domingo, 20 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] Europa como medio y no como fin. [Publicada el 20/11/09]

 






¡Enhorabuena! La Unión Europea ya tiene su primer "Presidente" (Presidente del Consejo Europeo) estable y su primera "Ministra de Asuntos Exteriores" (Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y de Seguridad Común) reforzada: Herman Van Rompuy, democristiano, flamenco, y hasta ahora primer ministro de Bélgica, y Catherine Margaret Ashton, socialista, británica, ex-presidenta de la Cámara de los Lores, y actual comisaria europea de Comercio, respectivamente. Y el francés Pierre de Boissieu, como Secretario General del Consejo Europeo.
No comparto las críticas que ya están surgiendo de muy diversos ámbitos a esos nombramientos, sobre todo, una que me asombra por lo que tiene de poco conocimiento, de desvergüenza, o de ambas cosas a la vez. Me refiero a la que achaca a estos nombramientos un "deficit democrático", insalvable, a juicio de algunos.
Los 27 Jefes de Estado y de Gobierno que componen el Consejo Europeo han sido elegidos, todos, sin excepción, democráticamente. ¿Cómo es posible entonces achacar un déficit democrático originario a quiénes ellos eligen para presidirlos y dirigir la política exterior que ellos mismos definen?
Segunda objección: Se trata de personalidades con un perfil político "bajo". Me gustaría saber que entienden los "críticos" por un perfil político "bajo". Ángela Merkel, una democristiana protestante procedente de la recién incorporada Alemania Oriental es hoy, con toda seguridad, la líder política más valorada de la Unión Europea. ¿Alguien sabía quién era Ángela Merkel antes de ser elegida canciller de la República Federal Alemana?
Presidir Bélgica no es cualquier cosa. Hay que tener muchas habilidades políticas para dirigir el gobierno del país, con toda seguridad más complejo de gobernar de toda Europa Occidental, partido en dos por la lengua, la religión, el origen territorial, y las competencias políticas compartidas, en una confederación "de hecho" entre valones y flamencos. La Cámara de los Lores británica es una antigualla, sin duda, pero existe y funciona. Es una institución casi milenaria y no creo que su presidencia se encomiende a cualquiera.
Quizá estamos pidiendo y esperando mucho de la Unión Europea. Y creo que tiene mucho de razón el profesor británico Timothy Garton-Ash, profesor de Estudios Europeos y titular de la prestigiosa cátedra "Isaiah Berlin" del St. Anthony´s College de la Universidad de Oxford y profesor titular de la Hoover Institution de la californiana Universidad de Stanford, cuando dice que deberíamos atender más a construir Europa como "medio" que como "fin": "El próximo capítulo de Europa comienza hoy" (El País, 15/11/09).
El Estado, que no es otra cosa como definición que una sociedad organizada políticamente, nació para atender y resolver los problemas y necesidad de sus ciudadanos, especialmente, su seguridad. La tentación de ver el Estado como fin en sí mismo, y no como medio, conduce al absolutismo, primero, y al totalitarismo, después. Es una experiencia histórica contrastada.
Quien no quiera ver los enormes progresos que la Unión ha traído a una Europa que en los últimos cien años se ha enfrentado en su suelo a dos devastadoras guerras mundiales, dictaduras, experiencias totalitarias, genocidios e infinidad de guerras civiles, o es que es un cínico, o lisa y llanamente lo que en lenguaje coloquial llamaríamos un gilipollas. Para no ir tan lejos, ¿algún europeo actual desearía volver a la Europa de hace sólo veinte años? Supongo que sí, que haberlos los habrá; yo no, desde luego. HArendt









viernes, 18 de noviembre de 2022

Del respeto en política








 Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la necesidad del respeto en política, porque como dice en ella el poeta Luis García Montero, los insultos y la demagogia no deben revolver el estómago de nuestra democracia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








El respeto
LUIS GARCÍA MONTERO
14 NOV 2022 - 05:00 CET


La corrupción nos ha hecho demasiado daño. Más allá del desvío del dinero público, es una de las causantes principales del desvío de las formas democráticas en el diálogo y la comunicación. Los problemas reales se convierten en espectáculo ruidoso cuando se utilizan las ofensas y los insultos para ocultar suciedades éticas. Carles Puigdemont, heredero de unos políticos que habían sometido al robo sistemático las cuentas y los servicios públicos de Cataluña, desvió la atención conducien
do las tensiones territoriales a un fanatismo hoy encarnado en Laura Borràs. Que esta mala profesora, metida a política mala, haya pedido colaboración al asesino de Yolanda González, una de las víctimas más conocidas de la extrema derecha durante la Transición, pone las cosas en su sitio. El autoritarismo identitario lo revuelve todo, también el estómago de la democracia.
Los hijos políticos de las corrupciones de Jordi Pujol conocían las posibilidades de su tapadera nacionalista. El Madrid de José María Aznar y Esperanza Aguirre necesitaba también unas mantas espesas, y el odio a Cataluña ocultaba los malos olores de la trama Gürtel. Dificultar las relaciones entre Madrid y Cataluña, llenarlas de copas rotas, con el cava por el suelo, fue el modo más eficaz de ocultar que un partido político puede infectarse por culpa de una dinámica de robos organizados. Levantar los bajos instintos de las identidades provoca resultados eficaces a la hora de desviar la atención. Es lo que ahora ocurre, por ejemplo, cuando se desconocen las diferencias de significado entre sedición y rebelión, tratando de impedir cualquier movimiento que facilite la convivencia de Cataluña con el resto de España.
Los insultos y la demagogia no deben revolver el estómago de nuestra democracia. Recordemos una frase de don Fernando de los Ríos: “En España la única revolución pendiente es el respeto”. Que así sea. La calma es hoy una disciplina cívica.




















[ARCHIVO DEL BLOG] ¿La guerra contra el ISIS es una guerra justa? [Publicada el 19/11/2015]

 






No hace falta ser un experto en lingüística para percibir las diferencias que median entre pacífico y pacifista. Lo primero es más bien una condición humana; lo segundo una actitud ideológica. Es muy posible que mi siempre genial y admirado Forges tenga toda la razón en su viñeta de hoy y que todas las guerras sean malditas. No lo sé. No es, desde luego, el primero que lo ve así. Erasmo de Rotterdam (1466-1536) escribió un hermoso opúsculo en ese mismo sentido titulado "La guerra es dulce para quienes no la han vivido", (Círculo de Lectores, Barcelona, 1995) cuya lectura les recomiendo encarecidamente. Yo no me considero una persona probelicista y creo, sinceramente, que soy de temperamento natural pacífico. Pero reconozco que no soy pacifista. Tampoco lo es el profesor de la Universidad de Princeton Michael Walzer (1935), autor de un impresionante libro, "Guerras justas e injustas" (Paidós, Barcelona, 2001), que examina y pasa revista pormenorizada desde el punto de vista de la filosofía moral a la mayor parte de los conflictos bélicos del pasado siglo. Como él, pienso que hay razones para asumir que sí, que hay guerras justas y guerras injustas, pero que la mayoría de ellas, por desgracia, son absurdas.
¿La guerra que el Estado Islámico ha declarado a Occidente es justa o injusta? ¿La guerra que Francia, y con ella Occidente, ha declarado al Estado Islámico es justa e injusta? La respuesta, a gusto de cada cual. Pero confieso que a mí personalmente eso de poner la otra mejilla cuando nos golpean no acabo de verlo claro.
Más claro que yo, desde luego, lo tiene el filósofo y corresponsal de guerra francés Bernard-Henri Lévy (1948), nacido en Argelia, en el seno de una familia judía sefardí, estudiante en la prestigiosa Escuela Normal Superior parisina donde tuvo como profesores a Jacques Derrida y Louis Althusser. En 1976 se hizo popular como joven fundador de la corriente de los llamados nuevos filósofos franceses (como André Glucksmann y Alain Finkielkraut), muy críticos con los dogmas de la izquierda radical surgida de Mayo del 68. Se convirtió entonces en un filósofo discutido, acusado de «intelectual mediático» y narcisista por sus detractores, y valorado por su compromiso moral en favor de la libertad de pensamiento por sus defensores. Pues bien, este controvertido filósofo escribía ayer en el diario El País un artículo titulado "Guerra, manual de instrucciones", que no tengo empacho alguno en reconocer que comparto. 
Hay que llamar a las cosas por su nombre, dice en él, y tratar al enemigo como tal. La alternativa está clara: si no hay tropas en su terreno tendremos más sangre en el nuestro. Pues bien, aquí está la guerra. Una guerra de un nuevo tipo. Una guerra con y sin fronteras, con y sin Estado; una guerra doblemente nueva porque mezcla el modelo desterritorializado de Al Qaeda con el viejo paradigma territorial que ha recuperado el Estado Islámico (ISIS). Pero una guerra, en cualquier caso. Y ante esta guerra que no deseaban ni Estados Unidos, ni Egipto, ni Líbano, ni Turquía, ni hoy Francia, solo podemos hacernos una pregunta: ¿qué hacer? Cuando nos cae encima una guerra así, ¿cómo responder y ganar?
Primera ley: llamar a las cosas por su nombre, añade. Al pan, pan, y al vino, vino. Y atrevernos a decir esa palabra terrible, guerra, frente a la que lo deseable, lo propio y, en el fondo, lo noble por parte de las democracias, pero también su debilidad, es rechazarla hasta los límites de su comprensión, de sus referencias imaginarias, simbólicas y reales. Y consentir esa contradicción que es la idea de una república moderna obligada a combatir para salvarse. Y pensarlo aún con más tristeza porque varias de las reglas establecidas por los teóricos de la guerra, de Tucídides a Clausewitz, no parecen servir para ese Estado fantoche que lleva la llama más allá en la medida en que sus frentes están desdibujados y sus combatientes tienen la ventaja estratégica de no establecer diferencias entre lo que nosotros llamamos la vida y ellos llaman la muerte.
Segundo principio, sigue diciendo: el enemigo. Quien dice guerra, dice enemigo. Y a ese enemigo no solo hay que tratarlo como tal, es decir (las enseñanzas de Carl Schmitt), verlo como una figura a la que, según la táctica escogida, se puede engañar, hacer dialogar, golpear sin hablar, en ningún caso tolerar, pero sobre todo (enseñanzas de san Agustín, santo Tomás y todos los teóricos de la guerra justa), darle, también a él, su nombre auténtico y preciso. Ese nombre no es terrorismo. Esos hombres que están en contra del placer de vivir y la libertad propia de las grandes metrópolis, esos bastardos que odian el espíritu de las ciudades tanto —dado que son lo mismo— como el espíritu de las leyes, del Derecho y la dulce autonomía de los individuos liberados de antiguas sumisiones, esos incultos a los que habría que replicar, si no les fueran completamente desconocidas, con las bellas palabras de Victor Hugo cuando gritaba, en plenas matanzas de la Comuna, que atacar París es más que atacar Francia porque es destruir el mundo, merecen el nombre de fascistas. Mejor dicho: fascislamistas, añade.
¿Qué más ventajas tiene dar un nombre a las cosas?, se pregunta más adelante. Poner las cosas en su sitio, responde. Recordar que, con este tipo de adversario, la guerra debe ser sin tregua y sin piedad. Y forzar a cada uno, en todas partes, es decir, tanto en el mundo árabe musulmán como en el resto del planeta, a decir por qué lucha, con quién y contra quién. Eso no significa, añade, por supuesto, que el islam tenga afinidad alguna con el mal, como no la tienen otras formaciones discursivas. Y la urgencia de este combate no debe distraernos de esa otra batalla, también esencial, que es la batalla por el otro islam, por el islam de las luces, el islam en el que se reconocen los herederos de Massud, Izetbegovic, el bangladesí Mujibur Rahman, los nacionalistas kurdos o el sultán de Marruecos que tomó la heroica decisión de salvar, enfrentándose a Vichy, a los judíos de su reino.
Oigo gritar a los biempensantes, dice más adelante, que llamar a quienes son buenos ciudadanos a desvincularse de un crimen que no han cometido es suponerlos cómplices y, por tanto, estigmatizarlos. Pero no. Porque ese “no en nuestro nombre” que esperamos de nuestros conciudadanos musulmanes es el de los israelíes que se desvincularon, hace 15 años, de la política de su Gobierno en Cisjordania. Es el de las masas de estadounidenses que en 2003 protestaron contra la absurda guerra de Irak. Es el grito más reciente de todos los británicos, fieles o simples lectores del Corán, que decidieron proclamar que existe otro islam —manso, misericordioso, apasionado de la tolerancia y la paz— que no es ese en cuyo nombre pudieron apuñalar a un militar en plena calle. Es un grito hermoso. Es un bello gesto. Pero, sobre todo, es el gesto sencillo, de justicia, que consiste en aislar al enemigo, separarlo de su retaguardia y hacer que deje de sentirse como pez en el agua en una comunidad para la que, en realidad, es una vergüenza. 
Pienso, sinceramente, que tiene toda la razón. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt









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jueves, 17 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Marilyn o Norma Jean? [Publicada el 18/11/2014]






No sé a cuál de ellas preferirán ustedes, pero yo me quedo con Norma Jean Mortenson. Nunca la conocí como tal sino intepretando su papel, el que le tocó en la rueda de la Fortuna, el de Marilyn Monroe, y aunque no me crean, nunca tan admirable para mí como en una de sus últimas películas, "Vidas rebeldes" (1960), de John Huston, junto a Clark Gable y Montgomery Clift. Nunca hasta entonces me había parecido tan frágil, tan Norma Jeane, tan bella y tan ella misma. De seguir viva tendría ahora 88 años. Pero la diosa Tiqué se la llevo a los 36 años para desgracia de ella y fortuna de sus admiradores que nunca la conocerán ajada ni maltrecha de cuerpo, aunque de alma lo estuvo y mucho.
El escritor español Benjamín Prado le dedica hoy en El País un hermoso recuerdo: "Cuando Marilyn Monroe leía a Lorca y Alberti", en el que nos cuenta que cuando la casa Christie's sacó a subasta su biblioteca personal, aparecieron en ella más de cuatrocientos títulos de primerísimo nivel literario que incluían a autores como Joyce, Whitman, Saint-Exupéry, Wilde, Kerouac, Tolstoy, Proust, Camus, Mann o Steinbeck, pero también a Federico García Lorca y Rafael Albertí o un catálogo sobre la pintura de Francisco de Goya. La noche del 4 de agosto de 1962, la noche de su muerte, cuenta Prado, su amigo Ceferino Carrión, un español de Santander, dueño del restaurante La Scala, llevó a la casa de Marilyn la cena que esta le había encargado. Fue, quizá, el último de sus amigos que la vio con vida. Y este contó más tarde la gran admiración que Norma Jeane sentía por la cultura española, no solo por los citados Lorca y Alberti, sino también por la obra pictórica de Velázquez, Goya o Picasso. Si la frase "dime que has leído y te diré quién eres", comenta Prado, tuviera algo de cierto, después de asomarnos a su biblioteca tal vez sepamos algo más de ese mito erótico, el mayor del siglo XX, que fue Marilyn Monroe.  
Pero yo me quedo con Norma Jeane, la persona real, y no con la actriz. El artículo de El País trae una foto suya, ¿de Marilyn?, ¿de Norma Jeane?, leyendo, se supone que en su casa, con un vestido rojo que deja poco que ocultar: ¡está bellísima! Sin duda es una pose, como en esa otra foto que pongo al final de la entrada en que, de nuevo, nos la presentan leyendo, ahora el "Ulises" de Joyce. 
Marilyn fue un mito, pero Norma Jeane fue una persona real bella, frágil e infeliz que fue tratada por todos los que la conocieron, incluso por los que la amaron, como un simple objeto, un cuerpo adorable, al que utilizaron a su antojo. Y yo prefiero quedarme con la persona tierna y desamparada que rodó, quizá ya más Norma Jeane que Marilyn Monroe, la inolvidable "Vidas rebeldes". 
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt






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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

De historias de sedición

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de historias de sedición, como la que cuenta en ella el filólogo Jordi Amat, que ocurrió en Roma en el año 493 a.C., en la para resolverlo se activó la política, se constató la existencia del conflicto y se negoció para que la ciudad recuperase la convivencia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









Clásicos para superar la sedición
JORDI AMAT
13 NOV 2022 - El País


No es fácil recomponer una sociedad cuando ha sufrido la crisis interna que es una sedición. La analogía sirve y viene de antiguo. De entrada, en latín, sedición significó desunión. Se asocia a un episodio concreto de revuelta cívica. Lo reconstruyo tras contrastar con diversas fuentes lo ocurrido hace 2.500 años.
A finales del año 493 a.C., en Roma, un grupo de plebeyos estaba cada vez más apurado por la persecución legal de los usureros. Tras haber combatido y ganado batallas, constataron que las promesas del Senado de mejorar su situación no se habían cumplido y los más pobres seguían yendo a la cárcel. Ante esa frustración política, la primera reacción, según Plutarco, fue provocar diversos tumultos (el de Queronea usa esa palabra).
La discusión en el Senado fue intensa. Quienes ejercían el poder estaban divididos. Unos estaban por relajar las exigencias de la ley para ayudar a los pobres a quienes se les habían hecho falsas promesas. Los otros, en cambio, no querían ceder. No era una cuestión de dinero, creían estar preservando el sistema. Si se transigía, pensaban, favorecían un ensayo de insolencia de la turba que se había rebelado contra la ley. Mejor reprimirlos. De esas discusiones conocemos un discurso que pronunció un tal Valerio. Dijo que, acabada la guerra, la usura le parecía lo más preocupante para la ciudad, era consciente que habían fallado a los soldados plebeyos y no se lo perdonaba. “Ahora se ha asegurado la paz exterior, pero la interior se ha hecho imposible. Prefiero verme involucrado en la sedición como un ciudadano privado que como dictador”. Salió del Senado y, de camino a casa, la ciudadanía lo aplaudió para agradecerle el gesto.
En esas jornadas críticas, al saber que podría ser movilizada de nuevo, parte de la ciudadanía se rebeló. “Esta situación precipitó la sedición”, escribió Tito Livio en su Historia. Aunque se plantearon cargarse a los cónsules, la decisión fue marcharse de Roma. Acamparon en el Monte Sacro. No hubo ni violencia ni sedición, pero fueron días de caos. Una especie de vacío de poder. Los plebeyos que se quedaron temían por si los atacaban los patricios, los patricios por si los atacaban los plebeyos y los senadores temían por la vulnerabilidad militar en la que había quedado la ciudad. “Todas sus esperanzas residían en la concordia entre los ciudadanos, y que esta debía ser restaurada a cualquier precio”. Ante una situación insostenible, hora de negociar y necesidad de mejoradores. Cuenta Livio que el portavoz del Senado fue Menenio Agripa. Se trasladó al Monte Sacro, habló con los sediciosos porque lo reconocían como un interlocutor válido y los persuadió para que volviesen gracias a un apólogo: les contó el cuento de un cuerpo cuyos brazos se habían rebelado contra el estómago y para protestar habían decidido no comer, pero pronto constataron que todo el cuerpo fallaba si fallaba una de sus partes. Así los plebeyos habrían comprendido que debían regresar a la ciudad.
La versión de Tito Livio es la oficial, la más mitificadora, la que reconcilia la sociedad gracias a la retórica. Pero probablemente la escrita por Dionisio de Halicarnaso se ajuste más a la realidad. Para ganar la reconciliación, el Senado constituyó una delegación. Se le otorgó “plenos poderes para llegar con los plebeyos a una solución de la revuelta en los términos que a ellos mismos les pareciesen justos”. En sus manos tendrían la posibilidad de decidir lo que el Senado, polarizado, no había resuelto y los miembros de la delegación tenían la confianza de los plebeyos. La clave de bóveda era si se condonarían las deudas para que no estuviesen amenazados por los usureros. Se negoció y se llegó a un doble compromiso. Se asumiría el coste de las deudas. En el Senado habría unos magistrados ―los tribunos de la plebe― que defenderían los derechos de los plebeyos. La política se activó para absorber el conflicto: ante una crisis colectiva provocada por la sedición, se constató la existencia del conflicto y se negoció para que la ciudad recuperase la convivencia.






















miércoles, 16 de noviembre de 2022

[ARCHIVO DEL BLOG] ¡Qué vienen los vándalos!... ¿Y la izquierda, dónde está? [Publicada el 17/11/2014]









A los amables lectores que lleguen por vez primera a este blog les extrañará el título de la entrada de hoy: una exclamación que tiempo atrás causaba pavor entre quienes la escuchaban. Los vándalos fueron un pueblo germano asentado durante siglos entre los ríos Vístula y Oder, en Europa oriental, que a principios del siglo V d.C. llegan junto a visigodos, suevos y alanos a las provincias romanas de Hispania. Como federados del imperio pernoctan en la Bética, acaban fundando un reino en el norte de África y escriben su nombre en la historia de España dándole el suyo a mi tierra de nacimiento: Andalucía. 
Los vándalos de hoy, ese azote que pulula hoy de un extremo a otro de Europa y España sin más ideología ni programa que mirarse el ombligo para ver si es más redondo que el del vecino y poner patas arriba todo lo hecho hasta ahora (malo o bueno, les da lo mismo), son los nacionalismos y populismos de todo tipo y condición. Como ya escribí sobre ellos hace unos días no voy a insistir en el asunto. 
Ahora quisiera escribir de nuevo sobre la "izquierda", y permítanme hacerlo trayendo de nuevo a colación una cita del gran politólogo italiano Norberto Bobbio: "Cuando alguien dice que no es de derechas ni de izquierdas, es SIEMPRE de derechas". Como método de análisis político puede parecer simplista pero les aseguro que funciona relativamente bien.
Descartados nacionalismo y populismo como instrumentos de regeneración democrática, y autodescartada la derecha , anclada en el inmovilismo revestido de teoría económica, social y política, nos queda mirar a la izquierda real y posible, no a la de las utopías castrantes del comunismo y el anarquismo, fracasadas históricamente. ¿Pero existe hoy esa izquierda? Y si existe ¿dónde está? ¿Qué le está pasando a la izquierda en el mundo? ¿Tiene la socialdemocracia europea (la única izquierda posible) alguna influencia real en el continente? ¿O es imposible a estas alturas de la historia la mera idea de asociar socialismo, libertad y democracia?
Hace solo quince años trece de los quince Estados de la Unión Europea estaban gobernados por partidos socialistas. Hoy, en una unión de veintiocho Estados, apenas queda una decena, algunos en coalición, y otros acercándose a un abismo electoral inédito en su historia. Lo contaba Cecilia Ballesteros en un artículo de El País de octubre pasado titulado muy gráficamente "Socialistas en tierra de nadie". Y añadía: El primer ministro francés, el socialista Manuel Valls. ha dado la voz de alarma poniendo el dedo en la llaga, una llaga muy dolorosa, decía la articulista: "Hay que acabar con la izquierda anticuada. Incluso, ¿no ha llegado el momento de dejar de llamarnos socialistas?". Son palabras textuales de Manuel Valls. ¿Qué fue mal? se pregunta Cecilia Ballesteros. ¿Cómo puede haberse desbaratado el modelo de Estado de bienestar levantado tras la II Guerra Mundial, base de los treinta años gloriosos de prosperidad que hicieron del continente una sociedad justa? 
Al comienzo de su artículo Ballesteros cita una frase del historiador británico Tony Judt (1948-2010), tantas veces citado por mí en este blog, tomada de su libro "Algo va mal": "La socialdemocracia no representa un futuro ideal, ni siquiera representa el pasado ideal. Pero entre las opciones disponibles hoy es mejor que cualquier otra que tengamos a mano". Frase que a  mí me recuerda mucho a la también famosa cita de otro famoso compatriota suyo, el que fuera primer ministro británico durante la II Guerra Mundial, Winston Chuchill (1874-1965), sobre la democracia: "Es el peor régimen político, exceptuados todos los demás".
De Tony Judt y su libro "Algo va mal" (Taurus, Madrid, 2010) ya he escrito en anteriores ocasiones en el blog. De él y de su libro, de su honestidad personal como historiador y como hombre de izquierdas escribió una magnífica reseña con motivo de su muerte el profesor Álvarez Junco (Revista de Libros, marzo 2011) titulada "Elegía por la socialdemocracia". Y también sobre Tony Judt y su libro, apenas dos meses después de su muerte, en octubre de 2010, escribió en El País una elogiosa crónica: "El testamento político de Tony Judt", el profesor Josep Ramoneda. Creo que merece la pena, de verdad, que echen una ojeada a los enlace citados para comprender el alcance de la actual y larga crisis de la socialdemocracia europea (y española). Si tienen interés en ello, claro está.
Del libro de Judt que estamos comentando recuerdo una frase (la cito de memoria) que venía a decir que no debemos sacralizar los nombres ni las palabras: que el nombre con el que nos autodefinamos no tiene mayor importancia; que podemos llamarnos y reconocernos como de izquierdas, socialistas, social-liberales, socialdemócratas o progresistas; que los nombres carecen de importancia; que lo importante es que defendamos que el socialismo solo es posible desde la libertad y que la libertad tiene que ir indisolublemente unida a la idea de igualdad.
El partido socialista español hizo pública ayer domingo una declaración política de alcance, denominada "Declaración de Zaragoza", en la que invita a todas las fuerzas políticas españolas a implicarse en la búsqueda de un acuerdo global que siente las bases para una reforma de la Constitución de 1978 sin echar por tierra los enormes avances políticos y sociales que ella ha supuesto. Era un paso necesario y ya está dado. Esperemos que fructifique, por el bien de todos.
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt









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De la exhibición de la ignorancia

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la exhibición de la ignorancia, que como dice en ella el escritor Antonio Muñoz Molina, con su ineptitud, pasa a la ofensiva y se convierte en una negación descarada de la realidad, en un despliegue de fantasías delirantes que provocarían risa si no llevaran por dentro la semilla antigua del odio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






La edad de la ignorancia
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
12 NOV 2022 - El País

Una falta de ortografía arruinó en 1992 la carrera política de Dan Quayle, vicepresidente de Estados Unidos. Visitando una escuela primaria, con un gran cortejo de ayudantes y cámaras de televisión, Quayle le pidió a un niño que escribiera en la pizarra la palabra potato. El niño la escribió correctamente, pero Quayle, afectando una paciencia de maestro bonachón, le indicó que había cometido un pequeño error: a la palabra potato le faltaba, según el vicepresidente, una “e” al final. El pitorreo fue tan universal que todavía hoy basta teclear Quayle en Google para asistir de nuevo a aquella escena memorable. Ya retirado, Dan Quayle llegó a actuar en un anuncio de patatas fritas, con gran indignación del niño experto en ortografía, quien argumentó, no sin motivo, que habría sido más justo que el anuncio lo protagonizara él.
Treinta años después de aquella visita escolar, lo que nos asombra no es la ignorancia de un individuo que se las había arreglado para llegar a un paso de la presidencia, sino el hecho mismo de que un error ortográfico lo sumiera en un ridículo del que ya no pudo recuperarse. Más alto todavía que Dan Quayle llegó Donald Trump, de quien se sabe que es incapaz de leer más de dos líneas seguidas, a no ser que en ellas esté contenido su propio nombre, y que aun en esta época de correctores automáticos ha sido capaz de llenar la brevedad de un tuit de faltas de ortografía. “Con todas las cosas que tú no sabes se podría escribir un libro entero”, cuenta Tobias Wolff que le decía cuando era niño su padrastro. Con todo lo que se va sabiendo que no ha sabido nunca Donald Trump se han escrito ya volúmenes copiosos, y se va descubriendo más según aparecen testimonios de quienes asistieron de cerca a los años alucinantes de su presidencia. Nada más ser elegido, parece que lo desconcertó el número de dirigentes extranjeros que lo llamaban para felicitarlo. “No tenía idea de que hubiera tantos países en el mundo”, confesó. Pensaba vagamente que África era el nombre de un país, y no distinguía entre los países bálticos y los balcánicos. En un libro reciente, y aterrador, sobre sus años en la Casa Blanca, The Divider, Susan Glasser y Peter Baker cuentan algunas de las propuestas de gobierno que Trump compartió con sus colaboradores: excavar un canal infestado de cocodrilos a lo largo de la frontera con México; lanzar bombas atómicas contra los huracanes para desactivarlos; comprar Groenlandia a Dinamarca, o en su defecto intercambiarla por Puerto Rico. Según Baker y Glasser, a Donald Trump lo indignaba que los altos mandos del Ejército no lo obedecieran tan incondicionalmente como obedecían los generales alemanes a Hitler. También creía que el papel de la aviación había sido decisivo en la Guerra de la Independencia americana.
Jaume Perich, el gran humorista de la resistencia en el franquismo tardío, decía en uno de sus aforismos: “La prueba de que en Estados Unidos cualquiera puede llegar a presidente es el propio presidente de Estados Unidos”. Perich se refería a Richard Nixon, que fue un forajido y sin duda un criminal de guerra, pero que se encerraba a devorar libros de historia, llenándolos de notas y de subrayados, y hasta escribió él mismo los que se publicaron con su nombre. Es probable que lo que podríamos llamar la Edad de la Ignorancia empezara unos años después, con la llegada a la presidencia de Ronald Reagan. Así lo explica Andy Borowitz en un libro titulado Profiles in Ignorance, una crónica entre sarcástica y desolada del triunfo de la estupidez en la vida pública de Estados Unidos. Ha habido tres fases, o tres eras distintas, dice Borowitz, en este progreso hacia la imbecilidad. En la primera fase, ya tan lejana, la ignorancia desataba el ridículo, y los políticos y sus asesores se esforzaban por disimularla. La metedura de pata de Dan Quayle pertenece a aquel tiempo abolido. En la segunda fase, la ignorancia ha dejado de ser un obstáculo en una carrera política, y se acepta con toda naturalidad, con indulgencia, hasta con una sonrisa, como una prueba de campechanía. Eran los tiempos en que George Bush hijo reconocía haber leído un solo libro en la universidad, y se compraba un rancho para fingir que era un hombre común pegado a la tierra, y no el heredero de varias generaciones de privilegios de clase. Había logrado pasar por las universidades más elitistas del Este sin aprender nada: su ignorancia la convirtió en un mérito para atraer a muchas personas, sobre todo blancos de clase trabajadora, a las que la pobreza y la injusticia las habían privado de las ventajas de la educación. Ya presidente, en vísperas de la invasión de Irak, se quedó muy intrigado cuando unos asesores intentaban explicarle la diferencia entre suníes y chiíes: “Yo pensaba que en ese país eran musulmanes”.
En la tercera fase vivimos ahora. La ignorancia ya no se disimula, ni se muestra sin complejo: ahora es un mérito, una señal de orgullo, un desafío contra los enterados, los expertos, los tediosos, los exquisitos, los avinagrados. Ahora la ignorancia pasa a la ofensiva y se convierte en una negación descarada de la realidad, en un despliegue de fantasías delirantes que provocarían risa si no llevaran por dentro la semilla antigua del odio, la determinación de pasar por encima de los escrúpulos del conocimiento y de las normas y las garantías de la legalidad. Marjorie Taylor Greene, diputada por Georgia desde 2020, afirma no solo que la elección de Joe Biden fue fraudulenta, como un número considerable de sus compañeros de partido, sino también que los terribles incendios de estos últimos años en California no tienen que ver con el cambio climático, ya que están causados por rayos láser lanzados desde el espacio exterior, y financiados por los judíos.
Andy Borowitz atribuye a las redes sociales una gran parte de la culpa del triunfo y glorificación de la ignorancia: el desdén hacia las fuentes contrastadas de información, el encierro, favorecido por los algoritmos, en la burbuja sectaria de la propia tribu, en lo ilusorio y neurótico del activismo digital. Pero sin duda influye más profundamente el misterioso desprestigio que viene cayendo desde hace décadas, en las sociedades herederas de la Ilustración, de todo lo que sea el aprendizaje de saberes sólidos y oficios prácticos, de lo bien pensado y lo bien hecho, lo que requiere paciencia y esa forma de entrega que nace de la alianza entre la racionalidad y la pasión. Nada irritaba y ofendía más a Donald Trump que el conocimiento profundo y la larga experiencia del doctor Anthony Fauci, que hizo tanto por remediar en algo la catástrofe de la pandemia, agravada por la ignorancia ególatra del presidente. Políticos necios, demagogos ignorantes, someten ahora en España a los profesionales de la sanidad a todo tipo de humillaciones y los condenan a la penuria y a la incertidumbre. No hay respeto para el saber, ni parece que haya peligro de castigo electoral para la exhibición descarada y despótica de la ignorancia.