimos, los próximos en ser triturados seremos nosotros. Que, sobra decirlo, no tenemos nada contra los rusos y los estadounidenses, pero les rogamos, si hace falta de rodillas y sollozando, que hagan el favor de librarse cuanto antes del par de perturbados que los gobiernan. Que no queremos seguir dependiendo de Estados Unidos, que de ninguna manera queremos seguir siendo un protectorado estadounidense, que no podemos estar al albur de lo que voten cada año los norteamericanos, a ver si la próxima vez tenemos suerte y no votan a un indeseable. Que no debemos depender de nadie. Que, si nos unimos de verdad, podemos no depender de nadie. Que somos más fuertes de lo que creemos: que tenemos el primer mercado del mundo y usamos la segunda moneda del mundo y somos la tercera economía del mundo. Que somos fuertes, pero no creemos en el derecho de la fuerza: solo creemos en la fuerza del derecho. Que, si los europeos nos unimos de verdad y tenemos visión histórica y ambición política, el siglo XXI puede ser el de la Europa unida y, por nuestro bien y el del resto del mundo, debería serlo. Y que, aunque la Europa actual no nos satisface y queremos una Europa más justa, más equitativa, más libre, más próspera, más abierta al mundo y más solidaria con quienes más lo necesitan, sabemos que esa Europa solo la podemos conseguir unidos.
Para decir este tipo de cosas —y algunas más— podría convocarse una manifestación de europeos por Europa, en todas las capitales de Europa. ¿Hay alguien capaz de organizar una cosa así? Si lo hay, que se ponga; que se ponga las pilas, quiero decir. Lo necesitamos con urgencia. Necesitamos una manifestación descomunal, que le diga alto y claro al mundo que, aunque Europa está amenazada, los europeos no nos vamos a rendir. Que estamos juntos en esto. Que nuestra democracia nos importa. Que nos importan nuestras libertades. Que no vamos a dejar el mundo en manos de un par de gánsteres. Y así sucesivamente. Ojalá lo de hoy en Roma sea solo el principio. Ojalá prenda la mecha. La hora de Europa ha llegado. A la mierda mi psicoanalista: nos vemos en la manifestación. Avanti popolo!
De las entradas del blog de hoy sábado, 15 de marzo de 2024
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 15 de marzo de 2025. Algo va muy mal, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, cuando los ciudadanos no saben qué esperar de unos políticos que solo les ofrecen un mensaje que habilita la confrontación permanente; lo escribe en el El País el filósofo Manuel Cruz. En la segunda de las entradas de hoy, un archivo del blog del 1 de julio de 2015, se hablaba de Femen, la ley Mordaza, la lengua española, y de algunas viñetas mordaces de la prensa española de ese día. El poema del día, en la tercera de las entradas de hoy, lleva por título Y Dios me hizo mujer, está escrito por la poetisa nicaragüense/española, Gioconda Belli, y comienza con estos versos: Y Dios me hizo mujer,/de pelo largo,/ojos,/nariz y boca de mujer./Con curvas/y pliegues/y suaves hondonadas. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
Del no saber que podemos esperar de nuestros políticos
Algo va muy mal cuando los ciudadanos no saben qué esperar de unos políticos que solo les ofrecen un mensaje que habilita la confrontación permanente, escribe el El País [Cuando las líneas rojas destiñen, 13/03/2025] el filósofo Manuel Cruz.
La formulación, aparentemente abstracta, “crisis de los grandes relatos de emancipación”, que se viene repitiendo desde hace casi medio siglo, tiene una expresión práctica en los individuos muy fácil de reconocer. Si en nuestros días preguntáramos a cualquiera de ellos acerca de lo que le parece deseable para el conjunto de la sociedad, es probable que le costara mucho menos manifestar lo que rechaza que lo que, efectivamente, considera positivo para todos.
La cuestión tiene poco de sorprendente. Quien se ha quedado sin discursos globales acerca de la sociedad, la vida y el mundo, difícilmente podría argumentar por qué razón (no se olvide: en ausencia de un discurso racional potente) le parecen preferibles determinados objetivos. En cambio, la situación no es la misma para los convencimientos negativos, el grueso de los cuales tiene su raíz en sentimientos o emociones —hoy en día, el miedo o el odio, sobre todo— que el individuo vive como auténticas evidencias incontrovertibles.
Nada tiene de extraño entonces que las propuestas programáticas de las formaciones políticas intenten recuperar el apoyo de los ciudadanos —en buena medida alejados de ellas por la escasa fidelidad a sus propios principios fundacionales, así como por su desinterés por cualquier proyecto estratégico que vaya más allá de la próxima convocatoria electoral— asumiendo todo ese conjunto de rechazos, y destacando que los hacen suyos como pilares básicos de su oferta política. De ahí la metáfora con la que se les acostumbra a denominar: líneas rojas.
Sin embargo, no suelen tardar demasiado muchos políticos en traspasarlas. No es raro que, para justificar una mudanza difícil de explicar sin algún grado de bochorno, se sirvan del argumento según el cual, por más que hayan podido cambiar de opiniones, no han cambiado nunca de valores. De inmediato, a poco que se analice con un mínimo de atención la formulación, se deja ver la vaciedad del argumento. La reserva más importante frente a este es de carácter práctico-político y se podría enunciar como pregunta: ¿puede un valor operar a modo de línea roja? ¿No hemos tenido en el pasado sobrada oportunidad de comprobar hasta qué punto los peores regímenes políticos o los más atroces dictadores han apelado a los más nobles valores como si fueran precisamente los que definen con mayor precisión su naturaleza y sus prácticas?
Resulta evidente que el hecho de que ya no sepamos otra cosa que lo que no queremos en modo alguno nos pone a salvo de la decepción. Y no solo eso, sino que incluso podría afirmarse que, en caso de tener lugar, tal decepción es más profunda e intensa, en la medida en que hunde sus raíces en emociones (porque lo que con mayor claridad sabemos que no queremos es lo que odiamos o lo que tememos, o ambas cosas a la vez). En efecto, ¿qué ocurre cuando los representantes de la ciudadanía incumplen sus promesas, traspasan todas las líneas rojas, y respaldan, apoyan o aceptan precisamente aquello cuyo rechazo era lo único que sus votantes tenían claro? Con toda seguridad, que tales ciudadanos tienen la sensación de estar siendo violentados en sus emociones más hondas precisamente por aquellos en los que había depositado su confianza. Y, con alta probabilidad, que acaben apartándose de la política o, peor aún, sumándose a las filas de los que la consideran uno de nuestros mayores problemas.
Algo va muy mal cuando los ciudadanos han terminado interiorizando que no hay forma humana de saber qué les es dado esperar y qué no de quienes habían considerado como los suyos. Abandonados los principios, traspasadas todas las líneas rojas, aquellos supuestos representantes no parecen en condiciones de ofrecer más mensaje que el que habilita la confrontación extrema y permanente, la polarización crispada, vacía por completo de contenido, que se ha convertido en la normalidad de nuestra vida pública en el presente: somos los mejores, se nos dice, sencilla y exclusivamente porque no somos los otros.
Al formular así las cosas, se ha pasado a hablar como si ya no existiera diferencia entre el mal menor y el bien, como si, ante la permanente amenaza de los otros, careciera por completo de sentido la exigencia de responsabilidad, la rendición de cuentas o la insoslayable autocrítica. Nada tiene de extraño en semejante contexto que se haya normalizado en la confrontación política el “y tú más”, argumento de una pobreza extrema que, lejos de exculpar, intenta minimizar, a través de la comparación con una alternativa presentada como la encarnación de lo rechazable por antonomasia, la trascendencia de una deriva errática e inconsecuente.
Pero es obvio que el hecho de que en un determinado momento un partido pueda comportarse todo él como un partido-cabestro, por decirlo a la orteguiana, no convierte en aceptable, y mucho menos en buena, cualquier respuesta al mismo. Ser coherente y dialogante, si acordamos que esa es la actitud deseable democráticamente en quien se enfrenta a un cabestro, en modo alguno puede verse sustituida por la práctica de un “cabestrismo” de baja intensidad, por introducir un neologismo pedestre. Definitivamente: sin palabra y sin propuesta la política desaparece, quedando reducida al tedioso espectáculo —mero teatro para actores— de la lucha por alcanzar el poder. O por no perderlo. Manuel Cruz es catedrático de Filosofía y expresidente del Senado.
[ARCHIVO DEL BLOG] Femen, ley Mordaza y lengua española. Publicado el 01/07/2015
Así pues, tomarse con un poco de buen humor las cosas tal y como vienen cada día no parece mala idea para afrontar la jornada y vivirla con esperanza. Para hoy miércoles, 1 de julio, les propongo estas viñetas de Morgan en Canarias7; Montecruz y Padylla en La Provincia; Forges, Peridis, Ros y El Roto en El País; y Ricardo y Gallego y Rey en El Mundo. Ahorro cualquier comentario sobre las mismas ya que encierran en su sencillez expositiva mensajes agriculces y verdades como puños que nos ayudan a reflexionar. Benditos sean quienes nos hacen sonreír a pesar de la que está cayendo. Disfruten de ellas. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt
Del poema de cada día Hoy, Y Dios me hizo mujer, de Gioconda Belli
Y DIOS ME HIZO MUJER
Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.
GIOCONDA BELLIi (1948)
poetisa nicaragüense/española
viernes, 14 de marzo de 2025
De las entradas del blog de hoy viernes, 14 de marzo de 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 14 de marzo de 2025. Frente a la autosuficiencia que propugna el estoicismo actual, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, el escritor Pablo Cerezal afirma en Ethic que la filósofa estadounidense Martha Nussbaum propone el reconocer la vulnerabilidad humana como principio imprescindible para alcanzar la justicia social. En la segunda, un archivo del blog del 27 de marzo de 2013, se hablaba del papel que adoptaron los intelectuales hispanoamericanos en la guerra civil española, a favor de uno u otro bando. El poema de hoy, en la tercera, de la poetisa mexicana Esther M. García, se titulad Museo viviente de patologías, y comienza con estos versos: La familia es lo único que mata./Su belleza no reside/en los elementos que la conforman,/sino en la armoniosa proporción/con la que un miembro de ella/destruye a otro miembro de la misma. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
De la vulnerabilidad humana
Frente a la autosuficiencia que propugna el estoicismo actual, afirma en Ethic [Martha Nussbaum y la vulnerabilidad humana, 04/03/2025] el escritor Pablo Cerezal, la filósofa estadounidense Martha Nussbaum propone el reconocer la vulnerabilidad humana como principio imprescindible para alcanzar la justicia social.
El científico y filósofo griego Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.) es reconocido como el padre de la lógica, entendida esta como herramienta imprescindible para adquirir conocimientos. Basándose en dicha lógica, dedicó gran parte de su obra a defender un modelo de ética basado en la búsqueda del bien por parte de las personas en cada una de sus acciones. Una búsqueda, al fin, de la felicidad, el mayor bien al que puede aspirar un ser humano y que, según el filósofo, radica en una sabiduría que además fortalece la justicia.
En su Ética a Nicómaco, el filósofo profundizaba en el concepto de justicia asegurando que, mientras que «el justo nos hace vivir conforme a las leyes y la equidad, el injusto nos lleva a la ilegalidad y la desigualdad». Proponía también una justicia de proporcionalidad distributiva que, repartiendo de forma equitativa los bienes sociales entre todos los miembros de una sociedad, pusiera fin a la vulnerabilidad de las personas en situación de desventaja.
Actualmente, cuando se multiplican las proclamas de un estoicismo basado en lograr la autosuficiencia que permita asumir los abusos del modelo socioeconómico imperante, recuperar las propuestas filosóficas de Aristóteles puede suponer un revulsivo para alcanzar la tan soñada justicia social. Martha Nussbaum es una de las más destacadas figuras en esta reivindicación de la ética aristotélica. Nacida en 1947 en Nueva York (Estados Unidos), esta filósofa cuenta con una aguda capacidad intelectual que le ha permitido detectar numerosas injusticias, que no eran consideradas como tales, y proponer soluciones. Tanto su extensa obra de carácter humanista como las muchas causas contra la discriminación que ha defendido le han valido numerosos galardones, entre ellos, el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2012.
En profunda oposición al pensamiento estoico, Nussbaum, al igual que Aristóteles, afirma que el ser humano es vulnerable y está expuesto a numerosos golpes de infortunio. Por tanto, es inevitable que, como el filósofo griego, considere la ética indisociable de la política, siendo su práctica óptima la única capaz de lograr la justicia social.
En 1986, Nussbaum alcanzó un reconocimiento internacional con la publicación de La fragilidad del bien: la fortuna y la ética en la tragedia y la filosofía griega, cuya principal razón de ser es la de mostrar la vulnerabilidad de la vida y la felicidad humanas, expuestas como están a lo externo, bien sea el entorno natural o bien las propias personas que nos rodean.
Tomando como ejemplo a los clásicos griegos, la intelectual plantea una serie de cuestiones que nos conducen a razonar para alcanzar la felicidad sin permanecer expuestos a las contingencias de la fortuna. Una razón que no se limita a sí misma, como pretendía Platón. Al contrario, esta razón debe ser consciente, como afirmaba Aristóteles, de que somos seres complejos hechos de pasiones y deseos, apetitos y frustraciones, valor y cobardía y un largo etcétera de sentimientos contrapuestos que guían nuestro proceder.
Todos los seres humanos somos vulnerables, porque vivimos amenazados por las distintas necesidades de bienes externos impuestas por el devenir social. Según la filósofa estadounidense, la única forma de superar esta situación de constante amenaza es la política. Por ello propone recuperar la ética aristotélica para unirla a la práctica política y combatir, así, la vulnerabilidad humana.
Para lograrlo, identifica diez capacidades clave intrínsecas a cada persona que deben servir como base para «una teoría de los derechos básicos que deben ser respetados y aplicados por los gobiernos de todos los países». Lo considera requisito mínimo para, atendiendo a la vulnerabilidad humana, lograr el respeto a su dignidad que permita el desarrollo de la justicia social. Así, un sistema político orientado a tal fin debe tener en cuenta la capacidad de las personas para vivir una vida digna, gozar de buena salud, moverse, pensar y utilizar los sentidos libremente, reflexionar de forma crítica, mostrar interés por el resto de personas, relacionarse de forma sana con el entorno natural, disfrutar del ocio y controlar el propio entorno vital.
La misma Nussbaum reconoce lo voluble de estas capacidades, pero confirma que, partiendo de unos mínimos, las políticas internas de cada sociedad pueden ser capaces de especificar o matizar su «sistema de capacidades».
Frente a la autosuficiencia que promueve el estoicismo para sobreponerse al devenir de los acontecimientos, Nussbaum defiende la toma de medidas políticas que puedan minimizar la vulnerabilidad del ser humano frente a agentes externos.