viernes, 14 de julio de 2023

De los que se sienten en el medio

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor José María Lassalle, va de los que se sienten en el medio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.










Ni Frankenstein ni Nosferatu
JOSÉ MARÍA LASSALLE
06 JUL 2023 - El País
harendt.blogspot.com

La democracia española afronta las elecciones generales del 23-J con una absurda disfuncionalidad a sus espaldas que bien podríamos describir como terrorífica o, cuando menos, freak. La resume el título de este artículo. Con él se refleja cinematográficamente de dónde venimos y a dónde podemos ir. Al menos si no se impone la sensatez de la moderación entre los que tendrán que decidir quién gobernará después de que las urnas digan lo que piensan el próximo 23-J.
Creo hablar en nombre de muchos que viven instalados en la amplia y extensa franja de la centralidad política. Gente moderada, profesional, de ideas liberales, universitaria y con una vida relativamente desahogada. Españoles que no dan lecciones de españolidad a nadie, pero que no soportan la radicalidad, la intolerancia y la prepotencia, vengan de donde vengan. Que encarnan esa franja de la población que empasta la sociedad porque se relaciona con todo el mundo y tiene capacidad para escuchar, empatizar y hablar más allá de los conflictos territoriales, las tensiones sociales y las diferencias generacionales.
Del grosor y cohesión de ella depende, en mi opinión, la estabilidad de nuestra sociedad y su coherencia al influir en la redacción del relato que explica más o menos cómo funciona la sociedad española a diario. Pues bien, esta gente no quiere que después del 23-J tengamos que ver en la pantalla de la política nacional el Frankenstein de Charles D. Hall, ni tampoco el Nosferatu de Friedrich Murnau. No lo quiere porque sintoniza con el 60% de los españoles que suman la moderación centrada de este país. Españoles que no entienden por qué tenemos que correr el riesgo de vivir condenados a que el Gobierno que salga de las urnas el 23-J nos obligue a todos a ver cómo la radicalidad desdibuja el sentir de la moderación mayoritaria.
Si el PSOE y el PP suman el 60% de los votos, ¿por qué están subordinados en sus expectativas de gobernar a que el primero agregue a los independentistas catalanes y Bildu y el segundo a Vox a cambio de concesiones a su radicalidad? Saco conscientemente a Sumar de la ecuación extrema porque la propuesta de Yolanda Díaz ha neutralizado el componente populista que aleteaba en el ADN de Podemos. Con todo, la versión Frankenstein que lideraría el PSOE tendría que congregar tanto la radicalidad independentista como el extremismo antisistema de la izquierda periférica. Un suma y sigue tan antisistema como lo sería Vox para el PP que, de pactar con la extrema derecha, se convertiría en una especie de Gobierno Nosferatu.
Lo sorprendente es que teniendo el PSOE y el PP una experiencia repetida de gobiernos moderados, con vocación de partidos de Estado y clara proyección europeísta, estén condenados a no entenderse. La culpa está en la memoria compartida que alojan desde los amargos desencuentros producidos durante los gobiernos de González y Aznar que culminaron con el 11-M y la moción de censura de 2018. Un toma y daca de reproches que ha generado resentimiento recíproco que ninguno se esfuerza en sanar. Un resentimiento tan abrupto que se ha transformado en una sima por la que se ha colado la excepcionalidad populista que aqueja nuestra democracia y que se ha adueñado de la centralidad del tablero político diario.
Aquí está la esencia de la disfuncionalidad populista de la política española. Lo que nos aleja de la ola populista europea y norteamericana. Un activo que convertimos en pasivo con torpeza, pues en España el populismo radical no es mayoritario por ahora, pero secuestra a la mayoría moderada de derechas e izquierdas, que no puede entenderse y apostar por lo que la une. Algo que lleva a cada parte moderada a culpar a la otra de la situación y defender, entonces, con pasión lo que les separa. Una situación que ha sido inaceptable durante esta legislatura y que no puede repetirse en la próxima si la moderación, de izquierdas y derechas, no interioriza de una vez por todas que debe cada parte de ella apostar por la otra. El objetivo no puede ser otro que mutualizar entre todos los que defienden la democracia que esta no caiga víctima de la toxicidad de los extremos.
Que nadie piense que apelo con lo dicho a una gran coalición PP-PSOE de cara al 23-J. No lo hago porque básicamente nos dejaría sin alternativa moderada. Tampoco reclamo que vote la lista más votada, a pesar de compartir el fondo del análisis. Lo que quiero resaltar es que la democracia española necesita después del 23-J seguir siendo básicamente liberal. Al menos si quiere sobrevivir en medio del oleaje populista y autoritario que desestabiliza nuestra sociedad y todo el mundo occidental. Un reto conectado a otros de fondo que requieren políticas de extraordinario calado. Hablamos de desafíos que nos confrontan con la emergencia climática, la sostenibilidad ética de nuestra transformación digital, la geopolítica de bloques global y, sobre todo, cómo hacer viables la libertad y la igualdad entre tantísimos diferentes que tienen el derecho a serlo.
De cómo abordemos esta suma de desafíos que son, en realidad, una encrucijada de caminos, dependerá que acertemos o nos equivoquemos como país en un momento crucial de la historia de Europa y Occidente. Algo para lo que no valen gobiernos, digamos, atemorizantes para la otra parte de la sociedad, sino sensatos para la mayoría de ella. Gobiernos que saquen acuerdos para satisfacción de ella. Sobre todo porque 2024 vendrá cargado de más tensiones e incertidumbres debido a las elecciones europeas, rusas y norteamericanas. Y porque estará en el aire el desenlace de una guerra de Ucrania que, entonces, llevará dos años de vida a las espaldas de todos y que puede coincidir con el arranque de otra, u otras. Porque la lucha por la hegemonía planetaria entre Estados Unidos y China se va a poner seria en un futuro no muy lejano y nos obligará a elegir con más nitidez que ahora.
Admitámoslo, dar respuesta y acertar en todo lo dicho es imposible. Pero intentarlo y acertar en algunas cosas, sí lo es. Para ello es imprescindible que quien tome las decisiones sea capaz de mutualizar el coste político y social de ellas mediante consensos y pactos que conciten alrededor la mayoría moderada que tiene este país. Esto solo es viable desde un realismo pragmático que sume y no divida desde la moderación. No lo olvidemos porque la radicalidad debilita los consensos y hace imposible la perdurabilidad de los pactos.
En cualquier sociedad europea, los números que suman los partidos que encarnan la moderación, haría que se entendieran al verlos como un activo de país. Aquí, todavía es imposible antes del 23-J. La falta de una trinchera que la moderación debería haber puesto frente a los extremos nos hace víctimas de ellos en este tramo final que nos conduce directamente a una especie de segunda vuelta del 28-M que hace que PSOE y PP no estén dispuestos a entenderse. Y a que todos vivamos el momento atrapados por un riesgo fatídico de bloqueo recíproco. Algo que sucede en medio de una presidencia española de Europa y cuando la guerra de Ucrania se adentra en sus peores momentos.
Tal y como están las cosas, solo una mayoría clara, aunque minoritaria, podrá gobernar este país. Eso sí, tendrá que hacerlo con la mano tendida a la minoría mayoritaria y habrá de convencerla de que le deje gobernar.
Esto solo sucederá si la mayoría suficiente pacta con ella y le da su protagonismo de minoría necesaria. Solo de este modo podrá acertarse en los desafíos que mencionábamos e impedir el riesgo de un gobierno mayoritario pero freak. Bien bajo las sombras alargadas de Nosferatu, bien bajo los electrodos paralizantes de Frankenstein. 


































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