La escritora Aloma Rodríguez reseña en la revista Letras Libres el libro El placer (Barcelona, Lumen, 2019), de María Hesse, un libro en el que se traza un recorrido, no siempre exacto, sobre algunos tabúes acerca del placer femenino.
"Dibujar el sexo -comienza diciendo Rodríguez-. Hay ramas, plantas que crecen hacia arriba y flores. Hay mujeres de ojos grandes y mirada impertérrita. Hay vulvas y tetas, como si fueran una representación del infinito catálogo de tipos de vulvas y tetas: no hay dos iguales. Hay dibujos de parejas teniendo sexo: penetración, oral, preliminares y el petting de la adolescencia (frotamiento o restriegue, dependiendo de la geografía, vamos). También hay retratos: Cleopatra, Marilyn Monroe, Lilith, Eva… Son las ilustraciones magnéticas de María Hesse en El placer: a veces recuerdan a Matisse, a veces a las pinturas medievales en las que aún jugaban a buscar la mejor manera de representar los planos. Los dibujos de María Hesse son estupendos, se podrían pasar horas admirando la sencillez con la que dibuja una teta, o tratando de descubrir la alquimia con la que consigue que sus mujeres de tinta miren así.
De Lilith a Anaïs Nin. El placer es un recorrido por el gozo de las mujeres en el sexo, por cómo se percibe y cómo se ha contado, es ahí donde se muestra más endeble. También pretende ser el relato del descubrimiento en primera persona del placer y un llamamiento a la investigación y al disfrute. Lilith es, según la mitología mesopotámica y el folclore hebreo, la primera mujer de Adán, a quien abandonó. Después se convirtió en un demonio que usaba el semen de las poluciones nocturnas para engendrar hijos. Aparecen Eva, María Magdalena y un montón de mujeres cuya figura se relaciona con el poder, como Madonna, poetas del placer, como Anne Sexton o Safo, y personajes de ficción como las mujeres de Juego de tronos. Cuando se dice que en la creación del mito Marilyn se obvia que era una gran lectora, es decir, que se le niega su capacidad intelectual. Para rematar su argumento, se podía haber recordado que no solo era una gran lectora, era una escritora secreta: poemas, diarios y fragmentos (por cierto recogidos en un volumen bajo el nombre de Fragmentos en Seix Barral). Cita a Eva Elser, la autora de los Monólogos de la vagina, que primero fue teatro antes de publicarse en 1996: “Lo que no decimos se convierte en un secreto, y los secretos provocan a menudo vergüenza, miedo y mitos”. De ahí la importancia de hablar de la vagina y del clítoris y del placer de las mujeres, de los dildos, de la eyaculación femenina y hasta de una receta de tortilla de patata.
El clítoris. Dice que el clítoris, descubierto en el siglo XV, y los estudios sobre él fueron silenciados hasta 1998. Como leí el libro en casa de mis padre y mi madre es médico, le pregunté si a ella en la carrera le hablaron del clítoris. La respuesta fue afirmativa, a pesar de haber estudiado después del siglo XV y antes de 1998. Da la sensación de que ha pesado más la voluntad de que los hechos avalen una idea que los hechos mismos. Por supuesto que el placer de las mujeres ha sido un tabú, por supuesto que la religión (las religiones) trataban de cercenar el placer y ocultar el sexo. Pero la liberación, no solo la sexual, también la del pensamiento y las costumbres ocurrió hace bastante. Otra cosa es que tal vez sea una cosa que cada uno deba experimentar por sí mismo: romper con los tabúes propios sobre el cuerpo, por ejemplo.
Una historia subterránea. Lo que se entrevé en El placer es mucho más interesante que aquello que se enfatiza, tal vez dejándose arrastrar por la del momento feminista. Enterrada, casi apenas sugerida, está la historia de la ruptura de los prejuicios hacia el sexo de la autora, fruto de una educación más bien conservadora. Deja algunas pistas: cuando su madre le pilla una receta para la píldora anticonceptiva en un bolsillo y, tras un mes de silencio, solo le pregunta: “¿Cómo sabes que es el amor de tu vida?”. A su novio de entonces, en cambio, “su madre le dejó en el cajón una caja de condones”. Y solo sabe de una amiga a la que su madre, al descubrir que mantenía relaciones sexuales con su novio, le recordó la importancia de que ella disfrutara también. El sexo es complicado: es vital pero íntimo. Los padres a veces no saben cómo enfrentarse al asunto, mantener una conversación, y en las charlas de instituto las risitas se llevan el protagonismo y funcionan como un velo del motor de la experimentación: la curiosidad. La literatura en torno al sexo suele ser una fuente más accesible: la literatura científica (recuerdo la enciclopedia sexual de mi madre, siempre al alcance de la mano) y también la literatura erótica (desde los cómics del Víbora, medio escondidos en una estantería en casa de mis abuelos, a los de Milo Manara o las novelas de la Sonrisa vertical –aquí un repaso magnífico de esa colección–). Habría sido muy interesante que María Hesse se hubiera adentrado más a fondo en el relato de cómo se independiza de esa mentalidad más obtusa para entender, por fin, que el placer no tiene nada de malo. Y que la masturbación no produce ceguera".
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