Dice el escritor Manuel Vicent en El País de hoy, en su artículo Estafa, que muchos no comprenden todavía por qué vota a la derecha la gente de los suburbios de las grandes ciudades que se levanta a las seis de la mañana a trabajar hasta dejarse la piel sin más horizonte que seguir así hasta el final de sus días". Con sinceridad, yo tampoco. Puedo entender y me parece normal que vote por la derecha la buena clase dirigente de la industria o el comercio que vive en el barrio de Salamanca de Madrid. ¿Pero el obrero industrial o el empleado o administrativo residente en Delicias o el Puente de Vallecas? ¿O el estudiante universitario de familia humilde o clase media media de la complutense? No lo entiendo, pero esa es la realidad. Y debería tener una explicación racional. ¿La qué aduce Vicent? Pues no lo se... He citado a Madrid sin intención dolosa alguna. Podemos hacerlo con Italia... ¿Cómo puede ser que un mafioso declarado y confeso como Silvio Berlusconi, un Jesús Gil en guapo y con más dinero, obtenga de nuevo la mayoría absoluta en Italia? ¿A qué tipo de ensoñación somete la derecha a sus votantes para conseguir una obnubilación tan radical de sus mentes? A la clase obrera, comienza diciendo Vicent, hoy le basta con cerrar los ojos para soñar con el paraíso en la tierra. Al instante, en mitad de la frente comienzan a cimbrearse las palmeras de una playa de los mares del sur, la misma que aparece en un calendario editado por cualquier fábrica de embutidos. Muchos no comprenden todavía por qué vota a la derecha la gente de los suburbios de las grandes ciudades que se levanta a las seis de la mañana a trabajar hasta dejarse la piel sin más horizonte que seguir así hasta el final de sus días. Los autobuses, el metro y los cinco carriles de las autopistas vierten en el corazón de todas las urbes de Occidente un aluvión humano indefenso. A esa hora, recién salido del sueño, el cerebro se halla muy blando todavía y da entrada franca a todos los mensajes con los que es bombardeado de forma inmisericorde. Sobre la multitud de cabezas desamparadas en los andenes del suburbano resplandecen los paneles publicitarios. La marca de una crema se desliza por la piel de un cuerpo desnudo de belleza inaccesible que, no obstante, parece estar al alcance de la mano. Desde los vertederos industriales de las afueras se elevan sobre la extensión de coches atascados unas vallas con un rostro femenino en actitud de entrega cuyos labios entreabiertos ofrecen al automovilista la vaga promesa de huir con él un día al salir del trabajo. En la parada del autobús una chica de piernas largas o un joven de mandíbula cuadrada con los pectorales muy marcados se quedan siempre en tierra, pero desde el diorama acompañan al viajero con una mirada seductora hasta la primera curva y le mandan un mensaje a través de la ventanilla: si hoy trabajas muy duro, todo cambiará mañana. Esfumado el valor de la solidaridad, mucha gente, que se mata para salir adelante con una agonía tenaz, vota a la derecha porque espera ser como ella y su cerebro crea un horizonte de felicidad no muy distinto de las ofertas excitantes que emanan de los paneles publicitarios. En ellos cada promesa es un reto, una meta. Donde antes había ideas ahora sólo hay marcas. Donde antes había sentimientos ahora sólo hay sensaciones. La izquierda ha quedado en una difusa conciencia de rebelión colectiva frente a esa estafa. Sean felices a pesar de todo. HArendt
3 comentarios:
Es un misterio porque, si hubiera respuesta, el Partido Socialista se hubiera esforzado en aplicarla. De todas formas, querido Carlos, el artículo de Vicent apunta acertadamente a una parte -sólo a una parte- del problema.
Abrazos,
Diego
La ignorancia es una gran aliada. Un abrazo.
Hay una ignorancia excusable... La del que no quiere saber es irresponsabilidad...
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