viernes, 16 de septiembre de 2022

De que pague más el que más tiene

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de ese pensamiento tan novedoso de que pague más el que más tiene. Porque como dice en ella la escritora Marta Sanz, lo fundamental sería que, para cubrir trágicas fallas económicas y garantizar el buen funcionamiento de lo público, quienes más ganan paguen a su Estado lo que deben y es justo y proporcional respecto a sus ganancias. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Holística
MARTA SANZ
12 SEPT 2022 - El País

En situaciones de dificultad económica, se produce un discurso reaccionario sobre la inconveniencia de reivindicaciones feministas, basuralezas o vallas de Melilla. “No toca”, dicen. También dicen que cualquier medida socializante pone en riesgo nuestra libertad individual: esa libertad individual de la que sobre todo disfruta el millón de personas ricas en España. La otra población española, la que no tiene tiempo porque no tiene dinero y no tiene dinero porque su sueldo no le da para cubrir sus gastos, reduce su libertad individual a correr de un supermercado a otro buscando mejores ofertas. Pero para hallar tesoros y gangas alimenticias se necesita disponer de todo ese tiempo que no se tiene. Así no hay quien ahorre, y eso mismo fue lo que yo le pregunté. Mientras, en los anuncios ―misóginos incluso cuando pretenden lo contrario―, mujeres de clase alta se dan pomada en las varices porque convierten las compras en una actividad deportiva que las mantiene todo el día de pie. “No toca”, dicen. Pero, cuando no se cubren las necesidades mínimas ―temperatura adecuada, carne una vez a la semana, vivienda digna―, se extreman los maltratos hacia mujeres que vuelven a casa para cuidar y liberar el campo laboral reservado a los cabezas de familia varones: si protestas, en otra exaltación perversa del círculo vicioso, quizá te parten la boca porque “no vales para nada”. “No toca”, pero tal vez volvamos a quemar carbón después de haber devastado formas de vida en torno a minas y centrales térmicas; la juventud se deprime; pedimos camareros nacionales ―con pajarita― y recuperamos eslóganes xenófobos: “Vete a trabajar a tu país”. La asfixia económica aplasta los derechos civiles como si la vulneración de los derechos civiles no se relacionase con la riqueza y el poder acumulado por unos sectores mediante la explotación de otros.
No se trata solo de la guerra ni de adoptar medidas urgentes útiles a corto plazo, pero que a la larga no servirán porque las contradicciones seguirán siendo las mismas. Micropunto positivo para el Papa de Roma: la ayuda asistencial cronifica la pobreza. Se trabaja desde los gobiernos subiendo el salario mínimo y pagando el paro a las empleadas del hogar. Sí. También podemos topar el precio de los huevos igualitariamente para las vecinas de Vallecas y los vecinos de Sotogrande, sabiendo que eso no es igualdad, sino buena voluntad e imaginación para que en Vallecas podamos seguir cuajando tortillas y para poner límite al desmesurado beneficio de las empresas intermediarias. Sin embargo, lo fundamental sería que, para cubrir trágicas fallas económicas y garantizar el buen funcionamiento de lo público, quienes más ganan ―¿a costa de quiénes?― e incluso han multiplicado sus ingresos después de la pandemia paguen a su Estado lo que deben y es justo y proporcional respecto a sus ganancias. No solidaria o caritativamente. Por ley. Propongo una mirada holística y una reforma fiscal. A lo mejor ese empeño suscita menos bronca ―déjenme soñar― que lo de los huevos, y nos permite hablar otra vez, sin acusaciones de frívola inoportunidad, del derecho al aborto ―¡no es obligatorio, por Diosa!― y de las niñas de 16 años que no viven en el seno de familias encantadoras y/o pudientes. Las personas más frágiles son las que deben ser protegidas por leyes que se interrelacionan igual que las fragilidades entre sí.




















De la ambivalencia entre progreso y libertad




 


Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la ambivalencia entre progreso y libertad, pues como dice en ella la politóloga Estefanía Molina, bajo la coletilla de que “lo personal es político”, voces del progreso llevaban tiempo esparciendo su moral sobre la vida privada, tratando de colonizar desde el lenguaje hasta la organización del hogar o la familia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Ayuso no os jodió la libertad
ESTEFANÍA MOLINA
09 SEPT 2022 - 05:00 CEST

La izquierda anda mustia porque cree que Isabel Díaz Ayuso les jodió la libertad. La prueba es que parece imposible reivindicar dicho término en público sin ser tildado de ayuser. Existe un contexto económico que aleja al progresismo de la bandera de la libertad, en su lucha contra la desigualdad creciente. Aunque cierta izquierda lleva tiempo prodigándose también en una especie de religión civil sobre la moral, la intimidad, o la vida pública, que constriñe de forma absorbente la libertad del individuo, y nada tiene que ver con Ayuso.
Muestra de esa dificultad de soltar el sambenito del autoritarismo es el paisaje internacional. Lo que se tildaba de bolivariano en España hace unos años es hoy la norma, el sentido común europeo, por el pánico a que siga escalando la pobreza. La guerra ha dado carta blanca para meter mano en sectores estratégicos como la banca o la energía. El Estado protector movió los hilos en pandemia con un colchón como los ERTE, cuando tuvo que meternos en casa a golpe de decreto.
Aunque la izquierda asume ese intervencionismo con legitimidad, algo que la absuelve de las críticas de la derecha. Se aprecia ahí un cambio paradigma en lo ideológico. Se entendería poco la pasividad de los poderes públicos si la luz estuviera por los cielos, o se produjeran desahucios masivos, como ocurrió tras la crisis de 2011. El edén de ese regulacionismo es que el Gobierno sugiera medidas heterodoxas frente a la inflación, como limitar el precio de ciertos alimentos, en aras de la justicia social.
Sin embargo, cierta izquierda venía resultando ya intrusiva, en un momento previo a ese contexto y mucho antes de que Ayuso irrumpiera confrontando con su modelo económico. Bajo la coletilla de que “lo personal es político”, algunas voces del progreso llevaban tiempo esparciendo a diario su moral sobre la vida privada del ciudadano, tratando de colonizar desde el lenguaje hasta la organización del hogar o la familia.
Primero, esto se aprecia en cómo la ultraderecha ha impregnado aspectos del discurso progresista, abonando un paternalismo sin límites. La izquierda nostálgica es su mayor producto; por ejemplo, critica que la familia tradicional no esté ya tan extendida atribuyéndolo solo a un factor de precariedad, obviando la parte de voluntad personal. Se lamenta que las mujeres no tengan hijos, que lleven vidas más disolutas, o rehúyan de los rituales de la fe religiosa, ya que pobrecitos, no saben lo que eligen, porque el malvado capitalismo se lo impide.
Ello supone renunciar a la autonomía de la voluntad, que es otro concepto habitual en libertad del progresismo. Su papel no es sermonear al prójimo en su esfera privada, sino procurarle que viva sin condicionantes, con verdadera autonomía. Por eso la izquierda no ve con buenos ojos propuestas como los vientres de alquiler, no solo por un tema ético, sino por la eventual explotación en que creen que puede derivar. Parecido ocurre con su apoyo a la eutanasia o el aborto, donde no media la moral colectiva, sino la libertad de elección del individuo.
Segundo, cierta izquierda ha tenido necesidad de meterse hasta en la cocina, por una incapacidad tácita de ofrecer medidas tangibles que combatan la miseria creciente. Se prodiga con cursilería en redes de afectos, o cuidados; teoriza sobre la lactancia, o los roles de pareja; aprecia conquistas en usar cierto vocabulario. E incluso, desliza puritanismo sobre la imagen pública de algunas mujeres. Dichas tendencias tienen una querencia por lo gestual, y son más fáciles de identificar por su simbolismo que por acciones concretas.
Tercero, parte de la izquierda llegó en 2015 a las instituciones a lomos de una repolitización colectiva de la sociedad española, fruto de la indignación por la crisis económica. Introdujo nuevas etiquetas sobre cómo debían vivir o vestir los políticos, qué salario cobrar, quién era casta o quién era pueblo. Esa exigencia de una implicación intensa o virtud participativa en los asuntos públicos evocaba el ideal de la polis ateniense. Quien se desentendía de lo público era tildado de idiota y apartado del resto.
Así pues, Ayuso apareció solo como un revulsivo que prometía a la ciudadanía desligarse de todos esos yugos, tanto en lo ético, como en lo económico. La derecha liberal se disfrazó de un “haz lo que te plazca”, banalizando otras causas nobles que la izquierda defiende por el bien colectivo: tú come el chuletón que te dé la gana, pon el aire a la temperatura que quieras, pasa de todo. Muchos compraron ese desasosiego en medio de tanta asfixia, mientras que el hastío y el miedo al empobrecimiento hizo el resto.
Pero si la líder madrileña se ha hecho con la bandera de los ciudadanos libres, supuestamente, no será porque todos ellos abjuren de la ayuda de lo público, del Estado, o lo colectivo. Ni siquiera será porque esta no haya pecado de dejes conservadores pese a su afán libertario. Si Ayuso parece hacerse con el mantra de la libertad en sentido amplio es porque a nadie le arrebatan lo suyo cuando lo defiende sin fisuras, y cierta izquierda cada vez tiene más afán de colarse hasta en el último resquicio de la vida del individuo.



















miércoles, 14 de septiembre de 2022

De los titulares de prensa

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de los titulares de prensa, porque como dice en ella la catedrática de Filología, Lola Pons, si desequilibramos su peso y nos quedamos solo en su lectura, sin sumergirnos a nadar en el cuerpo, estaremos propiciando una prensa llena de textos que podrían ser meros rellenos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







‘Lorem ipsum’
LOLA PONS RODRÍGUEZ
09 SEPT 2022 - El País

Es una cadena de palabras bastante común, la vemos muy frecuentemente pero nadie se detiene en ella. No significa nada. La frase fue generada por los impresores del siglo XVI recortando letras a una sentencia de Cicerón que hicieron, a un tiempo, incomprensible y célebre. La frase era “neque porro quisquam est qui dolorem ipsum quia dolor sit amet, consectetur, adipisci velit” (o sea, tampoco hay nadie que ame, persiga y quiera alcanzar el dolor mismo porque sea dolor) y es el origen de “lorem ipsum dolor sit amet”, la cadena de caracteres que emplean los diseñadores gráficos para rellenar blancos si quieren mostrar cómo queda un formato o un tipo de letra antes de insertar el texto definitivo. Lorem ipsum, repetido cuantiosas veces, está en muchas webs en formación, en borradores de carteles y en propuestas de portadas.
Nadie compraría un libro lleno de páginas con ese mensaje ni se informaría en un medio que contuviera esta cadena ininteligible de palabras vacías, pero no es disparate prever un futuro lleno de lorem ipsum si atendemos a nuestro comportamiento lector de los últimos años. Como consumidores de textos y alentados por las empresas que someten sus contenidos al tráfico de internet, tendemos a navegar por la Red al ritmo de atracción y sugerencia que nos dan los titulares, a veces sin clicar para ver el interior de los textos, a veces surfeando por ellos, leyendo en diagonal, sin que la ola de palabras nos roce apenas.
Que el título suponga un importante elemento en nuestra atención como lectores o que incluso pese sobre nuestra forma de interpretar los textos que están bajo él es un fenómeno propio de la sociedad moderna, completamente distinto y novedoso respecto a la forma de leer que tenían nuestros antepasados. En la Edad Media, los libros, entonces no impresos sino manuscritos, carecían de título, aunque sí tenían por lo general en su primera frase un aviso de su forma textual y de su contenido: aquí empiezan las coplas..., principia el libro de..., este es el tratado sobre... Los modernos historiadores de la cultura fueron, de hecho, poniéndoles título a las viejas obras medievales: en 1898 Ramón Menéndez Pidal llamó Libro de buen amor a los versos alcahuetes y faltones de un arcipreste del siglo XIV que nos regaló una gran obra literaria; el Poema de mio Cid, cuya primera página está perdida, empieza con un verso (“de los sus ojos tan fuertemente llorando”) impactante e inesperado, pero nos queda la intriga de cuál sería su verdadero inicio.
Hoy tenemos títulos por la acción de la imprenta, que generalizó el uso de portadas, grabados y rótulos en las páginas de los libros y terminó haciendo sistemática la práctica de titular. Un efecto interesante de la popularización de la prensa en el siglo XIX fue la convivencia de distintos títulos dentro de una misma plana. Los titulares se hicieron tan importantes que se convirtieron casi en un epítome de los medios de comunicación: “lo dicen los titulares”, señalamos, para significar que algo lo dicen los medios, ni siquiera solo la prensa.
Paradójicamente, los primeros periódicos no eran abundantes en titulares, incluso contenían noticias o apartados sin título. Las cosas han cambiado mucho: el hipertexto, la lectura en línea, ha dado lugar a la absoluta obligatoriedad técnica del titular. En este nuevo orden, el titular es tan importante que para muchos lectores y gestores es lo único importante, de manera que parecemos estar derivando en una conversión de lo escrito en mero relleno de los titulares, en lorem ipsum inevitables que son encabezados por el titular al que se concede el privilegio del tamaño y la exclusividad de nuestra atención. En la era actual, eso que llaman clickbait no nos habla ya de textos sino de contenidos, apartados de la exigencia discursiva de coherencia y globalidad que se reclama a un texto frente a la polimorfia que se puede permitir a unos contenidos; no se habla de leer sino de clicar.
Es normal que un diseñador gráfico considere el texto como un relleno: preocupado por el aspecto final, por el encuadre de los títulos, tiene a las palabras como una mancha de caracteres que disponer. Pero si desequilibramos en la prensa el peso de los titulares y como lectores nos quedamos en su lectura, sin sumergirnos a nadar en el cuerpo, estaremos propiciando una prensa llena de textos que podrían ser meros rellenos.
Los titulares llamativos son como bañistas de pie en el agua, braceando para captar la atención de los lectores que estamos en la costa y que no podemos ver la desigual hondura de cada parte de la playa. Para comprobar la profundidad, los lectores tendríamos que zambullirnos, nadar y esclarecer si esa llamada de atención que era el titular nos ha llevado a un olvidable baño de relleno y lorem ipsum o a un texto honesto, controvertible pero riguroso en intencionalidad y datos.
No he dicho, por cierto, que esa frase de Cicerón de donde sale el galimatías del lorem ipsum procede de la obra Sobre los límites del bien y del mal (De finibus bonorum et malorum). Y ese es el reto: ponernos límites como lectores ante lo que vacuamente pretende llamar nuestra atención.


















martes, 13 de septiembre de 2022

De la violencia contra las mujeres

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la violencia contra las mujeres, porque como dice en ella la profesora de Ciencias Sociales, Cira Box, más allá de la literalidad de la ley de libertad sexual, que se popularice entre las jóvenes el concepto de que “solo sí es sí” es suficiente para poner en marcha el cambio de paradigma en las relaciones. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.




Palabras que transforman y liberan
ZIRA BOX
08 SEPT 2022 - El País

En El invencible verano de Liliana, el libro dedicado a su hermana asesinada por su expareja cuando tan solo tenía 20 años, la escritora mexicana Cristina Rivera Garza planteaba el peligro de la falta de palabras y discursos para reconocer la violencia. En un país, escribía, “donde, hasta hace poco, incluso la música popular ensalzaba a los hombres que, en arrebatos de celos o la menor provocación, asesinaban a mujeres, producir ese lenguaje ha sido una lucha heroica”. Rivera Garza se refería al término feminicidio, inexistente cuando su hermana menor moría en 1990 a manos del que había sido su novio desde la adolescencia, y a cómo esta incapacidad de poder nombrar les había impedido, no solo a Liliana, sino también a todos los que la rodeaban, dos cosas fundamentales: detectar un riesgo que terminó siendo mortal y reivindicar que no, que la culpa no había sido de una joven libre y autónoma disfrutando de sus años universitarios en la Ciudad de México, sino de un depredador posesivo que sintió la amenaza de su libertad.
Producir un lenguaje preciso, inventar nuevas palabras o popularizar ciertas consignas ha ayudado a que miles de mujeres sepamos nombrar lo que son delitos y a ponernos alerta ante situaciones de inseguridad. Pero también a entender que lo que nos pasa —el temor que sentimos solas por la noche o la incomodidad amenazante que nos produce la mirada persistente de un desconocido, por ejemplo— no son emociones aisladas e individuales de las que potencialmente tengamos que sentirnos avergonzadas, sino que forman parte de un mundo repleto de desigualdad. Y eso, como escribió Rebecca Solnit en uno de los textos recopilados en su conocido Los hombres me explican cosas, es poder, porque tener términos para poner nombres a ciertas realidades —la escritora norteamericana se refería al de “cultura de la violación”— nos permite comprender que determinadas cosas no son anomalías o individualidades, sino que tienen que ver con las estructuras culturales que sustentan el machismo. Redefinir el mundo con lenguaje, proseguía Solnit, es el primer paso para poder cambiarlo, así que no deberíamos dejar que se considere como una nimiedad.
Las reflexiones anteriores me vienen a la cabeza a raíz de la reciente aprobación de la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual. La nueva norma implica, como se sabe, un nuevo enfoque jurídico y un cambio de paradigma a la hora de considerar las agresiones sexuales. Sin embargo, mi objetivo en estas líneas no es discutir, por falta de capacidad y formación jurídica, las cuestiones más técnicas (en estas páginas lo hacía Teresa Peramato), sino aplaudir como ciudadana de a pie no ya solo el cambio legal que supone, sino la transformación del lenguaje y el discurso que también conlleva. Celebro esto último porque sé que poseer palabras que nos dejen verbalizar de forma distinta lo que ocurre desencadenará, en efecto, una variación. En este sentido, que el “solo sí es sí” haya corrido como la pólvora es ya un triunfo porque, más allá de lo que se publique en el BOE, la consigna circula configurando su realidad: la de empezar a saber de forma generalizada, por ejemplo, que el consentimiento es un derecho y que, si las cosas se ponen difusas en esa zona de grises que tantas críticas ha levantado, ya no valdrán los esquemas de siempre. Que las nuevas generaciones de mujeres, esas adolescentes y jóvenes que comienzan a salir al mundo que les rodea, crezcan en un contexto en el que tengan claro que el verbo consentir es la clave y que varían los grados y la gravedad, pero que de lo que se habla es de delitos y agresiones, les ayudará a hacerlo más libremente —no solo a ellas, por supuesto, también a ellos—. No son necesarias cosas complicadas. No hace falta saber Derecho, haber leído la ley o estar especialmente informadas. Basta que sepan —ahí radica su fuerza— que el “solo sí es sí” les ampara para que empiece a operar el cambio. Porque las palabras son brújulas y linternas, armas y escudos, que no solo arrojan luz: también defienden, resguardan y orientan. A todas. A todos.
La ley ha suscitado numerosas críticas, no hace falta enumerarlas. Las que se han planteado dentro del feminismo quizá puedan provocar debates futuros para seguir caminando. Para las otras, las de una derecha reactiva y ofensiva que minusvalora sistemáticamente la violencia contra las mujeres, siempre queda volver de nuevo a Rebecca Solnit: “Las mujeres tienen miedo todo el rato de ser violadas y asesinadas, y puede que sea más importante hablar de esto que el proteger las zonas de confort de los hombres”. Más claro, agua. Aunque, afortunadamente, somos muchas y muchos los que en estos días celebramos que, en efecto, y en medio de la complejidad, solo sí sea sí.