El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
domingo, 23 de marzo de 2025
sábado, 22 de marzo de 2025
De las entradas del blog de hoy sábado, 22 de marzo de 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 22 de marzo de 2025. Hay tres abordajes posibles a la pregunta sobre el dilema de la inteligencia artificial, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el filósofo Daniel Innerarity: Detener la tecnología por un tiempo, someterla a códigos éticos o examinarla mediante la crítica política. La segunda es un archivo del blog del 11 de abril de 2018, sobre ciudadanía digital y dignidad humana, en el que la filósofa Adela Cortina se planteaba que era imposible predecir los avances tecnológicos, pero que sí podíamos anticipar para qué mundo los queríamos anticipándonos al reto de la transformación digital en el mundo laboral y la sustitución de trabajadores por robots. El poema del día, en la tercera, del poeta Jesús Urceloy, se titular Amarcord y comienza así: Recuerdo algunas cosas. Allí bailan/en la niebla unos niños, una moto/interrumpe un monólogo, un anciano/subido a un árbol grita. Un padre triste,/una mujer que muere con ternura. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
Del dilema de la inteligencia artificial
Hay tres abordajes posibles a esta pregunta, escribe el filósofo Daniel Innerarity en un libro del que ‘Ideas adelanta un extracto: Detener la tecnología por un tiempo, someterla a códigos éticos o examinarla mediante la crítica política. Lo escribe hoy en la revista Ideas (El dilema de la inteligencia artificial: ¿Quién decide cuando aparentemente nadie decide?, El País, 19/03/2025]. La organización política de las sociedades, comienza diciendo Innerarity, ha tenido siempre una pretensión de automaticidad. En cuanto se supera la simpleza de la familia o la tribu, las organizaciones humanas necesitan datos y procedimientos que permitan gestionar la incipiente complejidad. Desde esta perspectiva, la racionalidad algorítmica, más que representar una ruptura absoluta con el pasado, puede ser analizada de acuerdo con continuidades históricas, es decir, siempre que ha habido que establecer un orden en un entorno de complejidad y heterogeneidad. Como la burocracia para el estado moderno, la inteligencia artificial parece llamada a ser la lógica de legitimación de las organizaciones y los gobiernos en las sociedades digitales. Los tres elementos que modificarán la política de este siglo son los sistemas cada vez mas inteligentes, una tecnología mas integrada y una sociedad mas cuantificada. Si la política a lo largo del siglo XX giró en torno al debate acerca de cómo equilibrar estado y mercado (cuánto poder debía conferírsele al Estado y cuánta libertad debería dejarse en manos del mercado), la gran cuestión hoy es decidir si nuestras vidas deben estar regidas por procedimientos algorítmicos y en qué medida, cómo articular los beneficios de la robotización, automatización y digitalización con aquellos principios de autogobierno que constituyen el núcleo normativo de la organización democrática de las sociedades. El modo como configuremos la gobernanza de estas tecnologías va a ser decisivo para el futuro de la democracia; puede implicar su destrucción o su fortalecimiento.
Los humanos siempre hemos aspirado a que algún procedimiento mecánico nos haga menos dependientes de la voluntad de los otros. La racionalidad algorítmica parece prometerlo, pero ¿es realmente así? El problema fundamental de la inteligencia artificial es la creciente externalización de decisiones humanas en ella. La automatización generalizada plantea el problema de qué lugar le corresponde a la decisión humana, si se trata simplemente de un suplemento, de una modificación o un remplazamiento. La respuesta a todas estas cuestiones permitiría convertir a la informática en una disciplina política. En definitiva, ¿quién decide cuando aparentemente nadie decide?
Hay tres respuestas posibles a este conjunto de problemas planteados por el creciente protagonismo de la razón algorítmica debido a la delegación de decisiones en la inteligencia artificial: la moratoria, la ética y la crítica política, es decir, la propuesta de que la tecnología sea detenida al menos por un tiempo, de someterla a códigos éticos o examinarla de acuerdo con una perspectiva de crítica política.
La idea de moratoria evidencia una falta de comprensión acerca de la naturaleza de la tecnología, de su articulación con los humanos y, concretamente, de las potencialidades de la inteligencia artificial en relación con la inteligencia humana, a mi juicio menos amenazada de lo que suponen quienes temen al supremacismo digital. Por supuesto que nos encontramos con un desfase cada vez más inquietante entre la rapidez de la tecnología y la lentitud de su regulación. Los debates políticos o la legislación son sobre todo reactivos. Una moratoria tendría la ventaja de que el marco regulatorio podría adoptarse de forma proactiva antes de que la investigación siga avanzando. Pero las cosas no funcionan así, menos aún con este tipo de tecnologías tan sofisticadas. La petición de moratoria describe un mundo ficticio porque, por un lado, considera posible la victoria de la inteligencia artificial sobre la humana, y por otro sugiere que la inteligencia artificial solo necesitaría algunas actualizaciones técnicas durante seis meses de congelación de su desarrollo. ¿En qué quedamos? ¿Cómo es que la amenaza sea tan grave y que, al mismo tiempo, basten seis meses de moratoria para neutralizarla?
Otro recurso para tratar de condicionar el desarrollo tecnológico es la apelación a los criterios éticos. En este caso no se trataría de frenar el desarrollo sino de orientarlo en un determinado sentido. Así lo ha pretendido la multitud de instituciones que han lanzado sus exhortaciones en los últimos años en un número creciente que es inversamente proporcional a la novedad de las propuestas. Siendo muy necesaria la referencia al horizonte normativo, esta apelación no agota todas las posibilidades de la crítica. Si la moratoria frenaba demasiado, podríamos decir que la ética frena demasiado poco y puede terminar convirtiéndose en un inofensivo acompañamiento del desarrollo tecnológico irreflexivo. No podemos esperar la solución al problema de la articulación entre inteligencia artificial y democracia de la actual proliferación de códigos éticos porque, aunque persigan proteger los valores esenciales de la democracia, no desarrollan conceptualmente el problema de hasta qué punto la automatización generalizada modifica la condición democrática. Antes que normativo, el desafío al que nos enfrentamos es conceptual. Solo una lectura política de la constelación digital nos permitirá examinar la calidad democrática de la digitalización.
La teoría crítica es algo muy distinto de la ética de la inteligencia artificial; la crítica comienza precisamente allí donde terminan los llamamientos a desarrollar una inteligencia artificial responsable y humanista. La crítica no es una exhortación a hacerlo bien, sino una indagación de las condiciones estructurales que posibilitan o impiden hacerlo bien. ¿Qué aporta la perspectiva de la crítica filosófica sobre el tema de la racionalidad algorítmica? Básicamente una interrogación casi nunca plenamente satisfecha sobre los supuestos que tendemos a dar por suficientemente acreditados.
La ideología de la razón algorítmica no es tanto ocultación deliberada como irreflexividad. Su naturalización consiste en dejar de preguntarnos acerca de a qué clase de racionalidad responde la racionalidad algorítmica, pensar que no hay racionalidad alternativa o, al menos, una diversidad de posibilidades acerca de qué hacer con esa racionalidad. Lo que en este libro me planteo es qué quiere decir autogobierno democrático y qué sentido tiene la libre decisión política en esta nueva constelación. Mi objetivo es desarrollar una teoría de la decisión democrática en un entorno mediado por la inteligencia artificial, elaborar una teoría crítica de la razón automática y algorítmica. Necesitamos una filosofía política de la inteligencia artificial, una aproximación que no puede ser cubierta ni por la reflexión tecnológica ni por los códigos éticos.
Hay que pensar una idea de control que, al mismo tiempo, cumpla las expectativas de gobernabilidad del mundo digital, que no podemos dejar fuera de cualquier comprensión, escala y orientación humanas, pero tampoco deberíamos ejercer sobre él una forma de sujeción que arruinara su performatividad. Todavía no hemos encontrado el equilibro adecuado entre control humano y beneficios de la automatización, pero esta dificultad nos habla también del carácter abierto, explorador e inventivo de la historia humana, no tanto de un fracaso definitivo. Reconforta considerar que en otros momentos de la historia los seres humanos tampoco hemos acertado a la primera cuando se trataba de acotar los riesgos de una tecnología desconocida. Recordemos aquella Red Flag Act proclamada en Inglaterra en 1865 con el fin de evitar accidentes ante el aumento de los coches, a los que imponía una velocidad máxima de cuatro millas por hora en el campo y dos en pueblos y ciudades. Además, cada uno de ellos debía estar precedido por una persona a pie con una bandera roja para advertir a la población. Hicieron falta unos cuantos años para que fuéramos conscientes de la naturaleza de los riesgos y de las ventajas de los desplazamientos rápidos y, sobre todo, de que el control humano de los vehículos no dependía de la limitación de la velocidad a los parámetros del caminar. Es posible que lo que hagamos ahora con la inteligencia artificial nos parezca en el futuro excesivo o insuficiente, pero lo que nos distingue como humanos no es el éxito de lo que hacemos sino el empeño con que lo hacemos. Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) es filósofo. Este texto es un adelanto editorial de su libro Una teoría crítica de la inteligencia artificial, de Galaxia Gutenberg, y se publica este 19 de marzo.
[ARCHIVO DEL BLOG] Ciudadanía digital y dignidad humana. Publicado el 11/04/2018
Del poema de cada día. Hoy, Amarcord, de Jesús Urceloy
AMARCORD
(Federico Fellini, 1973)
Recuerdo algunas cosas. Allí bailan
en la niebla unos niños, una moto
interrumpe un monólogo, un anciano
subido a un árbol grita. Un padre triste,
una mujer que muere con ternura.
Y la loca del pueblo nos miraba
desde el otro país, quizá otra vida
transitada en sus ojos. Yo paseo
junto a mi soledad por una playa,
mientras el ciego del acordeón
interpreta la tarde.
Porque es la vida y pasa y nunca cómo
va a pasarnos después: probablemente
algo normal o razonable.
JESÚS URCELOY (1964)
poeta español
viernes, 21 de marzo de 2025
De las entradas del blog de hoy viernes, 21 de marzo de 2025
De la concejala y Lisístrata
Todavía quedan munícipes que no se arredran ante el sentido del ridículo y echan el telón para proteger a sus ciudadanos, como los curas de antes se plantaban ante la pantalla en la escena del beso, comenta en El País [Viva la concejala que prohibió ‘Lisístrata’ en Linares, 19/03/2025] el escritor Sergio del Molino.
Hay que aplaudir y agradecer como merece la gesta de Mari Carmen Muñoz, comienza diciendo Del Molino, concejala de Igualdad de Linares, cuando el viernes pasado —según leo en la tragicómica y preciosa crónica de Ginés Donaire en este diario— interrumpió y prohibió una función de Lisístrata en el auditorio de su ciudad. Gracias, concejala, por la escandalera, por el asombro y por demostrar que el arte aún es capaz de perturbar y ofender a la autoridad competente. Todavía quedan munícipes en España que no se arredran ante el sentido del ridículo y echan el telón para proteger a sus ciudadanos, como los curas de antes se plantaban ante la pantalla en la escena del beso.
Albert Serra le ha metido la cámara hasta los higadillos a los toros y no ha conseguido aún que ningún concejal se levante y corte la proyección de Tardes de soledad. Al contrario, le aplauden y le premian, sale a hombros de los cines, que es lo peor que le puede pasar a un artista de su estirpe. En cambio, una compañía teatral pequeña que monta una obra clásica griega para una velada anodina y ceremonial consigue lo que ya casi nadie logra. Bravo por Paca López, directora de la adaptación, y bravo por Mari Carmen Muñoz. Y bravo por Aristófanes, cuyos textos siguen provocando sofocos 2.500 años después de su estreno.
Creyó Muñoz que el lenguaje soez de la obra era intolerable para un público ahíto de porno y reguetón. En el colegio de mi hijo —y seguro que en los de Linares, también—, los prepúberes cantan una canción de Karina y Marina que promueve el consumo de fruta (“soy una chica muy sana: / siempre que como, elijo la banana”), pero quizá no estén preparados para la procacidad de una tragedia clásica. Al fin y al cabo, Karina y Marina promocionan hábitos dietéticos saludables, mientras que Aristófanes solo habla de guarrerías y pacifismo.
Algo funciona terriblemente mal en la cultura cuando los reyes de España inauguran Arco y la Feria del Libro y se retratan con artistas y escritores en lugar de mandarlos a una mazmorra o al destierro, como hacían los reyes de antes, que sí entendían el sentido del arte. La concejala de Linares sabe que vivimos en un malentendido que conviene deshacer y que las comedias griegas cuestionan el poder establecido y perturban la paz civil. Puede que fuera la única espectadora que comprendió el alcance verdadero de Lisístrata. Al irrumpir a voces en el escenario, Mari Carmen Muñoz ha hecho más por la cultura española que los últimos 12 ministros del ramo. Que cunda el ejemplo.