Las imágenes interesantes y con frecuencia contradictorias de España presentadas en la prensa europea como resultado de los problemas en Cataluña, nos llevan a admitir que los europeos nunca han estado seguros de lo que realmente piensan sobre la Península Ibérica. "¡Qué difícil es entender debidamente a los españoles!", dijo una vez el duque de Wellington, basándose en sus experiencias durante la Guerra de Independencia, comenta en el diario El Mundo el historiador británico e hispanista Henry Kamen (1936), profesor en las Universidades de Edimburgo, Warwick, Wisconsin-Madison y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Barcelona desde 1993 hasta su jubilación en 2002.
En realidad, comienza diciendo, a los europeos a menudo les resulta fácil volver a caer en las perspectivas clásicas y desfavorables que eran comunes en siglos pasados, cuando España parecía representar una amenaza para la seguridad de Europa. Son estas imágenes las que han resucitado por razón de la propaganda populista sobre los acontecimientos en Cataluña, que presentan a España como una amenaza violenta para la vida y la propiedad de la gente común y, de hecho, de todos los europeos.
El hecho sencillo es que la historia se repite. Cuando la reina Ana de Inglaterra en 1705 inició negociaciones con los secesionistas catalanes, declaró que había sabido que ellos estaban tratando de luchar contra las cadenas de la esclavitud española, "y que ustedes intentan, como hombres valientes, liberarse de ella". Más de un siglo antes, la misma imagen de la opresión española circulaba en Inglaterra y en Holanda. Se afirmó que España deseaba imponer la Inquisición a los pueblos de Europa. El juego de mentiras y exageraciones se puso en marcha. La diferencia ahora es que los propagandistas saben muy poco de ese lejano pasado histórico, por lo que hoy intentan identificar la opresión que perciben con los acontecimientos de los años 1930. Los periodistas extranjeros a veces sufren del mismo desconocimiento de la Historia de España, y están dispuestos a aceptar una información manipulada que parece estar de acuerdo con la imagen tradicional de torturas y opresión.
Recordemos, sin embargo, que la imagen desfavorable no era la única cara de España que se veía en Europa. También había otra cara, de la que los españoles mismos rara vez son conscientes. ¿Cuántas personas saben que los holandeses y los ingleses, que lucharon durante tanto tiempo contra la amenaza militar de España, se convirtieron rápidamente en los admiradores y amigos más fuertes de España? Por coincidencia, esta semana he estado leyendo una de las mejores guías turísticas escritas sobre España, la del escritor inglés Richard Ford en el siglo XIX, cuyas páginas revelan claramente la dualidad de imagen que los europeos educados siempre abrigaban acerca de un país que, de hecho, pocos visitaron. Ford criticó a algunos escritores europeos que "han dado a España un nombre peor del que merece" y que presentaban una mera "caricatura" del país. Reconoció el sorprendente atraso tecnológico del país, pero al mismo tiempo estaba dispuesto a expresar su admiración: "Cuán agradable ha sido escribir sobre los logros de habilidad y de valor, de señalar las muchas bellezas y excelencias de esta tierra altamente favorecida, y de hablar de la gente generosa e independiente de España".
Ford identificó algunas debilidades importantes en el país. Por un lado, su falta de unidad. "España es hoy, como siempre lo ha sido, un conjunto de pequeños cuerpos atados por una cuerda de arena que, al carecer de unión, tampoco tiene fuerza". También comentó sobre la propensión al populismo. "Compuestos de contradicciones, los españoles habitan en una tierra de lo imprevisto, donde el accidente y el impulso del momento son los poderes móviles y donde los hombres, especialmente en su capacidad colectiva, actúan como mujeres y niños. Una chispa, una bagatela, pone a las masas impresionables en acción". Las líneas fueron escritas hace casi 200 años, pero la realidad que describen ha cambiado muy poco, incluso hoy en día.
Después de la era del imperio español, los europeos empezaron a compensar la imagen desfavorable que habían creado. En las décadas posteriores a la Guerra de Independencia, quizás por primera vez, España fue descubierta y apreciada por el público europeo culto. El aspecto que atrajo la imaginación fue, sobre todo, la España del islam, su cultura y su música, que parecían haberse desvanecido, pero que los visitantes europeos ansiosamente descubrieron. A finales del siglo XVIII, el poeta alemán Johann Herder incluyó canciones sobre Granada en una colección de canciones folclóricas europeas que publicó. Los británicos ya tenían algún conocimiento del pasado musulmán romántico de España, gracias al poema de Byron Don Juan (1819). Los europeos que visitaban el Mediterráneo a finales del siglo XVIII y principios del XIX también se inspiraron en temas "clásicos", es decir, griegos y romanos, en el arte y la música, y en las ruinas de la civilización clásica romana.
Este rostro favorable de España significaba que los europeos y los estadounidenses comenzaban a comprender las características positivas del país, pero el nuevo semblante también era en sí mismo una exageración, porque adoptaba una visión romántica que no coincidía satisfactoriamente con la realidad. En tiempos de crisis, y más notablemente durante los años 1930 y 1940, la imagen favorable de España se colapsó y tanto europeos como españoles tuvieron que aceptar muchas realidades desagradables. Tuvieron que penetrar debajo de la superficie de las dos caras, la favorable y la hostil, que hasta ahora habían estado asociadas con España.
Entre los que visitaron la península durante los años de la guerra civil se encontraban dos periodistas que tenían enfoques sustancialmente diferentes, Ernest Hemingway y George Orwell. Al igual que Hemingway, Orwell vino a España para defender la justicia. A diferencia de Hemingway, tenía una ardiente dedicación para buscar la verdad. Un hombre que iba en busca de la verdad estaba obligado a reaccionar con fuerza cuando su propio lado decía mentiras, no solo contra sí mismo, sino también contra su esposa y sus camaradas. Orwell se sintió destrozado por la España republicana. Él y su esposa escaparon por poco de Barcelona, y una vez en Inglaterra, inmediatamente comenzó a escribir el relato clásico de lo que había visto allí. Hoy es una práctica común elogiar su libro Homenaje a Cataluña, porque fue una declaración honesta de un hombre que había venido a luchar por la democracia y la libertad. Con demasiada frecuencia, sin embargo, este elogio es hipócrita, porque en realidad Orwell descubrió que la traición de la libertad por la izquierda no era menos terrible que la perpetrada por la derecha.
Sus experiencias, sobre todo, le llevaron a demostrar el corrosivo peligro del nacionalismo, "el hábito de identificarse con una nación u otra unidad, colocándolo más allá del bien y del mal y reconociendo que no hay otro deber que el de promover sus intereses". Orwell comentó sobre la propensión de los nacionalistas a crear un pasado de fantasía para proyectar un futuro de fantasía. "Cada nacionalista está obsesionado por la creencia de que el pasado debe ser falsificado. Pasa parte de su tiempo en un mundo de fantasía en el que las cosas suceden como él cree que deberían hacerlo, y transferirá fragmentos de este mundo a los libros de historia siempre que sea posible. Gran parte de la escritura nacionalista de nuestro tiempo equivale a una simple falsificación". Orwell, en efecto, había ido más allá del hábito tradicional y a menudo superficial de contemplar los aspectos positivos y negativos de la civilización española, esas dos caras que parecían ofrecer a los europeos visiones alternativas de España. En el nacionalismo identificó una amenaza que en la década de 1940 ya estaba destrozando toda Europa, y que mas adelante en el año 2017 parecía decidida a destruir la unidad de España. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
En realidad, comienza diciendo, a los europeos a menudo les resulta fácil volver a caer en las perspectivas clásicas y desfavorables que eran comunes en siglos pasados, cuando España parecía representar una amenaza para la seguridad de Europa. Son estas imágenes las que han resucitado por razón de la propaganda populista sobre los acontecimientos en Cataluña, que presentan a España como una amenaza violenta para la vida y la propiedad de la gente común y, de hecho, de todos los europeos.
El hecho sencillo es que la historia se repite. Cuando la reina Ana de Inglaterra en 1705 inició negociaciones con los secesionistas catalanes, declaró que había sabido que ellos estaban tratando de luchar contra las cadenas de la esclavitud española, "y que ustedes intentan, como hombres valientes, liberarse de ella". Más de un siglo antes, la misma imagen de la opresión española circulaba en Inglaterra y en Holanda. Se afirmó que España deseaba imponer la Inquisición a los pueblos de Europa. El juego de mentiras y exageraciones se puso en marcha. La diferencia ahora es que los propagandistas saben muy poco de ese lejano pasado histórico, por lo que hoy intentan identificar la opresión que perciben con los acontecimientos de los años 1930. Los periodistas extranjeros a veces sufren del mismo desconocimiento de la Historia de España, y están dispuestos a aceptar una información manipulada que parece estar de acuerdo con la imagen tradicional de torturas y opresión.
Recordemos, sin embargo, que la imagen desfavorable no era la única cara de España que se veía en Europa. También había otra cara, de la que los españoles mismos rara vez son conscientes. ¿Cuántas personas saben que los holandeses y los ingleses, que lucharon durante tanto tiempo contra la amenaza militar de España, se convirtieron rápidamente en los admiradores y amigos más fuertes de España? Por coincidencia, esta semana he estado leyendo una de las mejores guías turísticas escritas sobre España, la del escritor inglés Richard Ford en el siglo XIX, cuyas páginas revelan claramente la dualidad de imagen que los europeos educados siempre abrigaban acerca de un país que, de hecho, pocos visitaron. Ford criticó a algunos escritores europeos que "han dado a España un nombre peor del que merece" y que presentaban una mera "caricatura" del país. Reconoció el sorprendente atraso tecnológico del país, pero al mismo tiempo estaba dispuesto a expresar su admiración: "Cuán agradable ha sido escribir sobre los logros de habilidad y de valor, de señalar las muchas bellezas y excelencias de esta tierra altamente favorecida, y de hablar de la gente generosa e independiente de España".
Ford identificó algunas debilidades importantes en el país. Por un lado, su falta de unidad. "España es hoy, como siempre lo ha sido, un conjunto de pequeños cuerpos atados por una cuerda de arena que, al carecer de unión, tampoco tiene fuerza". También comentó sobre la propensión al populismo. "Compuestos de contradicciones, los españoles habitan en una tierra de lo imprevisto, donde el accidente y el impulso del momento son los poderes móviles y donde los hombres, especialmente en su capacidad colectiva, actúan como mujeres y niños. Una chispa, una bagatela, pone a las masas impresionables en acción". Las líneas fueron escritas hace casi 200 años, pero la realidad que describen ha cambiado muy poco, incluso hoy en día.
Después de la era del imperio español, los europeos empezaron a compensar la imagen desfavorable que habían creado. En las décadas posteriores a la Guerra de Independencia, quizás por primera vez, España fue descubierta y apreciada por el público europeo culto. El aspecto que atrajo la imaginación fue, sobre todo, la España del islam, su cultura y su música, que parecían haberse desvanecido, pero que los visitantes europeos ansiosamente descubrieron. A finales del siglo XVIII, el poeta alemán Johann Herder incluyó canciones sobre Granada en una colección de canciones folclóricas europeas que publicó. Los británicos ya tenían algún conocimiento del pasado musulmán romántico de España, gracias al poema de Byron Don Juan (1819). Los europeos que visitaban el Mediterráneo a finales del siglo XVIII y principios del XIX también se inspiraron en temas "clásicos", es decir, griegos y romanos, en el arte y la música, y en las ruinas de la civilización clásica romana.
Este rostro favorable de España significaba que los europeos y los estadounidenses comenzaban a comprender las características positivas del país, pero el nuevo semblante también era en sí mismo una exageración, porque adoptaba una visión romántica que no coincidía satisfactoriamente con la realidad. En tiempos de crisis, y más notablemente durante los años 1930 y 1940, la imagen favorable de España se colapsó y tanto europeos como españoles tuvieron que aceptar muchas realidades desagradables. Tuvieron que penetrar debajo de la superficie de las dos caras, la favorable y la hostil, que hasta ahora habían estado asociadas con España.
Entre los que visitaron la península durante los años de la guerra civil se encontraban dos periodistas que tenían enfoques sustancialmente diferentes, Ernest Hemingway y George Orwell. Al igual que Hemingway, Orwell vino a España para defender la justicia. A diferencia de Hemingway, tenía una ardiente dedicación para buscar la verdad. Un hombre que iba en busca de la verdad estaba obligado a reaccionar con fuerza cuando su propio lado decía mentiras, no solo contra sí mismo, sino también contra su esposa y sus camaradas. Orwell se sintió destrozado por la España republicana. Él y su esposa escaparon por poco de Barcelona, y una vez en Inglaterra, inmediatamente comenzó a escribir el relato clásico de lo que había visto allí. Hoy es una práctica común elogiar su libro Homenaje a Cataluña, porque fue una declaración honesta de un hombre que había venido a luchar por la democracia y la libertad. Con demasiada frecuencia, sin embargo, este elogio es hipócrita, porque en realidad Orwell descubrió que la traición de la libertad por la izquierda no era menos terrible que la perpetrada por la derecha.
Sus experiencias, sobre todo, le llevaron a demostrar el corrosivo peligro del nacionalismo, "el hábito de identificarse con una nación u otra unidad, colocándolo más allá del bien y del mal y reconociendo que no hay otro deber que el de promover sus intereses". Orwell comentó sobre la propensión de los nacionalistas a crear un pasado de fantasía para proyectar un futuro de fantasía. "Cada nacionalista está obsesionado por la creencia de que el pasado debe ser falsificado. Pasa parte de su tiempo en un mundo de fantasía en el que las cosas suceden como él cree que deberían hacerlo, y transferirá fragmentos de este mundo a los libros de historia siempre que sea posible. Gran parte de la escritura nacionalista de nuestro tiempo equivale a una simple falsificación". Orwell, en efecto, había ido más allá del hábito tradicional y a menudo superficial de contemplar los aspectos positivos y negativos de la civilización española, esas dos caras que parecían ofrecer a los europeos visiones alternativas de España. En el nacionalismo identificó una amenaza que en la década de 1940 ya estaba destrozando toda Europa, y que mas adelante en el año 2017 parecía decidida a destruir la unidad de España. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
1 comentario:
Interesante ...
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