domingo, 19 de marzo de 2023

Del cine de antes

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del crítico literario Rafael Narbona, va del cine de antes. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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Vértigo: ¿por qué ya no se hacen películas como las de antes?
RAFAEL NARBONA
10 MAR 2023 - Revista de Libros
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Hace unos días, no pude resistir la tentación de enseñar mi nuevo televisor a un amigo. Gracias las grandes pantallas disponibles en el mercado, ya es posible transformar el salón de nuestras viviendas en una pequeña sala de proyección. Dado que estoy suscrito a Filmin, una plataforma creada en España, pude seleccionar Vértigo, de Alfred Hitchcock, para mostrar la calidad de imagen y sonido. Mi amigo y yo solo necesitamos unos instantes para engancharnos a la película, pese a que ambos la habíamos visto infinidad de veces. Una de las virtudes de los grandes clásicos es que siempre emocionan, quizás porque provocan la ilusión de que nos topamos con ellos por primera vez. Hitchcock no es un simple maestro del suspense, sino un director de cine con una sensibilidad pictórica y un profundo conocimiento de la naturaleza humana. La explosión de colores que acontece en Vértigo es una auténtica sinfonía. La música de Bernard Hermann acentúa la sensación de estar asistiendo a una delicada manifestación de belleza, donde las notas y los colores (verdes, lilas, azules, rojos o amarillos) se conciertan para movilizar sentimientos de asombro, placer y armonía. No es un alarde de simple preciosismo, sino un aldabonazo en el inconsciente.
En los títulos de crédito, el ojo de Kim Novak transita del blanco y negro al rojo, disolviéndose en un abismo de espirales multicolores. Se suceden el azul, el verde, el violeta, modulando la mirada hasta convertirla en un profundo interrogante: ¿quién nos mira? ¿Carlotta Valdés, la suicida que intenta apoderarse de Madelein Elster? ¿O Judy Barton, la impostora? ¿Confrontamos la mirada de un vivo o un difunto, de un ser real o una ficción? Hipnotizados por esas imágenes, el espectador siente que se adentra en un sueño. Hitchcock solo ha necesitado una breve secuencia para plasmar el milagro estético. Lo imaginario ha desplazado a la realidad, insinuando que las ensoñaciones tal vez son la verdadera realidad y nuestras experiencias, una mera alucinación.
¿Por qué no ya no se hacen películas así? Mi amigo me confesó que no soportaba el cine actual. ¿Puede interpretarse su comentario como un ejemplo de la inadaptación a los cambios? ¿Es la vejez —ambos nacimos en los sesenta del pasado siglo— la que inspira esta clase de apreciaciones? Creo que no. Entre los años treinta y cincuenta, Hollywood promovió un cine de altísima calidad que gozó del aprecio del público. Es la época de los grandes directores: John Ford, Howard Hawks, Orson Wells, Billy Wilder, Frank Capra, Fritz Lang, Otto Preminger, Joseph L. Mankiewicz, Alfred Hitchcock. Todos compartían la convicción de que hacía falta una historia sólida para realizar una buena película. Si algo caracteriza al cine de esa época, es la preocupación por el argumento. El cine es imagen, pero necesita una trama bien construida para fluir con eficacia. Vértigo es un gran película porque narra una historia digna de Henry James, meditando con lucidez sobre el amor, la vida y la muerte. El cine actual se ha infantilizando. Prefiere lo espectacular a lo profundo y certero. Las explosiones han reemplazado a las reflexiones. Lo explícito y superficial a lo misterioso y complejo. No creo que esa tendencia sea fruto de una deliberación cuidadosamente elaborada. Ni que obedezca al propósito de manipular las conciencias. Simplemente, los estudios han optado por lo más fácil. Entretenimiento en vez de arte. Comodidad en lugar de esfuerzo. Es más sencillo atrapar la atención del público mostrándole piruetas que obligándole a pensar.
Vértigo es una obra de arte porque explora las posibilidades del lenguaje cinematográfico y porque aborda —sin caer en el tedio y la pedantería— grandes cuestiones, como el pavor que nos inspira nuestra finitud. Cuando la falsa Madeleine visita un bosque de secuoyas con John «Scottie» Ferguson (un magnífico James Stewart) comenta que no le gustan esos árboles milenarios porque le recuerdan que algún día morirá. Al observar las anillas de un gigantesco trozo seccionado, señala que la existencia humana solo es un soplo efímero en un vendaval implacable. «Scottie» se enamora de ella, desconociendo que finge ser otra persona. Hitchcock desliza que el amor siempre es un espejismo, una confusión. La mente inventa lo que anhela, ignorando lo que no se ajusta a su deseo. En este caso, el amor no es solo una fantasía, sino una rebelión contra la razón y el tiempo. «Scottie» no acepta la aparente muerte de Madeleine. Su pasión desafía a la muerte, extendiéndose más allá de lo posible. Hitchcock flirtea con la necrofilia, pero sin concesiones a lo obsceno o truculento. El amor de «Scottie» se parece a los velos que utiliza para imprimir en las imágenes una dimensión onírica, sumiendo lo nítido e inmediato en una nebulosa. Frente al amor de Marjorie «Midge» Wood (Barbara Bel Geddes), que encarna lo humano y razonable, Madeleine parece una criatura de otro mundo, casi una diosa. Amar a una diosa constituye una temeridad. Puede destruir al humano que se aventura a enredarse en una relación asimétrica. El miedo de  «Scottie» a las alturas puede interpretarse como impotencia sexual, pero es algo más. En realidad, se trata de la frustración producida por lo ilógico e irrealizable. «Scottie» solo superará su miedo al perder a Madeleine, tras descubrir que en realidad es Judy, una joven vulgar que trabaja como dependienta de una tienda de moda. Cuando se desmorona el ideal, solo cabe un aterrizaje forzoso en lo previsible y mediocre. El precio de recobrar la razón es caer en un mundo desprovisto de poesía. Alonso Quijano no lo soporta y agoniza murmurando frases desalentadoras que los testigos confunden con un gesto de lucidez. Tras la muerte de Judy, «Scottie» puede mirar al vacío sin tambalearse, pero su vacío interior ha crecido insoportablemente, dejándole suspendido en una cornisa de insatisfacción.
El cine actual da prioridad a la taquilla, restando importancia a la excelencia artística. Es un planteamiento nihilista, pues Hitchcock demostró que se podían vender muchas entradas con películas de enorme calidad. Todos salimos perdiendo. La sociedad se despeña por lo banal y la industria limita su registro a cuatro artificios circenses. Hace poco, Tom Cruise ha rodado una escena sumamente arriesgada para la saga de Misión imposible. Provisto de un paracaídas, se ha lanzado por un precipicio, utilizando una motocicleta de gran cilindrada. Admiro su coraje, pues ha descartado recurrir a un doble, pero sinceramente prefiero la imagen de Kim Novak mirando hipnotizada el agua, con el puente de San Francisco al fondo. La estampa podría ser un cuadro de Edward Hopper, mostrando la soledad del ser humano en el paisaje urbano, donde lo bello ya no está asociado a lo natural, sino al artificio y el ingenio. Ciertamente, ya no se hacen películas como antes, pero aún así de vez en cuando aparecen joyas como El pianista (Roman Polanski, 2002), El Gran Torino (Clint Eastwood, 2008), La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) o Comanchería (David Mackenzie, 2016). El cine es un lenguaje poderosísimo y nunca se extinguirá. Para hacer una buena película no hace falta mucho dinero, sino sensibilidad y buenas ideas.




























[ARCHIVO DEL BLOG] Crisis de confianza. [Publicada el 27/07/2008]









Se me escapa el alcance real de la crisis económica ¿real, psicológica, inducida? que España y Occidente están afrontando. Según parece está afectando sobre todo a las economías más desarrolladas, y menos, o menos gravemente, a las de los países en desarrollo o de economías emergentes. No lo entiendo pero dicen que es así... ¿Cómo afrontarla? También para eso hay recetas para todos los gustos y todos los colores... Moisés Naím, director de la prestigiosa revista Foreign Policy escribe hoy en El País ("¿Quién hundió la economía mundial?") que las "crisis globales nunca tienen una sola causa ni un solo padre", pero para encontrarle una explicación a la actual señala a algunos culpables, empezando por Alan Greenspan, director de la Reserva Federal norteamericana, los reguladores financieros, los especuladores, el presidente George W. Bush, y terminando con los chinos... Es una opinión. Otra, la del catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona, Antón Costas, ("La crisis como oportunidad"), se centra más en la crisis nacional, y dice sobre ella que puede superarse. Que la economía española, el tejido productivo español, tiene recursos suficientes para afrontarla siempre siempre que los males de diagnostiquen con rigor y "todos", liderados por el Gobierno, nos pongamos a ello. Ese "todos", por supuesto, implica a empresarios, trabajadores, sindicatos y administraciones, en un gran acuerdo para: "primero, repartir equitativamente, a corto plazo, los costes, evitando un conflicto distributivo que dispare la inflación y frene la continuidad del crecimiento, y segundo, lograr acuerdos de largo plazo que fomenten la vitalidad, la innovación y el cambio de modelo productivo para adaptarlo a los cambios económicos y tecnológicos". En resumen, que estamos en una crisis que, aparte de económica, es también una crisis de confianza: crisis de confianza en el gobierno y su liderazgo, en las instituciones europeas y nacionales económicas, en el sector empresarial, en el sistema financiero, y en nuestras propias capacidades. No entiendo nada de economía, pero sí tengo claro que una democracia consolidada no se deteriora por culpa de una crisis económica. Que las democracias tienen recursos suficientes para hacerlas frente. De esas crisis, más o menos tarde, con más o menos daños, se sale. Eso es indudable, pero para lograrlo, hay que saber que está pasando, qué lo causa y cómo ponerle remedio. Pedir al gobierno que nos diga la verdad, que no nos mienta, que no se amilane, y que se ponga al frente con todos los recursos que hagan falta para sacarnos de ella. Como ya hicimos en el pasado, como tenemos que hacer ahora... HArendt







sábado, 18 de marzo de 2023

De los seudodemócratas

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la analista política Cristina Manzano, va de los seudo demócratas. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







¿De quién es la democracia?
CRISTINA MANZANO
16 MAR 2023 - El País
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En la guerra global por la narrativa entre democracias y autocracias, entre Occidente y el resto, uno de los triunfos de Xi Jinping y de Vladímir Putin ha sido el de apropiarse de conceptos tradicionalmente asociados al bando democrático. Para quienes vemos en ellos la personalización de un poder pseudoabsoluto, oír cómo hablan de derechos humanos, de elecciones y de democracia provoca cierto escalofrío. Los ejemplos son múltiples, pero el caso más ilustrativo fue el famoso manifiesto que publicaron días antes de la invasión rusa de Ucrania y en el que declararon su amistad “sin límites”. En él se podían leer cosas como: “Las partes comparten la creencia de que la democracia es un valor humano universal, más que un privilegio de un número limitado de Estados, y su promoción y protección es una responsabilidad común de toda la comunidad mundial”. Y todavía más allá: “Rusia y China, como potencias mundiales con una rica herencia cultural e histórica, tienen una arraigada tradición democrática, que se nutre de la experiencia milenaria del desarrollo, el apoyo popular y la consideración de las necesidades e intereses de sus ciudadanos”.
No son, desde luego, los primeros autócratas que presumen de democracia. Ahí estaba la mismísima República Democrática de Alemania o la democracia orgánica del franquismo, que no engañaban a nadie. Pero Xi y Putin se están haciendo con las ideas que Occidente ha querido convertir en universales para redefinirlas. Es la revancha contra un sistema de valores que, consideran, ha ejercido siempre una pretendida superioridad moral. Y lo hacen porque ahora tienen, cada uno a su modo, las palancas para convencer a quien esté dispuesto a escucharlos.
Hubo un tiempo en que un buen número de países se miraba en el espejo de las democracias occidentales, sobre todo en el de Estados Unidos, el gran referente. La democracia iba ligada a libertades, sí, pero también a prosperidad, a una forma de vida mejor y más digna. Es obvio que esos referentes hoy han cambiado. China ha demostrado que se puede prosperar económicamente y otorgar un cierto grado de libertad, sin que ello implique en ningún momento cuestionar el orden político establecido ni la supremacía del Partido Comunista Chino. Rusia ha demostrado que se puede cultivar el anticolonialismo exportando energía y seguridad mientras se sigue ejerciendo el más crudo imperialismo. Además, cuestionan ellos, ¿de quién es la democracia hoy? ¿Quién determina si un régimen es lo suficientemente democrático o no?
Al poco de llegar a la presidencia, y aún bajo el trauma por el asalto al Capitolio, Joe Biden convocó una Cumbre para la Democracia con gobiernos, sociedad civil y mundo empresarial. Su objetivo era “renovar la democracia en casa y confrontar a las autocracias en el exterior”. Desafección, desigualdad, polarización, control tecnológico, desinformación, autoritarismo, corrupción, el papel de las grandes corporaciones... la lista de temas es larga. Un “pequeño” problema fue que la misma Casa Blanca determinó quién asistiría y quién no, generando todo tipo de polémicas. De allí salieron, en cualquier caso, una serie de compromisos que ahora las partes implicadas están llamadas a revisar. Será los próximos días 29 y 30 de marzo, en la II Cumbre para la Democracia, que se celebrará en formato híbrido conjuntamente en cinco sedes: EE UU, Costa Rica, Zambia, Países Bajos y Corea del Sur.
Para los muy cafeteros, son ejercicios siempre interesantes, que movilizan a varios miles de personas en todo el mundo en proyectos de lo más diverso. En torno a esos días, y a ese acontecimiento, se generará un sentimiento de solidaridad, de propósito y de optimismo con respecto al futuro. Tantas mentes pensando y proponiendo cómo hacer frente a los desafíos de nuestros sistemas democráticos, cómo mejorarlos. Pero ¿irá más allá de un descentralizado esfuerzo intelectual? ¿Trascenderá el espacio de unas determinadas élites? ¿Logrará realmente revertir el supuesto declive democrático?
Un repaso a este último año ofrece un balance agridulce. Por un lado, el pueblo ucranio ha dado una impresionante lección de coraje a la hora de defender su derecho a existir como país democrático; además, las elecciones de medio mandato en Estados Unidos y las presidenciales en Brasil (con susto posterior incluido) y en la República Checa, entre otros, dieron un respiro frente a la amenaza populista. Por otro, y tan solo en las últimas semanas, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha emprendido en México una reforma del Instituto Nacional Electoral que pretende acabar con la independencia del órgano que debe velar por la pulcritud de las elecciones; el gobierno ultraderechista de Benjamin Netanyahu en Israel ha emprendido una reforma que pretende acabar con la independencia del poder judicial; y el gobierno de Irakli Garibashvili, en Georgia, ha tenido que retirar una ley sobre “agentes extranjeros”, que limitaría enormemente el trabajo de las ONG y de los medios, por la presión de la calle. A lo que se suma lo que está ocurriendo en El Salvador, en Túnez, en Hungría…
No bastará una cumbre, ni muchas, para recuperar el prestigio y la eficacia perdidos. Pero una de las ventajas de la democracia es que la libertad es el caldo de cultivo para generar nuevas ideas. Van a hacer falta ahora que los regímenes autocráticos quieren presumir también de demócratas.





























[ARCHIVO DEL BLOG] La democracia en España (1812-2013): Un resumen acelerado. [Publicada el 09/06/2013]










Los refranes son sabiduría popular acumulada a lo largo de siglos de experiencias personales y generacionales. No siempre aciertan, pero deberíamos tomarlos en cuenta. Por ejemplo, ese que dice, que "sabe más el diablo por viejo que por diablo". Que traspuesto al lenguaje académico podría traducirse en el conocido aforismo de que "los pueblos que no aprenden de su historia están condenados a repetirla". En eso, los españoles, nos hemos pintado solos: en no aprender. Parece que lo habíamos comprendido y aceptado por fin con la tan denostada, hoy, "transición a la española" (ni siquiera me atrevo a ponerla con mayúscula, lo confieso, por miedo a parecer un carcamal) que llevó hasta la Constitución de 1978, manifiestamente mejorable, pero en absoluto inservible como algunos pretenden. Pero la realidad es que yo participé en ella con entusiasmo (en la Transición), no reniego de sus objetivos ni de sus logros, y me siento orgulloso de pertenecer a la generación que la protagonizó.
Se preguntarán los lectores, con razón, ¿y esto, a qué viene? Pues viene a que acabo de terminar de leer hace unos minutos el libro que me ocupaba desde unos días atrás y del que he venido hablando, a salto de mata, cogiendo la oportunidad por los pelos cuando me era posible y venía al caso. Me refiero, como no, a "Los señores del poder y la democracia en España: entre la exclusión y la integración" (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2013), del profesor José Varela Ortega. A esas lecturas me he referido en sendas entradas de fechas 7 de junio y 28 de mayo, respectivamente, y a ellas remito a los interesados.
Quizá no sería desmesurado por mi parte reconocer que me ha provocado un profundo impacto el libro del profesor Varela. No es normal en una persona (perdónenme la presunción) que lleva leyendo libros de historia, como mínimo, desde hace cincuenta años, y que algo "sabe" de ello, del estudio de la Historia, aunque solo sea por deformación profesional y pasión personal.
Nada más alejado de mi intención que el adoctrinamiento. Nunca he tenido la menor intención de convencer a nadie de nada, y menos, cuando me declaro escéptico confeso y mártir de mis propias creencias, si es que tengo algunas. Mi padre, que también lo era, decía con sorna que "solo creía en Dios, en el bicarbonato y en la Guardia Civil". Yo ya no creo ni en el bicarbonato, así que imagínense lo que pienso de las otras dos...
A pesar de ello, quiero guardar un poso de esperanza en la inteligencia de la gente común, de mis conciudadanos españoles y europeos, en que comprendan que la dialéctica del enfrentamiento cainita de unos contra otros no nos lleva a ningún lado, que la democracia es un fin, pero también un procedimiento y unas reglas que se basan en algo tan sencillo como aceptar que "los otros" también pueden tener razón; que "si no la  tienen" tampoco es razón suficiente para eliminarlos; que "la mayoría" está autorizada a gobernar, pero que la "minoría" tiene derecho a existir, expresarse libremente, oponerse a la mayoría y, llegado el momento a sustituirla.
En las últimas páginas (474/475) de su libro, dice el profesor Varela: "Quizá, no sería un resumen muy desenfocado aparejar la historia política de la España contemporánea desde 1812 en torno a tres ejes fundamentales, por más que tan heterogéneos como complementarios; a saber: libertad, alternancia y democracia" (nunca del todo realizados, o realizados bien, precisamente hasta el último cuarto del pasado siglo, apuntillo yo), para concluir con una frase no por lapidaria, más afortunada: "No es infrecuente que la democracia sea una construcción de exiliados para no volver a ser desterrados".
Por favor, no volvamos a poner la democracia, a España y a los españoles entre corchetes. Nunca más... Y sean felices, por favor, a pesar de todo. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": Nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt











viernes, 17 de marzo de 2023

Del miedo a la policía

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Santiago Alba, va del miedo a la policía. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Miedo a la policía
SANTIAGO ALBA RICO
15 MAR 2023 - El País
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Hemos sabido que la Ley de Seguridad Ciudadana, alias ley mordaza, no será derogada ni revisada en esta legislatura. A lo largo de mi vida he tenido amigos reposteros, peluqueros, ministros, maestros, jueces, empresarios, músicos, camareros, escritores reaccionarios y hasta médicos estalinistas. Lo confieso: me gustaría tener o haber tenido un amigo policía. No lo tengo. Item más: confieso que la policía me da miedo y que este miedo, todavía hoy, me convierte invariablemente en sospechoso en controles y aduanas. Se aducirá con razón que este miedo, y la renuencia a conocer y tratar policías, refleja el atavismo izquierdista de un sexagenario que tenía 15 años cuando murió el dictador Franco y cuya cabeza sigue poblada de cargas salvajes de los grises y relatos siniestros de comisaría. Se aducirá con razón. Pero se me permitirá que diga que he visto cambiar muchas cosas en este país durante los últimos 47 años: he visto avanzar el feminismo y retroceder la homofobia y el racismo, he visto cambios enormes en la administración e incluso en la judicatura, justamente denostada en las instancias más altas pero muy renovada en las magistraturas de a pie. Tengo la impresión, sin embargo, de que la policía ha cambiado poco o mucho menos que las otras instituciones, mucho menos, desde luego, que la cabeza de la gente.
Durante estos años he conocido a dos docenas de personas (sí, de izquierdas) que han sido acusadas de agredir a la policía después de sufrir una agresión policial. Entre ellas, recientemente, dos cargos públicos (sí, de izquierdas): Alberto Rodríguez e Isa Serra, juzgados y condenados con el único testimonio de los agentes implicados, en una versión perversa del “yo sí te creo” que algunos tanto critican en el feminismo. Eso por no hablar de las llamadas “cloacas policiales” y los manejos bituminosos contra políticos y partidos (sí, de izquierdas) a los que se ha pretendido criminalizar ante el electorado. Por no hablar asimismo del diferente trato policial dispensado, por ejemplo, a los manifestantes gaditanos durante la huelga del metal en noviembre de 2021 (sí, de izquierdas), ferozmente reprimidos, y a los manifestantes negacionistas de Núñez de Balboa en mayo de 2020 (sí, de derechas), amigablemente tolerados. Que a finales de 2021 y ahora, hace pocos días, los sindicatos policiales mayoritarios hayan convocado protestas —apoyadas, sí, por la derecha institucional— en favor de la Ley de Seguridad Ciudadana, alias ley mordaza, no contribuye precisamente a aliviar mis atavismos izquierdistas de sexagenario antifranquista. Dos años después de su entrada en vigor, en junio de 2017, Amnistía Internacional registraba ya casi 200.000 sanciones, el 33% de las cuales castigaban desobediencias no delictivas, negativas a identificarse o faltas de respeto a los agentes. La Ley de Seguridad Ciudadana, alias ley mordaza, ley húngara o ley turca, no parece concebida para proteger a los ciudadanos sino para proteger a los policías de los ciudadanos; no para asegurar la libertad de los ciudadanos sino para garantizar la seguridad de la policía.
Así que, a mis 62 años, la policía me sigue dando miedo. ¿Es por intoxicación ideológica? Confieso que he mentido. Sí que tengo un amigo policía o, al menos, un conocido policía. El otro día estuve sentado a una mesa con él, compartiendo unos vinos. Parecía una persona normal y era, aún más, una persona normal y lo que me contó aumentó precisamente mis temores: incremento del voto a Vox, fratrías liberticidas en chats, nula formación en valores democráticos. Él mismo, porque parecía y, aún más, era normal, estaba muy preocupado. De ninguna manera quiero una policía de izquierdas que sustituya a una policía de derechas; hay algunas cosas —pocas— que quiero que no sean ni de derechas ni de izquierdas: las flores, el queso manchego, la línea del horizonte, la policía. Quiero que se tomen en serio su trabajo de combatir el crimen y de proteger las libertades democráticas. Quiero que se guarden su legítimo alineamiento ideológico para las urnas y no lo expresen jamás en la calle, en las comisarías, en los albañales del Estado.
Se agota la legislatura y la Ley de Seguridad Ciudadana, alias ley mordaza, no será derogada; ni siquiera reformada. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? Quizás es que el Gobierno de coalición estaba demasiado ocupado en pegarse tiros en el pie peleándose por leyes que, con sus luces y sus sombras, habían acordado los dos partidos que lo componen. Pero quizás no. Quizás soy un viejo suspicaz. Quizás no es solo cosa mía. Quizás también el PSOE tiene miedo de la policía.
La verdad es que me gustaría perderle el miedo. Me gustaría vivir en un país en el que la presencia de un agente de policía me sosegase y no me desazonase y en el que mis hijos jóvenes de izquierdas contemplasen como una opción humanitaria, junto a la sanidad o el cuerpo de bomberos, la posibilidad de ingresar en la policía. Ese puñadito de policías normales (que se lo creen contra sus propios jefes y compañeros) saben bien cuán lejos estamos de eso.