domingo, 26 de marzo de 2023

De las vidas vivibles

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Azahara Palomeque, va de las vidas vivibles. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









La unidad de la izquierda
AZAHARA PALOMEQUE
25 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Una fuerza biológica ancestral, analizada por el psicoanálisis, probablemente nos impide pensar que la posibilidad de que cierto confort, la cotidianidad democrática que para los que tenemos menos de cuarenta años ha conformado lo único conocido, desaparezca es verosímil, pero la historia nos revela más bien lo contrario: enormes fracturas, desgarros inesperados, biografías que —casi de la noche a la mañana— pasan de habitar espacios seguros, hasta cómodos, a asumir pérdidas devastadoras y librar luchas por lo que hacía poco consideraban garantías consolidadas. Todos estos fenómenos, tan distantes temporal y geográficamente, tienen en común la vulnerabilidad de unas sociedades que guardan el gen de la autodestrucción y un potencial para el sufrimiento humano casi infinito; ahora bien, mucho antes de que explotara la catástrofe, una serie de causas estructurales la impulsaron, y ahí cobran protagonismo la cantidad de errores políticos cometidos diacrónicamente, como teselas de un mosaico que, una vez completo, da pavor mirar.
En el caso norteamericano, si hubiese existido algún tipo de mecanismo para regular las fake news, una manipulación ejercida especialmente en las redes sociales; o si los Gobiernos anteriores no se hubieran encargado de depauperar tanto a la población, eliminando programas sociales; o si el desencanto de los que no acudieron a las urnas en 2016 o lo hicieron a favor de partidos insignificantes no hubiese hecho perder a los demócratas varios Estados clave por un puñado de votos, el esperpento trumpista jamás habría ocurrido. Sirvió para consolidar tendencias que Biden no va a revertir: la reforma fiscal tan afín a los ricos, intacta; o lo que representa el mayor legado del mandato de Trump, un Tribunal Supremo de orientación reaccionaria que se apresuró a derogar el aborto y podría eliminar otros derechos fundamentales.
Ahora que se habla tanto del destino de las izquierdas, muchos hacen sus cábalas electoralistas y no falta quien pretende sacar tajada personal azuzando rupturas y enfatizando discrepancias entre colectivos que suelen compartir, en buena medida, un proyecto democrático más o menos similar, la memoria me juega malas pasadas y nubla el paisaje con su advertencia de futuro: lo que podría esfumarse con un Gobierno de derecha o ultraderecha es inmenso, también entre aquellos adeptos que, movidos por el desconocimiento o el odio, no dudarán en depositar la papeleta en contra de sus intereses. Hablo de la sanidad pública, los subsidios a los más desfavorecidos, la educación gratuita y de calidad, o el placer de pasear calmamente por unas calles en las que el riesgo de agresiones no sea alto, opuestas a las de Filadelfia, donde yo residía: todavía me llegan avisos de mi antigua asociación de vecinos sobre el número al alza de atracos, cosa que no existía al mudarme a ese barrio, en 2017.
Las trifulcas mediáticas, cuando lo que se negocia no es apenas el resultado de unos comicios, sino, especialmente, una vida vivible para la mayoría, me parecen tan contraproducentes como irresponsables, más si cabe en una época marcada por la gestión de una doble amenaza de exterminio: la crisis climática y una guerra nuclear. Aunque ambas dependan de factores de difícil control para un país secundario en el tablero internacional como España, deberían ser prioritarias, y es sabido que el ala más retrógrada de nuestro espectro político no está dispuesta a ofrecer soluciones. Así, ni se efectuará ningún movimiento en pro de un acuerdo de paz, ni se pondrán en marcha las múltiples medidas de mitigación y adaptación necesarias para evitar daños de gran calado en un territorio cuya probabilidad de convertirse en desierto continúa en aumento. De hecho, como ha sido sobradamente estudiado, las iniciativas medioambientales abarcan un rango tan amplio del tejido social que no es posible concebirlas únicamente como parte de un ministerio: reducir la jornada laboral, fortalecer la atención sanitaria —incluyendo la salud mental—, involucrar a sectores de la cultura, promover la redistribución de la riqueza o no criminalizar la protesta son también apuestas climáticas que, a día de hoy, sólo pueden nacer en el seno de la unidad de la izquierda. Un paso en falso en mitad de un panorama global de por sí complicado supondría el descenso a unas fauces que conozco bien y de las que, cuando se sale, es desnudo de libertades, con tanto por hacer y, sobre todo, por deshacer.
De ahí que tantas zancadillas y pulsos de egos resulten tan superficiales, banales refriegas que sólo contribuyen a desmovilizar a un electorado progresista mil veces vapuleado y tender puentes a lo peor posible, sean estas intencionales o fruto de la inercia cortoplacista. Los árboles que no dejan ver el bosque, que tampoco permiten percibir un momento histórico que apremia a limar asperezas y aglutinar voluntades con el fin de que el dolor no se multiplique más abajo de sus despachos, de sus micrófonos y atriles. No sería la primera vez que un tropiezo condujese a otro y acabase por desencadenar un alud de consecuencias inimaginables que arrastra sistémicamente a la ciudadanía.

























[ARCHIVO DEL BLOG] Digresión sobre la soledad. [Publicada el 25/10/2009]











Emocionante y emocionado homenaje el que hoy, domingo, formula el escritor Juan José Millás a Pasqual Maragall en El País Semanal. Un estremecedor reportaje-entrevista realizado al político catalán, ex-alcalde de Barcelona y ex-presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña, enfermo de Alzheimer.
Denostado por muchos dentro de su propio partido, el socialista, -que acabó por abandonar-, por su independencia de criterio; admirado por muchos más, dentro y fuera del mismo, de Pasqual Maragall se podría decir cualquier cosa menos la de que dejara indiferente a nadie.
A él no podrán achacársele nunca las duras palabras de denuncia que Michel Montaigne ("Ensayos", Libro I, Capítulo XXXIX: Cátedra, Madrid, 1992), escribiera a finales del siglo XVI sobre los políticos que confunden lo público con lo privado, normalmente en detrimento de lo primero y en favor de lo segundo.
Dice Montaigne: "Dejemos a un lado esa larga comparación de la vida solitaria con la activa y en cuanto a ese hermoso dicho con el que se encubre la ambición y la avaricia: que no hemos nacido para lo privado sino para lo público, remitámonos a los que están en cotarro; y que rebusquen en su conciencia a ver si por el contrario no persiguen las dignidades, los cargos y todo ese ajetreo del mundo, más bien para sacar provecho privado de lo público. [...] ¿Quién no entregará gustoso salud, reposo y vida, a cambio de fama y gloria, la más inútil, falsa y hueca moneda que pueda haber para uso nuestro?".
¿Les suena la música?, porque la letra está clarísima... Algunos deberían aprender, pero no es normal: en España, el verbo dimitir, no tiene conjugación... Les dejo con el enternecedor reportaje de Juan José Millás. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. (HArendt)












sábado, 25 de marzo de 2023

De la cordialidad en política

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Daniel Innerarity, va de la cordialidad en política. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









La cordialidad política
DANIEL INNERARITY
23 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

La política es una actividad de gran dureza por al menos tres razones: por las condiciones en las que se ejerce, por la severidad del juicio público y por el propio comportamiento de quienes la practican. Son tres factores que explican lo poco atractiva que resulta y lo mal comprendida que suele ser, pese a que nunca había sido tan relevante como ahora.
La primera causa de esa dureza es el entorno de incertidumbre en el que se lleva a cabo. Nadie lo ha dicho mejor que Jerome Ravetz: las condiciones bajo las que se ejerce actualmente la política pueden resumirse diciendo que los hechos son inciertos, los valores están en discusión, lo que está en juego es importante y las decisiones son urgentes. Tomar decisiones en esas circunstancias equivale a exponerse al error como tal vez pocos oficios. Esto explica el hecho de que la política esté funcionando como una cruel trituradora de líderes, a los que no se les perdona con facilidad las equivocaciones, apenas se les concede una segunda oportunidad y con frecuencia abandonan una batalla que les exige demasiados sacrificios personales. La renuncia de Jacinda Arden, la primera ministra de Nueva Zelanda, es uno los casos más sonoros de dimisión debido a que no se sentía capaz de soportar tanta hostilidad.
La segunda causa de esa dureza tiene que ver con el propio comportamiento de los políticos, que tienden a dramatizar su antagonismo, denigran a sus competidores y a lo que más temen es a mostrar alguna debilidad, como por ejemplo a que el entendimiento con los adversarios sea interpretado como falta de lealtad a sus principios. La política es hoy tan brusca porque la competición no es un elemento que se equilibre con la cooperación, sino que se ha convertido en la lógica dominante.
Hay un tercer factor sobre el que se suele llamar menos la atención y que revela hasta qué punto los electores también somos responsables de este estado de cosas premiando un sectarismo que después aseguramos lamentar. La ciudadanía tendemos a jalear estos comportamientos y a gratificar la hostilidad o penalizar la blandura. Con frecuencia esperamos de nuestros representantes cosas contradictorias, como por ejemplo que cumplan sus promesas y luego nos quejamos de que no lleguen a acuerdos (para lo que sería necesario llevar a cabo una transacción que de hecho implica “traicionar” aquellas promesas en alguna medida).
Por supuesto que la sociedad está atravesada de conflictos y la política en mayor medida, a la que hemos confiado la misión de representar nuestros diferentes valores e intereses. La práctica de la amabilidad no significa sustraerse al conflicto, sino aceptarlo, reconducirlo de modo que sirva para avanzar y no se convierta en un evento de destrucción. La cuestión es transformar el conflicto en energía positiva cuando resulte posible, evitarlo cuando se pueda y hacerlo siempre más breve y menos dañino.
Para esto necesitamos reflexionar sobre la posibilidad de otro tipo de liderazgo que no consista en “matar” al adversario. ¿Estamos tan seguros de que no hay otro procedimiento que sea recompensado en términos electorales? ¿Cómo explicamos entonces que los líderes más valorados (ahora, por ejemplo, Yolanda Díaz) no suelan ser los más agresivos? Alguien podría objetar que en un entorno tan competitivo como el de la política mostrar algún tipo de cordialidad es ofrecer un flanco que será rápidamente aprovechado por los adversarios para debilitar la propia posición. Pese a todo, tengo muchas dudas de que el liderazgo únicamente pueda conseguirse y mantenerse mediante una dura confrontación con el adversario político.
Un liderazgo cordial es posible y debería recoger algunas propiedades que requieren más inteligencia y sofisticación que la rudeza del choque con el adversario. De entrada, aceptar que el mundo es complejo requiere más coraje que simular la fortaleza de quien se sabe en el lado correcto de la historia, previamente simplificada entre buenos y malos. Nuestros representantes deberían reconocer la incertidumbre en la que se encuentran, no mostrar una seguridad de la que carecen y estar dispuestos a admitir los errores. Si no lo hacen es porque piensan que los representados no lo aceptaríamos. De ahí que estén aterrorizados por los propios errores y por el hecho de que otros puedan apoyarse en ellos para obtener ventajas en términos de competencia. Pero los errores nos hacen amables, como decía Goethe. La capacidad de equivocarse con elegancia —y de admitirlo cuando sea necesario— es una parte fundamental del éxito en política o en cualquier otra actividad.
Tal vez eso sea lo que permita salir de la jaula del ego y dotar al nuevo liderazgo de un sentido del humor del que las actuales autoridades políticas suelen carecer, incapaces de reírse de sí mismos, presas de una insufrible seriedad. Quien llega al poder suele tomarse terriblemente en serio a sí mismo y a lo que hace, aunque a veces sea insignificante. El humor es un arma contra el fanatismo, es inteligencia capaz de tratar de manera ligera el material delicado. Funciona cuando somos capaces de gestionar la ambigüedad y cultivar la duda. Comparemos el humor amable o la ironía fina con el modo sarcástico de un Trump, despectivo y violento, al hacer bromas de sus enemigos. No todo el mundo es capaz de adoptar aquella regla que proponía Foucault: ser militante no significa necesariamente ser triste. Pensemos, por el contrario, en la sonrisa de Arden o de algunas lideresas más cercanas.
Los núcleos duros de los partidos suelen menospreciar el prestigio de sus líderes más amables fuera de sus entornos como una forma de seducción para neutralizarlos, pero no tienen ninguna respuesta al problema de cómo crecer con el lenguaje áspero de la resistencia. Algo así le puede estar pasando a Yolanda Díaz, como antes a Íñigo Errejón, que son mejor valorados fuera de sus partidos de origen, lo que les permitiría llegar a nuevos sectores de la sociedad, pero eso mismo inquieta a los militantes más fervorosos. Ocurrió también en el seno del nacionalismo vasco, cuando los más soberanistas acusaban de quererse congraciar con los adversarios a quienes, siendo igual de soberanistas, no le veían ningún futuro al choque institucional y hablaban en términos de pacto e incluso seducción. Y puedo suponer que si el conflicto catalán no se ha resuelto todavía de una manera satisfactoria, es decir, realmente pactada, es porque un entorno político tan polarizado no permitió, en ninguna de las trincheras, el afianzamiento de liderazgos favorables a la cesión mutua y al entendimiento. Dejarse marcar el paso por los más ideologizados entre los propios sirve para mantener unida a la tribu, pero no permite ampliar los apoyos electorales o las posibilidades de construir mayorías parlamentarias y sociales con otros agentes políticos.
Aquella opinión, erróneamente adjudicada a Darwin, de que solo sobrevive quien más compite, era en realidad una frase de Herbert Spencer para caracterizar ese mundo regido por la competición implacable y despiadada que está en el origen de la desigualdad. Hay quien ha propuesto que sería más coherente con el pensamiento de Darwin hablar de la supervivencia del más amable, ya que la cooperación, más que la competición, es lo que ha hecho posible los éxitos de nuestra especie. Los antepasados de la humanidad que mejor han logrado sobrevivir habitaban en comunidades unidas y solidarias. El prestigio de la lógica combativa es inmerecido y tampoco sirve para la supervivencia política.