La felicidad de que buena parte de la izquierda española se haya olvidado de Franco no compensa la posibilidad de que en la derecha se actúe como si nadie se acordase de él, escribe el periodista y escritor español Manuel Jabois.
Danny Boyle, comienza diciendo Jabois, el director de Trainspotting, aquella película generacional que narraba, a modo de distopía, el impacto que tuvo el retorno de la extrema derecha a las calles de España y la conmoción del centro y su tentación de aceptar sus votos al menos una vez “para ver qué se siente”, estrena una película nueva que profundiza en la política española: Yesterday. En ella, el mundo olvida por completo a los Beatles: no solo no recuerda que existieron, sino que no hay prueba sonora alguna de que una vez, en este planeta, hubo algo conocido con ese nombre. ¿Todo el mundo? No, un músico aficionado sí los recuerda perfectamente, a ellos y a Hey, Jude; Yesterday, She Loves You o Let It Be. Imaginen el festín que se pega: como pescar con dinamita.
Al contrario que en la mencionada Trainspotting o La playa, en la que se disimulaba el retrato de la búsqueda del paraíso envuelto en pureza ideológica por parte de un joven votante de Podemos (Leonardo DiCaprio) y su desconcertante resultado, en Yesterday las claves son mucho más obvias por grotescas. Los Beatles funcionan como metáfora de Francisco Franco; de repente nadie recuerda ya al dictador, la historia de España es pasado cerrado a cal y canto, resulta imposible reabrir las heridas, no hay muertos de “no sé quién” en las cunetas y la Transición ha funcionado como un perfecto elixir según el cual no hay prueba alguna de que una vez, en un lugar llamado España, existió algo llamado Franco. Semejante vacío es aprovechado por un político aficionado (interpretado por Himesh Jitendra Patel; por nombre podría pensarse que milita en Vox, pero su ascensión y métodos recuerdan a Pablo Casado) que no olvida aquel país y muchos de sus greatests hits; imaginen su festín.
La película tardará todavía un tiempo en llegar a la cartelera española, pero la promoción empieza a resultar insoportable. La felicidad de que buena parte de la izquierda española se haya olvidado de Franco no compensa la posibilidad de que en la derecha se actúe como si nadie se acordase de él. Porque todo lo que se olvida, como sabe el músico aficionado, se repite: si no lo repites tú, lo repiten otros. Y así se empiezan a oír los mismos discursos de entonces, la misma nostalgia de aquella moral y aquel miedo, entre la indiferencia de unos, el aplauso de otros y el horror de unos cuantos que todavía recuerdan, como un eco lejano, las viejas canciones.
El riesgo argumental de ese “dejadlo todo como está que nunca ha estado tan bien” y el “hubo muertos en los dos bandos” que obvia que solo se enterraron los de uno, es que lo siguiente sea empezar a imitar aquí y allá, en plan a ver si no se nota. Por eso el músico aficionado que recuerda perfectamente a los Beatles asume como suyos los votos de Vox y reclama su patente, mientras la orquesta del centro que venía a regenerar España le planta un muro al PSOE y la puerta de Imaginarium a la extrema derecha: que pasen, pero sin hacer ruido. “Ya no le quedan tumbas que visitar ni brechas que abrir entre españoles”, les dijo Casado a sus diputados en referencia a una visita del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a la tumba de Antonio Machado. Machado, muerto en el exilio y enterrado allí, no había recibido nunca los honores de ningún presidente; tener esos honores es abrir brechas. Casado, que pide olvidar a Franco para mirar por fin hacia delante, cada vez que abre la boca mira para atrás. Recordando otra celebrada película de Boyle, Slumdog Millionaire, inspirada en sus años de la Cardenal Cisneros: un chico en el concurso ¿Quién quiere ser licenciado? mientras evoca con tenebrosos flashbacks los exámenes que le llevaron hasta allí.
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