Aparte de la crisis catalana, magnificada por la dolosa pasividad del Gobierno de Rajoy, y los casos de corrupción en el Partido Popular, lo que ha infligido mucho daño a nuestro país ha sido el descrédito exterior de España y la consiguiente pérdida de influencia en las relaciones internacionales, comentaba hace unos días en El Mundo la profesora Araceli Mangas, catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y académica de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
España, muy débil internacionalmente ya en la etapa Zapatero, desapareció de la arena internacional y europea durante los gobiernos de Rajoy, comienza diciendo la profesora Mangas. Primero, poco a poco. Y a partir de 2015 de forma clara y veloz. Conforme el Estado desaparecía de Cataluña, el Gobierno faltaba a su deber de prevenir los graves delitos que se estaban cometiendo y permitía la emergencia de un poder territorial paralelo al que se toleraba una sistemática violencia institucional contra la Constitución y la integridad territorial de España. Inexplicablemente, sin cumplir el Ejecutivo su obligación de prevenir e impedir los graves delitos que cometían quienes estaban al frente de las instituciones catalanas y sin hacer todo lo necesario para defender la Constitución que habían jurado.La política exterior de España pasó a ser interior en el sentido de que desde el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación se limitaban a hacer llegar a los gobiernos extranjeros la situación y conseguir, lo que fue un éxito vital, que no hubiera ningún reconocimiento internacional de la doble declaración de independencia. Fue mucho, sí, pero muy insuficiente al no hacer nada para defender el relato constitucional desde las embajadas de España y con una política informativa.
La política exterior siempre se beneficia de una política interna coherente; fue muy claro cómo despegó externamente España en la Transición a partir de la ejemplar política interna de democratización de todas las estructuras políticas, económicas y sociales propiciada por la Constitución de 1978. Un Estado de tipo intermedio, como España, para ser tenido en cuenta debe poder presentar una clara concordancia entre el contexto interno y el escenario internacional.No ha habido protagonismo activo en la vida internacional. De la reacción defensiva no hemos pasado a la acción protagonista acorde. Se vivió de las rentas del pasado en nuestras relaciones internacionales, pero sin construir nada nuevo en la acción europea. España ha desaprovechado el nuevo peso político que le deja el Brexit en el seno de la UE. Afortunadamente, en estos años se minimizarán los daños por la desaparición no menor de Italia de la escena europea al quedar en manos de la populocracia antieuropeísta. Ser la tercera potencia de la UE tiene que reportar grandes beneficios internos -para la estabilidad y unidad nacional- y externos, muchos de naturaleza económica. No se ha contado con España para nada. Ni tan siquiera Estados Unidos informaba del uso de sus aviones en nuestras instalaciones de apoyo (bases) para bombardear Siria. Insignificantes. Si nos comparamos con Portugal y su capacidad para ser tenido en cuenta, el resultado es bochornoso y deja al anterior Gobierno en pésimo lugar.
No ha sido responsabilidad de nuestra diplomacia la irrelevancia de España, sino de la dirección política desganada y aislacionista de Moncloa, ajena siempre a los intereses generales de España. El ridículo fue total en el reparto de las suculentas agencias europeas (la bancaria y la del medicamento). España propuso a Barcelona, frente a las seguras Valencia o Málaga, para la candidatura de la Agencia europea del medicamento -que tenía que abandonar Londres por la retirada británica de la Unión-;presentaba así una ciudad de la que huían todas las empresas en una región con futuro incierto dentro de la UE (del seguro Brexit al incierto Catexit). Nos quedamos sin barcos y sin honra con el anterior Gobierno.
No hay españoles en puestos de relieve en las grandes organizaciones internacionales ni probablemente se intenta ante nuestra falta de prestigio e influencia. Hablo de puestos en los que se presenten por parte de nuestro país candidatos españoles y que compitan con nacionales de terceros Estados. La insignificancia de España en estos años ha sido más dolorosa si cabe cuando se tiene en cuenta cómo ha seguido comprometida, incluso en plena crisis económico-financiera, con numerosas acciones militares y humanitarias. Nuestras unidades y observadores militares están participando en 17 misiones en todos los continentes, muchas de gran riesgo como las de Irak y Líbano o las de varios países en el corazón de África, en todas con un alto nivel de profesionalidad y logro de los objetivos que los organismos internacionales les trazan. Y el Gobierno de Rajoy apenas sacó rendimiento de ese sacrificio para ser influyentes.
El nuevo ministro de Asuntos Exteriores, José Borrell, es una esperanza sólida de que, a pesar de la corta caducidad del nuevo Gobierno de Pedro Sánchez, pueda poner fin a la irrelevancia de España. Aunque no basta la personalidad del nuevo ministro, que es mucha y con determinación, importa que el presidente Sánchez no se comporte como Rajoy, como un oscuro funcionario en el casino de su pueblo, y sea consciente del papel proporcionado que corresponde a España. Durante el último año ha habido grandes debates y tomas de posición a raíz de los grandes discursos europeístas del providencial presidente Macron. Sus cuatro grandes discursos sobre el futuro de Europa en un año recibieron el silencio ruin del Gobierno anterior de Rajoy; había que despreciar los grandes planes de Francia para evitar, se decía, que favorecieran a Ciudadanos por la errónea asimilación de Rivera con Macron. Rivera está a millones de años luz del discurso europeísta del brillante presidente galo. Pura mezquindad de Rajoy.
El anterior Gobierno olvidó que España ganó su prestigio e influencia gracias a la sabia política que supuso en su día estar junto a la locomotora franco-alemana. Pero España tiene de nuevo la oportunidad de volver al centro de la renovada vitalidad política de la UE. Cuando nuestro país vuelva al "corazón de Europa" -una expresión que tanto gustaba a Manuel Marín-, defendiendo el proyecto Macron en equilibrio con Alemania, España podrá inclinar la balanza en favor de las grandes reformas comunitarias y allanar el camino que se prepara para fortalecer la Unión. En cuestiones concretas del día a día europeo podemos disentir de los dos grandes y pelear;pero en las grandes cuestiones hay que cooperar e influir del lado de la locomotora franco-alemana. Somos los terceros a bordo de la nave europea y debemos ejercer nuestra responsabilidad.Cuando España se afianzó en el núcleo duro de la integración, su sacrificio permitió que los demás socios tuvieran en cuenta nuestros intereses. Cuando hemos sido activos e influyentes en la UE, ésta nos ha servido para impulsar las relaciones con zonas de interés preferente de España tales como Iberoamérica o el Mediterráneo en las que la Corona cumplió un papel estelar. Tenemos que volver a europeizar nuestros intereses en las áreas tradicionales de influencia de España y en las nuevas, como es África. Tenemos que despertar nuestras potencialidades en política exterior anestesiadas por Rajoy. Tenemos que volver a una decidida acción exterior bilateral y multilateral para ser creíbles en Europa, y añadir al doble pilar diplomático clásico nuestro poder blando comunitario, el que nos corresponde, muy superior al actual.
Cuando un Estado es cooperativo con los intereses del conjunto europeo, sus intereses nacionales podrán ser defendidos y tenidos en cuenta de forma pragmática por los socios. Tenemos que ayudar a renovar y fortalecer la UE y tendremos la ayuda de la Unión para nuestra crisis nacional. España tiene que volver a involucrarse con el proyecto europeo como parte esencial del proyecto nacional. No vivamos más atenazados por la crisis catalana, levantemos la cabeza.
Dibujo de Javier Olivares para El Mundo
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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