Simone Weil nace en París el 3 de febrero de 1909 en el seno de una familia judía intelectual y laica. Su padre era un renombrado médico y su hermano mayor, André, un matemático reputado. Estudia filosofía y literatura clásica y es alumna de Émile Chartier. A los 19 años ingresa, con la calificación más alta, seguida por Simone de Beauvoir, en la Escuela Normal Superior de París. Se gradúa a los 22 años y comienza su carrera docente en diversos liceos.
En uno de sus escritos autobiográficos, Simone de Beauvoir comenta sobre ella: «Me intrigaba por su gran reputación de mujer inteligente y audaz. Por ese tiempo, una terrible hambruna había devastado China y me contaron que cuando ella escuchó la noticia lloró. Estas lágrimas motivaron mi respeto, mucho más que sus dotes como filósofa. Envidiaba un corazón capaz de latir a través del universo entero».
Al comienzo de los años treinta parte por algunas semanas a Alemania y a su regreso escribe algunos artículos donde expresa con lucidez hacia dónde se dirige Alemania. A los veintitrés años de edad es transferida del liceo donde trabajaba por encabezar una manifestación de obreros cesantes. Los problemas con los superiores de los liceos se suceden, por cuestiones políticas y de metodología docente, lo que significa que una y otra vez será transferida de liceo. Conoce a León Trotsky en París, con quien discute sobre la situación rusa, Stalin, y la doctrina marxista.
A los veinticinco años, abandona provisionalmente su carrera docente, para huir de París y durante los años 1934 y 1935, trabaja como obrera en Renault: "Allí recibí la marca del esclavo", dirá. En 1941, ya en Marsella, trabaja como obrera agrícola. Piensa que el trabajo manual debe considerarse como el centro de la cultura y sostiene que la separación creciente a lo largo de la historia entre la actividad manual y la actividad intelectual ha sido la causa de la relación de dominio y poder que ejercen los que manejan la palabra sobre los que se ocupan de las cosas.
Pacifista radical, luego sindicalista revolucionaria, finalmente llegará a pensar que sólo es posible un reformismo revolucionario: los pobres están tan explotados que no tienen la fuerza de alzarse contra la opresión y, sin embargo, es absolutamente imprescindible que ellos mismos tomen la responsabilidad de su revolución. Por eso es necesario crear condiciones menos opresivas mediante avances reformistas para facilitar una revolución responsable, menos precipitada y violenta. Sindicalista de la educación, se muestra a favor de la unificación sindical y escribe en la revista La escuela enmancipada. Antiestalinista, participa desde 1932 en el Círculo comunista democrático de Boris Souvarine a quien ha conocido a través de Nicolás Lazarévitch. Participa en la huelga general de 1936. Milita apasionadamente por un pacifismo intransigente pero, al mismo tiempo, forma parte de la columna Durruti en España, que lucha contra Franco dentro del bando republicano. Es periodista voluntaria en Barcelona y se incorpora al combate armado en Aragón. Allí aprende a usar el fusil pero nunca se atreve a dispararlo. De esta cruda experiencia, le queda el amargo sentimiento de la brutalidad y del sinsentido de la guerra.
Lúcida sobre lo que está sucediendo en Europa nunca tuvo demasiadas ilusiones de las amenazas que desde el comienzo de la guerra se cernían sobre ella y su familia. Su familia estaba en grave peligro de ser clasificada como no-aria, con las consecuencias del caso. Irónicamente, Weil no tuvo formación judía alguna. Sus escritos religiosos son netamente cristianos, si bien sumamente heterodoxos. Su posición frente al judaísmo y a la identidad comunitaria judía es de rechazo explícito y total, lo cual ha resultado en que haya sido acusada de "auto-odio" por algunos autores.
Cuando en 1940 es obligada a huir de París y refugiarse en Marsella, escribe permanentemente para exponer una filosofía que se quiere proyecto de reconciliación (siempre dolorosa) entre la modernidad y la tradición cristiana, tomando como brújula el humanismo griego. En 1942, visita a sus padres y hermano en Estados Unidos, pero rechaza para ella ese estatuto que siente como demasiado confortable en tiempos tempestuosos. Parte hacia Inglaterra para incorporarse a la resistencia pero sólo consigue trabajar como redactora en los servicios de Francia Libre, liderada por el General Charles de Gaulle. En julio de 1943 deja de pertenecer a esta organización.
Es en este período final de su breve vida que encuentra el mensaje evangélico de Jesús de Nazareth. Es un descubrimiento como el de San Pablo en el camino de Damasco o el de Blas Pascal la noche del Memorial. Sin embargo, permanecerá a las puertas de la Iglesia, en la orilla. Es una cristiana que plantea preguntas embarazosas a los cristianos y será rechazada por los teóricos de la Iglesia, que la acusan de no haber comprendido bien la historia de la misma.
Esta dimensión de rechazo de la fuerza que asimila con la violencia es una constante de su pensamiento. Y si tuvo al comienzo una percepción moderada sobre la no-violencia preconizada por Gandhi –que ella juzgaba más reformista que revolucionaria- se encontrará muchas veces con Lanza del Vasto.
Enferma de tuberculosis, se dice que se deja morir en el sanatorio de Ashford el 24 de agosto de 1943. Deseosa de compartir las condiciones de vida de la Francia ocupada por la Alemania nazi, es posible que no se hubiera alimentado lo suficiente, lo que podría haber agravado su enfermedad.
Todas sus obras aparecieron después de su muerte, editadas por sus amigos. Desde entonces, ha atraído la atención creciente de literatos, filósofos, teólogos, sociólogos y lectores corrientes por su ética de la autenticidad y la rara combinación de lucidez, honestidad intelectual y desnudez espiritual de su escritura. Albert Camus, uno de sus editores y enamorado amigo admiró su obra como una de las más importantes del fin de la guerra. T.S. Eliot dijo que la obra de Simone Weil pertenecía a ese género de «prolegómenos de la política, libros que los políticos rara vez leen, y que tampoco podrían comprender y aplicar». Consideraba que debían ser leídos por los jóvenes antes de que las propagandas políticas anularan su capacidad de pensamiento.
He escogido tres artículos sobre ella, sobre su vida y su obra, que me parecen esclarecedores. Les invito a su lectura. El primero de ellos, titulado Revolucionaria, ¿y Santa?, está escrito por Gabriel Arnaiz y publicado en la revista Filosofía Hoy. El segundo, Vida y obra de Simone Weil, está escrito por Cecilia Lammertyn y publicado en la revista Antropos Moderno. El tercero, y último, se publicó en la revista Esfinge, con el título Simone Weil, una filósofa socialmente comprometida, escrito por María Angustias Carrillo de Albornoz. Y yo, por mi parte, les invito a leer y descargar en internet, una de sus más hermosas obras, Carta a un religioso. Un librito de apenas setenta páginas, donde expone su visión del cristianismo, y más concretamente, del catolicismo, que ella quiso abrazar, y no pudo, precisamente porque su rigor intelectual y moral le impedían aceptar dogmas y proclamas que consideraba incompatibles con la verdadera esencia de la espiritualidad. Uno de los textos más hermosos y emocionantes que he leído nunca y que han influido, sin duda alguna, en mi formación espiritual y humana.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
2 comentarios:
Excelente artículo...
GRACIAS por traérnosla.
Te sonrío con el Alma.
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