Tres discursos que cambiaron la historia. Hay más, sin duda, merecedores de figurar aquí, pero a mí, pensando en la fecha que mañana conmemoramos, no se me han ocurrido otros. Les invito a añadir los suyos a mi cita si lo desean.
Los ordeno por estricto criterio cronológico: La "Oración Fúnebre de Pericles", que se encuentra en la obra de Tucídides "Historia de la Guerra del Peloponeso"; el "Sermón de la Montaña", pronunciado por Jesús de Nazareth, en el Evangelio de Mateo; y el "Yo tengo un sueño", de Martín Luther King, pronunciado en Washington, el 28 de agosto de 1963. Mañana hace 50 años.
Los tres son hitos fundamentales en la historia de la humanidad. El primero, explica porque un pueblo pequeño y desunido (en lo accesorio) supo vencer al imperio más poderoso de su tiempo al anteponer sus ansias de libertad individual y ciudadana a su propia vida. El segundo porque fue y sigue siendo símbolo de esperanza para los más pobres, humildes y desesperados de la tierra. El tercero, y más reciente, porque dejó explícita la invencible fortaleza de los sin voz cuando se deciden a cambiar el mundo sin recurrir a la violencia. Elijan ustedes el que quieran como "más mejor" (un canarismo bellísimo). A mí me resultaría imposible decidirme por uno u otro.
No dejen de ver el vídeo: son los diecisiete minutos más trascendentales de la historia reciente de los Estados Unidos de América y tuvieron lugar, tal día como mañana, de hace justamente cincuenta años. Casi, o tanto más trascendental que "aquel" que otros hombres ansiosos de su libertad pronunciaron un 4 de julio de 1776, en Filadelfia, aunque sus compatriotas negros tardarían aun 187 años en verlo convertido en realidad tangible.
El recuerdo que más persistentemente ha quedado grabado en mi memoria de ese 28 de agosto de 1963 no es el discurso de Martin Luther King; a mis diecisiete años esas "cosas" se me escapaban. Fue el ver por televisión aquella inmensa multitud de gentes: negros y blancos, hombres y mujeres, niños y ancianos, caminando hacia el "Lincoln Memorial" con pancartas y gritos que repetían una y otra vez el mismo eslogan: "Freedom, now!" (Libertad, ahora). A mí, que era de "francés", se me quedaron grabadas a fuego en el alma. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt
El recuerdo que más persistentemente ha quedado grabado en mi memoria de ese 28 de agosto de 1963 no es el discurso de Martin Luther King; a mis diecisiete años esas "cosas" se me escapaban. Fue el ver por televisión aquella inmensa multitud de gentes: negros y blancos, hombres y mujeres, niños y ancianos, caminando hacia el "Lincoln Memorial" con pancartas y gritos que repetían una y otra vez el mismo eslogan: "Freedom, now!" (Libertad, ahora). A mí, que era de "francés", se me quedaron grabadas a fuego en el alma. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt
No hay comentarios:
Publicar un comentario