Madrid, 11/3/2004
El debate que nos traemos en las sociedades exopulentas de Occidente desde los atentados de Las Torres Gemelas de Nueva York, los de Madrid, Londres, Bagdad y otros muchos lugares, sobre si hay que sacrificar parte de nuestra libertad en favor de una mayor seguridad, me parece un debate maniqueo. Se diga lo que se diga, el mundo no está dividido entre buenos y malos. Dicho lo anterior, a mi lo que me produce un cada vez mayor desasosiego interior es el ver como los gobiernos occidentales están utilizando la lucha contra ese inaprensible terrorismo global (Bush llegó a declarar el “estado de excepción universal”) como coartada para, por un lado, dejarnos muestras de su incapacidad para luchar contra él con la ley en la mano; en segundo lugar para eludir responsabilidades, y en último, por no seguir con la lista, para cercenar libertades individuales que han costado siglos de lucha, violencia, muerte y sacrificios. Y ese es un debate falso. Porque no hay libertad posible sin seguridad, ni seguridad sin libertad. Y punto. Ambas son irrenunciables, solo que conservar la libertad es responsabilidad de la ciudadanía y mantener la seguridad es responsabilidad de los gobiernos. Y ni uno ni otro podemos hacer dejación de esas responsabilidades sin correr el riesgo que a finales del siglo XVIII denunciara el que fuera presidente de los Estados Unidos de América, Thomas Jefferson: “Quién sacrifica su libertad en aras de su seguridad acabará perdiendo ambas”…
Y hablando de hundimientos... Acabo de ver por enésima vez la película “El hundimiento” (Der Untergang), dirigida por el realizador alemán Olivier Hirschbiegel en el año 2004, y cuya acción se situa en el interior del bunker de la Cancillería del Reich, en los primeros días del mes de mayo de 1945, mientras las tropas soviéticas cercan la ciudad de Berlín.
Me ha parecido una impresionante película, dura, realista, sin concesiones; y al mismo tiempo lo suficientemente intimista como para permitirnos asistir, asombrados, al derrumbe final de unos hombres y de un régimen que se pretendió de mil años de duración. Hay escenas desoladoras, como el suicidio forzado de los pequeños hijos del matrimonio Goebbels. O de los sentimientos que afloran en muchos de los personajes de la película ante el desenlace final que presienten inmediato. Estremecedoras las imágenes finales de la película con la huida de la Cancillería en llamas, atravesando las filas del ejército rojo, de la joven Trauld y de uno de niños de las Juventudes Hitlerianas que defendieron Berlín hasta el último momento.
Impresionante la caracterización del actor Bruno Ganz en el papel de Hitler. Y muy acertado el de la bella actriz Alexandra María Lara en el de Trauld Junge, la jovencísima secretaria personal del caudillo nazi, a través de cuya asombrada mirada se nos cuenta la historia real de los últimos días del dictador y de su regimen.
No es una película para estómagos blandos, pero desde luego más que recomendable como reconstrucción vívida y realista, desde dentro, de una época que terminaba de forma tan atroz. Se puede ver un avance de la película en el video que acompaña la presente entrada.
Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt
El efecto dominó
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Entrada núm. 1430 -
Reedición de la publicada en el blog el 2/10/2006
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