Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del economista José Luis Feito, va de Fukuyama y el liberalismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Fukuyama y el liberalismo
JOSÉ LUIS FEITO
07 SEPT 2022 - Revista de Libros
Recensión de Liberalism and Its Discontents, de Francis Fukuyama (Profile Books, 2022, 154 p.)
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En este libro Fukuyama se propone efectuar una defensa de lo que denomina liberalismo clásico frente a los detractores de dicha doctrina política, así como restablecer los principios básicos que a su juicio deben guiar su recta aplicación. A pesar de su concisión, se trata de un libro ambicioso en el que se afrontan problemas políticos palpitantes del mundo actual, tanto en los países avanzados como en los menos desarrollados, al tiempo que se sintetizan muchos de sus análisis vertidos en obras anteriores. La aspiración de esta reseña, sin embargo, es más modesta pues se limita a examinar el tratamiento que hace Fukuyama de las cuestiones económicas. A diferencia de su análisis de los fenómenos estrictamente políticos, es este un tratamiento simple, frecuentemente erróneo y no pocas veces contradictorio e ininteligible.
En la primera parte, resumo las descripciones del liberalismo clásico y de su crisis actual según las presenta el autor. En la segunda parte analizo el papel que Fukuyama asigna al neoliberalismo económico en esta crisis y, de forma más general, sus especulaciones sobre economía. Finalmente, extraigo algunas conclusiones. Como advertencia general al lector, la terminología académica en el ámbito de la filosofía política no siempre coincide con el uso más popular de algunos términos en la prensa y demás medios de comunicación (a veces también difiere entre unos y otros académicos).
1. El liberalismo y su crisis
El liberalismo es una doctrina política originada en Europa hacia la segunda mitad del s. XVII cuyo motor de arranque y característica más distintiva es la limitación de los poderes del Gobierno por la ley y en última instancia por la Constitución, a fin de garantizar y permitir el ejercicio de derechos individuales. Entre estos derechos figuran prominentemente los que protegen su autonomía o libertad de elegir para expresar sus opiniones, seguir sus creencias religiosas o sus inclinaciones políticas, así como su derecho a la propiedad de recursos productivos. Se trata siempre de derechos individuales y no colectivos porque el liberalismo sostiene la primacía moral de la persona sobre la de cualquier grupo social y porque el liberalismo confiere a todas las personas el mismo status moral. Hasta aquí el núcleo del liberalismo común a todas las corrientes liberales. Veamos ahora donde se ubica el liberalismo de Fukuyama.
El liberalismo (clásico) es, en palabras de Fukuyama, una amplia tienda de campaña en la que tienen cabida distintas visiones políticas, aunque no debe asociarse exclusivamente con algunas que llevan el nombre del liberalismo en su frontispicio. Así, nos dice el autor, «Por liberalismo, no entiendo el concepto tal y como se usa hoy en Estados Unidos para denominar una orientación política de centroizquierda, un ideario que se ha alejado del liberalismo clásico en aspectos esenciales. Ni lo que en Estados Unidos se entiende por libertarianismo, una peculiar doctrina que se fundamenta en la hostilidad al Estado como tal. Tampoco entiendo el liberalismo en el sentido europeo, donde designa partidos de centroderecha desengañados del socialismo» (p.vii).
Estas cualificaciones delimitan claramente el concepto de liberalismo clásico de Fukuyama. En el libertarianismo el autor engloba tanto al anarcocapitalismo como al liberalismo económico, siguiendo una utilización del término extendida en Estados Unidos. La homologación de estas dos doctrinas, sin embargo, no debe hacernos olvidar la diferencia fundamental entre ambas. Los anarcocapitalistas son ciertamente hostiles al Estado y querrían eliminarlo, los economistas liberales lo consideran una institución esencial del capitalismo y únicamente pretenden limitarlo a las actividades que el sector privado no puede llevar a cabo. Como veremos más adelante, esta homologación le causará más de un problema de coherencia interna a Fukuyama. Ciertamente, el liberalismo económico ha inspirado la política económica de muchos países europeos desengañados del socialismo, como la antigua Checoslovaquia, Eslovenia, Polonia o los países bálticos. Pero también de otros desengañados del exceso de Estado y de poder sindical, como el Reino Unido. No está claro por qué los partidos de centroderecha desengañados del socialismo no son tan compatibles con el liberalismo clásico como los partidos socialistas o socialdemócratas europeos, todos ellos igualmente desengañados del socialismo. Una posible explicación, que se confirma en otras partes del libro, es que para Fukuyama los idearios económicos que desconfían del Estado no constituyen el acompañamiento óptimo de su liberalismo clásico.
Sea como fuere, a lo largo de los últimos 15 años, sostiene Fukuyama, este liberalismo clásico está en retroceso en las democracias liberales por el fuego cruzado de populistas de derechas y de izquierdas (autodenominados progresistas). Se cuestiona, sobre todo, la primacía de los derechos individuales sobre derechos colectivos de unos grupos u otros y la extensión del ámbito de autonomía individual. En el caso de los populistas de izquierda, este cuestionamiento implica además un recorte severo de las libertades económicas, tanto a través de una tributación confiscatoria como de la intervención pública en los mercados. A su juicio, este retroceso no es atribuible a ningún defecto intrínseco de la doctrina liberal, ni mucho menos a las (inexistentes) virtudes morales o de cualquier otro tipo de las alternativas que pretenden derrocarlo. La causa de su crisis y de la floración de alternativas, nos dice el autor, se encuentra en el descontento generado por la evolución del liberalismo en las últimas décadas. Un aspecto negativo de esta evolución ha sido, según Fukuyama, «la transformación del liberalismo económico en lo que hoy se denomina neoliberalismo, que aumentó dramáticamente la desigualdad y provocó devastadoras crisis financieras que dañaron a la gente ordinaria mucho más que a las élites ricas en muchos países alrededor del mundo» (p. ix). Fukuyama señala otros aspectos negativos, políticos y socioculturales, de esta evolución que dejaré de lado porque, como decía al principio, esta reseña se concentra en su tratamiento de las cuestiones económicas.
2. El análisis económico de Fukuyama
En esta sección abordaré, en primer lugar, la definición de Fukuyama del neoliberalismo económico y su interpretación de la historia económica reciente. En segundo lugar, selecciono algunos otros dislates económicos cometidos a lo largo del libro que delatan la fragilidad de los conocimientos económicos de su autor.
La desviación del neoliberalismo
Según Fukuyama, «el término neoliberalismo se debe utilizar para denominar una escuela de pensamiento económico, asociada con la escuela de Chicago o con la escuela austriaca, y con economistas como Milton Friedman, Gary Becker, Ludwig Von Mises y Friedrich Hayek, que denigraron acusadamente el papel del Estado en la economía y enfatizaron la libertad de los mercados como palancas del crecimiento económico y de la asignación eficiente de los recursos productivos. Estos economistas suministraron la justificación para las políticas pro-mercado y antiestatistas seguidas por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años ochenta. Estas políticas fueron continuadas por políticos de centro izquierda como Bill Clinton y Tony Blair, que promovieron la privatización y desregulación de sus economías sentando las bases para la eclosión del populismo en la segunda década de este siglo» (p.19).
Reagan y Tatcher
Una página después de estas líneas, sin embargo, Fukuyama escribe: «La revolución neoliberal Reagan-Tatcher abordó y resolvió problemas importantes. La política económica en el mundo desarrollado ha oscilado pendularmente en el último siglo y medio… (p.20). En la década de los setenta el péndulo se había desplazado hacia una presencia excesiva del Estado en la economía. Muchos sectores de las economías de Europa y Estados Unidos estaban sobrerregulados y se habían contraído compromisos de gastos sociales excesivamente generosos que alimentaron cargas de deuda pública potencialmente explosivas… (p. 21) En los Estados Unidos y otros países desarrollados, la desregulación y la privatización tuvieron efectos positivos… El resurgir económico del Reino Unido obedeció en gran medida a las políticas neoliberales (p.22)».
Hay un aroma de contradicción evidente en esta narrativa. Si los economistas identificados como culpables de transformar el liberalismo en neoliberalismo consiguieron nada menos que hacer retroceder el péndulo del exceso de Estado y dinamizar economías esclerotizadas, como acertadamente señala Fukuyama, no está claro por qué han de ser denostados. Por otra parte, si estos economistas son neoliberales y su filosofía económica representa el neoliberalismo, ¿quiénes eran los economistas liberales y cuál era la filosofía liberal que fue arrumbada por los neoliberales? Evidentemente, no podían ser los economistas o la filosofía económica dominantes desde final de la Segunda Guerra Mundial hasta comienzos de la década de los setenta porque estas ideas desembocaron en la excesiva estatalización de las economías desarrolladas que delata Fukuyama. O quizás, sí. Esa filosofía económica, llamémosla socialdemócrata, es, en efecto, el componente económico ideal del liberalismo clásico de Fukuyama.
En todo caso, queda por resolver la contradicción entre su condena general al neoliberalismo y las virtudes que le atribuye por hacer retroceder el peso del Estado y revitalizar el crecimiento económico de los países desarrollados. Fukuyama resuelve esta contradicción manifestando que las ideas liberales en favor del mercado y de limitar la acción del Estado, buenas en sí mismas, se llevaron demasiado lejos. Así, nos dice, «la premisa válida de la eficiencia de los mercados se transformó en una suerte de religión en la que la intervención del Estado se rechazaba por principio» (p.22)… «Aun cuando el neoliberalismo produjo dos décadas de rápido crecimiento económico, terminó desestabilizando la economía global y cavando su propia tumba» (p.23). La desregulación de los mercados financieros durante las décadas de los 80 y de los 90, nos dice Fukuyama, fue una de las causas de la Gran Recesión, con la consiguiente crisis aguda de muchos países desarrollados y en vías de desarrollo. Por otra parte, la liberalización excesiva del comercio de capitales fomentó las crisis financieras en los años noventa, culminando con la citada Gran Recesión de 2008. Al tiempo que la intensificación del comercio y de la globalización durante el periodo aumentó intensamente las desigualdades de renta y riqueza. Todo ello, concluye Fukuyama, ha generado el descontento de las nuevas generaciones con el liberalismo y ha alimentado la reacción populista a derecha e izquierda del espectro político.
Nuestro autor, como se puede apreciar, se traga buena parte del discurso de la izquierda sobre la historia económica reciente y sobre los males del liberalismo económico o del neoliberalismo o del capitalismo liberal. Esta lectura, sin embargo, no resiste el análisis riguroso de los hechos. Sería una tarea fácil pero ardua e impropia de una reseña refutar con la extensión necesaria esta visión negativa del neoliberalismo y de la evolución económica relativamente reciente, que Fukuyama comparte con socialistas, neocomunistas o populistas de izquierda y derecha. Me limitaré a efectuar algunas consideraciones sobre las deficiencias más llamativas de la visión de Fukuyama.
Para empezar, a pesar de la aludida idolatría del mercado y la demonización de lo público desde la revolución neoliberal de los ochenta, el peso del Estado, medido por la ratio gasto público/PIB, no sólo no ha retrocedido sino que ha seguido creciendo desde entonces, si bien a un ritmo inferior al de las décadas anteriores. Veamos los datos para Estados Unidos y el Reino Unido, los dos países que según Fukuyama constituyen la lanzadera del neoliberalismo. Si se hubiera molestado en observar las estadísticas correspondientes, habría constatado que dicha ratio pasó del 35,4% en 1980 al 38,2% en 2019 en Estados Unidos y del 39% al 40,3% en el Reino Unido durante el mismo periodo. En otros países, como Francia, el aumento fue mucho mayor, pasando del 46% al 55,4%1. Además, el grueso del aumento del gasto público en estos y otros países ha obedecido al aumento del gasto social (sanidad, educación y pensiones). Nótese que estos datos son anteriores al aumento de gasto público generado por la pandemia. Teniendo en cuenta que durante este periodo la población de los países desarrollados ha crecido menos que su PIB y éste (mucho) menos que el gasto social, se comprueba que el aumento del gasto social per cápita bajo el predominio del desalmado y antiestatista neoliberalismo ha sido tan intenso e incluso superior al de décadas anteriores. De lo que se colige que, o bien el neoliberalismo no fue tan dominante o no es tan anti-Estado como sostiene Fukuyama (o ambas cosas a la vez).
Es interesante señalar otros dos hechos relevantes. Primero, que el crecimiento económico medio anual de Estados Unidos y del Reino Unido durante este periodo no ha sido inferior sino superior al de Francia u otros países donde la ratio gasto público/PIB ha crecido más rápidamente. Segundo, que el descontento o malestar con el neoliberalismo o el capitalismo no es menor, si acaso mayor, en países de cierto tamaño, como Francia o Italia, con una proporción del gasto público en el PIB muy elevada.
La libertad de movimientos de capital y la Gran Recesión de 2008
Los comentarios de Fukuyama sobre la libertad de movimientos de capital a partir de los ochenta…impulsada por los neoliberales en el tesoro norteamericano y en instituciones como el FMI y el Banco Mundial…que cavaron su propia tumba provocando las crisis de liquidez de Reino Unido, Suecia, Méjico, Sudeste Asiático, Rusia y Argentina hasta terminar en la Gran Recesión de 2008 (p.24) son indicativos de la (falta de) cultura económica del autor.
Un error consiste en pensar que antes del auge de la globalización financiera de finales de los ochenta y durante las dos décadas siguientes no había crisis financieras o eran de menor magnitud. Por ejemplo, la crisis de la deuda externa de los países latinoamericanos de 1982, que también afectó a muchos países africanos y algunos asiáticos, ocurrió antes del supuesto predominio del neoliberalismo y fue mucho más severa que las crisis de los noventa (como él mismo afirma en otro contexto). La crisis de balanza de pagos del Reino Unido de 1967 también fue peor que la de la libra de 1992. Argentina, por otra parte, es una suerte de serial killer en lo que a crisis de liquidez e impagos de la deuda se refiere, habiendo realizado cuatro defaults desde 1951(y otros cuatro antes) hasta el de 2001 que Fukuyama atribuye a los males del neoliberalismo. Cuando las importaciones de un país superan sus exportaciones es porque su gasto agregado supera su nivel de producción y está importando capital de un tipo u otro para financiar esa diferencia. Algunos países, la mayoría, aprovechan las posibilidades que le brindan los mercados de capital para fomentar su crecimiento por encima de lo que conseguirían si tuvieran que depender sólo de su ahorro interno. Otros, sin embargo, dilapidan las importaciones de capital para mantener niveles de consumo privado o público insostenibles y antes o después se ven obligados a reducirlos, con los consiguientes costes sociales. Sus males no son imputables a la libertad de movimientos de capital (ni a la perfidia del Fondo Monetario Internacional o del neoliberalismo, como aduce Fukuyama) sino a sus políticas económicas que serían igualmente dañinas aunque se restringieran estos movimientos. En todo caso, hoy se discute sobre la conveniencia de restringir las entradas de capital en economías poco desarrolladas pero a nadie se le ha ocurrido echar marcha atrás en la libertad de movimientos de capital entre economías desarrolladas.
La Gran Recesión de 2008 no tuvo nada que ver con las crisis financieras de los noventa. Ciertamente, no tanto la desregulación como la deficiente regulación y estructura supervisora del sistema financiero desempeñaron un papel no desdeñable. La extraordinaria innovación financiera fue por delante de la regulación y se aprovechó de las lagunas abiertas por una estructura de supervisión diseñada para hacer frente a las perturbaciones del pasado. Pero hubo otros factores detrás de la crisis, entre ellos la intervención estatal en el mercado hipotecario norteamericano a través de las entidades públicas Fannie Mae y Freddie Mae impulsada por el objetivo gubernamental de aumentar todo lo posible el número de ciudadanos con vivienda (hipotecada) en propiedad. Sobre todo, fue decisivo el excesivo crecimiento de la liquidez durante el quinquenio anterior propulsado por políticas fiscales y monetarias expansivas cuyo impacto sobre los tipos de interés a medio y largo plazo fue reprimido por la entrada masiva de ahorro chino en los mercados de deuda pública de Estados Unidos (y, en menor medida, en otros países). No deja de ser paradójico que la mayoría de los economistas citados como neoliberales por Fukuyama hayan advertido reiteradamente de los riesgos para la estabilidad macroeconómica del sistema de la creación excesiva de crédito y liquidez que antes o después termina generando deudas excesivas en relación con la capacidad de pago de unos u otros agentes económicos. En fin, si de algo no se puede culpar en absoluto al neoliberalismo es de la crisis de 2008.
Los ciclos económicos son una característica común a cualquier sistema económico, y no sólo al sistema capitalista, como erróneamente se suele creer. La diferencia esencial estriba en que dentro del sistema capitalista los ciclos discurren alrededor de una tendencia creciente de la renta, entre otras razones porque durante las fases bajistas se restaura el potencial de crecimiento del sistema, mientras que dentro de otros sistemas a lo sumo se consigue mantener el nivel de renta.
Algunos otros sinsentidos económicos
La Gran Recesión de 2008 tenía el potencial destructivo de otra Gran Depresión como la de los años treinta y eso se evitó gracias a las lecciones aprendidas desde entonces, especialmente la utilización de los Bancos Centrales como prestamistas de última instancia. Según Fukuyama, «Si alguna vez ha habido un caso en favor de la existencia de una poderosa y centralizada institución estatal, este lo fue. Los libertarios olvidaron que la ausencia de un Banco Central y la confianza en el patrón oro anteriores a la Ley de la Reserva Federal de 1919 contemplaron crisis financieras masivas como la que sacudió los Estados Unidos en 1908». Fukuyama podía haber incluido la Gran Depresión de 1929, que ocurrió a pesar de la existencia de la Reserva Federal porque no se supo utilizarla. Fue el libertario o neoliberal Milton Friedman quien documentó la inacción de la Reserva Federal como la causa fundamental de que lo que debía haber sido una recesión se convirtiera en la Gran Depresión. Y sus enseñanzas fueron decisivas para guiar la acción de este y otros Bancos Centrales en la crisis de 2008. Así lo reconoció Ben Bernanque, el Presidente de la Reserva Federal que tuvo que lidiar con la Gran Recesión, en un acto para celebrar el 90 cumpleaños de Milton Friedman organizado por la Universidad de Chicago: «En cuanto a la Gran Depresión, tienes razón, nosotros (i.e. La Reserva Federal) la hicimos posible. Pero gracias a ti, no volverá a suceder»2.
Quizá más que cualquier otra cita, el ejemplo más palmario de su despiste en cuestiones de economía lo encontramos en su (repetida) invocación de la obra de Deirdre McCloskey como el ejemplo a seguir para librarse de los males del neoliberalismo: «Este libro es una defensa del liberalismo clásico, o si este término está excesivamente cargado de connotaciones históricas, de lo que Deirdre McCloskey denomina liberalismo humano» (p.vii, ver también p.34). Es quizá difícil encontrar un economista vivo que encarne mejor y más cabalmente el neoliberalismo que tanto ataca Fukuyama, no en balde fue nada menos que director (entonces era Donald McCloskey) del programa de estudios de la Universidad de Chicago en el apogeo de esta escuela. Sus puntos de vista sobre la globalización, la desigualdad económica, los salarios mínimos, etc., se pueden leer en su último libro (Why Liberalism Works, Yale University Press, 2019, existe traducción española Por qué el liberalismo funciona, Deusto 2022). Para quienes no conozcan a esta gran economista, basta con enumerar el título de algunos capítulos, todos ellos escritos con rigor y gusto literario, para apreciar su oposición a los postulados económicos de Fukuyama:
Podemos y debemos liberalizar
Por ejemplo, frenar el proteccionismo
La pobreza que resulta de la tiranía, y no la desigualdad capitalista, es el verdadero problema
Forzar la igualdad de resultados es injusto e inhumano
En una sociedad liberal, los ricos no se hacen ricos a costa de los pobres
La desigualdad no es contraria a la ética si se produce en una sociedad libre
La redistribución no funciona
El salario mínimo hace daño a los pobres y a las mujeres
En suma, los datos y razonamientos aportados en esta sección deberían ser suficientes para desmontar o cuando menos agrietar severamente todo el entramado económico argumental de Fukuyama.
Conclusiones
Fukuyama es uno de los pensadores políticos contemporáneos más influyentes y un incansable y brillante defensor del liberalismo político, como se pone de relieve en este y en otros de sus libros. A diferencia de sus obras anteriores, sin embargo, en esta profundiza en el análisis de las cuestiones económicas y en el proceso se manifiestan los errores y confusiones propios de un desconocimiento de la materia, como se ha puesto de relieve en esta reseña.
Fukuyama considera que el dominio ideológico del neoliberalismo desde comienzos de los años ochenta ha sido la causa de la Gran Recesión de 2008 y del aumento de las desigualdades económicas y consecuentemente es responsable parcial de la crisis de liberalismo clásico que él defiende. Esta es una tesis que no resiste el contraste con los hechos, en parte porque el neoliberalismo no fue tan dominante y en parte porque la crisis, la gravedad de la crisis para ser más precisos, obedeció esencialmente a las políticas monetarias y fiscales fuertemente expansivas de los años anteriores. Estas políticas no se pueden atribuir a los denostados neoliberales de Fukuyama, que siempre han advertido que la contrapartida de una liquidez excesiva es una deuda excesiva que antes o después superará la capacidad de pago de unos u otros agentes económicos. Las crisis dentro del capitalismo siempre crean el caldo de cultivo del que se alimentan los adversarios del sistema y nublan el juicio de muchos de sus partidarios, y la de 2008 fue la más grave después de la de los años treinta del pasado siglo.
Es evidente que para Fukuyama la filosofía económica ideal del liberalismo debería asignar al Estado una función en la redistribución de rentas y riqueza, así como en la intervención en los mercados, mucho más activas que las admitidas por el liberalismo económico o lo que confusamente denomina neoliberalismo. Confusamente porque con frecuencia agrupa bajo esta denominación tanto a dicho liberalismo económico, que busca limitar el Estado a las funciones que no puede satisfacer el sector privado (incluyendo entre estas funciones el sustento de quienes no pueden procurarse una renta a través del mercado), como al anarcocapitalismo que pretende la abolición del Estado. En cualquier caso, desde la perspectiva del liberalismo económico, el verdadero liberalismo clásico, esta filosofía económica de Fukuyama es criticable desde posiciones consecuencialistas y éticas. Por un lado, las redistribuciones e intervenciones defendidas por Fukuyama no conseguirían los efectos deseados ni en el ámbito económico ni en el político. Habrá menos prosperidad, y no necesariamente menos desigualdad, y por ende mayor y no menor malestar político. Por otro lado, la pérdida de libertades económicas que acarrean esas políticas es una pérdida de libertad en sí mismas que, además, si alcanzan las cotas deseadas por Fukuyama, antes o después afectarán al resto de libertades. No deja de ser contradictorio que el autor intercale aquí y allá admoniciones en favor de la iniciativa privada y los mercados, pero su condena general del neoliberalismo marra sus análisis y recomendaciones económicas. Lo que propone el autor en este ámbito de la economía no es una adaptación del liberalismo sino una metamorfosis en otra cosa diferente.
Si hacemos abstracción de estos análisis y recomendaciones, sin embargo, su diagnóstico de las amenazas al liberalismo que plantean los populismos de derechas e izquierda, siendo estos últimos en su mayoría toscas reformulaciones de viejas ideas marxistas, así como su análisis de las debilidades de estos planteamientos, tienen la brillantez a la que el autor nos tiene acostumbrados.