El control comenzará por un pequeño objeto del tamaño de un grano de arroz, poniendo chips a trabajadores voluntarios, pero el final será otra cosa, comenta en El País Jorge Marirrodriga, licenciado en periodismo por la Universidad de Navarra, que ha trabajado en lugares tan diversos como Roma, Bruselas, Buenos Aires, Kosovo, Irak, Afganistán, Gaza, Cisjordania, Israel o Siria, entre otros, y que desde 2009 es uno de los responsables de la Edición Global de ese diario, refiriéndose a la posibilidad, ya más que real, de que un futuro casi presente haya seres formados por materia viva y dispositivos electrónicos.
Una empresa estadounidense, comienza diciendo, ha anunciado que va a implantar un chip a 50 de sus empleados. Se trata, asegura la compañía, de facilitar la vida a los trabajadores, quienes solo deberán acercar la mano para abrir puertas de seguridad, encender sus ordenadores o comprar café en la máquina, por ejemplo. Y esto es solo el principio, claro. Todo son ventajas, aunque ahora veremos para quién. Además, todos los implantados reciben voluntariamente el chip —que es parecido al que le ponemos al perro y tiene el tamaño de un grano de arroz— y es un sistema que ya se ha llevado a cabo antes en una empresa de Suecia y en otra de Bélgica.
Explica el antropólogo israelí Yuval Noah Arari que la introducción de la tecnología robótica en el cuerpo de las personas tendrá como primer efecto la creación de dos clases de personas y a la larga dará lugar a otro tipo de especie que, en el mejor de los casos, nos mirará por encima de hombro a los Homo sapiens. Y recemos para que no tengan otras ideas respecto a nosotros. Siguiendo los ejemplos de Arari, pensemos en las piernas y brazos robóticos que se fabrican para personas que carecen de piernas y brazos. Se trata, sin duda, de un ánimo loable. Cuando estas extremidades estén muy perfeccionadas —y no queda mucho—, nos preguntaremos por qué no pueden beneficiarse de ellas, no solo quienes no tienen un brazo o una pierna, sino, por ejemplo, aquellos con dolencias o dificultades en sus manos y pies. Y luego ¿por qué no quienes desempeñan trabajos que exigen fuerza para descargar o para caminar? Y luego ¿por qué no los ancianos que tendrían así una fuerza y resistencia superiores a las de otra persona sin implantes? Y finalmente ¿por qué no cualquiera? En este punto se produce la gran cuestión: ¿qué sucederá cuando los humanos se dividan entre aquellos que tienen una fuerza y resistencia descomunales en brazos y piernas, independientemente de su edad, y los que no? ¿Cómo pensarán los primeros respecto a los segundos y viceversa?
Del mismo modo, concluye diciendo, cabe legítimamente preguntarse qué sucederá cuando en vez de una tarjeta de acceso y un apretón de manos, el trabajador sea recibido en el departamento de personal de una compañía con una inyección que le introduzca un chip. Con ella podrá no solo pagar el café, sino cobrar la nómina, identificarse en reuniones propias y ante otras empresas, dejar registro de todos sus actos... ¿Por cuánto tiempo será voluntario? ¿Cómo se valorará a quienes no acepten la inyección cuando la mayoría de empleados de las empresas, voluntariamente, tengan chips en sus cuerpos? Sí, ahora los raros son los del chip, pero recordemos a los raros del móvil en la playa hace apenas 20 años ¿No es acaso ahora el raro aquel que no tiene teléfono móvil? El salto final vendrá cuando la Administración del Estado decida aplicar el mismo sistema para identificaciones, impuestos, registros o trámites. Todo estará en el chip: tarjetas, carnés, formularios, registros médicos, expedientes académicos, multas... Hora de implantarse unas piernas robóticas y salir corriendo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
1 comentario:
Genial ...
Publicar un comentario