El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
miércoles, 26 de marzo de 2025
martes, 25 de marzo de 2025
De las entradas del blog de hoy martes, 25 de marzo de 2025. 68º aniversario del Tratado de Roma
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 25 de marzo de 2025. El presidente Trump se parece más al conductor de un reality que a un político tradicional, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el politólogo Víctor Lapuente, pero el problema no es que sepamos si las amenazas de Trump son serias o una broma infinita, sino que él tampoco lo sabe. La segunda es un archivo del blog del 24 de marzo de 2014 que hablaba del aura de la universidad, de la magia de la vida universitaria, con palabras de una de las personas que más y mejor la ha descrito: George Steiner. El poema del día, en la tercera, es un poema en prosa de la poetisa Aitana Monzón, titulado Tener sed significa no tener ojos, que comienza así: Un dibujo de Toulouse-Lautrec. Costó que entrara por los ojos. Es una mujer elegante, con ese gesto de dignificación que trae la derrota. Unos guantes larguísimos. El rostro apuntando a lo de arriba con los párpados bajados y los brazos dejándose abatir. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
Del futuro con Trump
El presidente Trump se parece más al conductor de un reality que a un político tradicional, escribe en Ethic [¿Qué futuro nos espera con Trump?, 20/03/25], el politólogo Víctor Lapuente, pero el problema no es que sepamos si las amenazas de Trump son serias o una broma infinita, sino que él tampoco lo sabe.
¿Qué futuro nos espera con Trump? ¿Será Trump un tifón para el mundo o una leve brisa?, comienza diciendo Lapuente. En menos de dos meses, ha dicho más que ningún predecesor suyo en el cargo (incluido George Washington), pero ¿cuántas de sus terribles palabras se convertirán en medidas concretas? La interpretación positiva es que, como perro ladrador, es poco mordedor. En política doméstica, la cifra de 11 millones inmigrantes que iba a expulsar mengua semana a semana (afortunadamente). La motosierra de Musk, ahora ya en manos de Trump, se empieza atascar (también afortunadamente). No parece posible, ni deseable, para muchos en la misma administración Trump, echar a tantos trabajadores extranjeros del país y a tantos funcionarios de las agencias gubernamentales.
Pero también hay una lectura negativa y es que da igual que una amenaza se materialice o no. El daño está hecho. Aunque el abusador rectifique, la víctima de los abusos siempre recelará. Es lo que ocurre, por ejemplo, entre las cancillerías europeas, por no hablar de Ucrania. ¿Cómo nos podemos fiar de un tipo que nos ha dicho tales barbaridades? Y aquí reside el gran interrogante de sus primeros días de mandato: ¿por qué Trump es más hostil con los socios económicos y militares de EE.UU. que con sus rivales? ¿Por qué parece más lejano del mayor enemigo de la OTAN que de sus miembros?
Trump contradice la lógica natural en democracia en dos aspectos cruciales. Primero, tras llegar al poder, ha anunciado unas políticas todavía peores de las que dijo en campaña. Casi todo político se modera en el despacho oficial. Él se radicaliza. Segundo, ha generado expectativas tan elevadas (para la gloria de EE.UU. y la paz mundial) que no puede más que frustrar a su propio electorado.
La cuestión es que no hay que comparar a Trump con los políticos, sino con los influencers. Su modus operandi responde más a los códigos de un presentador de Sálvame o Tómbola que de un político al uso. El presidente Trump se parece más al conductor de un reality, que él mismo fue, que a un político tradicional. Él no busca representar las preferencias de los ciudadanos, sino agitar sus pasiones. Es lo que lo llevó a la Casa Blanca y lo que, según él, lo llevará a la gloria, aunque sea efímera. Pero es que él solo entiende el lenguaje de lo rápido y del ahora. Él no quiere su busto esculpido en un monte imperecedero, sino su nombre en rótulos de neón. Bien brillantes.
Como animal mediático, su vara de medir todas las cosas es la popularidad y el dinero. La única voz que escucha es la de las encuestas y los mercados. Y ambas empiezan a estornudar. Hasta hace unos días, las bolsas mantenían una calma impropia dado el caos que causaba cada declaración de Trump. Pero la tregua de los mercados se ha acabado y la inestabilidad política está haciendo mella en unos agentes que se están poniendo nerviosos y empezando a vender activos. Demoscópicamente, la luna de miel con el presidente se ha acabado y, tras apenas seis semanas en el poder, ya hay más estadounidenses desaprobando que aprobando a Trump.
Cómo responda a estas presiones es la clave del futuro de Trump (y del planeta). Y, como con cualquier estrella mediática, es imprevisible. La historia moderna de las celebrities se resumen en esta simple lógica: ¿será el personaje x capaz de surfear la ola más difícil o se hundirá en el charco más superficial? Por eso seguimos las vidas de los famosos tan al detalle. Así que el problema gordo no es que sepamos si las amenazas de Trump son serias o una broma infinita, sino que él tampoco lo sabe.
[ARCHIVO DEL BLOG] El aura de la universidad. Publicado el 24/03/2014
Resulta desolador que un país como el nuestro, España, que ocupa el puesto número 13 en el ranking mundial por su Producto Interior Bruto, no cuente con una sola universidad entre las 100 más prestigiosas del mundo, y entre las cien siguientes solo esté la Pompeu Fabra, de Barcelona, y esta en el puesto 186.
El escritor Rafael Argullol declaraba hace unos días en El País, en un artículo titulado "La cultura enclaustrada", que el repliegue de la universidad sobre sí misma es una consecuencia del antiintelectualísmo rampante que impera en la misma que ha renunciado a la creatividad y el riesgo, para centrarse en la publicación de "Papers" que solo leen entre los integrantes del gremio respectivo.
Sobre las "claves del fracaso de la universidad y la ciencia en España y sus posibles vías de solución", hay un libro de título homónimo (Madrid, Gadir, 2013) escrito por la profesora de Historia Económica de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) y ex directora general de universidades de la comunidad autónoma madrileña Clara Eugenia Núñez. La reseña del mismo, muy crítica con algunos de los planteamientos del libro sobre financiación pública o privada de las universidades, la promoción de la competencia entre ellas por atraerse alumnos o invertir en investigaciones al servicio de intereses privados, puede leerse en el artículo titulado "Crónica de un fracaso", publicado en Revista de Libros por el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid Julio Carabaña, que puede encontrarse en Internet.
Hay un viejo aforismo latino en la Universidad de Salamanca que reza así: "Quod natura non dat, Salmantica non praestat". No hace falta ser Virgilio ni Cicerón para entenderlo: "Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga". A pesar de ello, reconozco que para un joven cualquiera, eso sí, despierto y animoso, el paso por la universidad, cualquier universidad, puede resultar algo mágico.
Sobre la magia de la vida universitaria una de las personas que más y mejor ha escrito ha sido George Steiner. De él se pueden decir muchas cosas pero yo voy a señalar únicamente dos: que es uno de los más importantes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, y que toda su obra viene caracterizada por una insaciable búsqueda de la "excelencia". Excelencia humanística, literaria, académica, y vital. No es extraño, pues, que el crítico literario Martín Schifino titulara el comentario de una de sus obras: "Los libros que nunca he escrito" (Siruela, Madrid, 2008), como "Utopías de la excelencia".
Del poema de cada día. Hoy, Tener sed significa no tener ojos, de Aitana Monzón
TENER SED SIGNIFICA NO TENER OJOS
Un dibujo de Toulouse-Lautrec. Costó que entrara por los ojos. Es una mujer elegante, con ese gesto de dignificación que trae la derrota. Unos guantes larguísimos. El rostro apuntando a lo de arriba con los párpados bajados y los brazos dejándose abatir. Esta postal, que preside mi escritorio, habla conmigo. Solo cuando he aceptado la conmiseración he comprendido a Yvette Guilbert. ¿Qué ocurrió con ella? ¿Qué la llevó a ese gesto? ¿Un largo darse a qué? ¿Al desgaste que sucede a esa gran interpretación entre el silencio y los aplausos? ¿Un largo darse, entonces? Es ese silencio en el que pienso. Pienso en la entrega desmedida. No sabría explicarlo. Vicente Gallego lo expone deliciosamente en Ser el canto: «porque ver es llenarse de nada en absoluto / y verse lleno de toda esta hermosura».
Esto busco incesantemente.
Ah, pero el lento existir de aquellos ojos. Si solo redujésemos la poesía a la visión, ¿en qué lugar la dejaríamos? Hablar tan solo de imágenes, símiles y sombras es no hablar del todo. Falta lo demás. Lo que no dice. El vaivén de las cosas. El fuego, el rumor, el aliento. Otra idea: dar importancia a lo que se intuye. La poesía es un baile sin origen ni forma. ¿Qué puedo decir que no haya leído antes? Lo que digo está preñado de símbolos y claves encubiertas. Es labor del lector indagar en ellos. Forma parte del acto comunicativo. Me refiero a lo arqueológico de la lectura. Fisgonear entre los fragmentos, acudir a lo que no se ha dicho, esa otra inclinación hacia los nombres, qué querrá decir aquel jacinto que amanece entre las páginas, a qué se debe ese ritmo, quién es realmente el Señor.
Francis Bacon aseveraba en una entrevista que no había pintado todas aquellas crucifixiones por una cuestión religiosa. «¿Por qué hombres inteligentes como T. S. Eliot o Claudel —se pregunta el pintor— eran creyentes?». Pensé durante años en esto.
Primera lección: no se crean nada de lo que les digan. No den nada por sabido. Aquel que escribe no es aquel que se duele del canto ni aquel otro que recibe los versos.
Leo estos días reseñas —rara vez encuentro críticas— que ensalzan la agudeza creadora de mi generación.
Veo lo sagaz, sí, también el resplandor del verso divino que se deja subrayar, sí, anoto la inteligencia, pero me sobra toda la teoría. Esta es la era de la pornografía. ¿Dónde está el velo, lo sinuoso? Recuerdo aquí las palabras tan sabias de mi abuelo: «Un poema ha de tener alma. Si no tiene, más vale no escribir». Este es mi dogma. No es oficio del poeta ser teórico, tampoco editor, tampoco crítico. El poeta es un artesano y debe conocer cuál es su tarea. Si se empeña en abarcar otras cuestiones es que no conoce la pulsión lírica. No es inteligencia, no es robótica, no es, ni siquiera, disciplina, ni remuneración, ni una afiliación o una tendencia. Recuerdo la voz de Constantino Molina —una noche en que leímos a Cernuda y hablamos de la imagen de la muerte*— diciéndome que la poesía consistía tan solo en esto: inteligencia, cultura y emoción. Busco a esta última obstinadamente y apenas la encuentro entre los vivos. Yo no quiero lucidez, quiero desgarro.
«Perder» procede del latín perdere, verbo a su vez formado por el prefijo per- y el verbo dare. Dar es perder. Procedo a perder mi escritura gestada en el silencio.
Amo lo que perdí.
Amo mis manos fatigadas de asombro. Amar, igual que escribir, es meditar constantemente. Para que yo dé he de creer en quien recibe y sostiene sus palmas huecas. Creo en la danza inextinguible, en la «voz / que se inclina / cómo / puede / romperse». Yo, como Juan Eduardo Cirlot, «daría / ¿no tengo?».
Los poemas que ofrezco a continuación son una extensión de mi pensamiento último con el diálogo de varias voces para mí fundamentales: la visión de Yvette Guilbert, el vals de Shostakovich, el fuego en Georges de la Tour, la sed de T. S. Eliot.
[*Mi muerte es siempre así: imagino a un niño corriendo por un campo de trigo a pleno sol. Un pájaro atraviesa el cielo y arroja una piedra minúscula, un canto que da en su cabeza. Oímos su respiración agitada. La muerte es lo que ocurre en el golpe seco de la piedra.]
AITANA MONZÓN (2000)
poetisa española
lunes, 24 de marzo de 2025
De las entradas del blog de hoy lunes, 24 de marzo de 2025
La falacia del parlamento secuestrado
Los grupos parlamentarios pueden plantarse, algo que distingue a las democracias de los regímenes que no lo son; pero a menudo no quieren porque no conviene a sus intereses, comenta en El País [Pedro Sánchez no tiene al Congreso amordazado, 21/03/2025] la politóloga Estefanía Molina. Pedro Sánchez ya ha definido qué es “gobernar sin el Parlamento”, comienza diciendo Molina: pretende subir el gasto en defensa sin contar con los grupos; resistir en La Moncloa aun sin presupuestos; o rebajar la complejidad parlamentaria tirando de decretos ley. Su estilo es presidencialista: las Cámaras son más el precio a pagar para gobernar que la legitimación de sus políticas. Ahora bien, España no camina hacia ninguna dictadura: sus socios podrían impedir el unilateralismo de La Moncloa cuando quisieran pero, a menudo, no quieren.
De un lado, porque los aliados del Ejecutivo viven cómodos usando el Congreso como plató para exhibir sus maximalismos, antes que ceder para llegar a acuerdos. Podemos no necesita que nada de lo que exigen se aplique: de ahí que hagan peticiones utópicas como bajar los alquileres un 40%, tirando de populismo para dejar en evidencia a Sumar. Luego están Junts y ERC. Ni la Generalitat podrá deportar migrantes o negarles la nacionalidad, ni se ha cedido íntegra la gestión de Rodalies, por más que la derecha les ayude a hinchar el relato de que se está desguazando el Estado en Cataluña. Los partidos independentistas prefieren tener algo que vender en el corto plazo, sin preocuparse por la frustración a futuro. Frente a la parálisis, el PNV se conforma con vetar algunas leyes que le disgustan, como el impuesto a las energéticas. Bildu no hará ruido mientras siga en su senda de normalización institucional.
Así que los socios de Sánchez tienen pocos incentivos para salir de su virtualidad política, a sabiendas de que el presidente no piensa convocar elecciones. Esto es, que la derecha no llegará al poder a quitarles su altavoz, o su derecho a pataleta, de la que sí gozan mientras el PSOE siga. Con todo, nada de lo anterior exime al Ejecutivo. La responsabilidad de un gobernante es luchar hasta al final la aprobación de sus leyes, fondo y forma, no hacer como si gozara de una mayoría absoluta que no tiene.
Sin embargo, el Parlamento no está “secuestrado” por el Gobierno, y tampoco es cierto que los grupos no puedan hacer nada al respecto. Durante la pandemia, el Partido Popular decía que vivíamos en una “dictadura constitucional”. Curiosa dictadura aquella en la que, a cada votación, se podían dejar caer las medidas de confinamiento, como estuvo a punto de ocurrir varias veces. El problema es que los socios de investidura encontraron entonces un filón para hacer del Congreso un bazar, donde preferían exigir cosas que nada tenían que ver a cambio de aprobar las medidas, en vez de controlar su aplicación. Es más, pese a que el contexto no jugaba a favor en plena tragedia de la covid-19, ningún aliado de La Moncloa cuestionó que la figura jurídica del estado de alarma fuese insuficiente para ordenar el confinamiento, como consideró luego el Tribunal Constitucional.
En consecuencia, los grupos pueden plantarse, algo que distingue a las democracias de los regímenes que no lo son. Ahora bien, estos deben estar dispuestos a asumir también las consecuencias de sus decisiones. Por ejemplo, al Ejecutivo siempre le había valido amenazar con la “pena de telediario” para que sus socios se plegaran a la aprobación de sus decretos ley, como ocurrió con el último decreto ómnibus sobre pensiones y transporte. Aunque una vez vencido ese temor, el resultado de que Junts no cediera fue, precisamente, obligar al Gobierno a negociar para reformular la medida.
Tampoco es distinto en el caso del gasto en defensa: con una acción coordinada de toda la oposición sería muy difícil para La Moncloa aprobar el aumento de crédito a través del Consejo de Ministros, esquivando a las Cámaras. Lo trágico es que la polarización se ha cargado hasta la fiscalización política. Un partido como ERC, por ejemplo, raramente se pondrá de acuerdo con Vox para forzar al Ejecutivo a comparecer, por el qué dirán. La política de bloques también impide que Sánchez salte el “muro” y pacte con el PP en una medida, como el aumento del gasto militar, en la que el bipartidismo está esencialmente de acuerdo.
A la postre, más que “gobernar sin el Parlamento” el estilo de Sánchez es “gobernar como sea”, la última mutación ante la fragmentación que sacude España desde 2015. La prueba está en que, cuando al Ejecutivo le interesa actuar ante cualquier emergencia, se moviliza: esta semana se ha dado luz verde a una nueva Ley de Extranjería pactada con Junts. Y la prueba del algodón sobre la duración de la legislatura es que a los aliados del PSOE parece darles igual el goteo de informaciones sobre las investigaciones del caso Koldo–Ábalos: raramente piden explicaciones, no sea que caigan en desgracia a la hora de sacar acuerdos con La Moncloa, cuando les interesa. Qué decir sobre una moción de censura: Carles Puigdemont no apoya a Alberto Núñez Feijóo, de momento, porque no le conviene.
En definitiva, los socios quejan de las formas del Gobierno, pero no se atreven a explorar qué pasaría en caso contrario. Es el Congreso que nos hemos dado entre todos: que nadie llame autoritarismo a lo que es el resultado de la responsabilidad —pereza, comodidad o poca valentía— de cada uno. Pedro Sánchez tiene un Parlamento más interesado que amordazado.