domingo, 10 de septiembre de 2023

[ARCHIVO DEL BLOGL] Los intelectuales y la política. [Publicada el 10/09/2014]










Los intelectuales nunca han tenido mucha suerte en sus incursiones en la vida política activa. Comenzando por Platón, y terminando por Michael Ignatieff. Sobre los intelectuales y la política he escrito en numerosas ocasiones en el blog. De ellos, de los intelectuales, siempre se ha dicho que constituyen la voz y la conciencia crítica de la sociedad de su tiempo. Claro está que para compartir esa opinión primero deberíamos ponernos de acuerdo sobre que entendemos hoy por intelectual, sobre cual sería su función y a quien podríamos calificar como tal. La nueva edición del Diccionario de la Lengua Española (que aparece en octubre próximo) los define como aquellos dedicados preferentemente al cultivo de las ciencias y de las letras. Se me queda corta la definición. 
En recientes artículos sobre el papel de los intelectuales en la política y la sociedad de su tiempo, el profesor Françecs Carreras considera que su función es la de influir, legitimar y criticar; el filósofo Fernado Savater los define como peces piloto entre tiburones; el historiador Santos Juliá analiza las pasiones políticas de que hacen gala; el escritor Mario Vargas Llosa escribe sobre el fracaso del filósofo Ortega y Gasset en su paso por la vida política; el profesor y político canadiense Michael Ignatieff lo hace sobre las falsas soluciones del populismo a los problemas reales; y en el último número de Revista de Libros, la profesora de la universidad de Salamanca, Rosa Benéitez, escribre sobre el poder real de los intelectuales. Creo que merece la pena que se detengan por unos instantes en esos enlaces y disfruten de los mismos.
El filósofo iraní y profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Toronto, Ramin Jahanbegloo, escribió hace unos años un interesantísimo artículo en El País sobre este mismo asunto. Se titulaba "El temor de los intelectuales a la política", y sostenía en él la tesis de que los intelectuales de hoy, de este momento, han desertado de su labor obligada y casi sagrada de criticar al poder, acomodados a lo políticamente correcto, a la creencia de que todas las verdades morales son relativas y encadenados a mezquinos intereses personales, la cultura de masas y una carrera y profesión respetables, contraponiendo Jahanbegloo esta situación a la del pasado siglo XX con figuras señeras, dice, como las de Max Weber o Hannah Arendt, tantas veces citada por mí con admiración profunda en este blog, de las que resalta la incansable crítica de la política de su tiempo que ellos realizaron.
Me ha hecho recordar la lectura de un libro, también hace unos años, que me impresionó sobremanera. Se titulaba "Las voces de la libertad. Intelectuales y compromiso en la Francia del siglo XIX" (Edhasa, Barcelona, 2004), escrito por Michael Winock, profesor de Historia Contemporánea en el Instituto de Estudios Políticos de París. Un hermosísimo texto, de esos que sólo ellos, los historiadores franceses, saben ofrecer, en los que no sabe uno que destacar más: si lo que dicen, o la forma en que lo dicen.
Y también me ha venido a la memoria una vieja máxima que aprendí en las infinitas, prolongadas y muchas veces estériles discusiones en el seno del sindicato Unión General de Trabajadores de España (UGT): "Cuando uno se levanta para hablar en una asamblea tiene que ser para criticar a la comisión ejecutiva; para autoalabarse, se sobran y bastan ellos mismos". Lástima que se haya relegado al olvido tan hermoso axioma. 
Termino aludiendo a otra famosa frase del fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), que no es suya, dicho sea de paso, que dice: "a los pueblos solo los mueven los poetas". ¿Cabría calificar a los poetas como intelectuales? Si nos atenemos a su función, sí. El poeta norteamericano Walt Whitman dejó dicho que el poeta era el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzadas por la luz. Cuando todo aquello en lo que creíamos cede ante nuestros pies, nos queda la palabra. ¿No es eso a fin de cuentas lo que nos dijo también Blas de Otero en su poema "En el principio"? Pues no dejemos de usarla, cada uno a su manera y según sus posibilidades. Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt














5 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Excelente artículo. Me ha gustado lo de "cuando uno se levanta para hablar en una asamblea tiene que ser para criticar a la comisión ejecutiva; para autoalabarse, se sobran y bastan ellos mismos"...

Saludos

HArendt dijo...

Es un hermoso planteamiento que pocas veces he visto llevar a su término, amigo Mark.

HArendt dijo...

Es un hermoso planteamiento que pocas veces he visto llevar a su término, amigo Mark.

HArendt dijo...

Es un hermoso planteamiento que pocas veces he visto llevar a su término, amigo Mark.

HArendt dijo...

Es un hermoso planteamiento que pocas veces he visto llevar a su término, amigo Mark.