martes, 12 de noviembre de 2024

De las viñetas de humor de hoy martes, 12 de noviembre de 2024

 



























lunes, 11 de noviembre de 2024

De las entradas del blog de hoy lunes, 11 de noviembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes, 11 de noviembre de 2024. Vivimos tiempos que parecen una tempestad shakespeariana, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, entre tormentas políticas y un cambio climático pavorosos, y con esa sensación de que lo que se ve es símbolo de una cordura que se tambalea en muchas partes, en la primera de las entradas de hoy hablando de la crisis que se cierne sobre el proyecto de la Unión Europea. En la segunda de ellas, un archivo del blog de julio de 2017, se hablaba del filólogo y filósofo Emilio Lledó, en una nueva sección que iba a hacerlo de todos y cada uno de los académicos, recientes y pasados, que han configurado la historia de la Real Academia Española. El poema de hoy, en la tercera de las entradas, es de Charles Baudelaire y comienza así: ¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,/Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina,/Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,/Y se puede, por eso, compararte con el vino. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt











De la Unión Europea: ¿En coma inducido?

 









Vivimos tiempos que parecen una tempestad shakespeariana, entre tormentas políticas y un cambio climático pavorosos, y con esa sensación de que lo que se ve es símbolo de una cordura que se tambalea en muchas partes,escribe en El País [El partidismo en una tempestad shakespeariana, 09/11/2024] el analista de política internacional Andrea Rizzi. Esta semana, mientras Donald Trump cosechaba un triunfal regreso a la Casa Blanca y Viktor Orbán lo celebraba descorchando vodka —porque se hallaba en Kirguistán y no tenía a mano champán—, hubo que asistir al asombroso espectáculo de los liberales alemanes precipitando una crisis de Gobierno en Berlín en uno de los momentos más delicados de las últimas décadas por intransigencia dogmática y calculillos partidistas. Se negaron hasta las últimas consecuencias a aceptar un endeudamiento para sufragar gastos militares de apoyo a Ucrania y a una industria interna en dificultad.

Así, mientras Europa necesita cerrar filas y actuar lo más rápido posible ante la más que probable embestida trumpista en forma de aranceles y reducción del apoyo a Ucrania, toca en cambio lidiar con una Alemania en barrena. Los liberales alemanes ya hicieron un daño descomunal como predicadores de la austeridad europea tras la crisis de 2008. En el último año han sido el principal lastre que ha impedido al Gobierno de coalición alemán ser eficaz. Es cierto que la situación era ya insostenible, y en cierto sentido un reseteo rápido podría ser beneficioso. En esa perspectiva, es necesario que Olaf Scholz convoque cuanto antes elecciones. Pero este último golpe de los liberales, tras meses de intransigencias que, bajo un manto ideológico, saben a egoísmo partidista, culminan el inmenso daño de haber tenido a Berlín semiparalizado durante un largo periodo en un momento crucial de la historia de Europa. Nada obligaba a que fuera así.

Ese egoísmo partidista en tiempos tan duros no es un episodio aislado. Cómo olvidar la exigencia de Jean-Luc Mélenchon reclamando en Francia la aplicación íntegra del programa de la coalición de izquierdas, que quedó la primera en las elecciones —pero a cien escaños de la mayoría, pequeño detalle—. Aquello dificultó, y mucho, la posibilidad de un Ejecutivo de centroizquierda, que era la opción más lógica y deseable. Y cómo digerir estos días, en España, la asombrosa desfachatez de líderes de las varias derechas que, por interés partidista, han arrojado fango sin escrúpulo sobre otros mientras barrían polvos indecentes de su bando debajo de alfombras inaceptables.

Todo ello no excluye graves, incluso gravísimos, errores de gestión —algunos moral además de políticamente lamentables— de los respectivos líderes al mando en esos países, pero los episodios mencionados destacan con autoridad propia en la categoría de las irresponsabilidades políticas.

Mientras, el partido trumpista europeo afila sus armas. Algunos, descorchando; otros —como Giorgia Meloni—, aguardando estratégicamente el momento oportuno para desarrollar un juego a dos bandas como miembro de la UE que necesita integrarse más y referente privilegiado del nuevo Washington. Pero, atención: el riesgo de la tentación de congraciarse bilateralmente no es exclusivo de gobiernos ultraderechistas. Ceder a esa tentación sería un desastre. Algunos están especialmente expuestos al riesgo de la soledad —España, desde luego, en las antípodas del trumpismo en todo—, pero la división acabaría siendo negativa para todos. Una tibia e improductiva unidad no sería mucho mejor.

La verdad es que no sabemos lo que hará Trump —en muchas cuestiones, incluida Ucrania, lo más probable es que no lo sepa ni él—. Pero sí sabemos lo que hay: la UE es una entidad con peligrosas debilidades y dependencias, que pierde competitividad y vigor demográfico en un mundo brutal. El espejismo del multilateralismo, de las normas compartidas, se ha disuelto por completo. Será cada vez más un mundo transaccional. Si en él no queremos ser vasallos, necesitamos desarrollar nuevas capacidades tecnológicas, manufactureras y, sí, militares. Pacifismo es no agredir a nadie, no es quedarse inertes confiando en la buena suerte —o en la protección de otros— en una jungla con fieras desatadas que devoran presas frágiles. En esto, la España que celebra su vigor económico debe acelerar mucho más sus inversiones para poder contribuir a las capacidades comunes y dejar de ser la gran rezagada sin ningún motivo para ello.

Lograr esos grandes objetivos por separado es inviable. También lo es conseguirlo con unidad de concepto, pero con políticas infestadas de zancadillas partidistas. Tristemente, parece que ni la bestial guerra de Vladímir Putin, ni la brutal acción militar de Benjamín Netanyahu, ni el devastador cambio climático, ni el inquietante regreso de Trump consiguen hacer mella en los pequeños cálculos partidistas de algunos.

Ninguno tenemos el historial libre de fallos y mezquindades, y la política no es una competición de moralidad. Pero en tiempos como estos, ciertas deficiencias entrañan riesgos enormes. Nadie reclama virtud impoluta, pero sí al menos un poco de sentido de la emergencia, de la urgencia, de la inteligencia. Contengamos, durante un rato, ciertos instintos primarios. Los socialistas portugueses, que acaban de permitir la aprobación de presupuestos de los conservadores con su abstención a cambio de modificaciones al proyecto, después de haber permitido un Gobierno de minoría que deje al margen la ultraderecha, muestran otro camino. Muy libres todos de pensar que es una estrategia perdedora, buenista, ingenua. Quienes lo hagan, al menos que se pregunten a dónde conduce esta feria de cálculos partidistas en medio de esta tempestad shakespeariana.












[ARCHIVO DELBLOG] Desde la RAE. Hoy, con el académico Emilio Lledó. Publicado el 04/07/2017














La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 
La RAE ha tenido un total de cuatrocientos ochenta y tres académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.
En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española.
Y me gustaría iniciarla, saltándome por una sola vez el estricto e imparcial orden cronológico, por la del académico Emilio Lledó Íñigo, que fue mi profesor de Historia de la Filosofía Antigua y Medieval en la UNED y me enseñó a amar y disfrutar con Platón, Aristóteles, San Agustín, y por supuesto, del saber por el saber. Y es que, como reza el lema de la UNED, Omnibvs mobilibvs mobilior sapientia (Sabiduría, 7, 24). ¡Gracias por siempre, don Emilio!
El profesor Emilio Lledó, que ocupa la silla l (ele minúscula) de la Real Academia, nació en Sevilla el 5 de noviembre de 1927. Fue elegido el 11 de noviembre de 1993 y tomó posesión como académico el 27 de noviembre de 1994. Catedrático de Historia de la Filosofía, impartió enseñanza en Alemania y España, tanto a alumnos de bachillerato en institutos públicos, en Valladolid, como universitarios en La Laguna, Barcelona y Madrid. En su último destino como profesor, la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), fue vicerrector de la institución. Es doctor honoris causa por las universidades de La Laguna, de las Islas Baleares y de Lleida, y miembro vitalicio del Instituto para Estudios Avanzados de Berlín. Gran parte de su actividad docente se desarrolló en la universidad alemana de Heidelberg. Fue vocal de la Junta de Gobierno de la RAE entre 1996 y 1998,  y bibliotecario de la misma entre 1998 y2006.
En internet pueden encontrar si lo desean su discurso de toma de posesión en la Real Academia España, titulado Las palabras en su espejo, que fue respondido en nombre de la corporación por Francisco Rodríguez Adrados. Disfrútenlo. Y aprovechando la ocasión, y como feliz colofón de la entrada también  pueden buscar y leer la entrevista que el pasado domingo hacía al profesor Lledó para El País la periodista Tereixa Constenla. No se la pierdan, merece la pena, de verdad. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














El poema de cada día. Hoy, Himno a la belleza, de Charles Baudelaire

 






HIMNO A LA BELLEZA



¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,

Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina,

Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,

Y se puede, por eso, compararte con el vino.


Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora;

Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa;

Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora

Que tornan al héroe flojo y al niño valiente.


¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros?

El Destino encantado sigue tus faldas como un perro;

Tú siembras al azar la alegría y los desastres,

Y gobiernas todo y no respondes de nada,


Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas;

De tus joyas el Horror no es lo menos encantador,

Y la Muerte, entre tus más caros dijes,

Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente.


El efímero deslumbrado marcha hacia ti, candela,

Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha!

El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella

Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.


Que procedas del cielo o del infierno, qué importa,

¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso, ingenuo!

Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta

De un infinito que amo y jamás he conocido?


De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena,

¿Qué importa si, tornas -hada con ojos de terciopelo,

Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!-

El universo menos horrible y los instantes menos pesados?



Charles Baudelaire (1821-1867)

Poeta francés
















De las viñetas de humor de hoy lunes, 11 de noviembre de 2024

 

























domingo, 10 de noviembre de 2024

De la desconfianza ciudadana. Especial 2 de hoy domingo, 11 de noviembre de 2024

 







Catástrofe viene del vocablo griego katastrophé, que no se ajusta del todo al sentido vulgar del término. En su versión original alude a un giro negativo de los acontecimientos; literalmente, una “vuelta hacia abajo”, escribe en El País [Una riada de desconfianza, 10/11/2024] el politólogo Fernando Vallespin.. Aristóteles lo utiliza en su Poética para referirse al momento en el que en la trama de una narración se produce el cambio hacia un desenlace desafortunado, el instante en que hace su presencia la tragedia, cuando todo “se tuerce”, como diríamos en lenguaje coloquial. Es también el instante en el que se produce una “revelación” (anagnórisis), cuando el héroe toma conciencia de sus errores y de la desdichada irreversibilidad de los acontecimientos. El sentido que esta representación debe tener para los espectadores es que les conduzca hacia la catarsis, que es la vez una purificación de las pasiones y un aprendizaje. Porque el hombre puede aprender a través del sufrimiento, tiene la capacidad de llegar, gracias a esta iluminación, a comprenderse a sí mismo, a sus semejantes y las condiciones de la existencia, e incluso qué deba hacer ante ella.

Si le aplicamos este esquema a la catástrofe de Valencia, los elementos fundamentales son el de la “revelación”, el reconocimiento de las consecuencias de los errores trágicos, y el efecto que estos han tenido sobre los que hemos actuado como espectadores, la catarsis a la que ha conducido. Todo ello bajo el trasfondo de que en el mundo moderno ya no creemos que las fuerzas de la naturaleza no puedan ser domadas, siempre hay alguna responsabilidad humana, por falta de previsión o acciones desacertadas, en sus desvaríos.

En este momento nos encontramos en pleno blame game, pero estamos a la vez cartografiando al detalle todas las decisiones y acciones que se produjeron en los primeros días, durante y después de las riadas. Aunque al final quepa establecer una adecuada imputación de responsabilidades, donde Mazón parece ser el primer señalado, me temo, empero, que cada bloque ya ha extraído sus propias conclusiones. No hay más que ver las viscerales reacciones iniciales, donde la culpa se atribuyó desde el inicio a la parte contraria.

Por eso, creo que lo más interesante es fijarse en ese momento de la visita de las autoridades, recibidas con tan desaforada ira en contra de todas ellas. Fue un momento catártico, en el sentido de que exhibió una reacción de malestar ciego, casi mecánico, contra el sistema. El mensaje fue: “Nos estáis fallando”. Desde luego, eran condiciones extremas y pudo haber algunos ultras infiltrados, pero no lo simplifiquemos. Detrás late esa profunda desconfianza que las encuestas nos muestran hacia los políticos, que siempre parecen más interesados a enfrentarse entre sí o perseguir sus intereses de partido que en colaborar para resolver los problemas de todos. Prueba de ello es que acabaron bajando el tono a partir de ese momento. Habrá tiempo para reflexionar sobre las disfuncionalidades del Estado autonómico, pero uno no puede dejar de plantearse el contrafáctico sobre cuál habría sido el nivel de colaboración si la Comunidad Valenciana hubiera seguido estando en manos del PSOE. O esa contradicción entre la posición del PP durante la pandemia, en la que la queja era que había “demasiado” Estado, y la reclamación ahora de que había demasiado poco; de lo que en su día renegaron e incluso impugnaron, el estado de alarma, es lo que en ese funesto momento exigieron. Esta representación trágica no ha conseguido purificar nuestras emociones. Lo llevamos claro como seamos también incapaces de extraer algún aprendizaje de tanto sufrimiento. Su mayor “revelación” es la importancia de la unidad ante las adversidades, justo aquello que cabe esperar ante la nueva ordenación del mundo y el cambio climático. Actuemos en consecuencia.













¿De la última civilización humana? Especial 1 de hoy domingo, 10 de noviembre de 2024

 






¿Cuántos adolescente, sufren un malestar sin nombre?, comenta en La Vanguardia [Síndrome del pensamiento cero, 10/11/2024] la escritora Joana Bonet, una especie de vaciado que estimula la sensación de acercarse a la nada; una mezcla de abatimiento, tristeza y desmotivación que apenas logran explicar, pues no han desarrollado la capacidad para enhebrar una historia y se limitan a recoger un puñado de anécdotas, la mayoría sacadas del móvil. Huérfanos de los grandes relatos que antaño explicaban la existencia, así como de aquellos modelos que nos ayudaron a proyectar nuestra propia identidad, apenas logran refle­xionar sobre sí mismos, inca­pa­ces ­­de descifrar el vapor de su intimidad.

Acumulamos hoy infinidad de textos e imágenes y nos infoxicamos con opiniones contundentes que a menudo se desvanecen al instante. En cambio, se elimina la filosofía, llave para abrir todo conocimiento, de los programas académicos. Los tutoriales y la autoayuda han sustituido a las enseñanzas de Marco Aurelio, Montaigne o Kant al tiempo que los porqués de la existencia se adormecen con vanas gratificaciones instantáneas. Pasatiempos insulsos que dejan una sensación de existencia desnutrida, pero enganchan.

Escribo estas líneas sumergida en la fascinante lectura de Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, de Lola López Mondéjar, el último premio Anagrama de ensayo. En sus páginas hallo claves precisas que explican ese malestar contemporáneo que va asociado a la renuncia al saber. La autora afirma que uno de los modelos actuales, mal que nos pese, es la ignorancia. “Donald Trump –afirma– sería el paradigma de este síntoma social, que bauticé hace algunos años como estultofilia”. López Mondéjar ahonda en la negación de atreverse a pensar y sostiene que no es propiamente la cultura digital la que impide a los jóvenes conectar con su yo, sino la superficialidad de lo virtual.

Y es que, a pesar de la actual sobredosis de autoficción, hemos entregado las claves de nuestro relato al big data, como si no fuéramos ya más que algoritmos en lugar de los restos de ¿la última civilización humana?­










De las entradas del blog de hoy domingo, 10 de noviembre de 2024

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 10 de noviembre de 2024. Hemos pasado de unas elecciones que se iban a decidir lanzando una moneda al aire a una victoria muy holgada de Donald Trump y su equipo, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy: Los analistas, sobre todo los que hacen encuestas, se enfrentan siempre a un complicado juego de silencios y su difícil traslación a votos; al final, todo depende al final del resultado en unos pocos Estados clave donde los cambios en las decisiones de unos cuantos grupos de votantes tienen consecuencias sistémicas. La segunda, un archivo del blog de septiembre de 2019 hablaba del poliamor: Hay bastantes parejas que ponen un poliamor en su vida; para eso se necesita simultaneidad y consenso; la relación es de tres (o de trescientos) y están de acuerdo todos, pero la forma de poliamor más común es la de tres: la pareja más un comando de apoyo. La tercera es hoy un poema de Walt Whitman que comienza así: Al fin, dulcemente,/dejando los muros de la fuerte mansión almenada,/el duro cerco de las cerraduras, tan bien anudado;/la guardia de las puertas seguras,/sea yo liberado en los aires. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt









De las causas de la derrota demócrata

 






Hemos pasado de unas elecciones que se iban a decidir lanzando una moneda al aire a una victoria muy holgada de Donald Trump y su equipo. Los analistas, sobre todo los que hacen encuestas, se enfrentan siempre a un complicado juego de silencios y su difícil traslación a votos, escribe en El País [Autopsia al optimismo demócrata, 08/11/2024] Pablo Beramendi, catedrático de Ciencia Política en la Duke University.  Todo depende al final del resultado en unos pocos Estados clave donde los cambios en las decisiones de unos cuantos grupos de votantes tienen consecuencias sistémicas.

Los puntos de atención eran conocidos: ¿cuántos votantes demócratas en Míchigan traducirían su ira por la tolerancia con el genocidio de Gaza en una abstención que de facto terminaría perjudicando a Palestina todavía más? ¿Cuántos hombres, en particular blancos de antiguas zonas industrializadas, superarían sus reticencias a votar a una candidata mujer y de color? ¿Cuántas mujeres demócratas tradicionales harían lo mismo por su desacuerdo con lo que consideran excesiva tolerancia con la corrección política o la autodeterminación de genero? ¿Cuántas mujeres republicanas de orden y de los suburbios, asqueadas y cansadas por el desafío constante de Trump a las normas más elementales de la decencia votarían en silencio por Kamala Harris para facilitar el final de la pesadilla en su propio partido?

La incertidumbre venía de no saber si habría coherencia alguna en los efectos netos de estos giros de última hora ni si tendrían un comportamiento común. Si las desviaciones marginales de uno o dos puntos porcentuales causadas por el comportamiento acumulado de estos grupos son consistentes en una determinada dirección (prodemócratas o prorrepublicanos) en una mayoría de Estados bisagra, automáticamente se produce una victoria mucho más holgada de lo predicho originalmente por las encuestas.

Entre las dudas había surgido un cierto optimismo de última hora. La calidad de la campaña de Harris, muy superior en todas sus dimensiones, y la entrada de Elon Musk para coordinar la movilización de los republicanos a través de su superPAC (siglas en inglés de Comité de Acción Política) daba cierta esperanza a quienes veíamos en su desastrosa organización a nivel local un rayo de esperanza. A poco que los votantes tengan un mínimo de memoria democrática de la primera Administración de Trump y, sobre todo, de su negativa a ceder el poder en enero de 2020, una masa de republicanos moderados silenciosos terminaría de darle la puntilla a una forma de hacer política que cansa y destruye. Esos serían los factores comunes que llevarían a una victoria holgada de Harris a pesar de ser mujer, de color y faltarle concreción a sus propuestas. Algunos incluso soñábamos con la ironía de agradecerle a Musk su contribución a la defensa de la democracia mientras las encuestas rozaban el virtuosismo de la ambigüedad.

De momento, no va a poder ser. Los votantes han hablado, y el optimismo ha muerto, por lo menos el de algunos. El giro ha sido muy coherente, pero en la dirección contraria. Harris ha tenido peores resultados que Joe Biden en 2020 en casi todos los condados del país. Su ventaja con los jóvenes es menor de lo esperado. El famoso muro azul es hoy rojo intenso, Harris ha perdido terreno con respecto a Biden entre los votantes de color de las zonas rurales e incluso entre muchos votantes moderados de las zonas urbanas. Lo mismo ha ocurrido con las comunidades latinas, crecientemente pro-Trump, y en algunos condados dominados por universidades. La victoria demócrata en la ciudad de Nueva York tiene uno de los márgenes más pequeños que se recuerda. El giro es global y a favor del Partido Republicano y de su candidato.

Aunque habrá de identificar con precisión las causas de esta pauta tan general, los análisis iniciales apuntan a dos factores. Casi todas las elecciones que han tenido lugar tras la pandemia han llevado a un cambio del Gobierno (España en eso es una excepción). Un mecanismo común a todos los casos es el aumento de la inflación y la caída de los salarios reales y, sobre todo, su percepción por los votantes. En su clásico sobre el control político de la economía, Edward R. Tufte alertaba ya en 1979 sobre el riesgo de celebrar elecciones en medio de periodos inflacionistas. Los votantes castigan al Gobierno, sea responsable o no. Las consecuencias positivas de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés) no parecen haberse traducido en apoyo político a pesar sus efectos reales. En los últimos dos años, la inflación ha bajado del 8,20% al 2,4%. El problema es que las percepciones de los votantes parecen mas determinadas por el nivel de precios que por su (des)aceleración. Eso explicaría la paradójica coexistencia entre una gestión macroeconómica solvente y el castigo recibido.

El segundo factor es la intensidad del sesgo contra una candidata mujer y de color en amplios sectores sociales que normalmente apoyarían al Partido Demócrata. El diferencial con Biden en grupos como los trabajadores varones de color es uno entre muchos ejemplos que apuntan en esta dirección. La insistencia de Trump en presentar a Harris como una radical partidaria de los transexuales dispuesta a financiar operaciones de cambio de sexo incluso a inmigrantes ilegales encarcelados buscaba explotar esas divisiones. Y ha funcionado. De nuevo, una campaña basada en crear ruido para colocar dos o tres mensajes simples que capitalizan un malestar latente ha eclipsado hechos, la comparación del carácter y la competencia de los candidatos, o la memoria del carrusel de delitos, incumplimientos, mentiras, provocaciones y boutades del presidente Trump.

El mensaje que manda su éxito sobre el funcionamiento de la democracia es preocupante: ahogar en mierda el proceso democrático genera réditos electorales. Es una estrategia compartida por muchas derechas europeas, y abrazada con pasión por el PP y Vox, que transmite la idea de que gestionar bien resulta irrelevante para ganar elecciones y que anula su función principal: servir como mecanismo de control de los gobernantes que incumplen sus promesas o, en casos extremos como este, amenazan con seguir atacando al sistema mismo. En último término, es racional convertir el proceso democrático en un lodazal en el que no se pueda distinguir nada, salvo quién parece más bravo y chilla más.

El resultado tiene también implicaciones acerca del papel del dinero en la política, en particular de la capacidad de magnates como Musk para ofrecer y comprar influencia, sobre todo en el terreno de la (des)información. Los optimistas creíamos que su desastroso despliegue sobre el terreno perjudicaría a Trump. Los vencedores ríen apuntando a la creciente irrelevancia de instrumentos cada vez más obsoletos en los flujos de información y formación de preferencias en las democracias digitales. Si se rompe el vinculo entre realidad y preferencias y los gobiernos perciben que atender a las necesidades de los ciudadanos es menos importante que alterar sus percepciones, la democracia puede convertirse en un videojuego de difícil manejo.

Existen barreras económicas e institucionales que ofrecen todavía algunas garantías contra estos riesgos. En dos años es probable que los demócratas recuperen su capacidad para contrarrestar a Trump en el Congreso pero, hasta entonces, el republicano tiene mucho margen para ejecutar políticas que, en múltiples casos, amenazarán a amplios sectores sociales. Por desgracia, si hiciésemos una lista de presidentes que intentan cumplir lo que prometen, Trump estaría en los puestos de cabeza, y la experiencia con la renovación del Tribunal Supremo muestra que tiene más sentido estratégico del que parece. El Partido Demócrata tiene que superar la maldición de los imprescindibles, la de aquellos que primero no pueden y luego no quieren dejar de coordinar el partido, y redefinir su estrategia y sus liderazgos para afrontar esta nueva etapa, tomarse en serio el malestar real de muchos de sus antiguos votantes y dejar de hablar y actuar sólo para sus propias élites. El apoyo de Beyoncé o de Taylor Swift o los guiños populistas de última hora hacia una clase media que lleva años mirando la cartera son una estrategia insuficiente cuando el rival es un candidato con recursos y sin escrúpulos para eliminar la posibilidad de una conversación política normal.