domingo, 9 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Incestuosa o endogámica? [Publicada el 13/10/2015]











Cuenta el diario El País de hoy que Joaquín Mantecón, subdirector del Ministerio de Justicia durante el Gobierno de José María Aznar y catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado de la Universidad Pública de Cantabria, envió un correo el pasado 29 de julio al profesor de la Universidad de Bolonia, José Ignacio Alonso en el que le decía, ante la intención de este último de presentarse al concurso de una plaza de ayudante a doctor de la universidad cántabra, que "la plaza de ayudante a doctor la hemos sacado para ****, mi ayudante durante estos últimos años. Es un chaval estupendo, muy competente, casado desde hace tres años y con dos hijos. Por supuesto, eres muy libre de presentarte, pero me causarías un no pequeño problema. Yo formo parte del tribunal".
El profesor José Ignacio Alonso, destinatario de la misiva, desoyó la recomendación y optó al puesto de ayudante a doctor convocado por la Universidad de Cantabria. No resultó elegido. El tribunal, donde el catedrático Mantecón fue vocal, seleccionó a ****. Justificó su decisión tras penalizar criterios como la edad de Alonso, de 40 años, según la resolución oficial del pasado 23 de septiembre.
El candidato descartado sostiene que existen indicios de un presunto delito de prevaricación. Que el tribunal cometió irregularidades para premiar a **** en la valoración de méritos como textos científicos, estancias en el extranjero, becas o proyectos de investigación desarrollados. Y denuncia que sufrió durante tres meses presiones por correo electrónico del catedrático de Derecho Eclesiástico para que retirase su candidatura y dejar así vía libre al aspirante favorito de Mantecón. 
Llueve sobre mojado... A mí me pasó algo muy semejante hace ya muchos años, recién terminada mi licenciatura en Geografía e Historia por la UNED. Se anunció la convocatoria de una plaza de profesor ayudante de Historia Contemporánea en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en la que se pedía a los candidatos que presentarán un programa docente de la asignatura a impartir durante un curso académico. Lo hice sin problema y el mismo día que se abría el plazo de presentación de candidaturas me presenté con mi documentación en regla en el Departamento de Historia de la Universidad de Las Palmas. Y como las casualidades existen, me encuentro con la grata noticia de que el secretario del departamento es un antiguo compañero mío de estudios en la UNED. Me recibe con cordialidad y cuando le cuento a lo que vengo, me responde con una respuesta calcada a la que le dieron, por correo electrónico (que en aquel tiempo no existía) al profesor de la Universidad de Bolonia citado más arriba: "No te molestes en presentarte porque hemos sacado la plaza para un becario que tenemos en el departamento". 
No voy a decir que me sorprendiera la noticia porque ya intuía que las cosas en la universidad funcionaban así, pues durante algún tiempo fui representante de los alumnos en varios consejos departamentales de la UNED, e incluso miembro de su Claustro General y de su Junta de Gobierno y Consejo Social. Y como tenía mi vida laboral resuelta en la empresa privada, le dí las gracias, me guardé mis papeles y me marché de allí con un regusto amargo pero sin rencor. Nunca más volví a intentarlo. Y ahora lo lamento, porque pienso, honestamente, que hubiera podido ser un buen profesor de universidad. 
Es solo una anécdota más y no voy a elevarla a la consideración de categoría, pero es cierta. Hay que tener mucho valor, ignorancia, presunción e inocencia, todo al mismo tiempo, para atreverse a criticar algo que se desconoce, o peor aún, que no se conoce bien. Yo ando falto de valor y sobrado de ignorancia, presunción e inocencia, pero me apasiona la vida universitaria -no en vano he estado vinculado a ella bastante más de la mitad de mi vida- y comparto muchas de las críticas que personas con mejor conocimiento de causa que yo vienen realizando sobre los males que afectan a la universidad española y sobre sus posibles soluciones. 
Mis opiniones al respecto son recurrentes -basta con poner en el buscador del blog la palabra "universidad", y aunque superficiales y probablemente equivocadas, las tengo muy arraigadas: que la universidad debería ser, por principio, una institución elitista a la que se fuera para aprender y no una fábrica de títulos a la que se va para obtener una acreditación profesional con la que ganarse la vida; que solo deberían acceder a ella los mejores, no los que tuvieran más medios económicos, sino los más inteligentes y capaces; que quizá sería mejor tener menos universidades públicas -una o dos por comunidad autónoma- pero mucho más dotadas en infraestructuras, campus, centros de investigación, bibliotecas y personal docente, que nos las cincuenta y tantas que tenemos ahora; y por último, que la selección del profesorado -incestuosa más que endogámica- tendría que cambiar radicalmente, suprimiendo la titularidad de por vida de las plazas de profesores, prohibiendo doctorarse en la misma universidad en que se obtiene el grado, e impidiendo impartir la docencia en la universidad de origen hasta haber acreditado su valía como profesor en otras universidades. Lo ideal sería que estas prohibiciones funcionaran como una especie de tabú académico-profesional y no como una imposición legal, pero así están las cosas. Y parece que sin remedio. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 











2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

La Universidad es un coto cerrado....

Saludos

Ernesto Puertas dijo...

Extraordinaria reflexión. La comparto y suscribo punto por punto.