Bolonia es una bella y antigua ciudad del norte de Italia, situada a las faldas de los Apeninos, y capital de la región de Emilia-Romaña. Cuenta con una población muy similar a la de Las Palmas de Gran Canaria (374.000 habitantes) y con la Universidad más antigua de toda Europa occidental.
Creada en el año 1088, entre sus estudiantes han figurado personajes de la talla de Dante, Petrarca, Thomas Becket, Erasmo de Rotterdam o Nicolás Copérnico. En el Colegio de San Clemente de los Españoles, en Bolonia, creado en 1369, aún en funcionamiento y mantenido por el gobierno de España, estudió entre otros Antonio de Nebrija.
Quizá fue por todo lo anterior que en 1999 los ministros de Educación y Universidades de toda Europa se reunieron para acordar la iniciación de un proceso de desarrollo que, en 2010 como máximo, condujera a la implantación efectiva de un Espacio Europeo de Educación Superior. Es el proceso conocido popularmente con el nombre de Declaración de Bolonia.
Mal comprendido y peor explicado, el proceso de convergencia de las universidades españolas en el Espacio Europeo de Educación Superior, a punto de culminar, no ha gozado de buena prensa, recibiendo acusaciones muy duras de "mercantilizar" la enseñanza superior, acabar con la universidad pública, rebajar sus niveles de formación a los de una FP elitista, condenar al ostracismo a las enseñanzas de Humanidades, y un etcéterá muy muy largo. En la rotunda oposición a la Declaración de Bolonia, sus detractores han contado con la entusiasta colaboración de buen número de estudiantes universitarios, futuros alumnos (aún en Secundaria), y también, como no, de profesores y claustros de Facultades universitarias...
¿Está echada, para mal, la suerte de la universidad española? A mi me da la impresión, después de muchos años de relación con ella, que hay bastante de exageración en la crítica de los medios, de ignorancia en la de los estudiantes y de intereses no sólo académicos en la de buen número de profesores.
Ayer se echaron a la calle miles de estudiantes, en Madrid y otras capitales españolas, para oponerse a la implantación del EEES en España. Lo recogía El País en su información general. Complemento la información con sendos artículos de opinión, a favor y en contra, respectivamente, de dos ilustres profesores de la Universidad Complutense de Madrid, publicados por José Luis Pardo, catedrático de Filosofía, el día 10, y por Fernando J. García Selgas, catedrático de Sociología, hoy mismo.
En cualquier caso, para bien o para mal (y yo espero que para bien) como dijo Julio César al traspasar los límites del río Rubicón, "alea iacta est"... HArendt
"La descomposición de la Universidad", por José Luis Pardo
El "proceso de Bolonia" pretende facilitar la incorporación de los licenciados a la sociedad. En realidad, esconde tras sus promesas un zarpazo que puede ser mortal para las estructuras de la enseñanza pública
Como sucede a menudo en política, la manera más segura de acallar toda resistencia contra un proceso regresivo y empobrecedor es exhibirlo ante la opinión pública de acuerdo con la demagógica estrategia que consiste en decirle a la gente, a propósito de tal proceso, exclusivamente lo que le agradará escuchar. Así, en el caso que nos ocupa, las autoridades encargadas de gestionar la reforma de las universidades que se está culminando en nuestro país -sea cual sea su lugar en el espectro político parlamentario- han presentado sistemáticamente este asunto como una saludable evolución al final de la cual se habrá conseguido que la práctica totalidad de los titulados superiores encuentren un empleo cualificado al acabar sus estudios, que los estudiantes puedan moverse libremente de una universidad europea a otra y que los diplomas expedidos por estas instituciones tengan la misma validez en todo el territorio de la Unión.
Una vez establecido propagandísticamente que el llamado "proceso de Bolonia" consiste en esto y solamente en esto, nada resulta más sencillo que estigmatizar a quienes tenemos reservas críticas contra ese proceso como una caterva de locos irresponsables que, ya sea por defender anacrónicos privilegios corporativistas o por pertenecer a las huestes antisistema del Doctor Maligno, quieren que siga aumentando el paro entre los licenciados y rechazan la homologación de títulos y las becas en el extranjero por pura perfidia burocrática. Vaya, pues, por adelantado que el autor de estas líneas también encuentra deseables esos objetivos así proclamados, y que si se tratase de ellos nada tendría que oponer a la presente transformación de los estudios superiores.
Sin embargo, lo que las autoridades políticas no dicen -y, seguramente, tampoco la opinión pública se muere por saberlo- es que bajo ese nombre pomposo se desarrolla en España una operación a la vez más simple y más compleja de reconversión cultural destinada a reducir drásticamente el tamaño de las universidades -y ello no por razones científicas, lo que acaso estuviera plenamente justificado, sino únicamente por motivos contables- y a someter enteramente su régimen de funcionamiento a las necesidades del mercado y a las exigencias de las empresas, futuras empleadoras de sus titulados; una operación que, por lo demás, se encuadra en el contexto generalizado de descomposición de las instituciones características del Estado social de derecho y que concuerda con otros ejemplos financieramente sangrantes de subordinación de las arcas públicas al beneficio privado a que estamos asistiendo últimamente.
Habrá muchos para quienes estas tres cosas (la disminución del espacio universitario, la desaparición de la autonomía académica frente al mercado y la liquidación del Estado social) resulten harto convenientes, pero es preferible llamar a las cosas por su nombre y no presentar como una "revolución pedagógica" o un radical y beneficioso "cambio de paradigma" lo que sólo es un ajuste duro y un zarpazo mortal para las estructuras de la enseñanza pública, así como tomar plena conciencia de las consecuencias que implican las decisiones que en este sentido se están tomando. De estas consecuencias querría destacar al menos las tres que siguen.
1. La "sociedad del conocimiento". Este sintagma, casi convertido en una marca publicitaria que designa el puerto en el que han de desembarcar las actuales reformas, esconde en su interior, por una parte, la sustitución de los contenidos cognoscitivos por sus contenedores, ya que se confunde -en un ejercicio de papanatismo simpar- la instalación de dispositivos tecnológicos de informática aplicada en todas las instituciones educativas con el progreso mismo de la ciencia, como si los ordenadores generasen espontáneamente sabiduría y no fuesen perfectamente compatibles con la estupidez, la falsedad y la mendacidad; y, por otra parte, el "conocimiento" así invocado, que ha perdido todo apellido que pudiera cualificarlo o concretarlo -como lo perdieron en su día las artes, oficios y profesiones para convertirse en lo que Marx llamaba "una gelatina de trabajo humano totalmente indiferenciado", calculable en dinero por unidad de tiempo-, es el dramático resultado de la destrucción de las articulaciones teóricas y doctrinales de la investigación científica para convertirlas en habilidades y destrezas cotizables en el mercado empresarial. La reciente adscripción de las universidades al ministerio de las empresas tecnológicas no anuncia únicamente la sustitución de la lógica del saber científico por la del beneficio empresarial en la distribución de conocimientos, sino la renuncia de los poderes públicos a dar prioridad a una enseñanza de calidad capaz de contrarrestar las consecuencias políticas de las desigualdades socioeconómicas.
2. El nuevo mercado del saber. Cuando los defensores de la "sociedad del conocimiento" (con Anthony Giddens a la cabeza) afirman que el mercado laboral del futuro requerirá una mayoría de trabajadores con educación superior, no están refiriéndose a un aumento de cualificación científica sino más bien a lo contrario, a la necesidad de rebajar la cualificación de la enseñanza superior para adaptarla a las cambiantes necesidades mercantiles; que se exija la descomposición de los saberes científicos que antes configuraban la enseñanza superior y su reducción a las competencias requeridas en cada caso por el mercado de trabajo, y que además se destine a los individuos a proseguir esta "educación superior" a lo largo de toda su vida laboral es algo ya de por sí suficientemente expresivo: solamente una mano de obra (o de "conocimiento") completamente descualificada necesita una permanente recualificación, y sólo ella es apta -es decir, lo suficientemente inepta- para recibirla. Acaso por ello la nueva enseñanza universitaria empieza ya a denominarse "educación postsecundaria", es decir, una continuación indefinida de la enseñanza media (cosa especialmente preocupante en este país, en donde la reforma universitaria está siguiendo los mismos principios seudopedagógicos que han hecho de la educación secundaria el conocido desastre en que hoy está convertida): como confiesa el propio Giddens, la enseñanza superior va perdiendo, como profesión, el atractivo que en otro tiempo tuvo para algunos jóvenes de su generación, frente a otros empleos en la industria o la banca; y lo va perdiendo en la medida en que el profesorado universitario se va convirtiendo en un subsector de la "producción de conocimientos" para la industria y la banca.
3. El ocaso de los estudios superiores. No es de extrañar, por ello, que el "proceso" -de un modo genuinamente autóctono que ya no puede escudarse en instancias "europeas"- culmine en el atentado contra la profesión de profesor de bachillerato que denunciaba el pasado 3 de noviembre el Manifiesto publicado en este mismo periódico: reconociendo implícitamente el fracaso antes incluso de su implantación, la administración educativa admite que los nuevos títulos no capacitan a los egresados para la docencia, salida profesional casi exclusiva de los estudiantes de humanidades; pero, en lugar de complementarlos mediante unos conocimientos avanzados que paliarían el déficit de los contenidos científicos recortados, sustituye estos por un curso de orientación psicopedagógica que condena a los profesores y alumnos de secundaria a la indigencia intelectual y supone la desaparición a medio plazo de los estudios universitarios superiores en humanidades, ya que quienes necesitarían cursarlos se verán empujados por la necesidad a renunciar a ellos a favor del cursillo pedagógico.
Todos los que trabajamos en ella sabemos que la universidad española necesita urgentemente una reforma que ataje sus muchos males, pero no es eso lo que ahora estamos haciendo, entre otras cosas porque nadie se ha molestado en hacer de ellos un verdadero diagnóstico. Lo único que por ahora estamos haciendo, bajo una vaga e incontrastable promesa de competitividad futura, es destruir, abaratar y desmontar lo que había, introducir en la universidad el mismo malestar y desánimo que reinan en los institutos de secundaria, y ello sin ninguna idea rectora de cuál pueda ser el modelo al que nos estamos desplazando, porque seguramente no hay tal cosa, a menos que la pobreza cultural y la degradación del conocimiento en mercancía sean para alguien un modelo a imitar. (El País, 10/11/08)
Estudiantes españoles se manifiestan contra el "Proceso de Bolonia"
"Miles de estudiantes salen a la calle contra el Plan Bolonia" (Agencias)
Más de 10.000 personas se manifiestan en Madrid contra el proyecto de reforma de la educación superior europea.
Miles de estudiantes, unos 10.000 según fuentes policiales, se han manifestado hoy en en el centro de la capital para unirse a la huelga general convocada y mostrar su rechazo al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), conocido popularmente como Plan Bolonia, y que, entre otros puntos, recoge la desaparición de algunas carreras como las Filologías. Con una pancarta bajo el lema de En defensa de la Educación Pública. Que la crisis la paguen los capitalistas, la manifestación ha comenzado alrededor de las 12.00 horas en la Plaza de Colón con la intención de ir abriéndose paso por el carril izquierdo del paseo de Recoletos hasta llegar al Ministerio de Educación, situado en la calle Alcalá.
La marcha es la segunda en lo que va de curso y repite el recorrido habitual de las manifestaciones de estudiantes anteriores. A pesar de que el tema de las universidades es competencia del Ministerio de Ciencia e Innovación, el departamento dirigido por Mercedes Cabreras siempre ha sido el punto final de las concentraciones reivindicativas de la Educación.
Un portavoz de la coordinadora de estudiantes de las universidades públicas de Madrid, Javier Galán Blanco, ha explicado a la prensa que el "proceso de Bolonia" implica la desaparición de carreras, sobre todo las que tengan un escaso número de alumnos, e incorporar unos máster oficiales no subvencionados por el Estado. Esos máster alcanzarán precios de entre "1.500 y 13.000 euros, mientras que los actuales estaban entre los 600 y 1.500", ha precisado. De esta forma, no todos los estudiantes van a poder acceder a una formación de calidad y completa, pues muchos se tendrán que conformar con el grado de cuatro años, "que no permite investigar, sólo el ejercicio profesional". "Crean obreros megacualificados, pero no intelectuales, que es para lo que se ha creado la universidad", ha advertido.
También ha asegurado que Bolonia significa que la universidad pública comience a financiarse por sí misma, es decir a través de empresas privadas. Esto amenaza la pervivencia de carreras de letras como Filosofía o Historia "porque no interesan", incluso de ciencias como Biología o Químicas, ha insistido.
El secretario general del Sindicato de Estudiantes, Juanjo López, ha indicado que los jóvenes han salido hoy a la calle para luchar "en defensa de la educación pública, para que no se privatice, porque es lo que se están haciendo en todas las etapas: Infantil, Secundaria, Formación Profesional y Universidad". "El Plan Bolonia implicará la privatización de la universidad, el darla a las grandes empresas para echar a los hijos de los trabajadores de estos estudios", ha denunciado López, y ha explicado que el plan europeo sólo recogerá títulos superiores "para aquellos que tengan 3.000 euros en el banco, los retengan y los puedan costear".
"Nos han cortado la cabeza". La presencia de estudiantes de distintas facultades dieron muestra de distintas maneras de manifestación. Así, un grupo de estudiantes de Bellas Artes idearon un disfraz de cartas de póquer para simular a los naipes de la baraja que en el cuento de 'Alicia en el País de las Maravillas' les cortan la cabeza. "El Plan Bolonia nos ha cortado la cabeza", ha apuntado una estudiante mientras que al ritmo de los timbales se unía al coro de voces que clamaban "¡Izquierda, Izquierda, Bolonia a la mierda!". Sin embargo, hubo cánticos para todas las administraciones porque entre algún cartel de "Entérate ZP, existe FP", había otros con 'Aguirre no tiene educación' o 'Escuelas clasistas dividen a la ciudadanía'.
Por parte de la Asamblea de Estudiantes contra el Plan Bolonia, que llevan desde el pasado viernes organizando encuentros por varias facultades de la Comunidad, David, uno de sus integrantes, ha asegurado que "están contentos con la participación" y que el trabajo de los estudiantes "es cada vez más fuerte". Estos días se han "encerrado" centenares de estudiantes con la intención de trabajar en equipo y buscar soluciones al problema que, según ellos, plantea el nuevo Espacio Europeo. "Estamos intentando crear un tejido social y educativo, que haga avanzar nuestras reivindicaciones", añadió en relación a sus 'huelgas a la japonesa', donde se concentran para "no parar de trabajar".
"Sobre todo, queremos llevar nuestra denuncia de que somos la mayoría los que denunciamos este Plan, se hizo un referéndum y ha salido que los estudiantes no lo quieren. Tenemos que poner la realidad sobre la mesa", ha agregado.
Manifestaciones similares se han convocado en otras ciudades en coincidencia con una jornada de huelga de estudiantes en las enseñanzas medias y universitarias. (El País, 13/11/08)
"Matices sobre el 'proceso Bolonia'", por Fernando J. García Selgas
Creo que el alarmado artículo del profesor Pardo (publicado en EL PAÍS el 10 de noviembre) mezcla acertados diagnósticos con afirmaciones no justificadas, que requieren ser matizadas. Me voy a centrar en la más desafortunada, aquella que imputa al proceso de Bolonia la vigente descomposición de la Universidad española, cuando su efecto en las universidades británicas, francesas o alemanas no está siendo ése. Si no nos dejamos avasallar por el griterío que nos rodea o por la urgencia que nos gobierna, es fácil reconocer que esa descomposición es más bien efecto de un largo proceso en el que podemos destacar tres hitos consecutivos.
Primero, la resistencia a abandonar los viejos hábitos de los mandarinatos o de la exclusividad de la clase magistral. Segundo, el café para todos de la España autonómica, que llevó una universidad no a cada autonomía, sino a cada provincia, multiplicando la mediocridad. Tercero, la incapacidad de nuestros gobernantes para homologar la estructura de nuestros estudios universitarios con el resto de la Unión Europea, al establecer grados de cuatro años y másteres de un año (en lugar del 3+2), lo que ha imposibilitado encarrilar a esa mayoría de pequeñas universidades hacia el cumplimiento de los objetivos de Bolonia (movilidad, equivalencia y empleabilidad en toda la Unión Europea) y ha minimizando el tiempo dedicado a la docencia especializada y profunda del posgrado.
Tan propagandista y maniqueo es desacreditar a los críticos con el proceso de Bolonia como convertirlo en chivo expiatorio de la incapacidad de nuestros gobernantes y el conservadurismo de nuestros colegas. (El País, 14/11/08)
Julio César cruzando el Rubicón
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