La resiliencia. Esta ha sido mi respuesta esta semana en Roma a una pregunta de una periodista de la RAI sobre la principal característica de la democracia española. Sin dudarlo. Y máxime en vísperas de la sentencia del procés. La democracia española ha mostrado, en sus poco más de cuarenta años de vida, una extraordinaria capacidad de superar situaciones traumáticas, -escribe el profesor de Ciencias Políticas de la UNED, José Ignacio Torreblanca-.
Recordemos cómo tuvo desde el principio que hacer frente a múltiples y poderosos enemigos, incluido la convergencia de varios frentes terroristas, de extrema izquierda, extrema derecha y nacionalista radical, cuyo objetivo ha sido forzar la capitulación ante sus demandas, romper la convivencia o, lo que a punto estuvieron de conseguir en varias ocasiones, lograr que las Fuerzas Armadas o los cuerpos de seguridad se volvieran contra ella. Pero, recordemos, España no solo ha resuelto la cuestión militar de forma ejemplar sino que ha derrotado sin concesiones al último grupo terrorista de la Europa democrática.
También merece la pena destacar, ya en una clave más reciente, que España ha superado una agudísima crisis económica, política, social y territorial. La desafección política asociada a la corrupción, el incremento de las desigualdades derivadas del aumento del desempleo, la reducción y precariedad salarial y los recortes en bienestar social han tensado pero no fracturado la cohesión social, la solidaridad intergeneracional y la estructura territorial. Y el sistema político, que ha sufrido nada menos que tres asaltos populistas; desde la izquierda a manos de Podemos, por el independentismo catalán y a manos la derecha radical representada por Vox, no ha visto implosionar su sistema de partidos, como ha sido el caso en algunos países de nuestro entorno, como Francia o Italia, donde el eje izquierda derecha y los partidos tradicionales han dejado en gran parte de ser reconocibles.
Esa capacidad de resistencia no tiene tanto que ver con algún secreto o característica oculta de los políticos españoles. Al contrario, el sentir mayoritario de muchos españoles es que hemos navegado una crisis económica muy profunda (y quizá nos adentramos en otra) de la mano de políticos muy superficiales y cortoplacistas. Así que ese éxito tendría más que ver, aventuro, con el profundo arraigo en la ciudadanía de la convicción democrática y la voluntad generalizada de convivencia en una sociedad organizada en torno a la solidaridad y la tolerancia. Cada generación de españoles ha vivido un reto, su reto, democrático, y lo ha superado satisfactoriamente. Esta vez no creo que vaya a ser diferente. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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