El ensayo de Armando Zerolo “Contra la tercera España. Una defensa de la polaridad (Barcelona, Deusto, 2025, 224 págs.), escribe en Revista de Libros [Elogio de la diferencia, 28/05/2025] la jurista Belén Becerril Atienza, constituye, ante todo, un elogio del pluralismo político. Su lectura deja tras de sí la impresión de que el pluralismo no sólo es hijo de una realidad social, sino que es además un bien, en tanto que alimenta al sistema y le da vida. Requiere reconocimiento y tolerancia, y no puede ni debe ser suprimido. Es este un mensaje valioso, comienza diciendo Becerril, y hasta cierto punto reconfortante, en estos días difíciles para la democracia liberal. Nos recuerda que la diferencia no debe ser anulada. Bien al contrario, la convivencia de distintas visiones, de diversos caminos para buscar el bien común, es una riqueza. Lo importante es construir y salvaguardar unas instituciones y unos procedimientos que nos permitan gestionar esa diversidad.
Para aproximarnos a este ensayo conviene hacer dos precisiones. En primer lugar, es preciso señalar que la polaridad que Zerolo valora y defiende, la sana tensión entre los polos, es distinta de la polarización. Esta última constituye ―¡esta sí!― una amenaza para la democracia liberal. En un entorno de creciente fragmentación, la polarización permite a los partidos antisistema acceder al gobierno y, lejos de construir un espacio para el encuentro y el consenso, tratar de imponer su propia ideología desde los extremos.
En su prólogo, Ángel Rivero nos recuerda por qué la democracia se resiente cuando se quiere prescindir del acuerdo como forma de gobierno, cuando no se reconocen como legítimas las diferencias, sino que se busca forzar desde los extremos un orden social prefigurado como justo: «La polarización es consecuencia de la política ideológica, de la política dirigida no a la búsqueda de un acuerdo entre aquellos que son diferentes, sino a la imposición sobre la realidad de un esquema prefigurado de lo que es una sociedad feliz, sacrificando la realidad existente, incluidas las personas que la integran, a un cuadro imaginario».
El pluralismo no es el problema, nos advierte Zerolo; el problema es la polarización. Pero ante ese problema, nos dice, la democracia liberal sigue siendo la mejor solución. En nuestros días, cuando crece la desconfianza hacia la política y se ataca a las instituciones, Zerolo escribe en defensa de la democracia liberal para evitar que, como señala Rivero con sentido del humor, la degradación institucional de nuestra democracia nos acabe llevando no a una tercera España, sino a una España de tercera.
La segunda precisión tiene que ver con el concepto de la «Tercera España». Lo que Zerolo denuncia cuando escribe contra la Tercera España no son las ideas de aquellos intelectuales que compartieron el sueño de un país renovado, de un futuro de convivencia y democracia, lejos de todo extremismo. No; el autor no escribe «contra los Marañones, Ortegas y Chaves Nogales». De hecho, su crítica a la Tercera España no disipa la sospecha de que el autor bien pudiera ser, precisamente y a su pesar, un buen exponente de la misma.
Si Zerolo cuestiona la idea de la Tercera España es porque también cuestiona la de las otras dos. La idea de «las dos Españas» deteriora la conversación pública, niega el vínculo existente entre los polos y justifica las actitudes más intransigentes. Zerolo escribe contra la Tercera España porque esta da por buena la falsedad de que existen dos Españas y, también, porque en alguna medida esta vuelve a proponer la eliminación de la polaridad, que precisamente constituye la causa del problema. Como si hubiese una única solución al conflicto, una nueva utopía. Como si la forma de resolver nuestras diferencias pudiese encontrarse en un nuevo dogmatismo angelical. «No se puede pretender eliminar el conflicto de naturaleza política ―escribe―. Sería como quitarle la corriente a la electricidad. El conflicto no es malo y, lo que sí es realmente malo, es pretender eliminarlo».
Lo importante, señala, es el proceso. Aprender a andar juntos; a valorar al otro, al radicalmente diferente. Tomarse en serio el juego, el marco normativo, pues el sometimiento a la fuerza de la ley es la condición para la convivencia pacífica. La política «es el modo en que se gesta la vida en común, y no una photo finish, al final de una carrera». Es un proceso, no un resultado.
El ensayo de Zerolo aborda temas diversos, siempre con el debate en torno al pluralismo como telón de fondo. Asoman reflexiones que no se olvidan sobre el peso de la familia en la biografía, sobre la tensión creadora del desacuerdo, sobre el diálogo entre Habermas y Ratzinger… Hay en su escritura algo marcadamente personal, sereno y armonioso, que fluye alejado de toda afectación y casi sin notas al pie. Hay también una singularidad, una nueva mirada a los temas de nuestro tiempo, tantas veces visitados.
En lo que a mí respecta, la perspectiva que aporta Zerolo sobre el proceso de integración europeo, que es el objeto habitual de mi estudio, arroja una nueva luz. En particular, destaca la reconciliación de Francia y Alemania tras la Segunda Guerra Mundial a partir del reconocimiento mutuo. La voluntad de aquellos padres fundadores de echar a andar, de hacer algo juntos, descartando o posponiendo el proyecto de resolver de inmediato todas las diferencias. El criterio es empezar por lo que parecía más difícil: la gestión común de las industrias del carbón y el acero. Algo que constituye poco más que la intención de, a partir de ese momento, decidir juntos. El proyecto europeo como un espacio organizado de pluralismo, en el que la diversidad se multiplica, pero con unas instituciones y unas reglas aceptadas por todos que permiten definir juntos un interés común. Mil veces se ha dicho que la unidad europea es un proceso, no una foto fija. Un proceso iniciado en los años cincuenta y que evolucionó en dos dimensiones. La primera, de profundización: desde el carbón y el acero a la política comercial, la agrícola, el mercado único, la moneda… La segunda, de ampliación: de los seis países fundadores a los veintisiete de nuestros días. Más países, haciendo más cosas juntos. No hay, ni puede haber, un final preestablecido; la Unión será siempre lo que los europeos hagamos de ella. Decía Jean Monnet que lo necesario para hacer Europa era «que los estados miembros aceptasen las mismas instituciones y reglas». Y no había leído a Armando Zerolo. No cometan ustedes el mismo error. Belén Becerril Atienza es profesora titular de Derecho de la Unión Europea en la Universidad CEU San Pablo. Es vicepresidenta de la revista Política Exterior y miembro del consejo asesor del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos. Sus últimas publicaciones son «Las instituciones europeas ante la crisis del Estado de derecho en Hungría y Polonia», Historia y Política, 2020 y «Helmut Kohl. Una Alemania europea», Estudio introductorio y edición, Ediciones Encuentro y Fundación Konrad Adenauer, Madrid, 2020.
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