El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2025
domingo, 2 de febrero de 2025
sábado, 1 de febrero de 2025
De las entradas del blog de hoy sábado, 1 de febrero de 2025
Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 1 de febrero de 2025. La política se mueve a un ritmo espasmódico, a golpe de tacticismos y giros de guion, y en busca de titulares que impacten en las redes para intentar ganar la batalla del relato, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy, pero así se alimenta la desconfianza en la democracia y el auge del voto ultra. La segunda es un archivo del blog de enero de 2018 en la que se comentaba con humor que si hay un aforismo cierto es ese que dice que el mundo, hagamos lo que hagamos en él, va a seguir dando vueltas sobre su eje durante unos cuantos de miles de millones de años más después de que haya desaparecido de su superficie todo vestigio de la existencia humana; y no deja de ser un consuelo. El poema de cada día, en la tercera se titula La riqueza, y comienza así: Cosas frágiles que han sobrevivido a las mudanzas,/sorprenderse,/el regreso a casa del trabajo. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor. Pero ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Nos vemos mañana si la Fortuna lo permite. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt
De la antipolítica
La política se mueve a un ritmo espasmódico, a golpe de tacticismos y giros de guion, y en busca de titulares que impacten en las redes para intentar ganar la batalla del relato, como ha ocurrido esta semana en el Congreso de los Diputados. Así se alimenta la desconfianza en la democracia y el auge del voto ultra, escribe en Ideas [El monstruo de la antipolítica nos corroe, 26/01/2025] el politólogo Oriol Bartomeus.
El próximo 23 de febrero Alemania se enfrenta a unas elecciones federales anticipadas por la incompatibilidad de los programas políticos de los socios de la coalición “semáforo”, llamada así por los colores de socialdemócratas, verdes y liberales. Las expectativas demoscópicas apuntan a un escenario poselectoral aún más complicado que el salido de los comicios de 2021. La posibilidad de reeditar las tradicionales alianzas “por el centro” parece agotada, con la caída de los liberales y el ascenso de la extrema derecha, que podría desbancar al SPD del segundo lugar y convertirse en un actor importante en el futuro Bundestag, como ya lo es en otros Parlamentos europeos. Las últimas encuestas indican que Alternativa por Alemania (AfD) podría superar el 20% de los votos, con la ayuda inestimable de Elon Musk y su X, convertida descaradamente en una plataforma de apoyo a las fuerzas de extrema derecha de todo el globo.
En Francia, la extrema derecha maneja a su antojo una situación diabólica, con una Asamblea Nacional partida en tres partes, fruto también de una convocatoria electoral avanzada, en este caso por el presidente Emmanuel Macron, que intentó emular a Pedro Sánchez y acabó viendo cómo su mayoría parlamentaria se deshacía como un azucarillo. El modelo de la V República, diseñado precisamente para evitar la ingobernabilidad que definió la cuarta y generar mayorías sólidas mediante el embudo que supone la segunda vuelta electoral (y el papel de monarca elegido del presidente), se ha mostrado incapaz de encauzar una situación parlamentaria inédita en los últimos 70 años, lo que ha provocado una interinidad gubernamental a la que no parece vérsele solución alguna. De momento ya han batido el récord del Gobierno más breve de la V República (encabezado por Michel Barnier), y el recién estrenado ejecutivo de Bayrou ya ha debido sortear su primera moción de censura.
En España también vivimos tiempos de mayorías inestables en el Congreso (en el invisible Senado la ley electoral blinda una sólida —aunque estéril— mayoría absoluta del PP). De hecho, nos encontramos con dos mayorías posibles, aunque parcialmente incompatibles. En el Congreso hay, por un lado, la mayoría que sustenta (no siempre) al Gobierno y una alternativa, como se ha puesto en evidencia el pasado miércoles con el voto conjunto de Junts, PP y Vox en su negativa a apoyar los decretos que el Gobierno llevaba para su convalidación.
La mayoría gubernamental se sustenta sobre la idea de un Estado plural y descentralizado, además del rechazo al acceso de la extrema derecha al Ejecutivo. Sin embargo, esa misma mayoría se tambalea cuando se trata del modelo económico y fiscal, como se ha comprobado. Junts y el PNV están en las antípodas de sus socios de mayoría en la izquierda, Sumar y Podemos. Sus planteamientos son diametralmente opuestos, a pesar de que todos unieran sus votos para investir a Pedro Sánchez hace poco más de un año.
Esta divergencia entre Junts y PNV, por un lado, y Sumar y Podemos, por otro, podría hacer posible una mayoría de derechas, aunque sería también parcialmente inverosímil. Cierto, Junts y PNV comparten con PP y Vox una misma visión del modelo económico. Todos ellos están de acuerdo en rebajar la fiscalidad a las grandes empresas y en limitar los avances en materia social y laboral. Pero ello no les permite conformar una mayoría de gobierno, porque sus visiones respecto del Estado autonómico son incompatibles. Sobre todo las que propugnan los nacionalistas conservadores catalanes y vascos y Vox, situados en cada extremo del eje territorial.
Existen dos mayorías posibles y a la vez imposibles, o parcialmente posibles. En cualquier caso, como demuestra la investidura de Sánchez, existe una mayoría posible coyunturalmente, es decir, que se agrupa de forma puntual para un fin concreto, pero que no comparte un proyecto político común a medio o largo plazo. No hay un programa conjunto a desarrollar, sino acuerdos puntuales, que también son posibles en el sentido contrario, como se vio con el voto conjunto de las fuerzas de derechas contra el impuesto a las eléctricas. ¿Implica este voto que es posible configurar una mayoría alternativa de derechas? No, como sus propios protagonistas han querido dejar claro. ¿Implica, pues, que la mayoría de la investidura se mantiene, un año después? Tampoco. Se mantiene para según qué y a cambio de según qué concesiones y en función de la coyuntura puntual del momento (y de las necesidades de las distintas fuerzas, o de los humores de sus líderes).
Ello da pábulo a la idea de una posible unión (coyuntural, puntual) del bloque de la derecha para presentar una moción de censura a Sánchez, a pesar de que Junts sabe que, en principio, pagaría un precio inmenso por su participación en una operación de este estilo junto a PP y Vox. Todo ello, sin embargo, contribuye a acrecentar la sensación de debilidad del actual Ejecutivo y genera a ojos de los electores la idea de que el sistema es inestable.
No debería sorprender que el escenario parlamentario se mueva al albur del corto plazo y no obedezca a compromisos sólidos, ni aquí, ni prácticamente en cualquier democracia europea. De hecho, los partidos no se comportan así por capricho, actúan como lo hacen los votantes y, haciéndolo, les mandan un mensaje que refuerza la propia conducta de estos. Cada vez es más común que un número creciente de electores decidan su voto no tanto en función del proyecto político que les presentan las distintas fuerzas políticas, sino como respuesta a una situación coyuntural, que se dilucida en el mismo día de las elecciones. Cada vez es mayor el número de electores que votan para echar a alguien del Gobierno o para impedir que un partido en concreto acceda a él. Los partidos lo saben y actúan en consecuencia, incentivando ese tipo de voto puntual, de respuesta inmediata, porque les aporta un apoyo que puede acabar siendo decisivo. Que se lo cuenten al PSOE, que salvó las elecciones de 2023 gracias al voto de los menores de 30 años que se decidieron por la papeleta socialista en la última semana de campaña, porque querían evitar que Vox entrara en el Gobierno de Feijóo que anunciaban (casi) todas las encuestas.
El problema con ese tipo de voto es que, una vez conseguido su objetivo, se desvanece, no se mantiene mucho más allá de la noche del domingo, cuando se comprueba si ha valido la pena participar o, por el contrario, no ha servido para nada. Esta concepción del voto como algo puntual, coyuntural, es la traslación en el ámbito electoral de un ritmo social acelerado que ha propiciado un cambio en la manera como tomamos decisiones, cada vez más rápidas y de más corta vigencia. Decisiones que se toman y se olvidan casi al mismo tiempo, guiadas por la búsqueda de una respuesta inmediata, a poder ser, satisfactoria.
No debería sorprender que este tipo de toma de decisión, utilitaria y coyuntural, sea moneda común en la política, de la que prácticamente han desaparecido los compromisos a largo plazo, las alianzas sólidas, sobre todo con la aparición de partidos con muy poco (o casi nada) que perder, que actúan como free riders parlamentarios, obligando a sus competidores a adoptar tácticas similares si no quieren pasar por sumisos (que se lo pregunten a ERC o al propio PP).
El resultado de todo ello son estos Parlamentos convertidos en arenas movedizas en las que los gobiernos intentan hacer encaje de bolillos mientras se van dejando plumas para salvar votaciones, desactivando las minas que van dejando a su paso partidos que, en teoría, son sus aliados. Así, la política se mueve a un ritmo espasmódico, siempre al límite, apareciendo a ojos del electorado como más preocupada por sus cuitas que por dar una respuesta coherente y de largo alcance a los problemas que le acechan (la inflación, la vivienda…). Obviamente, los gobiernos hacen muchas más cosas, pero lo que se ve de ellos es solo eso. Carne de infotainment, a medio camino entre el culebrón y el deporte, un material precioso para el clickbait compulsivo de los fans de la propia política, pero que más allá, allí donde habita el elector normal, que se acerca a ese mundo desde la desconfianza y solo a ratos, y del que solo le llegan los gritos, allí es donde va creciendo el monstruo de la antipolítica, que corroe en silencio los cimientos de nuestras democracias hasta devorar las urnas. La clave está en cómo puede sobrevivir la política, necesariamente lenta, en un mundo dominado por la inmediatez y la recompensa instantánea. Quien dé con la respuesta habrá salvado la democracia.
Parte del resultado desastroso que le pronostican los sondeos al canciller Olaf Scholz en las elecciones del 23 de febrero en Alemania se debe a su imagen de líder incapaz de poner en vereda a sus socios de Gobierno. Por su parte, Macron, que una vez fue Júpiter, es la viva imagen el rey Lear, el líder al que su pueblo ha dado la espalda, un “pato cojo” con dos años de mandato que deambula errabundo por los pasillos del Elíseo, con un poder en teoría inmenso, pero que se da de bruces con la realidad de una Asamblea en la que los suyos ocupan solo uno de cada cuatro escaños.
Existe una evidente reacción por parte de la ciudadanía a esta situación en la que los gobernantes se ven cada vez más en apuros. En los últimos 15 años, los Parlamentos de prácticamente todas las democracias se han hecho más diversos, más plurales… y más difíciles de gobernar. Las mayorías sólidas y estables de antaño han dado lugar a situaciones más complejas e inestables. Los grandes partidos tradicionales han perdido peso (algunos dramáticamente), los minoritarios se han hecho grandes (ahí tienen a Le Pen) y han aparecido nuevas formaciones con éxitos fulgurantes (y caídas igual de fulgurantes). Es el signo de los tiempos, la expresión de una sociedad más diversa, más fraccionada.
Pasado el primer momento de algarabía pluralista (el hype de la nueva política) ha llegado la resaca y, con ella, la reacción que demanda a la política respuestas (inmediatas y eficaces). Esa demanda se encuentra con una política inestable de gobiernos que caminan en el alambre de unas mayorías cortas, plurales y volubles. Una política que los medios venden como un entretenimiento más, como si las sesiones de control al Gobierno fuesen un combate de boxeo (o mejor, de pressing catch) y el hemiciclo un ring. ¿A quién puede sorprender que parte del electorado, precisamente aquellos que no están muy interesados en la parte pugilística del asunto, reclame un líder fuerte?
Solemos relacionar tal demanda con los sistemas autoritarios. Por líder fuerte nos vienen automáticamente a la mente Erdogan o Putin. Pero la idea del hombre fuerte no es exclusiva de las dictaduras. De hecho, buena parte de la ciudadanía actual, la que ha conocido el mundo de antes de 2008, ha vivido al abrigo de líderes fuertes, dirigentes de países democráticos como De Gaulle, Adenauer, Kohl, Mitterrand, Thatcher (de las escasas mujeres, junto a Merkel), o el mismo Felipe González, o José María Aznar (y Jordi Pujol). La Europa democrática se construyó hasta hace bien poco sobre la base de liderazgos fuertes y mayorías sólidas y duraderas.
Tal vez la nostalgia del líder no retrate una tendencia autoritaria (es decir, no democrática) en buena parte de los electores europeos, sino un deseo de algo tan elemental como la simplicidad de saber que hay alguien que está al mando y manda, hace cosas, soluciona los problemas, que, en definitiva, es de lo que va la política… o de lo que debería ir, pero no va. Porque la política de la campaña permanente es un canal temático más en nuestro terminal, un juego infinito al que se dedican políticos y medios con fruición para deleite de un público compuesto por hooligans que gritan el clásico “al enemigo, ni agua”.
De la cacofonía constante de una política que renuncia al acuerdo surge la sombra del líder fuerte como solución, para beneficio de las fuerzas reaccionarias. Pero no se confundan. Quienes aúpan a esa figura providencial no son, en su mayoría, fascistas, ni tan siquiera están interesados en la bronca política. Son los asqueados con esta manera de hacer y retransmitir la política. Gente que quiere, simplemente, que las cosas funcionen. Y eso, a veces, es más fuerte que las apelaciones vacías a salvar la democracia. Oriol Bartomeus (Barcelona, 1971) es director del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de El peso del tiempo. Relato del relevo generacional en España (Debate).
[ARCHIVO DEL BLOG] Casi nada es para tanto. Publicado el 15/01/2018
Del poema de cada día. Hoy, La riqueza, de Ángel Guinda
LA RIQUEZA
Cosas frágiles
que han sobrevivido a las mudanzas,
sorprenderse,
el regreso a casa del trabajo,
ausencia de malas noticias,
la salida de hojas en los árboles,
migajas de salud.
(Dirán que no es mucho.
¡Me parece tanto!)
Ángel Guinda (1948-2022)
poeta español
viernes, 31 de enero de 2025
De las entradas del blog de hoy viernes, 31 de enero de 2025
De qué hacer mientras la Historia ruge
“Que suenen las campanas de todas las aldeas /
pues aconteció el poema en mis venas”.
(Carlos Carranca)
1. Estimo enormemente el acto de traducir. Nadie sabe mejor que el traductor que, por más que las lenguas sean equivalentes, nunca se reproducen con simetría especular. El poema que encabeza este texto está formado únicamente por los dos versos mencionados, y su título es Aleluya, pero sé que por mucho que se esfuerce un traductor, será difícil que consiga reproducir del todo en otro idioma la belleza de la rima que empareja aldeias con veias, poniendo de relieve la música que envuelve ambas palabras. Y tal falta de este emparejamiento, se quiera o no, debilita el significado, debido a la simple ausencia de esa nota que proporciona la rima, dice en El País [Qué hacer mientras la historia ruge, 26/01/25] la escritora Lídia Jorge.
Si en este momento quiero subrayar la dificultad de mantener en español la melodía de este brevísimo poema, es porque, mientras al otro lado del Atlántico, a estas horas, en Washington, la Historia se yergue con la configuración de un espectro, a este lado, en mi aldea, arrecian los preparativos para celebrar su elevación a la categoría de villa. Y, como es natural, yo querría que sonaran las campanas de todas las aldeas y que un poema de laudatio naciera en mis venas.
2. Dicho ascenso se produjo el pasado 17 de enero. Al amanecer, afluyeron a Lisboa gentes de todas partes. En el parlamento de la República se debatía la administración de las pedanías y Boliqueime cambiaría su estatus entre aclamaciones. Yo también estuve presente. Puedo dar fe de que el nombre la localidad se pronunció de manera aislada, y pudo beneficiarse así de un largo y entusiasta aplauso que hizo estremecerse el hemiciclo y las abarrotadas galerías. Pese a la conciencia de que no habrá cambios significativos en la vida de sus habitantes, la población manifestó su alegría.
Boliqueime es un nombre extravagante, que provoca las burlas de muchos. Se cree que los navegantes genoveses de paso hacia el Atlántico, alrededor de los siglos XII y XIII, venían aquí a llenar sus barriles con agua. Cerca de la ciudad de Asís se encuentra otra Boliqueime, cuya etimología tiene que ver con “burbujear”. Tenemos que dar esta explicación para que no se rían de nosotros. Ante la vista hay una hermosa franja del mar, y caminando hacia ella, playas con la arena más blanca y fina del continente europeo. Su tejido urbano cuenta con un colegio, una farmacia, un hotel, una pista polideportiva, una residencia de ancianos, peluquerías, casas de alquiler, tres cafeterías y una iglesia donde un conocido cineasta ha filmado importantes escenas. Por eso, en el momento en que se aprobó el paso a municipio, a todos les resultó imposible no dejarse llevar por la ensoñación, no volver a tararear canciones románticas de cuando la posibilidad del fin del mundo no pasaba de ser una leyenda, y los chicos cantaban la letra de La hermosa molinera, con el heroísmo del caminante que entona “Das Wandern! Das Wandern!”
3. Mientras tenía lugar el acto legislativo, yo pensaba en la alegría de Schubert al concebir “Ist mein! Ist mein!”, “¡es mía!” y otras palabras parecidas, dado que la aldea pasaba a ser villa y nuestros antepasados se levantaban del polvo para unirse a los vivos que aplaudían puestos en pie, en el momento en que el cambio de designación cobraba rango de ley. Eso ocurrió hace tres días. Ahora escribo estas líneas en la tarde del histórico 20 de enero de 2025, mientras se celebra la nueva ceremonia de investidura en Washington a la que el mundo asiste boquiabierto, pendiente de cada sílaba que salga de los labios del nuevo horóscopo global. En Boliqueime, sin embargo, no se pierde mucho tiempo en tales vaticinios. Como si nada ocurriera al otro lado del Atlántico, se está preparando una gran fiesta que tendrá lugar el próximo fin de semana. Habrá abrazos, música y en el curso de la tarde, en la anteiglesia, se asará un cerdo.
4. Las imágenes no mienten, las palabras tampoco. En la antecámara del Senado estadounidense se anuncia que el futuro será de conquista, preponderancia, intolerancia, venganza, expulsión, desintegración, licencia para mofarse, pisotear, mentir, insultar, enriquecerse, defraudar, anexionarse, desprenderse, rebautizar, y todo ello anunciado a escala mundial. Acto seguido, los comentaristas, rendidos al olor del triunfo que ignora la ley, empiezan a decirse unos a otros lo que Mefistófeles le dijo a Fausto: “Donde está la fuerza está el derecho”. Porque el acto de toma de posesión en la capital de Estados Unidos adquiere las dimensiones de la coronación de Napoleón pintada por Jacques-Louis David en 1807. La corona de Josefina Bonaparte, con los ojos puestos en la alfombra, para no sentirse eclipsada por el brillo de la gloria terrenal, tiene su réplica del sombrero de ala ancha de la emperatriz americana. También ella recurre a ocultar su mirada en el momento supremo de gloria. Es más, en ambos casos, el emperador asume la voluntad de Dios, poniéndola a su servicio, y se bendice a sí mismo, uniendo en su persona el favor y el origen de la divinidad. De manera simétrica, hay en ambos casos un momento en el que el ganador promete enloquecer. Por el contrario, la manera de mantenerse alerta en la nueva villa de Boliqueime es hacer como si no pasara nada, y lo importante por ahora fuera elegir bien el cerdo que ha de asarse.
5. Dicen que el asado será gigantesco, que los niños correrán detrás de los músicos, que palomas desvergonzadas caminarán por la acera picoteando migajas, que habrá muchas risas, que los fuegos artificiales estallarán en el aire y tendrán forma de árboles y de flores. Quiero estar presente y participar en la celebración de nuestra aldea, elevada ahora a villa. Como todos los pueblos pequeños, Boliqueime tiene también una breve historia que contar al mundo, si acaso tuviera el mundo paciencia para escuchar la historia de los pueblos pequeños. Era la mañana del 1 de noviembre de 1755, el día de Todos los Santos. Noventa y nueve fieles asistían a misa en la pequeña iglesia de tres naves cuando el terremoto que arrasó Lisboa, y cambió el pensamiento europeo, sacudió también con igual intensidad el sur del país. La iglesia de Boliqueime se derrumbó sobre los noventa y nueve fieles y nadie se salvó. Las casas se desmoronaron. La población se redujo a la mitad.
Pese a todo, los que sobrevivieron se sobrepusieron a la tragedia, enterraron a los muertos, levantaron las piedras y eligieron a los santos que sobresalían entre los escombros. Y como no quedaba muro en pie, colgaron la campana de las ramas de un algarrobo y desde allí daba el campanero el toque de maitines y de ángelus. Al cabo de cuatro años, sostienen los documentos, se había construido sobre otra colina una nueva iglesia barroca de una sola nave, dedicada a San Sebastián, y un precioso órgano. Boliqueime nos enseña que no podemos tener miedo a la Historia, pues es el resultado de nuestra precaria condición de seres abandonados a su suerte sobre la Tierra.
6. Por eso, con permiso de los vegetarianos, mientras los ciudadanos de Estados Unidos abandonan la OMS y el Tratado de París, los habitantes de Boliqueime asarán un cerdo con la alegría de nuestros hermanos prehistóricos cuando descubrieron el milagro del fuego. Es necesario que bailemos junto a la piedra de nuestro hogar. La gran tragicomedia que estamos viviendo a escala global no debe paralizarnos ni transformarnos. Me niego a la tristeza en este día nefasto, y por eso elijo poemas que invocan el sonido de las campanas y se titulan Aleluya. No me rindo, los quiero en mis venas. Creo que en el momento en que alguien trata al globo terrestre como si fuera su aldea, la aldea tiene el deber de atribuirse la importancia del globo terrestre.