"Lass uns die Worte finden": Encontremos las palabras... Esa frase se la escribía en una carta de amor la poetisa austríaca Ingeborg Bachmann (1926-1973) al poeta rumano Paul Celan (1920-1970), su amante, poco antes de romper su relación. Ambos están considerados como los autores líricos cumbre en lengua alemana del siglo XX. Ambos murieron jóvenes, en su plenitud artística, de forma violenta: ella, en un extraño incendio, nunca aclarado, de su casa romana; él, tirándose al Sena desde uno de sus puentes en París. Luego me detendré en la razón del título de esta entrada.
Siempre resulta complicado encontrar las palabras justas para lo que uno pretende contar. A mí, mejor lector de ensayo que de ficción, de vez en cuando me entra la vena heterodoxa que uno lleva dentro y se resarce por unos días de tanta lectura pretenciosa, aunque no por ello menos satisfactoria. Por ejemplo, sigo con los ocho volúmenes de la impresionante "Historia crítica del pensamiento español" (Círculo de Lectores, Barcelona) de José Luis Abellán, del que me queda por leer el tomo 7 y la mitad del 6; aunque ahora estoy enfrascado con las "memorias", en dos tomos (de 1946 y 1970, respectivamente) del general Carlos Martínez de Campos, duque de la Torre, que abarcan el período 1892-1953 ("Ayer": Instituto de Estudios Políticos, Madrid). Interesantísimas, pues no en vano fue un gran escritor, miembro de número de la Real Academia Española.
Pero hablaba de mis otras lecturas esporádicas, las noveladas, que de vez en cuando me alegran el espíritu. Con ellas me pasa como con las lluvias en Canarias, que no llueve nunca, pero que cuando lo hace, lo es torrencialmente. Así que, si en la no-ficción, no paso de una veintena de páginas al día, con las "otras", si le cojo el gusto (algo que "sé" si va a ocurrir no más alla de la tercera página) caen de un tirón. Me ha pasado con las tres últimas lecturas, en lo que va de mes, que han caído a una por día: el "San Manuel Bueno, mártir", de Unamuno (Cátedra, Madrid); el "Mister Witt en el Cantón", de Ramón J. Sender (Alianza, Madrid); y el mucho más actual "La verdad sobre el caso Harry Quebert" (Alfaguara, Madrid), del suizo Joël Dickert.
Comienzo por esta última, cuyas "tres" primeras páginas me animaban a abandonar la lectura de las 672 restantes, que se presentaba cansina. Al final, seguí de un tirón con ella y la disfruté; pura literatura de evasión -una trama policíaca- que transcurre en una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra a lo largo de una treintena de años y trata sobre la extraña desaparición de una joven. Está muy bien construida y los artificios literarios resultan muy interesantes. En todo caso, una vez leída, se acabó la historia.
De la obra de Sender, está todo dicho, supongo... Yo, al menos, poco tengo que añadir -salvo que la he releído emocionado- sobre esta historia novelada de la revuelta del cantón de Cartagena, que transcurre entre mayo y diciembre de 1873, en plena efervescencia revolucionaria federalista. Momentos finales de una experiencia, la I República española, que acabó a manos, como no podía ser menos, de un militar. Por cierto, antepasado del general Carlos Martínez de Campos de cuyas memorias hablaba al comienzo de la entrada.
De la genialidad literaria y poética, vital y angustiosa, de Unamuno, su "San Manuel Bueno, mártir" es un ejemplo preclaro. Leer su novela es zambullirse en el atormentado mundo interior del que quiere creer, o cree, sin fe. Una terrible experiencia por la que pasé hace ya mucho tiempo y que ya no me atormenta lo más mínimo.
Y toda esa larguísima digresión para, al final, llegar donde quería: a ese "encontremos las palabras" que da título a la entrada de hoy, y que están en el artículo del número de noviembre de la nueva edición electrónica de Revista de Libros, titulado "La retrovanguardia digital". Escrito por Manuel Arias Maldonado, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Málaga, lo pueden leer en el enlace anterior.
Su "tesis" central es -siguiendo al historiador británico Tom Standage, uno de cuyos últimos libros comenta en su artículo- que la erupción de las redes sociales actuales no constituye sino la prolongación natural de una constante histórica: una polifonía social solo interrumpida durante la era de la comunicación de masas, que se ramifica en direcciones insospechadas, disminuyendo así el número de las influencias compartidas sobre las que se organiza la conversación pública.
Y todo, para plantearse finalmente nuevas preguntas acerca del futuro de la opinión pública e incluso de la propia democracia, y concluir, que quizá lo mejor y único posible sea esforzarse en hacer cada uno lo que podamos en el espacio que nos es dado y con los medios de que disponemos; que no son pocos, dice. Y en ello estamos, por lo menos yo... Encontremos pues, las palabras y sigamos adelante.
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt
Su "tesis" central es -siguiendo al historiador británico Tom Standage, uno de cuyos últimos libros comenta en su artículo- que la erupción de las redes sociales actuales no constituye sino la prolongación natural de una constante histórica: una polifonía social solo interrumpida durante la era de la comunicación de masas, que se ramifica en direcciones insospechadas, disminuyendo así el número de las influencias compartidas sobre las que se organiza la conversación pública.
Y todo, para plantearse finalmente nuevas preguntas acerca del futuro de la opinión pública e incluso de la propia democracia, y concluir, que quizá lo mejor y único posible sea esforzarse en hacer cada uno lo que podamos en el espacio que nos es dado y con los medios de que disponemos; que no son pocos, dice. Y en ello estamos, por lo menos yo... Encontremos pues, las palabras y sigamos adelante.
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt
Entrada núm. 1993
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)