No soy hombre de grandes ni numerosas pasiones. Tengo alguna que otra, pequeña, inofensiva e íntima que me perdonarán no les cuente. Las públicas, también escasas, podríamos dividirlas en dos: personales (mis nietos, mi familia, mis amigas, el café, los gatos...) y académicas (la teoría política, el derecho constitucional, la historia, la literatura...). Hay alguna otra que implica una cierta frustración, como la enseñanza, y aunque no creo en las vocaciones desde la cuna y sí en las que se "hacen", la diosa Fortuna no me dio el empujoncito necesario para dedicarme a ella, pero me dejó interés y preocupación por la misma.
Hace unos días escribía en el blog sobre "El aura de la universidad". Hoy lo hago sobre la "enseñanza" en general, recuperando algunas notas de entradas anteriores, y azuzado por la lectura de un artículo, "Equidad y élite", del sociólogo y experto en Estructura Social y Desigualdad, José Saturnino Martínez, que analizaba los resultados del más reciente informe PISA sobre la enseñanza en España.
Hace unos días escribía en el blog sobre "El aura de la universidad". Hoy lo hago sobre la "enseñanza" en general, recuperando algunas notas de entradas anteriores, y azuzado por la lectura de un artículo, "Equidad y élite", del sociólogo y experto en Estructura Social y Desigualdad, José Saturnino Martínez, que analizaba los resultados del más reciente informe PISA sobre la enseñanza en España.
¿Por qué resulta tan frustrante la búsqueda de una enseñanza de calidad en España? Respuestas las hay para todos los gustos: que la culpa es de los padres, de los propios alumnos, de los inmigrantes, de la masificación escolar, de la falta de medios humanos y materiales, del propio sistema escolar, del desbarajuste legislativo estatal y autonómico..., Me gustaría leer de vez en cuando alguna autocrítica que pusiera el acento en la responsabilidad, o irresponsabilidad, de buena parte del profesorado, desde la educación infantil hasta los cursos de doctorado. Pero no abundan, no...
Recuerdo al respecto dos artículos especialmente incisivos de hace unos años. El primero, "La clase perdedora", escrito por José Luis Barbería, en el que se responsabilizaba como primera causa del fracaso escolar a la falta de formación personal y académica de los padres y a la falta de hábitos de lectura familiares. Y a más cosas, claro está. El segundo, "La Universidad tiene profesores de sobra pero mal repartidos", escrito por Susana Pérez de Pablos, que ponía de manifiesto, frente a una creencia generalizada, e interesada por parte de los propios afectados, que la universidad española presenta un exceso de profesorado muy por encima de los ratios de media de las universidades europeas, y un reparto desproporcionado entre el profesorado de carreras de Letras y de Ciencias. Todo ello podría explicar -decía- el rechazo de una buena parte de ese mismo profesorado universitario al proceso de convergencia del Plan Bolonia, ante la inevitable "quema" (el entrecomillado es mio y no del autor) de áreas muy personales de conocimiento y de asignaturas, con todo lo que ello supone de asignación de recursos para los propios afectados, sus Departamentos de origen y la propia universidad.
Sobre la responsabilidad, o irresponsabilidad, del profesorado en la situación de la enseñanza española, publicó en Revista de Libros (2009) un interesante artículo Mariano Fernández Anguita, catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca, titulado "Cuadernos de Quejas". Decía en él que el conjunto de ese profesorado (cerca de 700.000 personas en aquel momento) estaba conociendo una transformación radical de su entorno amplio (el lugar y el papel de la educación en la sociedad) e inmediato (las relaciones con alumnos y con familias), así como de su propia naturaleza (reclutamiento, condiciones de trabajo, cultura profesional), lo que hacía que se encontrara ávido de ideas, imágenes, iconos, narraciones y otras expresiones simbólicas de su identidad, sus intereses y sus inquietudes. La principal fuente de alimentación de su imaginario colectivo -comentaba- no es la literatura, sino el cine: películas como "La lengua de las mariposas", "Todo empieza hoy" o "Ser y tener", que fueron comidilla de los claustros, materia para artículos editoriales y alimento para simposios, y también para el sector editorial (y no sólo de libros de texto) al constituir los profesores un colectivo con ciertos intereses, creencias, valores y símbolos compartidos que estaban dando lugar a un nuevo género literario que podríamos llamar el "cuaderno de quejas", que era, precisamente, el título de su artículo.
Concluyo esta entrada con una viñeta humorística del diario parisino Le Monde de hace un tiempo que refleja fielmente que "en todas partes cuecen habas", digan lo que digan, aunque sea verdad eso de que "mal de muchos, consuelo de tontos"... Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
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