viernes, 14 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Estado de crisis. [Publicada el 25/01/2016]











Con esta es la tercera ocasión en unos días en que hago mención al libro de Zygmund Bauman, catedrático de Sociología, y Carlo Bordoni, sociólogo y periodista, que me sirve de excusa para esta entrada de hoy. No voy a hacer una reseña exhaustiva del mismo, no solo porque excede de mi capacidad de análisis y síntesis, sino porque apenas estoy iniciando su lectura, aunque ya de sus primeras páginas se puedan aventurar algunas sugerencias interesantes que no me resisto a señalar. 
Estado de crisis (Paidós, Barcelona, 2016), habla sobre la crisis que estamos atravesando y las frecuentes comparaciones que de la misma se hacen con la de la década de los 30 del pasado siglo. Sin embargo, dicen los autores, hay una diferencia fundamental entre una y otra. La crisis de 1929 fue eminentemente una crisis industrial y bursátil; la actual, por el contrario, es una crisis financiera y, sobre todo, de confianza en la capacidad del Estado para trazar un nuevo rumbo que nos haga salir adelante. De ahí que resulte inútil pretender afrontarla con las recetas que dio Keynes para la de 1929, añaden.
Muchos de nuestros problemas, siguen diciendo, tienen su origen en la esfera global, una esfera en la que el volumen de poder de los Estados nacionales para afrontarlos es a todas luces insuficiente. Este divorcio entre poder y política, entendiendo por poder la capacidad de hacer y terminar cosas, y por política la capacidad de decidir que cosas deberían hacerse, se produce porque ni poder ni política residen ya en el Estado-nación. Una situación que genera un nuevo tipo de parálisis que socava la capacidad de acción política y mina la confianza de los ciudadanos en el cumplimiento de las promesas de los gobiernos. 
Si Marx y Engels, aquellos dos exaltados e irascibles jóvenes renanos -dicen- se propusieran redactar hoy en día su ya casi bicentenario Manifiesto, es muy posible que lo hubieran comenzado así: "Un espectro se cierne sobre el planeta: el espectro de la indignación". Razones para estar indignados -siguen diciendo- hay, y muchas, pero lo peor es la humillante premonición (premonición que desafía y niega toda autoestima y dignidad propia) de que nos encontramos sumidos en la ignorancia y la impotencia, pues no solo somos incapaces de imaginar que va a ocurrir sino que no tenemos modo alguno de impedir que ocurra.
Sea como fuere -añaden poco después- la indignación está ahí y nos ha mostrado una vía para descargarla, aunque solo sea de forma temporal, saliendo a las calles y ocupándolas. La reserva potencial de ocupantes potenciales es enorme y crece cada día que pasa. Ahora que han perdido la fe en que la salvación vaya a venir desde "arriba" (los Parlamentos y los Gobiernos), esas personas toman la calle como si emprendieran un viaje de descubrimiento y transforman las plazas urbanas en laboratorios en los que diseñan herramientas de acción política que esperan estén a la altura del enorme desafío en que estamos envueltos.
Pero la política no es magia, no es una chistera llena de trucos, sino voluntad, estrategia y coherencia, dicen, citando a François Hollande en su discurso a la nación francesa del 14 de julio de 2013, para a renglón seguido mencionar también el sueño kantiano de la allgemeine Vereinigung der Menschheit, o "asociación general de la humanidad". Y en sentido -añaden- aunque Europa, como el resto del planeta es hoy en día un vertedero de problemas y retos generados en el plano global, a diferencia del resto del planeta, la Unión Europea es también un laboratorio en el que se diseñan, se debaten y se prueban a través de la práctica diaria formas de afrontar esos desafíos y de abordar esos problemas. 
Bauman y Bordoni citan también en su libro al escritor sudafricano J.M. Coetzee, premio Nobel de Literatura el año 2003, que dijo: "Dios no hizo el mercado..., Dios o el Espíritu de la Historia. Y si los seres humanos lo hicieron, ¿no podemos deshacerlo y volverlo a hacer de una manera más amable? ¿Por qué el mundo tiene que ser un anfiteatro donde los gladiadores matan o perecen, en vez de, por ejemplo una colmena o un hormiguero cuyos miembros se afanan por colaborar?". Las de Coetzee -añaden- son preguntas que debemos tener muy presentes para tratar de entender el aprieto en que se encuentra actualmente la Unión Europea; es decir, para intentar comprender por qué hemos llegado a esta situación y cuáles son las salidas, si es que las hay, que todavía no se nos han cerrado para siempre. Las necesidades actuales -señalan- son poco menos que restos sedimentados y petrificados de las opciones elegidas antaño, del mismo modo que nuestras elecciones presentes son las engendrarán las verdades evidentes de las realidades emergentes del mañana. 
El Estado -dicen más adelante- es actualmente un mero brazo ejecutor de un poder superior ante el que no hay ninguna oposición, pero al que resulta conveniente someterse por el mantenimiento del statu quo. Las consecuencias de tal escenario para la población en general son fáciles de entender y están a la vista de todos: la crisis del Estado ha significado la retirada del Estado de bienestar y de la mayoría de las promesas que la modernidad había hecho a sus ciudadanos. La respuesta a la crisis del Estado es la llamada filosofía neoliberal. El neoliberalismo -señalan- permite la libertad de movimientos, pero delega en sectores privados la mayoría de las responsabilidades que eran originariamente estatales. Y así -dicen- se llega a esa forma de gobernar completamente nueva e inusual desprovista de responsabilidad alguna ante los gobernados, es decir, un "Estado sin Estado" post-posmodernista.
Pero no ha sido eso -añaden poco después- la única promesa incumplida a la ciudadanía. Otras, han corrido o están a punto de correr la misma suerte. La promesa suprema hasta ahora, la existencia de un garante social, el Estado, que tanto costó alcanzar y que solo se consiguió tras siglos de disputas sindicales, batallas políticas y costosas conquistas, está también en entredicho. Entre ellas, todas las medidas provistas por el Estado como parte de su acuerdo recíproco global con el ciudadano para proteger la salud, el derecho al trabajo, los servicios esenciales, la seguridad social, la jubilación y la vejez de este.
La indignación -dicen, recordando a Stéphane Hessel- continúa siendo bastante limitada, casi un problema personal, rodeado de la indiferencia general de una comunidad cada vez más desconcertada y confusa, preocupada por sobrevivir a una crisis que cree temporal y por rescatar cuanto pueda salvar. Como en una economía de guerra, o en un estado de emergencia, en la que cada uno se preocupa exclusivamente de lo suyo sin importarle lo de los demás, a los que pisotea incluso, aferrándose al salvavidas más cercano.
Espero haber suscitado su interés. El mío, desde luego, está más que despierto en apenas la cincuentena de páginas leídas hasta el momento, y he intentado con mayor o menor fortuna trasladarlo a estas líneas. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

El eterno problema...

Saludos

Unknown dijo...

Carlos: con tu texto me has despertado la sana curiosidad por leer el libro. Hablar de crisis está a la orden del día y, como bien expresas, no creo que la crisis de la década del 30 tenga que ver mucho con la que estamos atravesando en nuestro país y que no llegue a un final feliz, quizás porque nuestros políticos no tienen capacidad para ello. Un beso