En 1787, el colectivo "Publius" (Alexander Hamilton, James Madison y John Jay) publicó en Nueva York una serie de artículos para convencer a sus conciudadanos de ratificar la Constitución aprobada poco antes por la Convención en Filadelfia. Los escritos fueron reunidos después bajo el título de El federalista ("The Federalist Papers") y constituyen hoy todavía uno de los más perspicaces análisis del fundamento y el esqueleto de una república moderna y específicamente de una de naturaleza federal. Lúcidos, realistas y discutibles, como lo prueba que sigan siendo debatidos en la actualidad, pero como comenta en El País el abogado y ensayista José María Ruiz Soroa, en España tendemos a fijarnos en la música del termino federalismo y olvidarnos de su letra, que no es otra que la igualdad de los ciudadanos como personas concretas, no como territorios.
Pues bien, comienza diciendo Ruiz Soroa, no parece sino que en nuestra actualidad hispana todo el que es alguien en el mundo progresista ha decidido emular a "Publius" en lo de titularse “federalista”. Trátese de practicones o de teóricos, todo el espectro político de izquierdas coincide en que lo suyo es ser y defender el federalismo como futuro inevitable de organización del país. La diferencia, ¡ay!, es que entre nosotros nadie explica nada, nadie concreta en que consistirá ese federalismo (más allá de una huera palabrería sobre plurinacionalidad y asimetría), nadie propone un texto articulado: lo de federalista suena tan bien que coloca al que tal se declara más allá de la necesidad de elaborar su pensamiento. Un eslogan o tuit pasa por ello.
Decía el profesor Francisco Sosa Wagner, en su intervención ante aquella mesa del Congreso que trató de la reforma constitucional hace un par de años, que lo mínimo que se puede hoy pedir a quien proponga una reforma en la Constitución es que presente para poder hablar un texto concreto alternativo. Que ponga en un texto a doble columna la redacción actual y la que propone. Es la única forma de saber de qué hablamos. Como hicieron los fundadores, se trata de defender un texto, no de tararear una música.
Por ejemplo, se trata de concretar (y concretar quiere decir descender a las cifras) qué va a ser de la igualdad en ese federalismo reclamado. Sí, ya sabemos que este se funda sobre el respeto a la diferencia de las partes federadas, es decir, en la desigualdad del régimen de inserción de los territorios en lo común. Pero hay otro ámbito de la igualdad que se olvida en esa música, y es la igualdad de los ciudadanos como personas concretas, no como territorios. ¿Será el mismo el estatus de ciudadanía en toda España? ¿A qué aspectos alcanzará esa igualdad y a cuáles la diferencia? ¿Serán los derechos relativos a los servicios del Estado de bienestar iguales? ¿Gozarán de la misma financiación por parte de la Administración? Hoy en España la brecha de la financiación foral respecto a la común es ya del 100%; el ciudadano foral es el doble de ciudadano que el corriente. Pero incluso entre las comunidades autónomas del régimen común la dispersión en la financiación llega también al 100%: Cantabria recibe el doble de financiación por habitante ponderado que Valencia. La redistribución de rentas ¿funcionará a nivel de Estado o solo de territorios? ¿Y con qué intensidad? ¿Qué propones en concreto, "Publius"?
Se trata de plasmar (y también bajando a la realidad del día a día) qué va a ser de la libertad personal en ese federalismo que se silba tan bonito. De nuevo, anticipamos que cada territorio, nación, Estado o región regulará la enseñanza, la cultura, la identidad y la lengua. Claro, pero ¿cómo se protegerá a las personas concretas de la discriminación o de la imposición, del afán por educarlas y hablarlas a gusto de la mayoría local? Porque la regla democrática de la mayoría no basta para proteger a los ciudadanos de, precisamente, las mayorías democráticas; para eso hacen falta reglas y contrapoderes. ¿Cuáles propones, Publius moderno? ¿O lo abandonas… a lo que salga?
Y no dejemos de lado algo que muy sensatamente advirtió Juan José Linz hace ya años (el profesor de Yale debe ser colocado en el linaje de los empíricos, lejos de los músicos): aunque suene sorprendente a algunos, por ejemplo a nuestro Publius, resulta que el federalismo y sus instituciones trabajan directamente en contra de la unión, es decir, a favor de la disgregación de un Estado, si y cuando las élites gobernantes en las subunidades federadas no hacen un uso de él deliberadamente dirigido a promover la unión en un clima de concordia nacional. Si usan los poderes federativos para crear un clima de hostilidad, el Estado será inviable a corto plazo. Pronóstico cuyo acierto ha quedado ya demostrado por estos lares, ¿no?
El "Publius" original proponía el federalismo para unir a unas colonias hasta entonces separadas en una laxa confederación inconexa ("to go together"). Nuestro "Publius" redivivo propone el federalismo para ver si así el invento no se rompe del todo, para ver de pegar lo que los separatistas desean romper y van rompiendo desde hace años ("to keep together"). Pero ¿es que vale el federalismo para eso cuando no se queda en mera música y se propone con detalle y precisión? Haga nuestro "Publius" el esfuerzo de concretar, y entonces veremos.
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