Situémonos: Las Palmas de Gran Canaria, junio de 1967. Faltan unos días para mi boda y mis padres y mis hermanos han venido desde Madrid para asistir a ella. Nunca antes han estado en Las Palmas. En Tenerife, sí, unos meses, en La Laguna, en enero de 1941. Y más tarde en Valverde, en la isla de El Hierro, entre 1941 y 1945, en que marchan a Málaga, donde yo nazco en febrero de 1946. Se alojan en el Hotel Madrid, en la plaza de Cairasco, el mismo en el que en julio de 1936 se alojó el general Franco. Mi novia y yo salimos de paseo con mis padres y mis hermanos por Triana. Llegamos al parque de San Telmo donde estaba, y sigue estando, la sede del Gobierno Militar de Las Palmas, y mi padre me comenta que desde allí salió Franco para Marruecos el 18 de julio de 1936. Y que había venido a Las Palmas para el entierro del gobernador militar de la provincia, el general Balmes, muerto unos días antes en un accidente fortuito al disparársele su pistola. Y agrega mi padre, como quien no quiere la cosa, que lo del accidente no se lo creyó nadie y que el general Balmes fue "invitado" a suicidarse o, simplemente, fue asesinado. ¿Cómo podía saber eso mi padre, un capitán de la guardia civil en la reserva desde 1956? Él no llegó a Canarias hasta 1941. Y el 18 de julio de 1936 le cogió en Barcelona, donde estaba destinado en el parque de automovilismo como conductor al servicio del coronel Escobar. No tengo respuesta para eso. En cualquier caso su comentario de aquel día mientras paseábamos por el parque de San Telmo no me pareció fruto de un chisme oído en una sala de banderas tiempo atrás. Murió en 1989. Y nunca volví a oírle mencionar el asunto.
En julio de 2011, a raíz de un artículo del periodista canario Juan Cruz en El País sobre la teoría del asesinato del general Balmes del historiador Ángel Viñas, dejo constancia en Desde de trópico de Cáncer, de mi sorpresa porque se considerara novedoso aquel hecho, y expongo la anécdota de mis recuerdos de junio de 1967.
Siete años después, comenta de nuevo en El País Manuel Morales, el historiador Ángel Viñas sostiene en un nuevo libro que el informe sobre la extraña muerte del militar, dos días antes del golpe, señala al caudillo como urdidor de la misma.
Han pasado siete años, comienza diciendo Manuel Morales, del “creo que” al “ciento por ciento de seguridad” en el análisis del historiador Ángel Viñas (Madrid, 1941) de la causa de la misteriosa muerte del general Balmes. En 2011, este catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid sostenía, en su libro La conspiración del general Franco, que este, entonces en Santa Cruz de Tenerife como comandante general de Canarias, ordenó asesinar a Amado Balmes Alonso, comandante de la guarnición de Las Palmas, por su oposición a la inminente sublevación contra la República. Viñas advertía de que no tenía pruebas. Balmes murió, el 16 de julio de 1936, en el campo de tiro de La Isleta (Las Palmas), en un accidente absurdo para un militar fogueado en la Legión. Mientras practicaba, una pistola se le encasquilló y para solucionarlo no se le ocurrió nada mejor que forzar el cañón apoyándolo en su vientre. El resultado fue un disparo que acabó con su vida en pocas horas.
Esa es la versión que dio el franquismo y cristalizó, ratificada por la publicación, en 2015, de un libro del historiador Moisés Domínguez. Esa obra aportó como novedad la copia de la transcripción de la autopsia, que practicaron dos forenses. También se incluía la declaración del chófer de Balmes, el soldado Manuel Escudero, el testigo que trasladó al moribundo a la casa de socorro.
Viñas responde ahora a esa publicación y a sus defensores con El primer asesinato de Franco (Editorial Crítica), que sale el próximo martes y cuyo título señala al general como urdidor de la muerte de Balmes, acaecida dos días antes de empezar la Guerra Civil. Franco llegó a presidir la comitiva fúnebre, como muestra una foto tomada en Las Palmas el 17 de julio. Su viaje de Tenerife a Gran Canaria para las exequias le vino de perillas. Al día siguiente pudo tomar el avión inglés De Havilland 89, modelo Dragon Rapide, que había aterrizado en la isla canaria el 14 con la misión de llevarle a Tetuán para comandar las tropas en África. Lo que ocurrió después es de sobra conocido: la intentona golpista fracasó, entre otros lugares en Madrid y Barcelona, y estalló la Guerra Civil.
Colaborador de EL PAÍS, Viñas firma esta obra, de 652 páginas, junto a un experto en anatomía patológica y otro en aeronáutica: Miguel Ull Laita, patólogo jubilado y doctor en Medicina, y Cecilio Yusta Viñas, comandante jubilado de Iberia. El meollo del volumen está en el análisis, coma por coma, del informe de la autopsia que apareció en 2015. Viñas la invalida en su forma y fondo. Para empezar, esta copia del original tiene erróneo el año: “21 de abril de 1936” (por 1937). ¿Por qué? “Además, la terminología coloquial usada contrasta con un documento forense. Se dice pecho en vez de tórax, y vientre en vez de abdomen”.
Pero la clave de la mistificación está en el bazo. Viñas expone la contradicción entre la mención que hace el informe del orificio de entrada de la bala y los destrozos que causó en el cuerpo. Si el disparo penetró por el vientre y con la trayectoria que dice la autopsia, las lesiones internas no pudieron ser las que señala el texto, sobre todo las del bazo, “que queda distante” del hipotético disparo. Esos daños solo pudo ocasionarlos una bala que hubiese entrado más arriba, debajo de la axila izquierda. Lo que abre la posibilidad a un disparo a quemarropa perpetrado por el asesino.
El mismo día de la muerte, el vespertino Diario de Las Palmas contó precisamente que el orificio de la bala estaba en esa zona, junto a la axila. “Fue una información anterior a que los golpistas controlasen la situación”, escribe. “Después, los medios reprodujeron la versión oficial”. El historiador concluye que la autopsia refleja “una imposibilidad anatómica” y que “se manipuló para ocultar lo ocurrido”. Como en todo crimen, la pregunta es: ¿a quién benefició?
Esa bala mortal dejó pista libre al Dragon Rapide, el bimotor no militar, procedente de Londres, que esperaba a Franco para llevarlo al Protectorado. Para no levantar sospechas, la aeronave llegó a Gran Canaria con un exmilitar inglés y su familia de vacaciones. El avión no aterrizó en Tenerife para recoger al futuro dictador porque en Las Palmas estaba Balmes, el obstáculo que podía oponerse a sus planes con su importante guarnición y debía ser eliminado, argumenta Viñas. “Se trataba de un militar cuya trayectoria invita a pensar que no estaba en la conspiración y que era fiel a la legalidad”. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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