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martes, 28 de mayo de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Probabilidades estadísticas





¿Sabían ustedes que la probabilidad de sufrir un accidente aéreo es de 1 entre 4.000.000? ¿Sabían ustedes que la probabilidad de sufrir un error clínico grave si está internado en un hospital es de 7 entre 100? ¿Sabían ustedes que una revisión de historias clínicas en los hospitales de Nueva York demostró que 4 de cada 100 pacientes fueron objeto de errores clínicos registrados y que esos errores causaron la muerte de 14 de cada 100 pacientes afectados? ¿Sabían ustedes que cada año 300.000 personas desarrollan infecciones adquiridas en los hospitales españoles? Sí, seguramente si lo sabíamos, o lo intuíamos, pero preferimos ignorarlo. Entrar en un hospital es hacer oposiciones a contraer una enfermedad más grave de aquella con la que entra... Es como para echarse a temblar. Lo comenta hoy en El País el doctor Jesús Villar, miembro de la Red de Investigación Translacional en Disfunción Orgánica del Hospital Universitario Dr. Negrín de Las Palmas.

Una de las causas principales de estas infecciones son responsabilidad directa de los médicos, enfermeras y del personas sanitario de los hospitales por no cumplir con las normas de esterilidad previstas... Nuestra casa en Las Palmas está a escasos doscientos metros de dos de los principales centros hospitalarios de la isla: el Hospital General Universitario de Gran Canaria (el Hospital Insular) y el Hospital Materno-Infantil de Gran Canaria. Cada día decenas de médicos, enfermeros, personal sanitario, limpiadoras, administrativos, bedeles y el sursuncorda, aparcan sus coches en las calles de nuestro barrio y bajan hasta los hospitales citados con sus batas blancas y verdes, sus monos de trabajo, y sus zuecos puestos, los mismos con los que van a atender a los pacientes, enfermos y visitantes de los centros sanitarios. Y al finalizar su jornada de trabajo, vuelta al coche, arrastrando todos los virus y bacterias a su domicilio particular... Y así, hasta el día siguiente, y vuelta a empezar. A nadie parece preocuparle. A esos irresponsables menos que a nadie. Los muertos no protestan, claro... Procuren no ponerse enfermos...



Complejo hospitalario del Cono Sur, Las Palmas de Gran Canaria



"Señoras y señores -comienza diciendo el doctor Villar-, bienvenidos a bordo del vuelo 999 de Hispania Airlines con destino Madrid. Les habla el comandante. En pocos minutos cerraremos las puertas de embarque. La duración del vuelo será de dos horas. Tengo el placer de informarles de que tenemos un 96% de probabilidades de alcanzar nuestro destino sin que se produzcan grandes daños durante el vuelo y que la posibilidad de cometer un error grave, tanto si se lesionan o no, es de sólo un 7%. Abróchense los cinturones de seguridad y disfruten del vuelo. El personal de cabina les informará de las dudas que tengan. El tiempo en Madrid es soleado".

¿Se quedarían ustedes en el avión? Lo dudo. Por suerte, las estadísticas sobre seguridad de las compañías aéreas son muchísimo mejores que estos datos. Desde 1990 las líneas aéreas de EE UU y de la UE sólo han tenido un accidente por cada cuatro millones de aviones que despegan, pese al aumento del tráfico aéreo y a la complejidad de los sistemas de vuelo. Un pasajero tendría que volar continuamente durante 20.000 años para tener un 50% de probabilidades de sufrir un accidente aéreo.

La asistencia sanitaria es una historia muy diferente. La complejidad de la medicina moderna se asocia con riesgos que asustan. Un estudio reciente en dos de los mejores hospitales de EE UU demostró que se producían errores graves o potencialmente graves en 7 de cada 100 pacientes. Una revisión de más de 30.000 historias clínicas en Nueva York encontró que cerca del 4% de los pacientes desarrollaron complicaciones durante su hospitalización: más de la mitad eran evitables y el 14% causaron la muerte.

Si estas cifras se extrapolaran al sistema sanitario español, más de 17.000 personas morirían cada año por errores evitables. Es verdad que existen riesgos por el hecho de estar encamado en un hospital, pero si además el paciente está en coma o necesita respiración artificial, el riesgo de complicaciones es mayor. Hace unos años, médicos de Israel publicaron que en pacientes muy graves se realizaban unas 180 acciones cada día (auscultar, dar una medicación, cambiar las sábanas, extraer sangre, insertar un catéter intravenoso o aspirar secreciones traqueales), cada una de ellas con sus riesgos. Descubrieron que los profesionales sanitarios cometían una media de un error por cada 100 actos; esto es, cerca de dos errores diarios por paciente.

Estos datos están empezando a llamar la atención de profesionales y gestores sanitarios en todo el mundo para reformar y evaluar con rigor los cuidados sanitarios y hacerlos mucho más seguros. Entre las acciones propuestas se incluyen la formación continuada de todos los empleados de centros sanitarios y la implantación de normas obligatorias de cuidados, programas de vigilancia y sanciones. Estudios científicos en psicología de organizaciones han dejado claro que en empresas complejas como los hospitales, la seguridad no depende de la persuasión sino del diseño apropiado de los equipos, de los trabajos, de los sistemas de apoyo y de la propia organización. Si queremos una asistencia sanitaria más segura tendremos que diseñar programas y sistemas de cuidados más seguros. Cada año, unas 300.000 personas desarrollan infecciones adquiridas en los hospitales españoles, algunas de ellas causadas por bacterias tan letales como el Acinetobacter que podría haber causado cientos de muertos por neumonía y sepsis en los últimos tres años. Las especies de esta bacteria son resistentes a muchos antibióticos y capaces de sobrevivir en cualquier sitio de un hospital, como se ha visto en el reciente brote del hospital 12 de Octubre de Madrid.

En respuesta a este problema, la Secretaría para la Salud en Gran Bretaña ha puesto en marcha una serie de medidas para reducir el riesgo de transmisión de infecciones. La clave no está en nuevos descubrimientos ni en mejores diagnósticos, sino en la limpieza aséptica y celosamente controlada de las camas y aparatos que se usan en pacientes (pies de sueros, sillas de ruedas, bombas de infusión, estetoscopio) y en el lavado de manos antes y después de cada vez que el personal sanitario atienda a un paciente. Por lo general, los médicos y profesionales de enfermería no suelen limpiar o desinfectar el estetoscopio que llevan alegremente al cuello o asomando por los bolsillos de la bata o del pantalón. Los hospitales británicos exigirán que sus profesionales sanitarios cumplan con rigor las normas de esterilidad en todos los procedimientos invasivos, así como ciertas normas de disciplina en el vestido y en el uso de uniformes dentro y fuera del hospital. No se permitirá el uso de ninguna prenda o accesorio que cubra o se ponga en los brazos por debajo de los codos ya que las mangas, relojes, pulseras y anillos están contaminados. Es el adiós a la clásica bata blanca y al uso de la corbata a la cabecera del paciente. ¿Quiénes lavan regularmente su corbata? Todos los hospitales deberán controlar cualquier violación de estas medidas y hacer pública su incidencia global de infecciones.

Decía Aristóteles que "nos convertimos en lo que hacemos; así pues, la excelencia es más un hábito que una virtud". Los pacientes demandan que los profesionales sanitarios tengan los mismos hábitos de seguridad que percibimos cuando subimos a un avión. (El País, 20/05/08)




Organización Mundial de la Salud



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



HArendt






Entrada núm. 4928
Publicada originariamente el 20/5/2008
elblogdeharendt@gmail.com
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

viernes, 16 de marzo de 2018

[A VUELAPLUMA] Entre la libertad y la seguridad





El eterno e insoluble debate entre la libertad y la seguridad, es propio de las sociedades democráticas. España es uno de los países más seguros del mundo, escribe en El Mundo el profesor Andrés Betancor, catedrático de Derecho administrativo de la Universidad Pompeu Fabra, y sin embargo, la seguridad es objeto de una encendida polémica. 

Una de las dimensiones del bienestar, comienza diciendo Betancor, según todas las clasificaciones al uso, es la relativa a la seguridad. En el reciente trabajo de Herrero, Villar y Soler (Las facetas del bienestar, Fundación BBVA, 2018), en la categoría seguridad, España está por encima de la media de la OCDE. La sensación de seguridad es superior, por ejemplo, a la de Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Países Bajos y Portugal. No hay, por lo tanto, un problema de «inseguridad». Es otro. La seguridad es considerada una «amenaza» a la libertad. Y, sin embargo, España disfruta de una «democracia plena», según el Democracy Index 2017, la clasificación de la Unidad de Inteligencia de The Economist. 

La relación seguridad y libertad siempre ha sido conflictiva. La repetida frase de Benjamin Franklin («Aquellos que renunciarían a una libertad esencial para comprar un poco de seguridad momentánea, no merecen ni libertad ni seguridad y acabarán perdiendo ambas») se suele citar para expresar ese conflicto. En realidad, se refiere a la tensión entre lo esencial (libertad) y lo no esencial, en tanto que momentáneo (seguridad). Lo esencial no puede sacrificarse en el altar de lo fugaz; lo eterno no puede inmolarse a cambio de lo efímero. ¿Es la seguridad insubstancial? Entre nosotros, se afirma que «la protección de la seguridad ciudadana y el ejercicio de las libertades públicas constituyen un binomio inseparable, y ambos conceptos son requisitos básicos de la convivencia en una sociedad democrática». Así se proclamaba en la Exposición de motivos de la primera ley de seguridad ciudadana de la democracia, la Ley de 1992 (Gobierno socialista). En la vigente, de 2015 (Gobierno popular), se repite que «la seguridad ciudadana es la garantía de que los derechos y libertades reconocidos y amparados por las constituciones democráticas puedan ser ejercidos libremente por la ciudadanía y no meras declaraciones formales carentes de eficacia jurídica». La seguridad ciudadana [es] uno de los elementos esenciales del Estado de Derecho».

Una unanimidad formal que no puede ocultar la intensidad de la polémica política. No conseguimos enterrar al dictador. La seguridad se convierte en orden y el orden en tiranía. Su muerte en la cama parece arrastrarnos a sufrir una culpa permanente. Freud hablaba de matar al padre como requisito de madurez; en la España actual, algunos no han superado esa fase infantil; se empeñan en matar al tirano como camino de su «maduración» política. Un empeño vano: el tirano está muerto y el querer matarlo lo «revive». Se crea un bucle que conduce a la melancolía, a la inmadurez y a la estupidez. David Runciman habla de los «peligros de la paz». El Estado es una invención para conjurar la violencia; su éxito ha sido tal que la política ha sido marginalizada. La estabilidad produce desafección. «Los ciudadanos protegidos de las amenazas más terribles que entraña la violencia, empiezan a perder interés en la política, un mero ruido de fondo en la vida». Hasta que despiertan. La seguridad es el terreno propio para movilizar, para espabilar, para acabar con el sesteo,... A tal fin, la comunicación política es esencial. Los ciudadanos sólo digieren mensajes muy simples. El debate sobre la seguridad ciudadana se convierte en el atropello a las libertades que representa la «mordaza» o la «patada a la puerta». La Ley de seguridad es la Ley mordaza o la de la patada a la puerta. Es secundaria la certeza o la corrección de esa afirmación. Es el terreno propicio para la demagogia y el sectarismo: el populismo. La Ley orgánica 5/2011 de seguridad ciudadana ha alcanzado notoriedad política y social por la tabla de infracciones y sanciones que incluye. Enumera 44 tipos de infracciones que, a su vez, pueden desglosarse en otras. El resultado es un elenco muy importante de conductas que podrían ser merecedoras de sanciones que van desde los 100 euros hasta los 600.000 euros. 

Es razonable que, en una sociedad democrática, se discutan cuáles deberían ser las conductas merecedoras de castigo. Son las prohibidas y que, por lo tanto, delimitan la libertad. Ahora bien, ¿forma parte de la libertad «el consumo o la tenencia ilícitos de drogas tóxicas, estupefacientes o sustancias psicotrópicas, ..., en lugares, vías, establecimientos públicos o transportes colectivos»? Éste es uno de los tipos infractores más sancionados. En el año 2016, según el último informe publicado por el Ministerio del Interior, el importe total de las sanciones impuestas por este concepto fue de más de 61 millones, sobre un total de 89 millones. Por lo tanto, si nos atenemos a los datos, la Ley mordaza debería llamarse Ley contra el consumo de drogas en lugares públicos. Sin embargo, lo que realmente molesta, no es la «restricción» a la libertad en relación con el consumo público de drogas, sino las infracciones a la autoridad. 

Es notable el error cometido por el legislador. Se ha querido proteger a los agentes de la policía incorporando un elenco de tipos que han provocado la irritación ciudadana, provocando un cuestionamiento general de la Ley. La desobediencia o la resistencia a la autoridad o sus agentes, y la negativa a identificarse (infracción grave), así como la falta de respeto y consideración (infracción leve), suman, según los datos que comento, sanciones por importe de 10,5 millones. Es el cuarto rubro más importante, casi empatado con el de las sanciones en materia de armas y explosivos. El trato a los agentes de la autoridad es tan peligroso como las armas y explosivos. Esta podría ser otra conclusión, por lo demás, indeseable. No me parece mal que se tipifiquen estas conductas; ahora bien, el que tengan la importancia cuantitativa que indico, es la demostración de que algo falla. Algo que está más allá del Derecho. O bien los agentes están extremando su celo bajo el amparo de estos tipos infractores o bien los ciudadanos no son conscientes (ni responsables) de la importancia del papel que desarrollan. Tampoco es descartable que las dos afirmaciones sean ciertas e, incluso, se retroalimentan. 

Una de las enmiendas que Unidos Podemos ha presentado contra la Ley de Seguridad Ciudadana es la mejor demostración de la demagogia sectaria que comento. La enmienda consiste en obligar a la policía a advertir, utilizando un megáfono, de la inminencia del uso de la fuerza para proceder a la disolución de la concentración ilegal. Nos dicen que es una mejora técnica y, además, en la dirección de reforzar la protección de los derechos de los ciudadanos. la ley de orden público de la República (1933) incluía los toques de atención que la ley franquista (1959) mantuvo como requisito de intimación antes de pasar a usar la fuerza para disolver las concentraciones o manifestaciones. En el Reglamento orgánico de la Policía Gubernativa de 1930 (art. 539) se regulaba que se hacía a «toque de corneta». La ley de 1992 pasó a un recatado «aviso» (art. 17), que en la vigente ley se mantiene e, incluso, se dispone que se puede hacer de manera verbal si la urgencia de la situación lo hiciera imprescindible (art. 23). Ahora se nos dice que lo moderno (y respetuoso con los derechos) es el megáfono. Es, según parece, una solución tecnológicamente más avanzada que la corneta, pero, menos artística. La poética de la carga policial a golpe de corneta se debe substituir por el megáfono. Aunque podrían alegar que la substitución consigue conjurar el riesgo de que, si las «unidades actuantes» no contasen con el «artista» capacitado, la concentración acabase por el «desafino».

En el plano de lo transcendente, como argumentara Amartya Sen, es muy difícil alcanzar un acuerdo. Sen lo refería a la justicia, pero es aplicable a otros valores como la seguridad. «El carácter absoluto de lo transcendentalmente correcto... no ayuda a la elección entre políticas alternativas». No ayuda a encontrar soluciones. Lo transcendente jerarquiza; es lo de lo categórico; lo que debe primar sobre todo lo demás. O Seguridad o Libertad; o papá o mamá. Así expuesto, no hay solución posible. Resulta llamativo que en un ámbito en el que la necesidad es indudable (salvo para aquellos que creen en el buen salvaje y en las libertades naturales), no se pueda alcanzar consensos que sirvan para administrar, conforme a los principios básicos de la razonabilidad y la proporcionalidad, las prohibiciones, incluidas las merecedoras de castigo, para la adecuada garantía de los derechos. En nuestro país, uno de los más seguros del mundo, llamar al sentido común y a la sensatez en materia de seguridad ciudadana es, lamentablemente, revolucionario pero imprescindible.



Dibujo de Sean Macaoui para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt





Entrada núm. 4376
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