miércoles, 4 de septiembre de 2013

¿La asociación de ideas es siempre un proceso involuntario?








Desde siembre me ha llamado la atención el complejo proceso mental mediante el cual se producen las asociaciónes de ideas: uno comienza hablando del precio de las hortalizas y termina la conversación discutiendo sobre la moral victoriana..., por ejemplo. Me pasó en su momento con un precioso artículo: "Afrancesadas o petimetras", de la catedrática de Lengua y Literatura, periodista y escritora, Juana Vázquez, sobre la Guerra de Independencia española cuyo bicentenario se estaba celebrando aquel año.

El artículo no era sólo una fundamentada crítica al rancio pensamiento reaccionario de los absolutistas españoles, con Fernando VII a la cabeza, sino sobre todo un canto a la incipiente liberalización femenina, que la Ilustración había propiciado en España con el advenimiento de la nueva dinastía borbónica. Me alegró leerlo, y advertir que no era el único de los españoles que de haber vivido en esa época es muy posible que hubiera "quedado" del lado de los afrancesados...

Conforme lo iba leyendo dos recuerdos fluían a mi mente. Por un lado, el de una frase atribuida, creo, a Sir Winston Churchill, que siempre me ha producido cierta desazón (y que no comparto del todo) que viene a decir que "con la Patria, como con la madre, se está siempre aunque no tenga razón". Por otro, el de un magnífico libro de la historiadora italiana Benedetta Craveri: "La cultura de la conversación" (Siruela, Madrid, 2004), leído hacía ya cuatro años por esas fechas. Uno de los textos más hermosos que he leído nunca. Un precioso ensayo sobre el importantísimo papel desempeñado en el mundo de la cultura europea por las mujeres de la aristocracia ilustrada del Antiguo Régimen, que en la Francia de los siglos XVII y XVIII, supieron crear, mantener y desarrollar los denominados salones literarios.

Pueden leer la reseña que de dicho libro hacia "Revista de Libros", en su número de mayo de 2004, firmada por Álvaro de la Rica, en este enlace. Se la recomiendo.

Y de ahí, y concluyo la asociación de ideas, me asaltan casi de manera inmediata otros dos recuerdos indelebles: la valerosa postura de la actriz Jane Fonda, oponiéndose decididamente a la guerra que su país mantenía en Vietnam en los años 60, por la que fue acusada de traidora y antinorteamericana, y la también valerosa respuesta de la filósofa y teórica política, Hannah Arendt, en tantas ocasiones citadas por mí, cuando a raíz de la publicación (1963) de su libro "Eichmann en Jerusalén" (Nuevas Ediciones de Bolsillo, Barcelona, 2004), en el que relataba el proceso, condena y posterior ejecución en Israel del exjerarca nazi Adolf Eichmann, secuestrado un año antes en Argentina por el Mossad, trasladado en secreto a Israel y enjuciado allí por crímenes contra el pueblo judío, recibió las furibundas críticas de una buena parte de los judíos europeos y norteamericanos que no entienderon cabalmente su teoría sobre la "banalidad del mal" en relación con el personaje de Adolf Eichmann. 

Arendt siguió el proceso en Jerusalén como enviada especial de una prestigiosa revista norteamericana. Un año más tarde se publicaron sus crónicas sobre el juicio; primero en la revista y luego en forma de libro. Acusada por gran parte de los lectores, no sólo judíos, de desprecio y falta de amor a su pueblo, al pueblo judío, e incluso de pro-nazi, Hannah Arendt, contestó públicamente a sus críticos con unas palabras que se han hecho célebres: "Tienen ustedes toda la razón; no me anima ningún amor de esa clase, y eso por dos motivos: jamás en toda mi vida he amado a ningún pueblo, a ninguna colectividad; ni al pueblo alemán, ni al pueblo francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera, ni nada de todo eso. Yo amo únicamente a mis amigos y la sola clase de amor que conozco y en la que creo es en el amor por las personas. En segundo lugar, este amor por los judíos me parecería, puesto que yo misma soy judía, más bien sospechoso. Yo no puedo amarme a misma, amar aquello que sé que es parte de mí, un fragmento de mi propia persona". Aún hoy, es un libro que sigue levantando polémicas.

¿Comprenden ahora lo que decía al principio sobre la asociación de ideas?... Pues eso... Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt




Madame de Sévigné (1626-1696)





Entrada núm. 1958
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

2 comentarios:

FILOSOFIA PARA LA BUENA VIDA dijo...

Me ha encantado tu entrada, yo también sería un afrancesado, de hecho celebro el 14 de julio con fidelidad filosófica, podríamos decir; y admiro a las ilustradas francesas, como Mme de Staël, a la que he dedicado muchas entradas en mi blog.
Un abrazo,
Josep

HArendt dijo...

Si no has leído el libro de Craveri, te lo recomiendo fervorosamente: es una delicia. Un abrazo, Josep.