lunes, 2 de diciembre de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] Cuentos para la edad adulta. Hoy, "El ruido de un trueno", de Ray Bradbury. Publicado el 15/07/2015











El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Durante los próximo meses voy a traer hasta el blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros... Espero que los disfruten. 
Continúo hoy la serie con "El ruido de un trueno", de Ray Douglas Bradbury (1920-2012), escritor estadounidense de misterio, género fantástico, terror, cuentos y novelas de diversos géneros, desde el policial hasta el realista y costumbrista, además de poemas y ensayos. Se le conoce sobre todo como escritor de ciencia ficción. Sus novelas "Crónicas marcianas" (1950) y "Fahrenheit 451" (1953) están entre las más famosas del género. También trabajó como guionista en numerosas películas y series de televisión, entre las que cabe destacar su colaboración con John Huston en la adaptación de Moby Dick para el cine (1956). Un clima poético y un cierto romanticismo son otros rasgos persistentes en la obra de Ray Bradbury, si bien sus temas están inspirados en la vida diaria de las personas. Por sus peculiares características y temáticas, su obra puede considerarse como exponente del realismo épico, aunque nunca la haya definido de este modo. Dejó dicho sobre sus obras que "nunca trató de hacer predicciones acerca del futuro, sino avisos. Es curioso, añadió, que en mi país cada vez que surge un problema de censura sale a relucir como paradigma de la libertad "Farenheit 451". Los intelectuales, ya sean de derechas o de izquierdas, siempre tienen miedo a lo fantástico porque les parece tan real ese mundo que creen que estás intentando engañar y, evidentemente, así es. Vivimos en un mundo que nos absorbe con sus normas, con sus reglas y la burocracia, que no sirven para nada. Hay que tener mucho cuidado con los intelectuales y los psicólogos, que te intentan decir lo que tienes que leer y lo que no". Existe un asteroide llamado "9766 Bradbury" en su honor. Les dejo con El ruido de un trueno. Dice así:

El anuncio en la pared parecía temblar bajo una móvil película de agua caliente. Eckels sintió que parpadeaba, y el anuncio ardió en la momentánea oscuridad:

SAFARI EN EL TIEMPO S.A. SAFARIS A CUALQUIER AÑO DEL PASADO. USTED ELIGE EL ANIMAL NOSOTROS LO LLEVAMOS ALLÍ, USTED LO MATA.

Una flema tibia se le formó en la garganta a Eckels. Tragó saliva empujando hacia abajo la flema. Los músculos alrededor de la boca formaron una sonrisa, mientras alzaba lentamente la mano, y la mano se movió con un cheque de diez mil dólares ante el hombre del escritor

-¿Este safari garantiza que yo regrese vivo

-No garantizamos nada -dijo el oficial-, excepto los dinosaurios. -Se volvió-. Este es el señor Travis, su guía safari en el pasado. Él le dirá a qué debe disparar y en qué momento. Si usted desobedece sus instrucciones, hay una multa de otros diez mil dólares, además de una posible acción del gobierno, a la vuelta.

Eckels miró en el otro extremo de la vasta oficina la confusa maraña zumbante de cables y cajas de acero, y el aura ya anaranjada, ya plateada, ya azul. Era como el sonido de una gigantesca hoguera donde ardía el tiempo, todos los años y todos los calendarios de pergamino, todas las horas apiladas en llamas. El roce de una mano, y este fuego se volvería maravillosamente, y en un instante, sobre sí mismo. Eckels recordó las palabras de los anuncios en la carta. De las brasas y cenizas, del polvo y los iocarbones, como doradas salamandras, saltarán los viejos años, los verdes años; rosas endulzarán el aire, las canas se volverán negro ébano, las arrugas desaparecerán. Todo regresará volando a la semilla, huirá de la muerte, retornará a sus principios; los soles se elevarán en los cielos occidentales y se pondrán en orientes gloriosos, las lunas se devorarán al revés a sí mismas, todas las cosas se meterán unas en otras como cajas chinas, los conejos entrarán en los sombreros, todo volverá a la fresca muerte, la muerte en la semilla, la muerte verde, al tiempo anterior al comienzo. Bastará el roce de una mano, el más leve roce de una mano.

-¡Infierno y condenación! -murmuró Eckels con la luz de la máquina en el rostro delgado-. Una verdadera máquina del tiempo. -Sacudió la cabeza-. Lo hace pensar a uno. Si la elección hubiera ido mal ayer, yo quizá estaría aquí huyendo de los resultados. Gracias a Dios ganó Keith. Será un buen presidente.

-Sí -dijo el hombre detrás del escritorio-. Tenemos suerte. Si Deutscher hubiese ganado, tendríamos la peor de las dictaduras. Es el antitodo, militarista, anticristo, antihumano, antintelectual. La gente nos llamó, ya sabe usted, bromeando, pero no enteramente. Decían que si Deutscher era presidente, querían ir a vivir a 1492. Por supuesto, no nos ocupamos de organizar evasiones, sino safaris. De todos modos, el presidente es Keith. Ahora su única preocupación es...

Eckels terminó la frase:

-Matar mi dinosaurio.

-Un Tyrannosaurus rex. El lagarto del Trueno, el más terrible monstruo de la historia. Firme este permiso. Si le pasa algo, no somos responsables. Estos dinosaurios son voraces.

Eckels enrojeció, enojado.

-¿Trata de asustarme?

-Francamente, sí. No queremos que vaya nadie que sienta pánico al primer tiro. El año pasado murieron seis jefes de safari y una docena de cazadores. Vamos a darle a usted la más extraordinaria emoción que un cazador pueda pretender. Lo enviaremos sesenta millones de años atrás para que disfrute de la mayor y más emocionante cacería de todos los tiempos. Su cheque está todavía aquí. Rómpalo.

El señor Eckels miró el cheque largo rato. Se le retorcían los dedos.

-Buena suerte -dijo el hombre detrás del mostrador-. El señor Travis está a su disposición.

Cruzaron el salón silenciosamente, llevando los fusiles, hacia la Máquina, hacia el metal plateado y la luz rugiente.

Primero un día y luego una noche y luego un día y luego una noche, y luego día-noche-día-noche-día. Una semana, un mes, un año, ¡una década! 2055, 2019, ¡1999! ¡1957! ¡Desaparecieron! La Máquina rugió. Se pusieron los cascos de oxígeno y probaron los intercomunicadores. Eckels se balanceaba en el asiento almohadillado, con el rostro pálido y duro. Sintió un temblor en los brazos y bajó los ojos y vio que sus manos apretaban el fusil. Había otros cuatro hombres en esa máquina. Travis, el jefe del safari, su asistente, Lesperance, y dos otros cazadores, Billings y Kramer. Se miraron unos a otros y los años llamearon alrededor.

-¿Estos fusiles pueden matar a un dinosaurio de un tiro? -se oyó decir a Eckels.

-Si da usted en el sitio preciso -dijo Travis por la radio del casco-. Algunos dinosaurios tienen dos cerebros, uno en la cabeza, otro en la columna espinal. No les tiraremos a éstos, y tendremos más probabilidades. Aciérteles con los dos primeros tiros a los ojos, si puede, cegándolo, y luego dispare al cerebro.

La máquina aulló. El tiempo era una película que corría hacia atrás. Pasaron soles, y luego diez millones de lunas.

-Dios santo -dijo Eckels-. Los cazadores de todos los tiempos nos envidiarían hoy. África al lado de esto parece Illinois.

El sol se detuvo en el cielo.

La niebla que había envuelto la Máquina se desvaneció. Se encontraban en los viejos tiempos, tiempos muy viejos en verdad, tres cazadores y dos jefes de safari con sus metálicos rifles azules en las rodillas.

-Cristo no ha nacido aún -dijo Travis-. Moisés no ha subido a la montaña a hablar con Dios. Las pirámides están todavía en la tierra, esperando. Recuerde que Alejandro, Julio César, Napoleón, Hitler... no han existido.

Los hombres asintieron con movimientos de cabeza.

-Eso -señaló el señor Travis- es la jungla de sesenta millones dos mil cincuenta y cinco años antes del presidente Keith.

Mostró un sendero de metal que se perdía en la vegetación salvaje, sobre pantanos humeantes, entre palmeras y helechos gigantescos.

-Y eso -dijo- es el Sendero, instalado por Safari en el Tiempo para su provecho. Flota a diez centímetros del suelo. No toca ni siquiera una brizna, una flor o un árbol. Es de un metal antigravitatorio. El propósito del Sendero es impedir que toque usted este mundo del pasado de algún modo. No se salga del Sendero. Repito. No se salga de él. ¡Por ningún motivo! Si se cae del Sendero hay una multa. Y no tire contra ningún animal que nosotros no aprobemos.

-¿Por qué? -preguntó Eckels. Estaban en la antigua selva. Unos pájaros lejanos gritaban en el viento, y había un olor de alquitrán y viejo mar salado, hierbas húmedas y flores de color de sangre.

-No queremos cambiar el futuro. Este mundo del pasado no es el nuestro. Al gobierno no le gusta que estemos aquí. Tenemos que dar mucho dinero para conservar nuestras franquicias. Una máquina del tiempo es un asunto delicado. Podemos matar inadvertidamente un animal importante, un pajarito, un coleóptero, aun una flor, destruyendo así un eslabón importante en la evolución de las especies.

-No me parece muy claro -dijo Eckels.

-Muy bien -continuó Travis-, digamos que accidentalmente matamos aquí un ratón. Eso significa destruir las futuras familias de este individuo, ¿entiende?

-Entiendo.

-¡Y todas las familias de las familias de ese individuo! Con sólo un pisotón aniquila usted primero uno, luego una docena, luego mil, un millón, ¡un billón de posibles ratones!

-Bueno, ¿y eso qué? -inquirió Eckels.

-¿Eso qué? -gruñó suavemente Travis-. ¿Qué pasa con los zorros que necesitan esos ratones para sobrevivir? Por falta de diez ratones muere un zorro. Por falta de diez zorros, un león muere de hambre. Por falta de un león, especies enteras de insectos, buitres, infinitos billones de formas de vida son arrojadas al caos y la destrucción. Al final todo se reduce a esto: cincuenta y nueve millones de años más tarde, un hombre de las cavernas, uno de la única docena que hay en todo el mundo, sale a cazar un jabalí o un tigre para alimentarse. Pero usted, amigo, ha aplastado con el pie a todos los tigres de esa zona al haber pisado un ratón. Así que el hombre de las cavernas se muere de hambre. Y el hombre de las cavernas, no lo olvide, no es un hombre que pueda desperdiciarse, ¡no! Es toda una futura nación. De él nacerán diez hijos. De ellos nacerán cien hijos, y así hasta llegar a nuestros días. Destruya usted a este hombre, y destruye usted una raza, un pueblo, toda una historia viviente. Es como asesinar a uno de los nietos de Adán. El pie que ha puesto usted sobre el ratón desencadenará así un terremoto, y sus efectos sacudirán nuestra tierra y nuestros destinos a través del tiempo, hasta sus raíces. Con la muerte de ese hombre de las cavernas, un billón de otros hombres no saldrán nunca de la matriz. Quizás Roma no se alce nunca sobre las siete colinas. Quizá Europa sea para siempre un bosque oscuro, y sólo crezca Asia saludable y prolífica. Pise usted un ratón y aplastará las pirámides. Pise un ratón y dejará su huella, como un abismo en la eternidad. La reina Isabel no nacerá nunca, Washington no cruzará el Delaware, nunca habrá un país llamado Estados Unidos. Tenga cuidado. No se salga del Sendero. ¡Nunca pise afuera!

-Ya veo -dijo Eckels-. Ni siquiera debemos pisar la hierba.

-Correcto. Al aplastar ciertas plantas quizá sólo sumemos factores infinitesimales. Pero un pequeño error aquí se multiplicará en sesenta millones de años hasta alcanzar proporciones extraordinarias. Por supuesto, quizá nuestra teoría esté equivocada. Quizá nosotros no podamos cambiar el tiempo. O tal vez sólo pueda cambiarse de modos muy sutiles. Quizá un ratón muerto aquí provoque un desequilibrio entre los insectos de allá, una desproporción en la población más tarde, una mala cosecha luego, una depresión, hambres colectivas, y, finalmente, un cambio en la conducta social de alejados países. O aun algo mucho más sutil. Quizá sólo un suave aliento, un murmullo, un cabello, polen en el aire, un cambio tan, tan leve que uno podría notarlo sólo mirando de muy cerca. ¿Quién lo sabe? ¿Quién puede decir realmente que lo sabe? No nosotros. Nuestra teoría no es más que una hipótesis. Pero mientras no sepamos con seguridad si nuestros viajes por el tiempo pueden terminar en un gran estruendo o en un imperceptible crujido, tenemos que tener mucho cuidado. Esta máquina, este sendero, nuestros cuerpos y nuestras ropas han sido esterilizados, como usted sabe, antes del viaje. Llevamos estos cascos de oxígeno para no introducir nuestras bacterias en una antigua atmósfera.

-¿Cómo sabemos qué animales podemos matar?

-Están marcados con pintura roja -dijo Travis-. Hoy, antes de nuestro viaje, enviamos aquí a Lesperance con la Máquina. Vino a esta Era particular y siguió a ciertos animales.

-¿Para estudiarlos?

-Exactamente -dijo Travis-. Los rastreó a lo largo de toda su existencia, observando cuáles vivían mucho tiempo. Muy pocos. Cuántas veces se acoplaban. Pocas. La vida es breve. Cuando encontraba alguno que iba a morir aplastado por un árbol u otro que se ahogaba en un pozo de alquitrán, anotaba la hora exacta, el minuto y el segundo, y le arrojaba una bomba de pintura que le manchaba de rojo el costado. No podemos equivocarnos. Luego midió nuestra llegada al pasado de modo que no nos encontremos con el monstruo más de dos minutos antes de aquella muerte. De este modo, sólo matamos animales sin futuro, que nunca volverán a acoplarse. ¿Comprende qué cuidadosos somos?

-Pero si ustedes vinieron esta mañana -dijo Eckels ansiosamente-, debían haberse encontrado con nosotros, nuestro safari. ¿Qué ocurrió? ¿Tuvimos éxito? ¿Salimos todos... vivos?

Travis y Lesperance se miraron.

-Eso hubiese sido una paradoja -habló Lesperance-. El tiempo no permite esas confusiones..., un hombre que se encuentra consigo mismo. Cuando va a ocurrir algo parecido, el tiempo se hace a un lado. Como un avión que cae en un pozo de aire. ¿Sintió usted ese salto de la Máquina, poco antes de nuestra llegada? Estábamos cruzándonos con nosotros mismos que volvíamos al futuro. No vimos nada. No hay modo de saber si esta expedición fue un éxito, si cazamos nuestro monstruo, o si todos nosotros, y usted, señor Eckels, salimos con vida.

Eckels sonrió débilmente.

-Dejemos esto -dijo Travis con brusquedad-. ¡Todos de pie! Se prepararon a dejar la Máquina. La jungla era alta y la jungla era ancha y la jungla era todo el mundo para siempre y para siempre. Sonidos como música y sonidos como lonas voladoras llenaban el aire: los pterodáctilos que volaban con cavernosas alas grises, murciélagos gigantescos nacidos del delirio de una noche febril. Eckels, guardando el equilibrio en el estrecho sendero, apuntó con su rifle, bromeando.

-¡No haga eso! -dijo Travis.- ¡No apunte ni siquiera en broma, maldita sea! Si se le dispara el arma...

Eckels enrojeció.

- ¿Dónde está nuestro Tyrannosaurus?

- Lesperance miró su reloj de pulsera.

-Adelante. Nos cruzaremos con él dentro de sesenta segundos. Busque la pintura roja, por Cristo. No dispare hasta que se lo digamos. Quédese en el Sendero. ¡Quédese en el Sendero!

Se adelantaron en el viento de la mañana.

-Qué raro -murmuró Eckels-. Allá delante, a sesenta millones de años, ha pasado el día de elección. Keith es presidente. Todos celebran. Y aquí, ellos no existen aún. Las cosas que nos preocuparon durante meses, toda una vida, no nacieron ni fueron pensadas aún.

-¡Levanten el seguro, todos! -ordenó Travis-. Usted dispare primero, Eckels. Luego, Billings. Luego, Kramer.

-He cazado tigres, jabalíes, búfalos, elefantes, pero esto, Jesús, esto es caza -comentó Eckels -. Tiemblo como un niño.

- Ah -dijo Travis.

-Todos se detuvieron.

Travis alzó una mano.

-Ahí adelante -susurró-. En la niebla. Ahí está Su Alteza Real.

La jungla era ancha y llena de gorjeos, crujidos, murmullos y suspiros. De pronto todo cesó, como si alguien hubiese cerrado una puerta.

Silencio.

El ruido de un trueno.

De la niebla, a cien metros de distancia, salió el Tyrannosaurus rex.

-Jesucristo -murmuró Eckels.

-¡Chist!

Venía a grandes trancos, sobre patas aceitadas y elásticas. Se alzaba diez metros por encima de la mitad de los árboles, un gran dios del mal, apretando las delicadas garras de relojero contra el oleoso pecho de reptil. Cada pata inferior era un pistón, quinientos kilos de huesos blancos, hundidos en gruesas cuerdas de músculos, encerrados en una vaina de piel centelleante y áspera, como la cota de malla de un guerrero terrible. Cada muslo era una tonelada de carne, marfil y acero. Y de la gran caja de aire del torso colgaban los dos brazos delicados, brazos con manos que podían alzar y examinar a los hombres como juguetes, mientras el cuello de serpiente se retorcía sobre sí mismo. Y la cabeza, una tonelada de piedra esculpida que se alzaba fácilmente hacia el cielo, En la boca entreabierta asomaba una cerca de dientes como dagas. Los ojos giraban en las órbitas, ojos vacíos, que nada expresaban, excepto hambre. Cerraba la boca en una mueca de muerte. Corría, y los huesos de la pelvis hacían a un lado árboles y arbustos, y los pies se hundían en la tierra dejando huellas de quince centímetros de profundidad. Corría como si diese unos deslizantes pasos de baile, demasiado erecto y en equilibrio para sus diez toneladas. Entró fatigadamente en el área de sol, y sus hermosas manos de reptil tantearon el aire.

-¡Dios mío! -Eckels torció la boca-. Puede incorporarse y alcanzar la luna.

-¡Chist! -Travis sacudió bruscamente la cabeza-. Todavía no nos vio.

-No es posible matarlo. -Eckels emitió con serenidad este veredicto, como si fuese indiscutible. Había visto la evidencia y ésta era su razonada opinión. El arma en sus manos parecía un rifle de aire comprimido-. Hemos sido unos locos. Esto es imposible.

-¡Cállese! -siseó Travis.

-Una pesadilla.

-Dé media vuelta -ordenó Travis-. Vaya tranquilamente hasta la máquina. Le devolveremos la mitad del dinero.

-No imaginé que sería tan grande -dijo Eckels-. Calculé mal. Eso es todo. Y ahora quiero irme.

-¡Nos vio!

-¡Ahí está la pintura roja en el pecho!

El Lagarto del Trueno se incorporó. Su armadura brilló como mil monedas verdes. Las monedas, embarradas, humeaban. En el barro se movían diminutos insectos, de modo que todo el cuerpo parecía retorcerse y ondular, aun cuando el monstruo mismo no se moviera. El monstruo resopló. Un hedor de carne cruda cruzó la jungla.

-Sáquenme de aquí -pidió Eckels-. Nunca fue como esta vez. Siempre supe que saldría vivo. Tuve buenos guías, buenos safaris, y protección. Esta vez me he equivocado. Me he encontrado con la horma de mi zapato, y lo admito. Esto es demasiado para mí.

-No corra -dijo Lesperance-. Vuélvase. Ocúltese en la Máquina. -Sí.

Eckels parecía aturdido. Se miró los pies como si tratara de moverlos. Lanzó un gruñido de desesperanza.

-¡Eckels!

Eckels dio unos pocos pasos, parpadeando, arrastrando los pies. -¡Por ahí no!

El monstruo, al advertir un movimiento, se lanzó hacia adelante con un grito terrible. En cuatro segundos cubrió cien metros. Los rifles se alzaron y llamearon. De la boca del monstruo salió un torbellino que los envolvió con un olor de barro y sangre vieja. El monstruo rugió con los dientes brillantes al sol.

Eckels, sin mirar atrás, caminó ciegamente hasta el borde del Sendero, con el rifle que le colgaba de los brazos. Salió del Sendero, y caminó, y caminó por la jungla. Los pies se le hundieron en un musgo verde. Lo llevaban las piernas, y se sintió solo y alejado de lo que ocurría atrás.

Los rifles dispararon otra vez. El ruido se perdió en chillidos y truenos. La gran palanca de la cola del reptil se alzó sacudiéndose. Los árboles estallaron en nubes de hojas y ramas. El monstruo retorció sus manos de joyero y las bajó como para acariciar a los hombres, para partirlos en dos, aplastarlos como cerezas, meterlos entre los dientes y en la rugiente garganta. Sus ojos de canto rodado bajaron a la altura de los hombres, que vieron sus propias imágenes. Dispararon sus armas contra las pestañas metálicas y los brillantes iris negros.

Como un ídolo de piedra, como el desprendimiento de una montaña, el Tyrannosaurus cayó. Con un trueno, se abrazó a unos árboles, los arrastró en su caída. Torció y quebró el Sendero de Metal. Los hombres retrocedieron alejándose. El cuerpo golpeó el suelo, diez toneladas de carne fría y piedra. Los rifles dispararon. El monstruo azotó el aire con su cola acorazada, retorció sus mandíbulas de serpiente, y ya no se movió. Una fuente de sangre le brotó de la garganta. En alguna parte, adentro, estalló un saco de fluidos. Unas bocanadas nauseabundas empaparon a los cazadores. Los hombres se quedaron mirándolo, rojos y resplandecientes.

El trueno se apagó.

La jungla estaba en silencio. Luego de la tormenta, una gran paz. Luego de la pesadilla, la mañana.

Billings y Kramer se sentaron en el sendero y vomitaron. Travis y Lesperance, de pie, sosteniendo aún los rifles humeantes, juraban continuamente.

En la Máquina del Tiempo, cara abajo, yacía Eckels, estremeciéndose. Había encontrado el camino de vuelta al Sendero y había subido a la Máquina. Travis se acercó, lanzó una ojeada a Eckels, sacó unos trozos de algodón de una caja metálica y volvió junto a los otros, sentados en el Sendero.

-Límpiense.

Limpiaron la sangre de los cascos. El monstruo yacía como una loma de carne sólida. En su interior uno podía oír los suspiros y murmullos a medida que morían las más lejanas de las cámaras, y los órganos dejaban de funcionar, y los líquidos corrían un último instante de un receptáculo a una cavidad, a una glándula, y todo se cerraba para siempre. Era como estar junto a una locomotora estropeada o una excavadora de vapor en el momento en que se abren las válvulas o se las cierra herméticamente. Los huesos crujían. La propia carne, perdido el equilibrio, cayó como peso muerto sobre los delicados antebrazos, quebrándolos.

Otro crujido. Allá arriba, la gigantesca rama de un árbol se rompió y cayó. Golpeó a la bestia muerta como algo final.

-Ahí está- Lesperance miró su reloj-. Justo a tiempo. Ese es el árbol gigantesco que originalmente debía caer y matar al animal.

Miró a los dos cazadores: ¿Quieren la fotografía trofeo?

-¿Qué?

-No podemos llevar un trofeo al futuro. El cuerpo tiene que quedarse aquí donde hubiese muerto originalmente, de modo que los insectos, los pájaros y las bacterias puedan vivir de él, como estaba previsto. Todo debe mantener su equilibrio. Dejamos el cuerpo. Pero podemos llevar una foto con ustedes al lado.

Los dos hombres trataron de pensar, pero al fin sacudieron la cabeza. Caminaron a lo largo del Sendero de metal. Se dejaron caer de modo cansino en los almohadones de la Máquina. Miraron otra vez el monstruo caído, el monte paralizado, donde unos raros pájaros reptiles y unos insectos dorados trabajaban ya en la humeante armadura.

Un sonido en el piso de la Máquina del Tiempo los endureció. Eckels estaba allí, temblando.

-Lo siento -dijo al fin.

-¡Levántese! -gritó Travis.

Eckels se levantó.

-¡Vaya por ese sendero, solo! -agregó Travis, apuntando con el rifle-. Usted no volverá a la Máquina. ¡Lo dejaremos aquí!

Lesperance tomó a Travis por el brazo. -Espera...

-¡No te metas en esto! -Travis se sacudió apartando la mano-. Este hijo de perra casi nos mata. Pero eso no es bastante. Diablo, no. ¡Sus zapatos! ¡Míralos! Salió del Sendero. ¡Dios mío, estamos arruinados Cristo sabe qué multa nos pondrán. ¡Decenas de miles de dólares! Garantizamos que nadie dejaría el Sendero. Y él lo dejó. ¡Oh, condenado tonto! Tendré que informar al gobierno. Pueden hasta quitarnos la licencia. ¡Dios sabe lo que le ha hecho al tiempo, a la Historia!

-Cálmate. Sólo pisó un poco de barro.

-¿Cómo podemos saberlo? -gritó Travis-. ¡No sabemos nada! ¡Es un condenado misterio! ¡Fuera de aquí, Eckels!

Eckels buscó en su chaqueta.

-Pagaré cualquier cosa. ¡Cien mil dólares!

Travis miró enojado la libreta de cheques de Eckels y escupió.

-Vaya allí. El monstruo está junto al Sendero. Métale los brazos hasta los codos en la boca, y vuelva.

-¡Eso no tiene sentido!

-El monstruo está muerto, cobarde bastardo. ¡Las balas! No podemos dejar aquí las balas. No pertenecen al pasado, pueden cambiar algo. Tome mi cuchillo. ¡Extráigalas!

La jungla estaba viva otra vez, con los viejos temblores y los gritos de los pájaros. Eckels se volvió lentamente a mirar al primitivo vaciadero de basura, la montaña de pesadillas y terror. Luego de un rato, como un sonámbulo, se fue, arrastrando los pies.

Regresó temblando cinco minutos más tarde, con los brazos empapados y rojos hasta los codos. Extendió las manos. En cada una había un montón de balas. Luego cayó. Se quedó allí, en el suelo, sin moverse.

-No había por qué obligarlo a eso - dijo Lesperance.

-¿No? Es demasiado pronto para saberlo. -Travis tocó con el pie el cuerpo inmóvil.

-Vivirá. La próxima vez no buscará cazas como ésta. Muy bien. -Le hizo una fatigada seña con el pulgar a Lesperance-. Enciende. Volvamos a casa. 1492. 1776. 1812.

Se limpiaron las caras y manos. Se cambiaron las camisas y pantalones. Eckels se había incorporado y se paseaba sin hablar. Travis lo miró furiosamente durante diez minutos.

-No me mire -gritó Eckels-. No hice nada.

-¿Quién puede decirlo?

-Salí del sendero, eso es todo; traje un poco de barro en los zapatos. ¿Qué quiere que haga? ¿Que me arrodille y rece?

-Quizá lo necesitemos. Se lo advierto, Eckels. Todavía puedo matarlo. Tengo listo el fusil.

-Soy inocente. ¡No he hecho nada!

1999, 2000, 2055.

La máquina se detuvo.

-Afuera -dijo Travis.

El cuarto estaba como lo habían dejado. Pero no de modo tan preciso. El mismo hombre estaba sentado detrás del mismo escritorio. Pero no exactamente el mismo hombre detrás del mismo escritorio.

Travis miró alrededor con rapidez.

-¿Todo bien aquí? -estalló.

-Muy bien. ¡Bienvenidos!

Travis no se sintió tranquilo. Parecía estudiar hasta los átomos del aire, el modo como entraba la luz del sol por la única ventana alta.

-Muy bien, Eckels, puede salir. No vuelva nunca.

Eckels no se movió.

-¿No me ha oído? -dijo Travis-. ¿Qué mira?

Eckels olía el aire, y había algo en el aire, una sustancia química tan sutil, tan leve, que sólo el débil grito de sus sentidos subliminales le advertía que estaba allí. Los colores blanco, gris, azul, anaranjado, de las paredes, del mobiliario, del cielo más allá de la ventana, eran... eran... Y había una sensación. Se estremeció. Le temblaron las manos. Se quedó oliendo aquel elemento raro con todos los poros del cuerpo. En alguna parte alguien debía de estar tocando uno de esos silbatos que sólo pueden oír los perros. Su cuerpo respondió con un grito silencioso. Más allá de este cuarto, más allá de esta pared, más allá de este hombre que no era exactamente el mismo hombre detrás del mismo escritorio..., se extendía todo un mundo de calles y gente. Qué suerte de mundo era ahora, no se podía saber. Podía sentirlos cómo se movían, más allá de los muros, casi, como piezas de ajedrez que arrastraban un viento seco...

Pero había algo más inmediato. El anuncio pintado en la pared de la oficina, el mismo anuncio que había leído aquel mismo día al entrar allí por vez primera.

De algún modo el anuncio había cambiado.

SEFARI EN EL TIEMPO. S. A. SEFARIS A KUALKUIER AÑO DEL PASADO USTE NOMBRA EL ANIMAL NOSOTROS LO LLEBAMOS AYI. USTE LO MATA.

Eckels sintió que caía en una silla. Tanteó insensatamente el grueso barro de sus botas. Sacó un trozo, temblando.

-No, no puede ser. Algo tan pequeño. No puede ser. ¡No!

Hundida en el barro, brillante, verde, y dorada, y negra, había una mariposa, muy hermosa y muy muerta.

-¡No algo tan pequeño! ¡No una mariposa! -gritó Eckels.

Cayó al suelo una cosa exquisita, una cosa pequeña que podía destruir todos los equilibrios, derribando primero la línea de un pequeño dominó, y luego de un gran dominó, y luego de un gigantesco dominó, a lo largo de los años, a través del tiempo. La mente de Eckels giró sobre si misma. La mariposa no podía cambiar las cosas. Matar una mariposa no podía ser tan importante. ¿Podía?

Tenía el rostro helado. Preguntó, temblándole la boca:

- ¿Quién... quién ganó la elección presidencial ayer?

El hombre detrás del mostrador se rió.

-¿Se burla de mí? Lo sabe muy bien. ¡Deutscher, por supuesto! No ese condenado debilucho de Keith. Tenemos un hombre fuerte ahora, un hombre de agallas. ¡Sí, señor! -El oficial calló-. ¿Qué pasa?

Eckels gimió. Cayó de rodillas. Recogió la mariposa dorada con dedos temblorosos.

-¿No podríamos -se preguntó a sí mismo, le preguntó al mundo, a los oficiales, a la Máquina,- no podríamos llevarla allá, no podríamos hacerla vivir otra vez? ¿No podríamos empezar de nuevo? ¿No podríamos...?

No se movió. Con los ojos cerrados, esperó estremeciéndose. Oyó que Travis gritaba; oyó que Travis preparaba el rifle, alzaba el seguro, y apuntaba. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt













Del poema de cada día. Hoy, Éxito, de Jesús Munárriz (1940)





 




ÉXITO 



A mediodía, un sábado,

en Cartagena de Indias, los Almacenes Éxito

resumen cinco siglos

de historia, lo que fue

el sistema esclavista,

su herencia ya indeleble.

Todos los tonos, todas

las razas africanas,

colombianas ahora,

disfrutan del consumo

en el fin de semana,

y de su nuevo estatus.

Fue feroz el traslado. Sin embargo,

descendientes de esclavos,

estos cartageneros

negros viven mejor, mucho mejor

que los subsaharianos,

sus parientes

que no fueron cazados

y vendidos entonces.

Fue mucho el sufrimiento,

pero al cabo

ha ido abriéndose paso una cierta justicia.

Algún día, esperemos,

también algunos de ellos

llegará a presidente.



Jesús Munárriz (1940)

poeta español
















De la viñetas de humor de hoy lunes, 2 de diciembre de 2024

 
































domingo, 1 de diciembre de 2024

De las entradas del blog de hoy domingo, 1 de diciembre de 2024

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo, 1 de diciembre de 2024. Una broma circulaba entre los novatos de UPyD que ocupábamos un cargo de representación: “Si España fuera un país normal, no estaríamos en política”, se dice en la primera de las entradas del blog de hoy; corría el año 2012 y muchos de los países que entonces parecían normales han dejado de serlo, como Estados Unidos; al menos queda en pie la vida pública en Suiza, donde la gente ignora el nombre de su presidente y suena cada hora el reloj de cuco del aburrimiento. La segunda de ellas es un archivo del blog de febrero de 2019 sobre los nuevos depredadores sociales de los que se decía que eran uno de los principales obstáculos en la lucha por una sociedad más justa. La tercera de hoy es un poema de María Zambrano que comienza con estos versos: Bajo la flor, la rama;/sobre la flor, la estrella;/bajo la estrella, el viento./¿Y más allá?/Más allá, ¿no recuerdas? , sólo la nada. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de  interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt









De los políticos de hoy

 





Una broma circulaba entre los novatos de UPyD que ocupábamos un cargo de representación: “Si España fuera un país normal, no estaríamos en política”, solíamos decir. Corría el año 2012 y muchos de los países que entonces parecían normales han dejado de serlo, como Estados Unidos. Al menos queda en pie la vida pública en Suiza, donde la gente ignora el nombre de su presidente y suena cada hora el reloj de cuco del aburrimiento, comenta en El País [¿Quién quiere ser político hoy?, 25/11/2024] la escritora Irene Lozano.

Entretanto, nosotros nos hemos anormalizado algo más. Los incidentes durante la visita de las autoridades a Paiporta demuestran la crecida de la antipolítica. La pregunta inquietante es: ¿quién quiere ser político hoy? La respuesta que demos es relevante porque la calidad de la participación ciudadana define la calidad de la política.

Hace 12 años, muchos sentíamos que los políticos no se daban cuenta del daño que había provocado la gran crisis financiera, ni entendían las preocupaciones de la gente. Decidimos involucrarnos en la vida pública confiando en que hacer oír nuestra voz en las instituciones y abrirlas a la ciudadanía derivaría en medidas más benévolas para los ciudadanos. Sentíamos que el sistema estaba fallando pero, en lugar de quejarnos de la cantidad creciente de corruptos, nuestro deber cívico era sustituirlos por personas honestas como nosotros. Así la gente volvería a confiar. Lo escribo ahora, 13 años después, y a mí misma me parece una ingenuidad. Pero lo pensábamos.

Ya entonces no resultaba fácil participar. Unos partidos endogámicos que ni estimulaban la participación ciudadana, ni se preocupaban de atraer talento a sus filas, dificultaban la decisión. Había que pensar no solo en entrar, sino en cómo salir. En aquel momento —sospecho que las cifras no han variado mucho— el 80% de los políticos eran funcionarios. Para profesionales del sector privado, reengancharse a su profesión no parecía sencillo, pero tampoco imposible. El incipiente desprestigio que acompañaba la política no suponía un problema: la haríamos mejor y eso aumentaría su prestigio. A la vista está que nos equivocamos.

La política ha cambiado a peor y creo que hoy es casi imposible reclutar a profesionales independientes, algo en lo que los partidos tampoco se muestran muy interesados. Quien quiera hoy pasar por ese noviciado debe considerar al adversario como un enemigo y juzgarle equivocado en todo. Entretanto, ha de juzgar que los suyos no yerran en nada, pues una consecuencia a menudo inadvertida de la polarización es que también exige un peaje de lealtad y ausencia de crítica en las filas propias.

En aquel momento ya había que andar con pies de plomo para que no te hicieran una foto fuera de contexto. Las redes empezaban a convertirse en el lugar virtual de la conversación pública, pero Twitter (ahora X) molaba. Hoy cualquiera que aspire a hacer política, sabe que la máquina de insultos y odio se activará de inmediato. En estos días un aluvión de gente —entre la que me encuentro— está abandonando esa red social tóxica para establecerse en Bluesky y otros lugares menos poblados. Tal vez esta evolución nos dé pronto buenas noticias.

La extrema derecha ha inundado de violencia verbal los parlamentos. Y quien quiera participar en política debe asumir que le pueden fabricar un escándalo a sus familiares, lo que más duele. Poco importa el error o imprudencia cometida, se publicará y se denunciará como un presunto delito. Da igual que el acusado sea inocente y así lo reconozca en el futuro una sentencia: lo importante es el proceso judicial, que arruina la reputación más sólida. Para quienes viven de su trabajo, esto es dramático: ejercer tu profesión después de una etapa en política se complica cuando tu nombre ha sido arrastrado por el fango. Los futuros líderes progresistas con ganas de luchar por sus convicciones tendrán que asumir los sacrificios de la política no solo para ellos, sino también para sus cónyuges. Para empeorar la situación, el rifirrafe político se ha convertido en un contenido más del menú de entretenimiento: un imán para narcisistas. Sí, siempre ha habido narcisistas en política (también en el periodismo), el problema es que, en la economía de la atención, solo ellos parecen capaces de ganar dividendo mediático.

Por si esto fuera poco, en un mundo que cambia muy rápido, las cosas resultan aún más complicadas. Un profesional que quiera volver al sector privado tras una etapa en política, puede verse desactualizado. La administración no se caracteriza por su carácter innovador. La transición digital es en los mejores casos el mero traslado de la maraña burocrática al mundo virtual.

Ha aumentado el riesgo personal de ser político, así como la posibilidad de tener problemas legales o recibir insultos y amenazas. Se ha estrechado el espacio a los debates racionales. La consecuencia de todo ello es que se atrae a energúmenos narcisistas irresponsables a los que no les importa nada, salvo el poder. Gente como Donald Trump... Claro que, viéndole en la Casa Blanca, sospecho que este clima no es la consecuencia, sino el objetivo de quienes están convirtiendo la política en un lodazal inhabitable.






[ARCHIVO DEL BLOG] Los nuevos depredadores. Publicado el 02/02/2019










Las formaciones dominantes contemporáneas son muy distintas de los ladrones tradicionales que aparecen de noche y se llevan su botín con discreción, porque se mueven a través de algoritmos complejos con vida propia, escribe la profesora Saskia Sassen, catedrática "Robert S. Lynd" de Sociología en la Universidad de Columbia de Nueva York, y premio Príncipe de Asturias 2013 de Ciencias Sociales. Uno de los principales obstáculos en la lucha por una sociedad más justa, comienza diciendo la profesora Sassen, es el auge de formaciones depredadoras y complejas. Su complejidad las hace admirables. Pero también esconde sus riesgos.
Estas formaciones no funcionan como el típico invasor que llega, se apodera de lo que quiere y huye con el botín. Hoy usan los botines robados para construir algo nuevo sobre el terreno. Para librarse de estos actores no basta la ley: son una mezcla de lógica, decisiones informatizadas y velocidades que superan la capacidad humana de gobernar el avance de un proceso.
Uso esta formulación para hacer hincapié en ciertas distinciones que vamos perdiendo en la discusión del sistema financiero y en estudios críticos sobre la economía política actual, tanto a escala mundial como nacional. He aquí una breve descripción de lo que busco subrayar cuando examino estas formaciones, temas que he desarrollado con más detalle en algunos de mis libros como Una sociología de la globalización (2008) y Expulsiones (2014).
Un primer rasgo distintivo, que ya he mencionado, es que la complejidad de estas formaciones (por ejemplo, las altas finanzas) tiende a ocultar su capacidad depredadora: su brutalidad no es evidente como lo es, por ejemplo, la explotación laboral que puede verse en un taller de costura clandestino o en una mina en países pobres. Al contrario, vienen marcadas (en parte) por admirables conocimientos complejos y algunas de las tecnologías más impresionantes que hemos desarrollado: modalidades de ley y contabilidad, capacidades técnicas específicas, la matemática de algoritmos, la logística de alto nivel, y más. Y si bien estas formaciones incluyen élites poderosas y grandes propietarios, estos son factores que contribuyen solo parcialmente a su funcionamiento.
Para comprender que, en efecto, no son más que factores parciales, basta pensar que, aunque fuera posible debilitar a los poderosos dueños y gestores del capital, hacerlos menos poderosos, eso no nos libraría automáticamente de estas formaciones depredadoras. Los grandes dueños, empresas y gestores del capital influyen de manera determinante en el estado actual de las economías. Pero, por sí solos, no habrían podido adquirir la inmensa concentración de riqueza y el poder inimaginable que poseen hoy a través del mundo.
Esta combinación de elementos y la lógica que los rige han terminado por reforzar enormemente la capacidad del sistema para generar un acaparamiento masivo en los altos niveles: del sistema, de una jerarquía, de un proyecto. Ha llevado también a una destrucción medioambiental de dimensiones nunca vistas. Y ha contribuido todavía más a expulsar a las clases medias modestas y las clases trabajadoras de opciones de vida razonable en un número cada vez mayor de países, incluidos los llamados “países ricos”. No olvidemos que estas fueron las clases sociales que en Occidente, durante gran parte del siglo XX, pasaron a ser el elemento crucial que ayudó a mejorar las vidas de muchos, y no solo las de unos pocos.
Una característica importante de estas formaciones depredadoras es que son sistémicas. No se trata de meras y elementales usurpaciones de poder. Se constituyen mediante la incorporación de diversos componentes de sistemas fundamentales en nuestras sociedades y las capacidades de las principales economías y sociedades actuales, desde la matemática de algoritmos hasta la ingeniería avanzada. Como ya he dicho, incluyen fragmentos de distintas formas clave de conocimiento y disposiciones organizativas que merecen nuestra admiración.
Las formaciones depredadoras actuales son muy distintas de los ladrones tradicionales que aparecen de noche y se llevan su botín con discreción. Estas de ahora son “descaradas”, podríamos decir, salvo que son tan complejas que necesitamos a expertos en finanzas para que nos las expliquen, y, estos últimos son, por supuesto, los que resultan más beneficiados de todo ello, por lo que tienen pocas probabilidades de mostrar una actitud crítica. Algo que es, sin duda alguna, muy comprensible.
Podemos establecer el contraste de estas formaciones y su carácter sistémico con esa imagen tradicional del invasor o el ladrón que llega, se apodera de lo que quiere y huye con el botín, pero no utiliza lo que ha cogido para construir algo nuevo sobre el terreno. Las formaciones depredadoras actuales, por el contrario, construyen algo directamente en el mismo sitio, como personas (“los ricos e inteligentes”), si bien los instrumentos son abstractos e informatizados.
Esto nos indica, además, que librarse de los ricos no es suficiente para neutralizar estas formaciones que generan enriquecimientos: a estas alturas están más allá de las personas, porque forman parte de algoritmos complejos que, en parte, cuentan con vida propia, puesto que tienen y son, cada vez en mayor medida, una función clave de aquello que llamamos “el conocimiento”.
En la mayoría de los casos, estas formaciones están fuera del alcance de las medidas políticas habituales. Sobre todo si se tiene en cuenta la tendencia de los responsables políticos a construir silos para cada área estratégica. En agudo contraste con esa compartimentación, las nuevas formaciones de las que hablo aquí abarcan varias áreas; lo que hacen es, en definitiva, tomar elementos de cada área, combinarlos y ensamblarlos de maneras nuevas.
Para contrarrestar o eliminar esos montajes mezclados y complejos de elementos fundamentales, hay que contar con la voluntad de desmontarlos o destruirlos. También está siempre la posibilidad de la autodestrucción, si los seres humanos diseñáramos esos montajes de tal manera que utilizaran mal su propio poder. Podemos sentirnos tentados de decir: a fin de cuentas, son como nosotros, los humanos. Pero no, no lo son. Tienen unas características cruciales que los hacen distintos de nosotros: su extraordinaria velocidad y su también extraordinaria dimensión de funcionamiento. Sí, los algoritmos están diseñados por humanos (y los más complejos casi siempre, por físicos) pero, una vez creados, pueden dejar atrás a nuestras inteligencias.
Lo que he tratado de describir en estos párrafos es una de las situaciones más extremas que hemos contribuido a crear y que es uno de los factores que está afectando a nuestras sociedades y generando divisiones en ellas. Existen otros vectores que también influyen en nuestras economías actuales, vectores compuestos por elementos más familiares, y entre ellos algunos que podemos controlar y son menos esquivos que los que he mencionado aquí. Debemos sacar partido de ellos y utilizarlos en beneficio de nuestras sociedades cada vez más frágiles. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 













Del poema de cada día. Hoy, Delirio del incrédulo, de María Zambrano (1904-1991)

 






DELIRIO DEL INCRÉDULO



Bajo la flor, la rama;

sobre la flor, la estrella;

bajo la estrella, el viento.

¿Y más allá?

Más allá, ¿no recuerdas? , sólo la nada.

La nada, óyelo bien, mi alma:

duérmete, aduérmete en la nada.

[Si pudiera, pero hundirme... ]

Ceniza de aquel fuego, oquedad,

agua espesa y amarga:

el llanto hecho sudor;

la sangre que, en su huida, se lleva la palabra.

Y la carga vacía de un corazón sin marcha.

¿De verdad es que no hay nada? Hay la nada.

Y que no lo recuerdes. [Era tu gloria.]

Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha

en el soplo de tu aliento.

Mira en tu pupila misma dentro,

en ese fuego que te abrasa, luz y agua.

Mas no puedo.

Ojos y oídos son ventanas.

Perdido entre mí mismo, no puedo buscar nada;

no llego hasta la nada.



María Zambrano (1904-1991)

Filósofa española















De las viñetas de humor de hoy domingo, 1 de diciembre de 2024