lunes, 18 de mayo de 2020

[NUESTRA EUROPA] Una oportunidad para recuperar Europa



Dibujo de Nicolás Aznarez para El País


"Una oportunidad para recuperar Europa, escriben en El País del 14 de mayo pasado los profesores Natalia Fabra, Massimo Motta y Martin Peitz, catedráticos de Economía, respectivamente, en la Universidad Carlos III de Madrid, la Universitat Pompeu Fabra de Barcelonay la Universidad de Mannheim, en Alemania, sería la de un plan de ayudas que permitiera contrarrestar la capacidad asimétrica de los Estados para apoyar a sus empresas en función de su situación fiscal y alinear la inversión con las prioridades estratégicas de la UE.

En pocos días, la Comisión Europea se pronunciará sobre el encargo del Consejo Europeo para constituir un Fondo de Recuperación. Sobre la mesa está la discusión acerca de su cuantía (posiblemente, 1,5 billones de euros), su financiación, el peso que tendrán los préstamos y las transferencias, y la metodología de asignación. En relación con esta última cuestión, proponemos que se cree, como uno de los pilares del Fondo de Recuperación, un programa europeo de ayudas para empresas y sectores productivos, diseñado por y bajo el control de la Comisión Europea. Sería una oportunidad para contrarrestar la capacidad asimétrica de los Estados miembros para financiar las ayudas de Estado, mitigando posibles distorsiones sobre el mercado único y propiciando —más allá de la recuperación— una verdadera reformulación de nuestro modelo productivo en cumplimiento de la Agenda Estratégica Europea.

La crisis está provocando cierres de empresas, un fuerte aumento del desempleo, y caídas sin precedentes en el PIB (en España, el desplome podría superar el 9% a final de año). Si bien las medidas adoptadas a nivel nacional mitigarán en parte los efectos inmediatos de la crisis, un programa de ayudas europeo mitigaría los efectos a largo plazo. No se trata necesariamente de recuperar las actividades perdidas, sino de sustituirlas por otras en sectores con mayor proyección. Atendiendo al principio de subsidiariedad, se trataría también de apoyar a sectores cuyos efectos traspasan las fronteras nacionales, bien por su elevado comercio intracomunitario (por ejemplo, turismo, sector aéreo o automoción), bien porque generan externalidades positivas para el conjunto de Europa (garantía de suministro para bienes esenciales, infraestructuras claves para el comercio transfronterizo, o actividades relacionadas con el medio ambiente, la salud o la digitalización).

Porque no todos los países están en igualdad de condiciones para hacer frente a la crisis. En ausencia de un programa europeo, el terreno de juego quedaría desequilibrado en favor de los países con mayor espacio fiscal. Si unos Estados pueden apoyar a ciertas empresas y otros no, las empresas que recibieran ayudas gozarían, artificialmente, de ventajas competitivas. Las que no las recibieran se verían forzadas a recortar inversiones y ventas, corriendo el riesgo de cierre. Los efectos perdurarían en el tiempo: una empresa en desventaja para competir hoy, también estaría peor preparada para hacerlo en el futuro. El miedo a una pérdida de competitividad de sus empresas podría llevar a los Gobiernos europeos a una escalada de las ayudas que desembocaría en un uso inadecuado de los fondos públicos. Las consecuencias a corto y largo plazo sobre el mercado único serían devastadoras ¿Qué sería del proyecto europeo si después de la crisis las empresas de unos países salen reforzadas y las de otros debilitadas, no porque las primeras sean más eficientes o produzcan bienes o servicios de mayor calidad, sino simplemente por la mayor capacidad de endeudamiento de sus países?

Un programa europeo de ayudas, con un volumen de fondos suficiente, podría mitigar el riesgo de distorsiones permanentes sobre la competencia en el mercado único y evitar una salida asimétrica de la crisis. A través de este programa, todas las empresas de un mismo sector tendrían derecho a percibir las ayudas, independientemente de su ubicación. Aunque será difícil paliar todas las distorsiones creadas por las ayudas de Estado ya comprometidas, el programa europeo permitiría reequilibrar la distribución de las ayudas, evitando tanto el exceso como la falta de apoyo percibido por algunas empresas.

Una gestión europea de los fondos permitiría además alinear el pago de las ayudas al cumplimiento de las prioridades estratégicas de la Unión. El uso de fondos debería tener en cuenta que los impactos adversos perdurarán más allá del corto plazo y que algunos sectores necesitarán ser reestructurados en cualquier caso. A modo de ejemplo, el rescate de las compañías aéreas debería estar sujeto a la aprobación de una fiscalidad medioambiental más ambiciosa, junto con una gestión del tráfico aéreo más sostenible. Cuanto más se eleve la financiación y gestión a nivel europeo, mayor será nuestro poder para reconducir la actividad económica hacia las señas de identidad europeas (progreso, sostenibilidad y reparto equitativo de los beneficios de la integración).

Será necesario establecer criterios y prioridades para asignar los fondos. Bajo el paraguas comunitario, se podrían lanzar programas sectoriales en áreas particularmente golpeadas por la crisis, o en áreas estratégicas. Las agendas verde y digital están ya trazadas, no hay que inventar nuevas políticas. Los recursos para su financiación podrían llegar a los países más afectados nada más superada la crisis sanitaria.

Piénsese en la acción en materia de clima y energía. Al tiempo que aparecían los primeros casos de la covid-19 en China, Europa hacía público su compromiso de alcanzar la neutralidad climática no más tarde de 2050. El Pacto Verde Europeo requerirá cuantiosas inversiones en renovables, eficiencia energética, electrificación, digitalización, reciclaje…, actividades que, más allá de sus beneficios medioambientales, aportarán beneficios económicos —creación de empleo y tejido empresarial— y beneficios sociales —mejor salud y calidad de vida—. Los efectos multiplicadores sobre la economía podrían ser incluso más pronunciados de lo que cabía esperar antes de la crisis.

Hay margen para mejorar el uso de los fondos si se apuesta por mecanismos genuinamente europeos. ¿Por qué no aprovechar esta ocasión para instaurar, por ejemplo, un verdadero programa europeo de subastas de renovables? Ello facilitaría que las inversiones en energía solar o eólica se ubicaran en zonas con más sol o más viento, y no allí donde los Gobiernos fueran más ambiciosos en este ámbito. Un mecanismo europeo atraería un mayor grado de competencia, lo que reduciría los costes del despliegue renovable y los precios de la energía para los consumidores europeos.

Apostar por el Pacto Verde a través de un programa de ayudas europeo permitiría demostrar que el dilema entre crecimiento y sostenibilidad —coartada para quienes quieren relajar la ambición medioambiental— es, simplemente, falso. La búsqueda de la sostenibilidad medioambiental reactivará nuestra economía y la redireccionará hacia mayores y mejores cotas de progreso.

Un programa europeo de ayudas, alimentado por el Fondo de Recuperación, permitiría también avanzar en la agenda digital, o cubrir las necesidades de garantía de suministro de bienes esenciales. Por ejemplo, ¿en cuánto se hubieran reducido los costes de los Estados miembros si, antes de la crisis, hubiera habido un programa europeo para asegurar la disponibilidad de mascarillas y material sanitario?

De la propuesta de la Comisión sobre el Fondo de Recuperación dependerá en buena medida el que salgamos de esta crisis más débiles y menos cohesionados, o por el contrario, el que avancemos hacia una mayor convergencia real de nuestras economías, con un mercado interior más competitivo, y un modelo productivo más preparado para hacer frente a los grandes retos a los que se enfrenta Europa".



La Victoria de Samotracia, Museo del Louvre, París


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