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jueves, 12 de diciembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Añorada Hannah. (Publicada el 13 de mayo de 2009)




Hannah Arendt (1906-1975)


Ayer comenzó el debate anual sobre el Estado de la Nación. Hace muchos años que no lo sigo en su integridad, aunque si veo los resúmenes y escucho y leo los comentarios que sobre él se formulan a "toro pasado" en prensa, radio o televisión. Sin excesivo interés, dicho sea de paso. No es un "debate" que me preocupe. En términos generales me parece una pantomima en la que nadie escucha al otro, la oposición proclama apocalipsis y catástrofes varias que no concreta, y el gobierno (cualquier gobierno, todos los gobiernos) aprovecha para "sacar conejos" de la chistera que dejen con el paso cambiado a sus adversarios políticos y arranquen ¡oohées! de amiración de sus partidarios. 

La pantomima, la mayoría de la ocasiones, ni siquiera alcanza la categoría de "representación" que, como yo explicaba a mis alumnos de los cursos de formación de representantes sindicales, resulta esencial en toda actividad pública. Parece que esta vez la "sacada de conejos" ha sido bastante más espectacular de lo esperado, el presidente del gobierno ha estado más en su lugar de lo habitual en él, y el líder de la oposición conservadora ha acreditado una vez más que podrá ganar unas elecciones (hasta un gilipollas de nacimiento como George Bush -hijo- las ganó dos veces) pero no convence ni a los suyos.

Como es muy probable que vuelva sobre el asunto en días posteriores, dejo por hoy el Debate sobre la Nación para comentar dos noticias que me han dejado un buen sabor de boca. La primera se refiere al gobernador del Banco de España, el señor Fernández Ordóñez, al que, estimo yo, con buen tino, el secretario general de la Unión General de Trabajadores de España, el señor Cándido Méndez, calificó días pasados de bocazas a cuenta de sus reiteradas declaraciones en favor del abaratamiento del despido, la congelación de las pensiones, el aumento de la jornada laboral y la disminución de los salarios de los trabajadores.

Pues bien, el parlamentario socialista europeo, don Josep Borrell, recordaba ayer que le gustaría oir alguna vez al gobernador de nuestro banco central su opinión sobre los sueldos de los presidentes de los grandes bancos nacionales españoles (que alcanzan de media los 6.000.000 de euros anuales, con primas en planes de pensiones que se incrementan también anualmente en 3.000.000 de euros por término medio), en lugar de clamar una y otra vez por el abaratamiento del despido, la rebaja de los salarios y la congelación de las pensiones de los trabajadores.

Otra noticia de hace unos días, aparte de la repentina admiración jaculatoria del señor presidente de los (grandes) empresarios españoles, cuyo nombre no recuerdo ni tengo el menor interés en recordar, sobre los fastuosos (a su juicio) órganos reproductivos de la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, doña Esperanza Aguirre, es la de que los sueldos medios de los directivos de las empresas españolas que cotizan en el IBEX alcanza los 900.000 euros anuales. No se si es mucho o poco. Desde luego, yo no estoy en contra de que esos directivos ganen mucho dinero, siempre que hagan crecer a sus empresas respectivas, generen riqueza productiva para el país y creen empleos estables y bien retribuidos. Pero que esos mismos señores limiten su receta para salir de las crisis a recibir sin control ni responsabilidad alguna por su parte dinero público (de todos) en cantidades ilimitadas, destruyan empleo, congelen o bajen los salarios de sus trabajadores, aumenten sus jornadas de trabajo, limiten sus derechos y recorten sus prestaciones sociales y sus pensiones, me parece, como mínimo un ejercicio de cinismo y de desvergüenza.

Termino con otro interesante artículo en el que Rafael Argullol, escritor y profesor de Estética en la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, titulado "El gran saqueo", comenta el varapalo dado por el Parlamento europeo a España con motivo del Informe presentado al mismo por la diputada europea verde, Marguete Auken, sobre el "Impacto de la urbanización extensiva en España en los derechos individuales de los ciudadanos europeos, el medio ambiente y la aplicación del Derecho comunitario". No tienen desperdicio. Les invito a leerlos en los enlaces de más arriba.

No se si la "política" en España, entendida como la actividad que desarrollan los políticos en todos sus niveles (locales, regionales, estatales) es de mejor o peor calidad que la que se lleva a cabo en Alemania, Francia, Portugal, Gran Bretaña, o Andorra. Dos de mis mejores amigas y un sobrino se dedican a la política activa en cargos de diversa responsabilidad; son honestos, trabajadores incansables, desinteresados, con una excelente formación académica, y sinceramente, no entiendo muy bien que hacen en ella (en la política) aparte de tragarse cada día, con mejor o peor disposición, media docena de sapos crudos en esta república bananera en que hemos convertido a Canarias. Desde luego, pienso que no hemos llegado (aún, pero crucemos los dedos) a la situación de degradación de la Italia berlusconiana, pero en todo caso me parece que tanto la política canaria como la española están muy alejadas del nobilísimo papel que mi idolatrada Hannah Arendt reclamaba para ella (la política) como manifestación pública de confrontación de ideas en el ágora siempre abierta y al aire libre de una sociedad democrática. De ahí, mi añoranza de tu magisterio, querida Hannah. Sean felices. HArendt




El escritor Rafael Argullol



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



HArendt




Entrada núm. 5532
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miércoles, 26 de febrero de 2014

Descrédito y corrupción de los partidos políticos




Viñeta de Forges en El País



Quizá debería comenzar esta entrada de hoy con una alusión al anual Debate sobre el estado de la Nación que en estos momentos tiene lugar en el Congreso de los Diputados. Pero no voy a hacerlo por dos razones: primera, porque me trae sin cuidado lo que se debata en el debate; la segunda, porque el anual debate sobre el estado de la nación no es nada más que una pantomima a la que me niego a sumarme ni tan siquiera como espectador pasivo. Espero que me perdonen; no es suficiencia moral alguna por mi parte. Es mero desprecio a la hipocresía y el cinismo de que hacen gala el gobierno y la oposición -en mayor medida los primeros que los segundos-, sin que ello suponga equiparación de responsabilidades.

De lo que sí me gustaría escribir al menos unas líneas es sobre la Operación Palace que Jordi Évole nos ofreció en la Sexta hace unos días. Me gustó, sin más. Y durante sus primeros minutos de emisión, hasta me creí lo que estaba viendo. No es la primera vez que los servicios secretos de un Estado conspiran aparentemente contra su propio Estado. Y si la razón de la conspiración es crear un seudo-golpe-de-Estado para evitar el golpe de Estado real, pues hasta resulta plausible. Y me lo creí, lo confieso, en esos primeros minutos. Las confesiones al respecto de personas como Mayor Zaragoza, Luis María Ansón o Iñaki Gabilondo, lo hacía creíble. Cuando aparecieron en el documental dos personajes políticos de la catadura de Jorge Verstringe o Iñaki Anasagasti, se me cayó la credibilidad. Lisa y llanamente: era absolutamente imposible que unos vocazas como esos dos hubieran estado en el ajo y callados durante treinta y tres años. A partir de ese momento me lo tomé como lo que era, una ficción, y comencé a divertirme. En todo caso lo que el falso documental de Évole sobre el 23-F ha demostrado palpablemente es: 1) Que los españoles somos bastantes más susceptibles de lo que nos pensamos, lo que no es bueno para nuestra salud mental; 2) que los medios de difusión nos pueden colar lo que quieran colarnos, lo que demuestra que somos bastante más crédulos de lo que creemos; y 3) que los españoles, mayoritariamente, no tenemos la formación cívica y política que deberíamos tener, y así nos va. Aunque esa falta de formación cívica y política no sea solo culpa y responsabilidad nuestra sino de una clase política que solo busca asegurarse lealtades y adhesiones inquebrantables.

Estoy leyendo en estos momentos un libro del escritor Antonio Muñoz Molina. Un libro tremendo, desgarrador y desasosegante cuya lectura me está sumiendo en una profunda turbación. Lleva el título de "Todo lo que era sólido" (Seix Barral, Barcelona, 2013) y da la impresión de estar escrito desde la rabia, la sinceridad y el dolor visceral que produce la España de hoy y el hartazgo de una situación cuya responsabilidad exclusiva recae en una clase política corrompida y en una ciudadanía que, más que conformista, parece vivir en la inopia. Muñoz Molina sabe justificar lo que escribe en datos incontrovertibles. Sobre los partidos dice que el sectarismo político les asegura lealtades y adhesiones mucho más firmes que el asentimiento racional, que es reversible porque no excluye el desengaño o el simple cambio de opinión, ofreciéndoles una división del mundo tan radical como las fronteras territoriales de las identidades. Se trata de ser de un partido como se es de una raza o una tierra originaria; de ser de izquierdas o ser de derechas con la misma furia con la que se era católico o protestante en las guerras de religión del siglo XVI; tan íntegramente como se era cristiano viejo o hidalgo en la España de la Contrarreforma y la limpieza de sangre. El siempre sarcástico y certero Álvaro Delgado-Gal, director de Revista de Libros, realizaba en ella hace unos meses la inteligente crítica de "Todo lo que era sólido", y a ella les remito para no insistar más en el asunto.

De los partidos políticos y su relación con la democracia podría contarse lo que dice la canción popular: "Ni contigo ni sin ti / tienen mis males remedio / contigo porque me matas / sin ti porque yo me muero." Más o menos, pero en lenguaje académico es lo que venía a decir hace unos días en El País el prestigioso politólogo y profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Josep María Colomer en un artículo titulado "La larga agonía de los partidos"Para el profesor Colomer en la calificación habitual de los partidos políticos como un mal necesario, lo más claro es lo primero: los partidos son un mal. Desde que los partidos políticos emergieron en los países institucionalmente estables en el siglo XIX, a menudo bajo el epíteto de facciones, han sido asociados con malas intenciones y con la creación de divisiones sociales a costa de amplios intereses colectivos. Hoy día -añade- en casi todos los países democráticos, incluido España, las encuestas colocan persistentemente a los partidos en los últimos puestos en la escala de reputación social. Lo segundo, que los partidos sean necesarios o inevitables, depende de si hay una alternastiva mejor para las tareas que se suponen tienen asignadas: básicamente, proponer políticas públicas socialmente eficientes y seleccionar las personas competentes que ocuparán los correspondientes cargos públicos. Pero en la medida en que la decisión sobre muchas políticas públicas ha ido pasando a manos de organizaciones internacionales -continúa diciendo- y de órganos formados por expertos no-electos, y en tanto que los paquetes ideológicos partidarios han perdido eficacia, los partidos han ido quedando exclusivamente como maquinarias para la selección de cargos públicos. Y cuando esta selección del personal político es endogámica como ocurre en grado extremo en España, debido sobre todo a las listas electorales cerradas, la publicidad de las batallas por los cargos dentro de los partidos no hace más que reforzar la imagen de su impotencia política y alienar aún más a los ciudadanos expuestos a su contemplación en los medios. Blanco y en botella... leche, concluyo.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El periodista Jordi Évole




Entrada núm. 2037
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)