sábado, 30 de noviembre de 2024

De las viñetas de humor de hoy sábado, 30 de noviembre de 2024

 






































viernes, 29 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy viernes, 29 de noviembre de 2024

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 29 de noviembre de 2024. Reprimo con frecuencia el impulso de criticar a la vez esto del Gobierno y aquello de la oposición por miedo a caer en lo que se ha dado en llamar la antipolítica, pero también para evitar que de mis palabras pudiera concluirse que todos son iguales, pues no lo son, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy. En la segunda, un archivo del blog de diciembre de 2015 se hablaba del sentido, o del sinsentido, de la vida, pues si morir es un sueño eterno, no deberíamos tenerle excesivo miedo a la muerte. La tercera viene hoy con un poema de Heinrich Heine que comienza así: El caballero herido/Muchas historias he oído;/ninguna, como ésta, cruel:/un hidalgo bien nacido/está de amor malherido,/y su dama le es infiel. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt










Del orden del caos

 






Reprimo con frecuencia el impulso de criticar a la vez esto del Gobierno y aquello de la oposición por miedo a caer en lo que se ha dado en llamar la “antipolítica”. También para evitar que de mis palabras pudiera concluirse que “todos son iguales”. No lo son, afirma en El País [Un orden caótico, 22/11/2024] el escritor Juan José Millás, muestran sensibilidades distintas ante las desgracias que nos aquejan, pero tienen una cosa en común: trabajan en un contexto económico hiperliberal, así que no pueden tomar decisiones o promulgar leyes por las que el dinero se sienta amenazado. De ahí el declive ininterrumpido de las clases medias y bajas; de ahí el aumento de los trabajadores pobres; de ahí que la vivienda haya devenido un bien de mercado inaccesible; de ahí el descenso alarmante de la natalidad; de ahí que, gobierne quien gobierne, el destino de los hijos sea el de arrastrar una vida menesterosa, comparada con la de quienes crecieron en un mundo en el que la lógica depredadora del capital tenía como contrapeso la alternativa imaginaria del modelo soviético y de los países socialistas, que resultaron un fiasco.

Las únicas sociedades que se han demostrado viables son las de mercado. Pero no es lo mismo el mercado, donde el comprador es un cliente, que el hipermercado, donde el cliente es un consumible. Debería ser lícito, por tanto, declararse antisistema sin ser asimilado de manera mecánica a la antipolítica o a la ultraderecha. Un socialdemócrata flojo, en los tiempos que corren, podría pasar perfectamente por un rojo frenético. De ahí también la crecida feroz de la desigualdad, que no se debe tanto al empobrecimiento del sistema como a la transferencia de rentas de las clases medias y pobres a las privilegiadas. Fue precisamente el multimillonario Warren Buffett el que se quejó de pagar menos impuestos que su secretaria. Dejemos de predicar, pues, que no hay orden posible fuera del sistema (resulta inimaginable un caos mayor que el del sistema) y preguntémonos qué hacer.












[ARCHIVO DEL BLOG] El sentido de la vida. 40 años sin Hannah Arendt. Publicado el 04/12/2015











Las asociaciones involuntarias de ideas me provocan perplejidad. Lo mismo que los sueños. No entiendo muy bien el mecanismo que produce unas y otros, pero me encantan. Si morir es un sueño eterno, no deberíamos tenerle excesivo miedo a la muerte. Yo, desde luego, no se lo tengo. Si acaso me produce cierta angustia el dolor físico y el deterioro mental que puede precederla. Y sobre todo el sentimiento de pérdida y la pena que provoca la ausencia en los que te amaron y a los tú también quisiste. 
Hoy hace cuarenta años que murió en Nueva York, a los sesenta y nueve de edad, mi admirada Hannah Arendt. Imposible sustrarme a la tentación de recordarlo. Quería escribir algo sobre la efeméride, y ahí cuadra lo de las asociaciones de ideas, y me encuentro con un hermoso artículo del profesor Rafael Narbona en su blog Viaje a Siracusa, titulado "Esperando al 21", que refleja muy bien lo que yo hubiera deseado contar. 
Es un texto muy bello, en el que "un recuerdo de Madrid", un determinado recuerdo de un determinado hecho de un determinado Madrid de una determinada época, que ya pasó, se convierte en el hilo conductor del relato. 
Antes de reseñarlo, permítanme un breve ejercicio de nostalgia. Llegué por vez primera a Madrid, en tren, con mis padres y hermanos, una fría mañana de invierno pocas semanas antes de cumplir los cuatro años. Tengo muy claro el recuerdo de ver por la ventanilla del vagón pasar los árboles cubiertos de escarcha. Nos afincamos en el barrio de Delicias, en el entonces distrito de Arganzuela-Villaverde, y siete años después nos mudamos al barrio de Hispanidad, en el distrito de Chamartín. Casi de un extremo a otro de la ciudad. Allí viví once años más. Y de Madrid a Canarias, donde sigo viviendo a punto de cumplir los 70.
En Madrid se quedaron mis padres, mis hermanos y una numerosísima familia de primos y tíos. Y a Madrid habré vuelto un centenar largo de veces desde entonces. Solo, con mi mujer y mis hijas, por placer, por estudios, por trabajo y por tristes acontecimientos familiares. La última, hace apenas unos meses. Y reconozco que "este Madrid" no es el Madrid de mi infancia, de mis recuerdos y mi añoranza. No digo que sea mejor ni peor; simplemente, no es el mío. Y no me gusta tanto como aquel de mi niñez y juventud.
Pasé mi niñez y mi primera juventud, dice Narbona en su relato, en el barrio de Argüelles. Mi dormitorio era amplio y luminoso. Tenía un pequeño balcón desde el que podía contemplarse el Parque del Oeste y la Casa de Campo. Apoyado en una barandilla de hierro, observaba al funicular que sobrevolaba las encinas y las jaras, adentrándose en una campiña de suaves colinas y pequeños cerros. Desde un sexto piso, el Manzanares parecía un río de un azul melancólico, que espejeaba bajo el sol, acompañando a la Almudena durante los crepúsculos granates y los amaneceres fríos, cristalinos. El Palacio Real, con sus simetrías y exactitudes, borraba cualquier ensoñación romántica. La fachada orientada hacia los Jardines de Sabatini insinuaba que la razón es un ardid del ingenio humano para aplacar el desorden de la naturaleza. Lo caótico y desmesurado nos infunde temor. La proporción y la medida nos hacen sentir que el mundo puede someterse al tamaño del hombre, espantando nuestros miedos. 
En otoño, sigue diciendo, levantaba las persianas y el paisaje cambiaba. Los árboles del Paseo de Rosales se quedaban desnudos, alfombrando las aceras de amarillo y rojo. El otoño, la mejor estación del año en Madrid, añade, era un paraíso cercano, con mañanas tibias y transparentes, que propiciaban la contemplación y el ensimismamiento. Cuando regresaba de la universidad, bajaba por el Paseo de Moret, con una indecible paz interior, observando las ramas que se enlazaban sobre mi cabeza. No hacía falta mucha fantasía para convertirlas en los arcos de una bóveda natural e imaginar que recorría un interminable claustro. Mi serenidad conventual se desplomaba cuando llegaba a la altura de Marqués de Urquijo y el tráfico, con su estrépito de bocinas y plebeyos tubos de escape, avivaba la rutina de la ciudad.
En las grandes aglomeraciones urbanas, cuenta poco después, la poesía se guarece en las esquinas, tímida y silenciosa. En aquella ocasión, añade, la poesía fue para él, era una anciana que esperaba al autobús de la línea 21 de la EMT. Al lado de la estatua del pintor Rosales, se levantaba una marquesina. La anciana había superado los ochenta años, pero no había perdido su belleza. Con los ojos azules y el pelo blanco recogido en un moño, su rostro evocaba a las actrices de otra época, que sólo necesitaban mirar a la cámara para crear una atmósfera sensual y mágica, sin realizar ninguna concesión a la vulgaridad. Delgada y alta, su pequeña nariz recordaba la perfección de las estatuas clásicas, con sus rasgos armónicos y sin estridencias. En su mirada se advertía una niñez que se resistía a morir. No respetaba horarios, añade. Su presencia en la marquesina del 21 era imprevisible, pero recurrente. Solía encontrarla hacia las dos de la tarde, a las seis, a las nueve, o a primera hora de la mañana, incluso en invierno, cuando el frío estremecía los huesos y madrugar parecía una medida disciplinaria. Muchas veces llevaba un abrigo beige combinado con un fular amarillo, que anidaba al cuello con gracia y delicadeza. Había algo de emperatriz china en su expresión enigmática. Durante las mañanas soleadas, paseaba por el parque con un canario en una jaula. Se sentaba al lado de una fuente, escuchando el sonido del agua, mientras el pájaro cantaba alborozado. Nunca me atreví a dirigirle la palabra, pues con veinte años la vejez parece algo remoto y ajeno, pero muchas veces viajamos juntos. Yo casi siempre iba de pie; ella, invariablemente, se sentaba y nunca dejaba de mirar hacia el exterior, como si quisiera atrapar y atesorar en su memoria cada imagen, cada instante. Yo me bajaba antes que ella, preguntándome cuál sería su destino. Pensaba que tal vez tenía un hijo en un barrio alejado, pero en una ocasión escuché a dos conductores de la EMT comentando que se hacía la ruta completa del 21 varias veces al día. Ambos especulaban con que tal vez era una viuda sin hijos, incapaz de soportar la soledad de un hogar vacío. Esa conversación convirtió mi simpatía en ternura. Pensé en decirle algo, pero temí importunarla y me limité a continuar observándola. Me preguntaba si mi vejez se parecería a la suya, pues ya entonces pensaba que no tendría hijos. Vivía en un piso de renta antigua y presumía que algún día me marcharía de Argüelles, dejando atrás infinidad de recuerdos.
Cuando pasaron varios días sin cruzarme con ella, prosigue diciendo, empecé a pensar que había muerto, pero no me atreví a investigar. Preferí no saber nada, imaginar que seguía esperando al 21, pero a otras horas y que de vez en cuando paseaba al canario, feliz de escuchar su canto cerca de la fuente. Hace mucho que me mudé a las afueras de Madrid, y que no subo al 21, nos cuenta, pero cuando me he acercado a Madrid y lo he visto bajar hacia el Parque del Oeste, he sentido que mi vida viajaba en él, quizá con la de aquella anciana que esperaba a la muerte con los ojos muy abiertos, complaciéndose con las estampas de una ciudad que nunca amé y que ahora añoro, porque en ella está parte de mi existencia. Nos gustaría que lo que amamos viviera para siempre, pero tarde o temprano todo se desvanece. Vivir es despedirse una y otra vez, decir adiós con pena, impotencia y perplejidad. Siempre he deseado creer en Dios, siempre he sentido que me llamaba desde una casa encendida, invitándome a pisar el umbral, pero siempre ha surgido algo que me ha detenido: la muerte prematura de un ser querido, la sonrisa triunfal de la crueldad, las ásperas objeciones de la razón, tan obstinada como precisa. Quizás esa anciana cuyo nombre ignoro esperaba al 21 porque había aprendido que es mejor aplazar cualquier pregunta y limitarse a contemplar el mundo con asombro y gratitud.
Hasta aquí, un resumen del hermoso artículo de Rafael Narbona que les animo a leer completo en Revista de Libros. Yo, al hacerlo, no he podido evitar pararme a reflexionar una vez más sobre el sentido de la vida, en general, y de la nuestra, la de cada uno en particular. Y recordé una frase de Hannah Arendt al respecto, que cito de memoria así que puede no ser exacta en su transcripción literal: "la muerte es el pequeño precio que tenemos que pagar por la dicha de haber vivido".
Me gustaría creer que nos equivocamos los que pensamos que la vida no tiene ningún sentido y que estamos aquí por Azar, permítanme escribirlo con mayúscula quizá contradiciéndome a mí mismo, y que la historia de la evolución, desde el Big Bang para acá, es esa flecha lanzada hacia el Infinito de la que tan poéticamente hablara Pierre Teilhard de Chardin. Pero sé que mucho antes de lo que querríamos desapareceremos para siempre, y que cuando desaparezcan a su vez aquellos a los que amamos y nos amaron, no quedará nadie que guarde recuerdo alguno de nosotros. Y que mucho más tarde aún también desaparecerá todo vestigio de los seres que un día poblaron esta casa común que es la Tierra. 
Y aun así, como dijo Hannah Arendt, vivir habrá merecido la pena. Porque habremos visto salir el sol e iluminarse el cielo de estrellas; encontrado el amor y nacer y crecer a nuestros hijos y nietos; leído a Homero, Cervantes y Shakespeare y oído a Mozart, Beethoven y Los Beatles; y luchado en la medida de nuestras fuerzas y capacidades por lo que nos ha hecho humanos: la libertad de pensar y de elegir. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












Del poema de cada día. Hoy, El caballero herido, de Heinrich Heine (1797-1856)

 






EL CABALLERO HERIDO



El caballero herido

Muchas historias he oído;

ninguna, como ésta, cruel:

un hidalgo bien nacido

está de amor malherido,

y su dama le es infiel.

Por infiel y por traidora,

a la que insensato adora

debiera menospreciar;

cual flaqueza infamadora

su propio dolor mirar.

Quisiera mover querella

gritando en la justa así:

«Amo a una hermosa doncella;

quien encuentre falta en ella,

salga y cierre contra mí».

Quizás todos callarían;

pero no su desazón:

y al fin sus armas tendrían

que herir, si luchar querían,

su mísero corazón.



Heinrich Heine (1797-1856)

poeta alemán










De las viñetas de humor de hoy viernes, 29 de noviembre de 2024

 




























jueves, 28 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy jueves, 28 de noviembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 28 de noviembre de 2024. Hace ya más de veinte años que la política territorial en España experimenta un grave déficit de legitimidad sin haber conseguido una respuesta satisfactoria, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, haciendo que siga abierto el debate sobre una de las cuestiones más controvertidas de la España contemporánea, para algunos la cuestión esencial de su existencia misma como comunidad política. En la segunda, un archivo del blog de julio de 2020, se hablaba de cuando la inmigración transformó de nuevo España, un país que treinta años atrás era el de las oportunidades laborales. El poema del día, en la tercera, de un poeta canario paradigma de la Ilustración, comienza con estos versos: Anda cometa bella/toma de mi mano el vuelo/y vete subiendo al cielo/hasta parecer estrella. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt








Del federalismo en España: presente y futuro

 






Hace ya más de veinte años que la política territorial en España experimenta un grave déficit de legitimidad sin haber conseguido una respuesta satisfactoria, afirma en Nueva Revista [El federalismo en España: presente y futuro, 19/11/2024] el politólogo Josep M. Vàlles. Sigue abierto el debate sobre una de las cuestiones más controvertidas de la España contemporánea. Para algunos, la cuestión esencial de su existencia misma como comunidad política. A lo largo del debate, se han elaborado diagnósticos y se han avanzado propuestas. Entre ellas, la fórmula federal es invocada a veces como la salida más adecuada. No está claro, sin embargo, qué contenido se le da ni cómo se valora su viabilidad en las actuales condiciones de la sociedad española. Intentando responder a estas preguntas, elaboro en este artículo un incierto pronóstico sobre un futuro federal en España.  

I. Los acuerdos constitucionales de 1978 diseñaron un sistema político que pretendía superar la accidentada trayectoria del Estado liberal en España. Las condiciones de la Transición obligaron a transacciones para sortear el riesgo de que la salida de la dictadura desembocara en un régimen al estilo turco de aquel momento: una competencia limitada entre algunos partidos bajo la tutela de las fuerzas armadas. En el momento constituyente y de entre todas las cuestiones a regular, el conflicto nacional-territorial fue el que más debate suscitó. Pese a los intentos por sofocarla durante los 40 años de dictadura, persistía una honda discrepancia entre quienes sostenían la tesis de España como nación-estado y quienes le otorgaban una composición plurinacional, con sus respectivas consecuencias jurídico-constitucionales. Se reprodujo entonces buena parte del debate constituyente republicano de 1931. En ambos procesos, la transacción resultante fue el rechazo a la fórmula federal y la previsión de un sistema de autonomía política para las comunidades que la reclamaran. La Constitución de 1978 incluía el reconocimiento de la existencia de unas innominadas «nacionalidades y regiones» (art. 2 CE) con derecho a la autonomía, con diferentes competencias y vías de acceso al autogobierno: una vía rápida para «los territorios (sic) que en el pasado (sic) hubieran plebiscitado afirmativamente estatutos de autonomía» (Disp. Transitoria 2ª) y una vía más lenta y gradual para las restantes (Título VIII).

Sin embargo, en la aplicación de tales disposiciones se fue desfigurando lo que parecía contener el pacto original: el reconocimiento de un estatuto político para las llamadas nacionalidades históricas y la concesión de una amplia descentralización administrativa para las demás regiones. Recurriendo a una creativa interpretación constitucional, se admitió en 1981 un acceso inmediato de Andalucía a la autonomía plena prevista en el art. 151 de la CE, sorteando imaginativamente algunos de sus requisitos legales. Lo confirmaron los pactos entre UCD y PSOE, que reinterpretaban de modo sustantivo las previsiones de la joven Constitución.

Con el episodio andaluz se ponía de manifiesto que las interpretaciones constitucionales sobre la estructura territorial del Estado estarían sometidas —al igual que otras de sus previsiones— a los intereses de los actores políticos y sociales. Sería la correlación de fuerzas entre estos actores la que acabaría determinando la evolución doctrinal e institucional de la política territorial. Concurrían en esta determinación los grandes partidos de ámbito estatal y los partidos representativos de los nacionalismos periféricos, pero también la alta administración del Estado y de la magistratura y los círculos académicos e intelectuales.  

¿Con qué resultado? Veinte años después, se había producido una notable distribución territorial de poder en beneficio de las diecisiete comunidades autónomas, despertando en todas ellas un innegable dinamismo modernizador, desconocido en el Estado centralista tradicional. Con todo, la capacidad de acción política de las comunidades autónomas fue quedando cada vez más limitada por dos factores: una interpretación política y judicial de las atribuciones estatales progresivamente expansiva y un sistema de financiación que concedía a las comunidades una notable capacidad de ejecutar el gasto público, pero escaso margen para determinar sus ingresos.

II. Así pues, el relativo éxito del proceso descentralizador no evitó importantes desajustes e ineficiencias, dando lugar a críticas crecientes y contradictorias. Para unos, el proceso había ido demasiado lejos, al vaciar de contenido el núcleo central del Estado y privar de su posición eminente a quienes lo administraban tradicionalmente. Para otros, en cambio, el proceso no habría recorrido todo el camino previsto, defraudando las expectativas suscitadas como posible superación del conflicto histórico. Puede percibirse esta doble reacción en la confrontación entre las políticas del gobierno conservador de Aznar del año 2000, por un lado, y las iniciativas para la revisión estatutaria en el País Vasco y Cataluña (2000-2003), por otro.

Pese a lo persistente de esta confrontación y a la gravedad de sus episodios posteriores, que culminaron con la fallida declaración de independencia de Cataluña de 2017, ninguna iniciativa de evaluación y revisión del modelo territorial en su conjunto llegó a ser considerada en el ámbito político-institucional del Estado. Esta inacción empeoró una situación cada vez más difícil de gestionar mediante instrumentos concebidos un cuarto de siglo atrás.

No han faltado propuestas —de origen partidario o de origen académico— para abordar la cuestión en el ámbito institucional. Constan en documentos programáticos o electorales y en literatura especializada de carácter jurídico o politológico. En buena parte de este caudal teórico, aparece con frecuencia la alusión al federalismo como vía de salida para el irresuelto problema de la constitución territorial de España hasta el punto de que —en palabras de un destacado constitucionalista— puede hablarse de cierta «banalización» del término. 

Entre estas referencias al federalismo, las ha habido de dos clases. Algunas afirman que el sistema actual es ya de hecho federal, aunque no haya adoptado esta denominación. Lo justificarían características compartidas por nuestro sistema con los Estados reconocidos como federales. En otros casos, en cambio, se señala lo contrario: el sistema no puede identificarse como federal, pero convendría que lo fuera, culminando el tránsito del modelo actual a un modelo propiamente federal como un destino predeterminado.

Pero ¿qué se entiende por federal? Conviene aclarar el concepto porque uno de los puntos débiles de ciertas propuestas federalistas o federalizantes es su poca precisión. Al igual que otras categorías políticas, lo federal carece del contorno exacto que exhiben las categorías de otros ámbitos del conocimiento. Con todo, y para ceñirnos a países de tradición liberal-democrática con estructura federal (Suiza, Estados Unidos, Canadá, Australia, Alemania), se identifican algunos rasgos básicos, aunque presenten variantes. Un sistema homologado como federal comporta en términos generales:

La unión pactada entre comunidades territoriales con personalidad política que se reconocen como iguales;

La coexistencia de un texto constitucional en cada una de las comunidades con un texto constitucional para la federación;

La determinación de las competencias que corresponden a dichas comunidades y las competencias cedidas a la federación;

La participación de todas las comunidades en la gestión de las competencias cedidas a la federación mediante la intervención en un senado o cámara representativa de todas ellas;

Una distribución de los recursos financieros entre la federación y las comunidades federadas y entre las comunidades federadas entre sí que permita gestionar efectivamente las competencias respectivas;

La atribución a las comunidades federadas de la capacidad legislativa, ejecutiva y jurisdiccional en las materias de su competencia;

La existencia de un tribunal o consejo encargado de dirimir los conflictos de competencias entre la federación y las comunidades federadas y de estas entre sí;

Finalmente, la atribución a las comunidades federadas del diseño y tutela sobre los gobiernos locales de sus respectivos territorios.

III. Esta descripción básica de una pauta federal común plantea cuatro cuestiones sobre la situación española y su hipotético futuro federal:

—¿Se ajusta el actual modelo territorial español a la pauta federal?

—Si no es así, ¿qué cambios debería experimentar para conseguirlo?

—¿Existe en la actualidad algún proyecto que proponga tales cambios?

—Finalmente, ¿es previsible que dichos cambios se produzcan a medio plazo?

En primer lugar, el actual modelo territorial español se encuentra muy lejos de lo que se admite generalmente como organización federal. Para señalar solamente carencias fundamentales, las comunidades autónomas no disponen de capacidad para participar en decisiones de política estatal. No podrían intervenir en la aprobación de una reforma de la constitución estatal en el caso de que se planteara. Tampoco elaboran su propia constitución, puesto que los actuales estatutos de autonomía se someten a enmienda, debate y aprobación del parlamento del Estado. Carecen asimismo de administración judicial propia y no disponen de capacidad fiscal que garantice su autosuficiencia. Por todo ello, puede calificarse el modelo español como Estado compuesto altamente descentralizado, pero no como federal.

Para llegar a serlo, serían necesaria una serie de amplias reformas constitucionales. ¿Existe actualmente algún proyecto o programa político que se proponga impulsar tales reformas? Es cierto que la crisis territorial iniciada con el siglo XXI y agudizada en esta última década ha suscitado planteamientos inclinados a transformar el Estado de las autonomías en un modelo asimilable al esquema federal. Lo han sugerido las formaciones políticas de izquierda y algunos sectores del socialismo español, especialmente, el PSC desde Cataluña. En estas aproximaciones se apuntan reformas parciales y, en particular, la conversión del Senado en una cámara de representación de las comunidades autónomas con atribuciones importantes en materias relativas al autogobierno y a su financiación.

Estas reformas parecen inspiradas por un federalismo light que recoge parcialmente ciertos rasgos federales, pero sin asumir plenamente la lógica de una estructura nacida de la libre voluntad de comunidades que se asocian y la diseñan de común acuerdo. Es un esquema que se establecería desde arriba y no a partir de iniciativas desde abajo, con la alta probabilidad de que este rasgo fundacional se consolidara en el funcionamiento posterior del sistema y no contrarrestara la deriva recentralizadora del actual Estado de las autonomías.

Adviértase además que la dinámica política de los sistemas federales no depende solo de una determinada arquitectura institucional: responde sobre todo a una cultura política común, imprescindible para que el aparato institucional funcione de acuerdo con los principios federales. Nacida de una experiencia histórica compartida por la mayoría social, se trata de una cultura política en la que una unión solidaria admite y respeta las diferencias con que cada comunidad federada ejerce sus poderes y sin que estas diferencias se interpreten sistemáticamente como un agravio a la igualdad entre ciudadanos.

IV. A partir de estas premisas, ¿se dan en España las condiciones para poner en marcha una reforma federal? ¿Cuenta la sociedad española con la cultura política que debería alimentarla? A primera vista, es bastante dudoso. Pero se arguye, a veces, que una transformación federalista o, al menos, moderadamente federalizante podría ser facilitada por la creciente complejidad de la política actual. En las sociedades avanzadas, es ineludible la articulación entre varios escenarios territoriales en los que se desarrolla cualquier política: la conexión entre lo global y lo local obliga a la distribución y coordinación de responsabilidades entre niveles de gobierno, incluso transcendiendo las previsiones jurídico-institucionales. Podría favorecerla también la lenta europeización de algunas políticas. Se ha puesto como ejemplo la gestión de la pandemia covid-19, que implicó la acción concertada de la OMS, la UE, los Estados y los gobiernos autonómicos, dando lugar a lo que se calificó como un ejercicio de «federalismo de los hechos». Pero parece muy difícil que esta reacción de emergencia a una crisis sanitaria global pueda ser trasladada fácilmente a otras políticas igualmente necesitadas de aquella concertación. Lo manifiestan, por ejemplo, los graves desajustes que afectan hoy a la política migratoria y a otras políticas sociales. 

Por lo demás, esta eventual federalización espontánea se ve contrarrestada por otros factores sociopolíticos muy potentes.

—La mayoría de la ciudadanía española se siente satisfecha con el grado de autonomía conseguido por sus comunidades. Solo en tres de ellas es considerada insuficiente: Cataluña, País Vasco y Navarra. En otras cuatro, incluso la reputan excesiva: Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cantabria y, significativamente, la comunidad de Madrid.

—La concentración de peso demográfico, político, financiero, socioeconómico y cultural en la capital del Estado y en su amplia área de influencia actúa como freno para un auténtico desarrollo federal porque dificulta la redistribución territorial del poder. Adviértase que las federaciones de tradición liberal democrática han evitado designar como capital federal a su ciudad más importante y lo han hecho en favor de poblaciones menores (Berna, Washington, Canberra, Ottawa).

—En las federaciones, las grandes formaciones políticas suelen organizarse de manera federal, a diferencia de los grandes partidos españoles —PP y PSOE— que siguen un funcionamiento centralizado y no federal: de modo explícito y formal en el primero y de facto en el segundo;

—Los sectores más activos de los nacionalismos periféricos vasco y catalán no suscriben las propuestas federalistas o recelan de ellas, al entenderlas como fórmula que ignoraría la personalidad política nacional de sus respectivas comunidades.

—La magistratura y los grandes cuerpos de la administración estatal que ocupan posiciones directivas en el actual sistema político-administrativo se resisten por definición a cualquier redistribución territorial de poder que vaya en detrimento de sus atribuciones;

—La potencia de la cultura y la lengua castellana hace que los grandes medios de comunicación y buena parte de los círculos intelectuales y académicos más influyentes destilen y difundan una visión de la sociedad española más homogénea que diversa y, con ello, más acorde con una gestión política unitaria que con una lógica de pluralidad federal.

Estos factores de carácter sociopolítico no son un estímulo favorable para acometer los grandes cambios constitucionales exigidos por un proyecto de transformación federal. Al contrario: disminuyen notablemente su probabilidad, teniendo en cuenta además la gran rigidez del procedimiento previsto en España para reformas constitucionales de cualquier clase.

Fórmulas imaginativas. Con todo, reconocer las escasas probabilidades de una reforma federal no significa admitir que la actual situación sea sostenible. Pese a que en el último año se hayan atenuado, las tensiones que provoca pueden extremarse de nuevo si no se encauzan mediante la negociación política. A este respecto, y como señalé más arriba, el tratamiento del caso andaluz o de la excepción navarra demuestran que la política nacional-territorial no es únicamente determinada —como lo son otras políticas sectoriales— por las disposiciones legales en vigor, sino también por la correlación de fuerzas entre los actores políticos y sociales. En función de sus intereses, podrían recurrir de nuevo a la imaginación jurídica para revisar la interpretación constitucional del modelo territorial y redefinirlo sobre otras bases. Así se hizo para Andalucía y Navarra en 1981, pero no se consiguió para Cataluña en 2010.

En el momento actual, sería imprudente ignorar que han sido Cataluña y el País Vasco las comunidades desde donde más se ha reivindicado la rectificación del modelo vigente. Ello hace inevitable un tratamiento bilateral del asunto y una diferenciación en su tratamiento, sin que tal cosa signifique abandonar una negociación multilateral con las demás comunidades. No es un ejercicio fácil, pero es el único que puede hacer aceptable un nuevo equilibrio en las relaciones territoriales.

En teoría, pues, nada excluye que se dé en el futuro una reinterpretación creativa del texto constitucional como consecuencia de cambios profundos en el panorama de actores y de sus intereses. Tal vez avanzando en el reconocimiento de la desigual demanda de más autogobierno, en el diseño de un sistema de financiación pública más equilibrado entre Estado y comunidades, y en una mejor garantía para el ejercicio de las respectivas competencias. En todo caso, quienes deseen orientar tales cambios hacia un modelo federal deberían manejar la etiqueta federal con mayor rigor y no de forma imprecisa y más bien táctica. Hacerlo así aumenta la confusión en un debate tan complejo, disminuye la posibilidad de acuerdos y alejaría todavía más la perspectiva de una modesta federalización.