AL VOLCÁN DE AGUA
Sobre la gran muralla americana,
altivo torreón, vecino al cielo,
su cúspide levanta soberana,
a do jamás osó llevar su vuelo
la reina de las aves atrevida,
que en la cuna de Júpiter anida.
Nimbado de esplendor y de grandeza,
bañado en luz y en misteriosa sombra,
irguiendo miro tu alta cabeza,
volcán sublime, que los cielos nombra;
y allá en tu cumbre de eternal ventura,
colocar anhelo mi mansión futura.
Gigante es Almolonga entre los montes,
fuerte, soberbio, grande entre los grandes.
¡Cuál domina millares de horizontes!
¡Cómo huella la cumbre de los Andes!
¡Cómo mira a su falda avasalladas,
de cien montes las cimas encumbradas!
Cien montes son tus hijos, son tus siervos;
y el cono que te sirve de corona
es tan gallardo, que los más protervos
tienen por rey al ínclito Pomona;
y el valle que se extiende a tus raíces
es el más feraz de los países.
Tú viste coronada tu alta frente
de blancas nubes y de azul sereno;
tú viste el águila altiva y potente
volar sin miedo sobre el mar y el cieno;
tú viste al hombre en su primer estado,
y a Dios plugo que fueras su estrado.
¡Oh tú, que de la edad en los anales
marcas la página más portentosa,
y el cataclismo de los inmortales
con voz tremenda y majestad gloriosa!
Desde el trono de escombros y de fuego
tu imperio salvas del universalego.
Cuando la trompa del furor divino
despertó el huracán en su caverna,
y el ronco trueno y el fragor contino
rasgaron de los cielos la cisterna;
cuando rota la esfera cristalina
cayó la lluvia convertida en ruina.
Tú, solo tú, de la tormenta en medio,
sobre el abismo levantaste el cuello,
y el diluvio que fue nuestro remedio
fue para ti de gloria y de destello;
pues rota la ancha base de tu asiento,
lanzaste al aire tu eternal cimiento.
Y cuando el sol, tras lóbrega cortina,
rasgó las sombras y alumbró la tierra,
y vio el estrago y la fatal ruina
que en sus entrañas el diluvio encierra;
te vio sereno, y reflejó tu cumbre
con nuevo resplandor y nueva lumbre.
Hoy mismo que el furor de las edades
ha sepultado en confusión profunda
imperios, pueblos, tronos y ciudades,
y en honda noche al universo inunda;
tú estás de pie, con la cabeza erguida,
mostrando al hombre tu eternal herida.
Mas ¡ay! que el tiempo, que en su raudo vuelo
todo lo trueca y todo lo aniquila,
también en ti su destructor anhelo
con mano impía y vengadora afila;
y el día vendrá, que la futura gente
no hallará de tu mole el Occidente.
Entonces yo, si el genio que me inspira
no me abandona en la eternal morada,
pulsaré nuevamente el son del arpa mía,
y en alas de la musa arrebatada,
iré a buscar tu sombra en el vacío,
¡volcán de Agua, portento, numen mío!
JOSÉ BATRES MONTÚFAR (1809-1844)
poeta guatemalteco
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