El escándalo del PSOE agrava una crisis general, y para adaptarse a una nueva época, la familia no solo debe afinar argumentos racionales, sino también hallar una conexión emocional, escribe en El País [El colapso de la socialdemocracia europea: en busca de una emoción, 14/06/2025] el analista de política internacional Andrea Rizzi. El escándalo de corrupción que ha estallado en el alma del PSOE es un nuevo, terrible golpe para la socialdemocracia europea, comienza diciendo Rizzi. Al amanecer de este siglo, la histórica familia política estaba al frente de los Ejecutivos de Alemania, Reino Unido, Italia, Francia, Países Bajos, Portugal y Suecia, así como de la presidencia de la Comisión Europea. Hoy en su reducido perímetro de mando destacan Reino Unido —donde el partido laborista sufre un fortísimo desgaste a solo un año de su victoria—, Dinamarca -donde implementa políticas migratorias parecidas a las de la ultraderecha— y en España. En este último caso, es dudoso que pueda seguir mucho, y es probable que después le espere una larga travesía del desierto, a la vista de los escándalos y de los precios políticos pagados por seguir en el poder.
La hemorragia, por supuesto, tiene características específicas en cada país. En el caso español ensancha la herida un grave caso de corruptelas. Pero, en conjunto, es evidente la profunda dificultad de la familia política en adaptar su discurso a una nueva época, posindustrial y con nuevos esquemas socioculturales. El abrazo, bastante acrítico, con el capitalismo le hizo perder la confianza de clases trabajadoras manufactureras; cierta forma de expresarse y ejercer el poder le desconectó de las periferias, de las clases populares, reduciendo en muchos casos su perímetro a clases urbanas formadas; su corresponsabilidad en la construcción de un sistema que les desfavorece suscita la suspicacia de los jóvenes; la manera en la que se ha abanderado la justa protección de minorías o colectivos en situación de discriminación ha despertado el recelo de muchos.
Estas, y otras circunstancias, han hecho que muchos ciudadanos en busca de protección ante las adversidades de un tiempo brutal desconfíen de una propuesta política que es, racionalmente, la que más les conviene. Algunos han transitado hacia planteamientos soberanistas de ultraderecha. Otros, hacia formaciones populistas de izquierda como la de Jean-Luc Mélenchon o inclasificables como el Movimiento Cinco Estrellas. Otros, los más, se dejan caer en la abstención, ese virus letal para la democracia. Desgraciadamente, los graves errores del PSOE amenazan con espolear ese fenómeno.
Todo eso es dramático porque resta fuerza a una familia política europea esencial para que la necesaria reconfiguración de Europa, con el objetivo de garantizar su seguridad en un nuevo contexto, se haga de la mano de la cohesión social. Sin la segunda, la primera será un fracaso. Los enemigos de la Europa unida y democrática sin duda festejan viendo como se debilita la familia socialdemócrata, alentando la radicalización o el descreimiento y la apatía. Rusia descorcha vodka de la buena a cada paso que detecta en una dirección o la otra.
Nadie tiene una fórmula mágica para revertir la debacle. En una certera tribuna, Cristina Monge subrayaba recientemente en estas páginas que el punto de partida necesario es aprender a escuchar con una actitud más abierta los malestares de cierta parte de la sociedad. Cabe señalar que, demasiado a menudo, un equivocado sentido de superioridad moral ha empañado la vista.
A partir de ahí, la socialdemocracia tiene que reconstruir. Sobresale del espacio de esta columna y de las capacidades de su autor señalar cómo, en la miríada de aspectos en los que hay que reflexionar. Pero sí cabe al menos una sugerencia: tiene que buscar y hallar una emoción a partir de la cual conectar y construir. Los argumentos racionales son condición necesaria pero insuficiente. Vivimos un tiempo profundamente emocional. Galopa el asalto de fuerzas con un discurso emocionalmente potente: la revancha. Hay que hallar una emoción de respuesta.
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