Hola, buenos días de nuevo y feliz domingo. La libertad llevada al extremo socava o destruye la igualdad; la igualdad llevada al extremo socava o destruye la libertad, afirma en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor y académico Javier Cercas, y tiene razón, lo saben desde Confucio hasta Mbappé: en política como en casi todo, el ideal es el justo medio, el equilibrio y la medianía y la equidistancia, y cuando dejan de serlo, mal rollo. La segunda es un archivo del blog de agosto de 2012 en el que relataba en primera persona mi experiencia de lo ocurrido en la noche de aquel día inolvidable que fue el 21 de julio de 1969, hace hoy cincuenta y cinco años justos. La tercera de este domingo es el famoso poema Una hoja de hierba, del poeta estadounidense Walt Whitman. Y la cuarta y última, como todos los días, las viñetas de humor. Espero que todas ellas sean de su agrado. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico, al menos inténtenlo. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com
Confucio, Mbappé y los equidistantes
JAVIER CERCAS
20 JUL 2024 - El País - harendt.blogspot.com
La palabra invadió el vocabulario político español en los años de ETA: los equidistantes eran quienes se colocaban a mitad de camino entre los terroristas y la democracia, entre los que mataban y los que morían. Dante despreciaba tanto a esa clase de tipos que en la Divina comedia los condenó al rincón más abyecto del infierno; “ignavi”, los llamó: son los tibios, aquellos que, en tiempos de crisis profundas, no toman partido, se ponen de perfil, se hacen los suecos, no respaldan en teoría ni a las víctimas ni a los verdugos, lo que en la práctica los coloca junto a los verdugos. ¿Llevaba razón Dante? ¿Son tan abominables quienes no se decantan ni por unos ni por otros? ¿Es siempre la equidistancia un crimen, o como mínimo una infamia?
No siempre. De hecho, no lo es casi nunca, al menos si atendemos a los más grandes sabios que en el mundo han sido, desde Platón y Aristóteles, que abogaban por el “justo medio”, hasta Confucio y Buda, que vindicaron la “doctrina de la medianía” y el “camino medio”, respectivamente: en el pasado europeo de fútbol, la estrella francesa Kylian Mbappé recogió mejor que todos los intelectuales de su país este acervo sapiencial cuando llamó a no votar por los extremos en las elecciones a la Asamblea, y la sabiduría popular repite que en el término medio está la virtud. Es verdad; o lo es casi siempre, también en política. La libertad y la igualdad, digamos, son valores indispensables, pero la libertad llevada al extremo socava o destruye la igualdad (y conduce al caos), mientras que la igualdad llevada al extremo socava o destruye la libertad (y conduce a la uniformidad); así que lo ideal consiste en hallar el justo medio entre libertad e igualdad, un equilibrio —inestable, complejo, cambiante— que permita la máxima libertad compatible con la máxima igualdad (y viceversa): lo ideal es la equidistancia entre libertad e igualdad. ¿Cuándo deja de ser ideal la equidistancia y se convierte en inaceptable, en algo moral y políticamente funesto? En tiempos de crisis profundas, como dice el poema de Dante, cuando —como dice otro poema célebre, éste de W. B. Yeats— todo se derrumba y el centro no se sostiene y los mejores carecen de convicción y los peores se llenan de apasionada intensidad. El caso de los años salvajes de ETA es válido: entonces, por muchos errores que cometiera la democracia española, era una infamia permanecer equidistante entre el terror y la democracia; pero los ejemplos podrían multiplicarse: aunque la II República cometió errores, en 1936 era indecente permanecer equidistante entre un golpe de Estado y un Gobierno democrático, por muy pobre y frágil que fuera, o precisamente porque lo era (esta indecencia bastaría para desenmascarar el famoso timo de la llamada Tercera España); los yerros del Gobierno del PP en la Cataluña de 2017 son notorios, pero entonces también fue inmoral mostrarse equidistante entre la democracia y quienes arremetieron contra ella en nombre de la democracia (Pedro Sánchez no incurrió en esa bajeza letal y estuvo con el Gobierno del PP, que era el legítimo representante de la democracia). Es otra de las infinitas razones que aconsejan evitar las crisis profundas: porque, cuando estallan, el centro se hunde, la virtud del término medio se vuelve impracticable y, a menos que te resignes a la infamia, no queda más remedio que tomar partido. Afortunadamente, ahora en España no atravesamos una de esas crisis, por muy incendiado que a veces parezca el debate político, y quien diga lo contrario no sabe lo que dice o se engaña o intenta engañar: como ha escrito Víctor Lapuente en este diario, “PP y PSOE son centrípetos en política, aunque sean centrífugos en retórica”, y la prueba es que “cuando hay cambio de Gobierno, no hay un terremoto en las políticas”. Claro que no: por mucho que PP y PSOE finjan lo contrario, lo que los une es muchísimo más que lo que los separa, y la prueba es que siempre han gobernado juntos en Europa. Lo saben desde Confucio hasta Mbappé: en política como en casi todo, el ideal es el justo medio, el equilibrio y la medianía y la equidistancia. Cuando dejan de serlo, mal rollo. Javier Cercas es escritor y académico de la RAE.
JAVIER CERCAS
20 JUL 2024 - El País - harendt.blogspot.com
La palabra invadió el vocabulario político español en los años de ETA: los equidistantes eran quienes se colocaban a mitad de camino entre los terroristas y la democracia, entre los que mataban y los que morían. Dante despreciaba tanto a esa clase de tipos que en la Divina comedia los condenó al rincón más abyecto del infierno; “ignavi”, los llamó: son los tibios, aquellos que, en tiempos de crisis profundas, no toman partido, se ponen de perfil, se hacen los suecos, no respaldan en teoría ni a las víctimas ni a los verdugos, lo que en la práctica los coloca junto a los verdugos. ¿Llevaba razón Dante? ¿Son tan abominables quienes no se decantan ni por unos ni por otros? ¿Es siempre la equidistancia un crimen, o como mínimo una infamia?
No siempre. De hecho, no lo es casi nunca, al menos si atendemos a los más grandes sabios que en el mundo han sido, desde Platón y Aristóteles, que abogaban por el “justo medio”, hasta Confucio y Buda, que vindicaron la “doctrina de la medianía” y el “camino medio”, respectivamente: en el pasado europeo de fútbol, la estrella francesa Kylian Mbappé recogió mejor que todos los intelectuales de su país este acervo sapiencial cuando llamó a no votar por los extremos en las elecciones a la Asamblea, y la sabiduría popular repite que en el término medio está la virtud. Es verdad; o lo es casi siempre, también en política. La libertad y la igualdad, digamos, son valores indispensables, pero la libertad llevada al extremo socava o destruye la igualdad (y conduce al caos), mientras que la igualdad llevada al extremo socava o destruye la libertad (y conduce a la uniformidad); así que lo ideal consiste en hallar el justo medio entre libertad e igualdad, un equilibrio —inestable, complejo, cambiante— que permita la máxima libertad compatible con la máxima igualdad (y viceversa): lo ideal es la equidistancia entre libertad e igualdad. ¿Cuándo deja de ser ideal la equidistancia y se convierte en inaceptable, en algo moral y políticamente funesto? En tiempos de crisis profundas, como dice el poema de Dante, cuando —como dice otro poema célebre, éste de W. B. Yeats— todo se derrumba y el centro no se sostiene y los mejores carecen de convicción y los peores se llenan de apasionada intensidad. El caso de los años salvajes de ETA es válido: entonces, por muchos errores que cometiera la democracia española, era una infamia permanecer equidistante entre el terror y la democracia; pero los ejemplos podrían multiplicarse: aunque la II República cometió errores, en 1936 era indecente permanecer equidistante entre un golpe de Estado y un Gobierno democrático, por muy pobre y frágil que fuera, o precisamente porque lo era (esta indecencia bastaría para desenmascarar el famoso timo de la llamada Tercera España); los yerros del Gobierno del PP en la Cataluña de 2017 son notorios, pero entonces también fue inmoral mostrarse equidistante entre la democracia y quienes arremetieron contra ella en nombre de la democracia (Pedro Sánchez no incurrió en esa bajeza letal y estuvo con el Gobierno del PP, que era el legítimo representante de la democracia). Es otra de las infinitas razones que aconsejan evitar las crisis profundas: porque, cuando estallan, el centro se hunde, la virtud del término medio se vuelve impracticable y, a menos que te resignes a la infamia, no queda más remedio que tomar partido. Afortunadamente, ahora en España no atravesamos una de esas crisis, por muy incendiado que a veces parezca el debate político, y quien diga lo contrario no sabe lo que dice o se engaña o intenta engañar: como ha escrito Víctor Lapuente en este diario, “PP y PSOE son centrípetos en política, aunque sean centrífugos en retórica”, y la prueba es que “cuando hay cambio de Gobierno, no hay un terremoto en las políticas”. Claro que no: por mucho que PP y PSOE finjan lo contrario, lo que los une es muchísimo más que lo que los separa, y la prueba es que siempre han gobernado juntos en Europa. Lo saben desde Confucio hasta Mbappé: en política como en casi todo, el ideal es el justo medio, el equilibrio y la medianía y la equidistancia. Cuando dejan de serlo, mal rollo. Javier Cercas es escritor y académico de la RAE.
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