viernes, 7 de julio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] La ley del mínimo esfuerzo. [Publicada el 29/09/2018]
















Voy a contar una anécdota personal que me ocurrió hace un tiempo, anécdota que en ningún caso debería elevarse a la condición de categoría. La he recordado leyendo el artículo del profesor Javier Aranguren en el último número de la Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, que me ha dado pie a esta entrada sobre la crisis de credibilidad que está sufriendo la universidad española. 
Hace nueve años, lo sé porque guardo los correos que dieron lugar al hecho que comento, un antiguo compañero de fatigas académicas me habló del hijo de un amigo suyo que buscaba ayuda para un trabajo de fin de curso sobre un tema de Historia. Para mi sorpresa, puesto en contacto con el joven a través del correo electrónico, me manifestó que tenía que presentar dicho trabajo en el plazo de unas semanas, pero que no tenía tiempo de hacerlo porque necesitaba ese tiempo para estudiar, y que cuanto le llevaría por hacérselo yo. Mi respuesta, meditada, fue que si lo deseaba podía ayudarle orientándole, corrigiéndole el trabajo, dándole sugerencias o proponiéndole nuevos enfoques, pero que lo que no podía era hacerlo por él. Que esperaba que comprendiera que lo que me pedía iba contra toda ética académica, y que desde luego, yo no era quien para dar a nadie lecciones de ética, y menos a él, pero que la vida universitaria no podía ponerse a la altura de la vida normal. Que deseaba y esperaba poder ayudarle, y que me gustaría hacerlo, pero que el resto tenía que ponerlo él. Etc., etc., etc...
Me respondió agradeciéndome el ofrecimiento de ayuda y mi sinceridad, pero que no era "eso" lo que necesitaba en aquel momento. Y no hubo más contacto. Dos años más tarde me enteré por mi amigo que había obtenido el título que tanto ansiaba, pero no he vuelto a saber nada de él y no sé como le habrá ido en el aspecto profesional. Espero que bien.
El bajo nivel del debate universitario en España, comienza diciendo el profesor Aranguren, quizá no es más que la punta de un iceberg de una crisis mayor: la proliferación de las denominadas "essay mills", o fábricas de artículos, ensayos y tesis a medida, síntoma del deterioro del sistema de publicaciones universitarias. 
El desconcertante bajo nivel del debate universitario en España durante las últimas semanas (másters, falsos másters, cambios de notas, tesis de calidad dudosa, tribunales poco exigentes o poco imparciales) quizá no es más que la punta de un iceberg de una crisis todavía mayor, comienza diciendo. Nunca se había escrito tanto en las universidades, pero tal vez tampoco esos textos habían sido nunca más banales o prescindibles. Pero algunos hacen de la necesidad virtud, y así es como han nacido los lucrativos essay mills (molinos o fábricas de ensayos), un medio cómodo y relativamente económico para superar los escollos del esfuerzo y de la investigación cuando hay que cumplir con la titulitis que caracteriza al sistema universitario mundial.
Durante una estancia como profesor en una universidad de Nairobi, Kenia, sigue diciendo Aranguren, una brillante estudiante me comentó que era capaz de pagar su manutención gracias a su trabajo como escritora de assingments (tareas) y papers (artículos) a estudiantes occidentales en un essay mill (molino de ensayos). Era esta una de las muchas empresas online dedicadas a estos menesteres. Me contaba que le pagaban dependiendo de la longitud y de la prisa con que tuviera que redactar el trabajo. Aseguraba que el nivel de peticiones era tan alto que le daba de sobra para pagar por sus necesidades (alojamiento, comida, algunos caprichos). La historia me pareció deprimente. No por ella, a fin de cuentas una mujer echada hacia adelante y capaz de sobrevivir a la falta de medios de su familia. Me resultó deprimente por la visión de la universidad que supone en los estudiantes que acuden a estos servicios (la universidad como fábrica de títulos, no fuente de conocimiento, actitudes y carácter), y por ser otra confirmación empírica de la intuición de que el actual sistema de estudios universitarios –en el que la evaluación está compartimentada en miles de tareas enanas que agobian y aburren y no aportan conocimiento a nadie– es ineficaz. Mi alumna podía sacar adelante una carrera complicada a la vez que salvaba el pellejo a unos cuantos estudiantes privilegiados e incapaces de organizar su tiempo o de superar su pereza.
Sobre el mismo asunto ha publicado un interesante artículo Daphne Taras, decana de la Ted Rogers School of Management en Ryerson University, Toronto. Su artículo se llama «How Essay-Writing Factories Reel In Vulnerable Students», y fue publicado en The Chronicle of Higher Education el pasado 17 de julio. En él cuenta cómo hace dos años decidió probar cómo funcionaba ese negocio. Bastaba una simple búsqueda en Google y enseguida le aparecieron multitud de posibilidades. Yo hice lo mismo, tanto en inglés como en castellano, y los resultados a «servicios de escritura de ensayos» (en español se puede poner «escribir tfg», «escribir tfm» e incluso «escribir tesis doctoral») fueron inmediatos y múltiples [se pueden ver varios ejemplos en la tabla del final de este artículo].
Esas empresas publicitan su ‘discreción’ e incluso su ‘actitud ética’: todos los trabajos son pasados por Turnitin, la herramienta de software antiplagio más extendida en el mundo académico. Con eso aseguran que los trabajos siempre se escriben a medida de las necesidades del usuario.
¿Cómo lo hacen? Supongo que con escritores similares a mi alumna de Nairobi, auténticos ejércitos de escritores fantasmas que necesitan un sobresueldo. El usuario elige la prisa que tiene, e incluso el nivel de profesionalidad del trabajo (todo influye en el precio) y la plataforma se encarga de todo. Desde la plataforma pueden pedir el programa del curso para adaptarse a los gustos del profesor, el cliente indica el número de notas a pie de página que necesita y la maquinaria del molino se pone a trabajar.
Taras encargó un artículo de cinco páginas a doble espacio y con seis citas para entregar en tres semanas. El precio no alcanzó los 120 dólares (unos 100 euros). Antes de que tuviera tiempo de introducir el número de tarjeta de crédito (lo que le producía cierta inseguridad) recibió una llamada de la web asegurando la legalidad del negocio y la calidad del trabajo. A Taras le llevó unos días acabar de decidirse a compartir su información bancaria: el ‘molino de ensayos’ no cejó en su acercamiento, cálido e insistente. Ella accedió. En el extracto bancario el concepto y el nombre de la empresa estaban tan dulcificados que ningún padre podría sospechar el concepto por el que había pagado su hijo.
¿Qué ocurrió? Que el trabajo llegó a tiempo, que el texto claramente no era de alguien de Canadá (¿quizá lo había escrito mi alumna de Kenia?), que el nivel era bueno y las fuentes excelentes, con referencias a revistas de primer nivel estrechamente relacionadas con el tema.
¿Qué nota le pondrían al trabajo en una asignatura universitaria? Taras lo envió a tres colegas, indicando que por motivos de conflicto de intereses ella no podía calificarlo. Las respuestas fueron de C (aprobado) o B (notable). Solo uno de los tres correctores mostraba su sorpresa por el excelente nivel de las citas y porque no era claro que el alumno entendiera el fondo del debate.
A partir de ese momento Taras, bajo su falsa identidad de estudiante adolescente, empezó a recibir de forma recurrente mensajes de la ‘fábrica de ensayos’, especialmente cuando se acercaban los momentos de finales de trimestre. Siempre ofrecían descuentos, se trataba de mensajes positivos e incluso llenos de toques de humor, como cuando le llegó «La peor tarjeta del mundo el Día de San Valentín» con la imagen de un cactus y el siguiente texto:
Hola,
Hemos pensado largo y duro sobre como hacer mejor tu Día de San Valentín.
Por eso te enviamos este cactus que te puede gustar.
También, y solo en los tres siguientes días, disfruta de un 20% de descuento en todos tus deberes. Basta con que escribas el código CACTUS20 y nosotros nos encargamos del resto.
Con amor,
Tu equipo de escritura.
Lo que le llamó la atención no solo fueron las declaraciones de amor (¿haría algo así un profesor de universidad?, ¿no estaban, desde la ‘fábrica’, dando una buena lección de ‘cercanía’ a los departamentos de marketing?). Además la empresa de algún modo conocía las ‘inquietudes’ de Taras, pues había estado coleccionando cactus durante todo el año anterior. ¿Hasta dónde podrían llegar para llamar su atención?
¿Se pueden evitar las trampas? ¿Sirve para algo el software contra el plagio? ¿No son los estudiantes –y los emprendedores astutos– los que llevan la delantera con la tecnología online? ¿No debería replantearse a fondo qué son y qué pretenden los estudios universitarios? Las fábricas de ensayos, los essay mills, llevan a la fábrica de títulos, o quizá vienen de ellas: si lo importante es el certificado, ¿qué importancia tienen los distintos medios posibles para conseguirlos? ¿Por qué hemos llegado a eso? Sin duda, por una ‘necesidad’ no reflexiva de certificados (lo que hemos llamado titulitis), y porque de la universidad ha desaparecido el deseo de saber a cambio de la pragmática. ¿Y hay algo más pragmático que pagar a los que trabajan por ti? Si tú tienes el dinero, tienes también el poder de comprar el tiempo de otros. Puedes incluso ocultar el problema moral (el engaño) con el argumento de que sin duda estás ayudando a una persona necesitada, o decir que siempre han existido los negros en el mundo universitario, o incluso que un profesor se justifique diciendo que con la pobreza de los sueldos de asociados, ayudantes o contratados, esa era la única salida digna que le quedaba. Y que si el sistema está pensado así, ¿por qué no aprovecharse de él?
Para hacerse una idea de las dimensiones del problema, se calcula que solo en Gran Bretaña más de 200.000 estudiantes usan alguna vez los servicios de estas empresas (llamadas essay mills –molinos de ensayos–), de las que hay centenares, que mueven unos £100m al año y que se está buscando cómo perseguir: cf. University students could be fined or handed criminal records for plagiarised essays, new proposals suggest.
Para terminar, el profesor Aranguren menciona en su artículo algunas de esas empresas de escritura de ensayos académicos universitarios. Entre ellas, a:
Top Writing Services: un listado de 10 de estas empresas.
EduBirdie: en USA, frente al agotamiento ante tareas rutinarias y trabajos para casa que exigen mucha investigación.
RushEssay, que garantiza que se acabaron las noches sin dormir, los trabajos suspendidos o las entregas fuera de plazo.
WritingEssayEast: en USA, con más de 1.500 escritores e interesantes descuentos.
FastEssay: en inglés, especialistas en ensayos rápidos, con 2 horas de plazo y 700 escritores listos en este momento.
Amasd: en español, para hacer el TFG o el TFM por 349€, «despreocúpate por completo de tu proyecto», indican.
AyudaUniversitaria: en español, donde también ofrecen tesis doctorales, a partir de 180€.
Universitarios en apuros: en español, porque «tu futuro nos importa» y por 630€ te ofrecen un TFG a realizar en dos meses. Si es un TFM sube a 1324€. También ofrece ofertas de trabajo, ideal para ayudantes doctores con poco sueldo.
Graduado para todo: cuyo «equipo de redactores de Trabajo Fin de Master está formado exclusivamente por profesionales con más de 8 años de experiencia en la elaboración de este tipo de proyectos». Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt










4 comentarios:

Fernando Ramos dijo...

Quiero contar mi historia. Estudio en la universidad y trabajo, así que tengo muy poco tiempo para escribir trabajos universitarios. Voy a comprar un trabajo de profesionales cualificados. Me pareció que esta es la única forma de salir de esta situación.

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