miércoles, 12 de octubre de 2022

De la percepción de la realidad

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la distinta percepción de la realidad, porque como dice en  ella el genetista y divulgador científico Javier Sampedro, el mundo es una construcción de nuestro cerebro, y no hay dos cerebros iguales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







La realidad no es eso que ves
JAVIER SAMPEDRO
07 OCT 2022 - 05:00 CEST


¿Cómo leemos la palabra inconstitucionalidad? ¿La i con la n, in, la c con la o, co, y así durante 10 minutos? No, por el amor de Dios. Eso solo lo hacen los niños que están aprendiendo a leer. Los demás, que somos lectores expertos, reconocemos la palabra de un golpe de vista. Y si pone inconstucionalidad, lo más probable es que sigamos reconociéndola, aunque le falte una sílaba. Los correctores automáticos perciben el error de inmediato, pero los humanos no somos muy buenos en eso. El cerebro utiliza masivamente el proceso de rellenado (filling in), que se aprecia muy bien con el ejemplo del punto ciego. En todo el centro del campo visual no vemos nada, porque la retina tiene ahí un agujero por el que sale el nervio óptico. Pero nuestra consciencia no percibe el agujero, porque los procesadores cerebrales de alto nivel lo rellenan con lo que creen que debería estar ahí. El rellenado no es ninguna peculiaridad del punto ciego de la retina. Funciona a todos los niveles de la percepción y el pensamiento.
Un corolario de estos hechos es que nuestro modelo interior del mundo no es el mundo, sino una construcción activa del cerebro, basada en la experiencia anterior, en la cultura recibida y en el conocimiento adquirido. Como no hay dos cerebros iguales, ni dos biografías iguales, esto implica que cada persona tiene un modelo distinto del mundo. Cada uno lo llama realidad, pero ninguno acierta. No conocemos directamente la realidad, solo sus sombras proyectadas en una pared, como en la alegoría de la caverna de Platón.
Las ideas actuales sobre la percepción arrancan tal vez de Hermann von Helmholtz, el gran físico y filósofo alemán del siglo XIX. El tipo era un fenómeno que hizo aportaciones esenciales a la óptica, la meteorología, las matemáticas y la electrodinámica, además de formular la ley de conservación de la energía, pero también era un fisiólogo de talento que recibió la mejor formación en Berlín a cambio de servir como médico del Ejército durante ocho años. Eso sí que es una mili. Helmholtz propuso que la percepción es en realidad un proceso de inferencia inconsciente. Nadie le hizo mucho caso, pero su idea ha sido retomada por los neurocientíficos y los científicos de la computación en nuestro tiempo. Lo llaman procesamiento predictivo, y consiste en lo siguiente.
La función del cerebro no es percibir el mundo, sino predecirlo. El córtex (o corteza) cerebral, donde residen nuestra percepción y nuestra mente, utiliza la información que le llega de los sentidos para actualizar su modelo del mundo y, por tanto, sus predicciones. Pero ese modelo ya se había formado antes, por experiencias previas. Sin eso no podríamos ver nada ni pensar nada. Seríamos como el niño que tarda 10 minutos en leer inconstitucionalidad.
La ciencia, por cierto, es la mejor estrategia que tenemos para conocer la realidad. Una teoría científica no solo explica de una forma compacta los millones de datos que ya se conocían, sino que también predice aspectos del mundo que nadie había imaginado, como le pasó a Einstein con los agujeros negros. Emergían de sus ecuaciones, pero no logró creérselos. Una teoría ve más allá que su creador.





















martes, 11 de octubre de 2022

De los deberes de cada generación

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de los deberes de cada generación, porque como dice en ella el filòsofo Alba Rico, cada grupo humano se siente orgulloso de lo que ha hecho y es cuestionado por sus descendientes, que lo harán de nuevo mal y que, por eso, deberían contemplar la petulancia de sus mayores con un poco de piedad y hasta de ternura. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Hacer los deberes generacionales

SANTIAGO ALBA RICO

06 OCT 2022 - 


En su obra de 1864 Mikrokosmus, muy citada por Walter Benjamin, el filósofo alemán Hermann Lotze razonaba contra la idea de progreso. Su argumento era doble. Por un lado, recordaba “todos los bienes culturales y aspectos genuinamente bellos de la vida que han desaparecido para siempre”, describiendo así una Historia retorcida y compuesta de “espirales” y “epicloides”, bañada en melancolía. El otro argumento era más incómodo: decía que aceptar la idea de Progreso era aceptar “la idea de que el trabajo de las generaciones pasadas solo sirve a las siguientes —y así hasta el infinito—, resultando irremediablemente inútil para ellas mismas”. Si lo mejor está por venir, nuestras vidas deben estar enteramente dedicadas a luchar por —o al menos esperar— el estado sucesivo y superior del que solo se beneficiarán nuestros hijos, obligados paradójicamente a hacer lo mismo por la siguiente generación. Esta idea de que “lo mejor está por venir” presidió el siglo XIX (incluidas sus dos mejores cabezas, Darwin y Marx) y sobrevivió en el siglo XX, tras dos guerras mundiales, en forma de consumo ilimitado y tecnología salvífica.Ahora que las ilusiones progresistas se han desvanecido, el espectro del progreso y el argumento de Lotze se mantienen vigentes a través del sentimiento de culpa. Quiero decir que la generación de los mayores se siente culpable de dejar a sus hijos un mundo hecho harapos y que las nuevas generaciones reprochan a sus padres su falta de responsabilidad: “No habéis hecho los deberes y ahora nosotros tenemos que dedicar la vida no a vivir, sino a defender el mundo que no supisteis poner a salvo”. Es importante la convicción, olvidada bajo el neoliberalismo consumista, de que cada generación, además de para sí misma, debe trabajar para la siguiente (el más allá de los laicos), pero no es exacta la pretensión de que “nuestros padres no han hecho sus deberes”. Digamos la verdad: ninguna generación ha hecho los deberes. Aún más: lo propio de la Historia, tan repetitiva, es que nadie haga nunca los deberes. ¿De qué época podríamos decir que sí los habría hecho? ¿De la que mató en torno a 60 millones de personas entre 1914 y 1918? ¿De la que vivió los lager nazis y lanzó las primeras bombas atómicas en Japón? ¿De la que desencadenó y sufrió en nuestro país la Guerra Civil? ¿Hizo sus deberes el único partido de oposición a Franco, el sin duda heroico PCE, que al mismo tiempo apoyó y a veces practicó los crímenes del estalinismo, se olvidó del feminismo y, con excepción de Manuel Sacristán, despreció hasta hace muy poco la ecología? Y los padres del 78, que nos reclaman sin parar admiración, ¿hicieron sus deberes? La generación del 15-M, sin lastres ideológicos del pasado, dejó en evidencia sus costurones, todavía sin remendar en una España minada por problemas del siglo XIX (la corrupción, una Monarquía patrimonialista, el encono ideológico). Pero él mismo, el 15-M, ¿hizo a su vez sus deberes? Cada generación se siente orgullosa de lo que ha hecho, poco o mucho, y es cuestionada por sus descendientes, que lo harán de nuevo mal y que, por eso mismo, deberían contemplar la petulancia de sus mayores (mártires revolucionarios, héroes constitucionales) con un poco de piedad y hasta de ternura: si no somos capaces de aprender de sus errores ni de enmendarlos, arropémoslos sin acritud en sus tumbas.Nadie hace sus deberes. Cada generación europea, en los dos últimos siglos, ha vivido una revolución enseguida fallida y una guerra devastadora; y los jóvenes que participaron en ellas y sobrevivieron confundieron la intensidad de la experiencia con la gloria y la gloria con “el sentido de la Historia”: su sacrificio era, en definitiva, un medio de progreso. No lo fue y no lo será. Ahora bien, a la llamada generación Z —la nacida en torno al año 2000— le falta incluso ese “sentido de la Historia” o, si se quiere, esa “intensidad colectiva” que se vivió por última vez, en distintos puntos del planeta y de distinta forma, en 2011. Es bueno no confundir la gloria con el sentido de la Historia, pero es muy duro haber nacido en un mundo en el que, sin experiencia de intensidad compartida, se es al mismo tiempo consciente de que la Historia no tiene ningún sentido y, desde luego, no trabaja en nuestro favor, como lo hacían los duendes del zapatero de los hermanos Grimm. Es difícil saber qué será de nuestros jóvenes —psicológica y socialmente— si no encuentran el modo de intervenir intensamente en la Historia. O lo que es lo mismo: si no se les da la oportunidad de cometer sus propios errores.

Ninguna generación, decimos, ha hecho sus deberes respecto de la siguiente; todas se han jactado de sus logros y todas han sido luego cuestionadas por sus crímenes, sus equivocaciones o sus estupideces. Ahora bien: las revoluciones y las guerras del pasado atañían solamente a algunos sectores sociales y a algunos países; ni siquiera las guerras mundiales fueron realmente globales. Por primera vez, una crisis interpela a la humanidad entera, pobres y ricos, viejos y jóvenes, antepasados y descendientes, y por primera vez cuestiona la existencia misma de ese mundo común, firme bajo los pies, donde los humanos antiguos se mataban y rebelaban. Retrospectivamente, pensamos en cuánto debía tranquilizar saber, en la época más insegura y cruel imaginable (las trincheras de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo), que los lloradísimos hermanos muertos a nuestro lado formaban parte, con todo, de la Tierra. La llamada generación Z es la primera que nace en un mundo en el que el mundo mismo no es un dato, no está dado, y hay que defenderlo, por tanto, como antes se defendía la familia o la patria. A ninguna generación anterior le había tocado en suerte un nacimiento semejante.

Cuando pienso en mis hijos me siento angustiado, pero no culpable. Nadie es tan viejo que no pueda hacer aún algo bueno y nadie es tan joven que no sea también responsable. Esa es una de las reglas antropológicas del capitalismo colapsista en el que tenemos que movernos y salvarnos. Releyendo Resistencia y sumisión, los diarios y cartas del teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer, asesinado por Hitler en 1945, me encuentro con la siguiente frase: “Durante estos últimos años hemos visto mucha valentía y sacrificio pero apenas coraje cívico”. Se puede ser valiente en las trincheras del mal y sacrificar la vida por una patria indigna e injusta. Cada generación necesita su dosis de valentía y sacrificio y nunca podremos estar seguros de no encaminarla en la dirección equivocada. Es malo no encontrarla —esa dosis— y es malo encontrarla en el lugar extraviado. Una generación sin un relato común, sin ocasiones de valentía y sacrificio, tentada de buscarlas en marcos diminutos o sectarios, obligada quizás a nuevas y más terribles guerras sin gloria, lo tiene muy difícil. Ninguna época, decimos, ha hecho sus deberes, pero no todas son iguales. La diferencia no está en la valentía y el sacrificio; está en el coraje cívico, que no necesita proezas ni inmolaciones, que solo puede ser individual si es también colectivo y que hoy, como bajo una dictadura o en una guerra, es más necesario que nunca. Si ha habido alguna vez algún progreso, si la Historia tiene o ha tenido alguna vez algún sentido, procede sin duda de ahí.Decía Lotze que solo hay progreso “si las mismas almas que están sufriendo dejan de sufrir”. Los jóvenes tienen derecho a vivir para sí mismos y tienen la obligación, junto a los más mayores, de hacer los deberes de toda la humanidad. Y esta vez no podemos fallar.

















lunes, 10 de octubre de 2022

De los temores del futuro

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de los temores del futuro, que como dijo Séneca: "Muy breve y trabajosa es la vida de quienes olvidan el pasado, descuidan el presente y temen el futuro”, y nos recuerda en ella el periodista Andrea Rizzi, se puede aplicar a la situación actual de la Unión Europea entre nacionalismos, desgarro social y plagas globales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






No temas el futuro
ANDREA RIZZI
08 OCT 2022 - El País


En el ensayo breve titulado Sobre la brevedad de la vida, Séneca escribe: “Muy breve y trabajosa es la vida de quienes olvidan el pasado, descuidan el presente y temen el futuro”. Dos milenios después, la observación sigue mereciendo atención. ¿Qué reflexiones estimularía si aplicada a la Unión Europea?
Pasado. De las muchas lecciones del pasado que conviene no olvidar, ninguna probablemente importe más que la del nacionalismo y a qué consecuencias conduce. El continente lo ha comprobado una y otra vez a través de los siglos. Vivimos un tiempo extraño en ese sentido: con enormes pasos de integración en la UE, desde la mancomunización de la deuda a la construcción de auténticas políticas sanitarias o energéticas comunes; mientras, en paralelo, poderosas convulsiones de instinto nacionalista nos sacuden. El Brexit y su desgarro, la victoria del nacionalismo de Giorgia Meloni en Italia u otros instintos de egoísmo puntuales, y por tanto menos dramáticos, pero insidiosos, como los planes de Alemania de ofrecer subsidios por valor de hasta 200.000 millones de euros ante la crisis energética, una suma con visos de alterar la justa competencia en el mercado interior.
Presente. Será preciso atender a fondo las causas que justifican, en buena medida, el voto a propuestas extremas, de un color u otro, en esta fase. En muchos casos hay una legítima frustración de un sistema globalizado y precario que no funciona igual para todos. Es precisa mayor justicia social, que significa servicios públicos de calidad que garanticen formación y protección adecuadas, estabilidad en el mercado laboral y muchas otras cosas. A los de arriba les conviene entender que va incluso en su propio interés mantener la cohesión con los de abajo.
Cuidar el presente es, también, por supuesto, culminar con espíritu constructivo la respuesta solidaria a la guerra lanzada por Rusia —la cumbre de Praga muestra que no es siempre fácil—, y cuajar finalmente las reformas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y del sistema migratorio.
Pero cuidar el hoy es, además, recordar en todo momento que, con todos sus límites, las sociedades de la UE representan un entorno de vida prácticamente insuperable. Tantos huyen de Rusia; ¿quién quiere vivir en China hoy? Y cuidar el hoy es no olvidar, como nos dice Praga, que nosotros estamos entre los 44, son otros que son dos; que somos un ejemplo para tantos. Disfrutemos de lo extraordinario de nuestras cualidades; seamos conscientes de nuestro poder de atracción y seducción.
Futuro. Trabajar hoy para preparar un mejor mañana es de sabios. Pero ni se puede desperdiciar, o incluso aniquilar el presente porque se teme el futuro, convirtiéndolo en una mera operación de prevención de posibles daños, lo que es una lástima absoluta. Ni tampoco se puede renunciar a grandes objetivos porque se temen fracasos venideros. Difícilmente nacen del miedo cosas de las que estar orgullosos. A menudo lo que hay no es suficiente, no está bien. Entonces hay que salir del puerto, aunque suponga un desgarro, una melancolía. Ahí fuera está la Europa de la Defensa, necesaria. Y la Europa ampliada, justa con tantos millones de europeos.
Y nosotros. Pero, claro, las palabras de Séneca iban dirigidas a individuos, no a instituciones. Muy difícil recordar el pasado en su justa medida en tiempos difíciles como estos: por un lado, se abre el barranco de la nostalgia de momentos tersos; por el otro, el abismo de la cancelación en el impulso de construir algo nuevo. Qué arduo disfrutar del presente, en medio de obligaciones, retos y heridas, sin ser un irresponsable. Qué arrojo para no temer el futuro, en medio de tantas y grandes plagas, nubes en el horizonte, problemas sin solución clara a la vista. Pero al menos se puede empezar preguntándonos: ¿y si lo que queda de hoy mismo fuera el inicio de algo mucho mejor?




















domingo, 9 de octubre de 2022

De los liberales en España

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la ausencia de un partido sinceramente liberal en España, porque como dice en ella el politólogo y catedrático universitario Ignacio Sánchez-Cuenca, los intentos por establecer un partido que represente esta tradición política han fracasado en varias ocasiones, y en el caso de Ciudadanos, ha tenido mucho que ver el enfoque territorial sobre Cataluña. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





El extraño liberalismo español
IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA
04 OCT 2022 - El País


El pasado 20 de septiembre, Vox presentó en el Congreso una proposición no de ley en la que solicitaba la aplicación del artículo 155 de la Constitución para resolver de una vez el “problema lingüístico” de Cataluña. No es la primera ocasión en la que Vox intenta reventar el modelo de inmersión lingüística mediante el uso de artillería pesada, ni más ni menos que el art. 155 que se activó en el otoño de 2017. Este tipo de excesos retóricos sirven, sobre todo, para retratar al rival, es decir, para afianzar la idea de que si el PP no vota a favor de la propuesta, es porque sigue actuando como la “derechita cobarde”. Según explicó en el Congreso la diputada de Vox Georgina Trías Gil, “es irresponsable y puede resultar ofensivo hablar —como hace el señor Feijóo— de moderación, serenidad, centralidad y hasta cordialidad lingüística, cuando la realidad que viven miles de españoles es de opresión lingüística”.
El Partido Popular no cayó en la trampa y, con buen criterio, optó por no respaldar la iniciativa de Vox, con la excepción de una diputada que rompió la disciplina de partido y votó a favor, Cayetana Álvarez de Toledo. Lo verdaderamente sorprendente es que Ciudadanos, un partido que se reclama liberal en sus planteamientos económicos y políticos, se pusiera del lado de Vox apoyando la activación del 155. Efectivamente, resulta extraño por un doble motivo: primero, porque, como indican los datos, lo habitual es que Ciudadanos vote lo mismo que el PP; y, segundo, porque de un partido liberal se espera que las soluciones a un problema complejo como el de la lengua vayan más allá de la simple imposición.
A Ciudadanos le ha pasado como a tantas personas que se consideran liberales pero que dejan sus principios a un lado en cuanto se plantea la cuestión nacional y sus múltiples ramificaciones. Adoptan un tono doliente y victimista, pero a la vez extraordinariamente agresivo, para tratar todo lo que afecta al núcleo de su españolismo. Les altera el ánimo la Ley de Memoria Democrática, las críticas a la Monarquía, el cuestionamiento de la Transición, el ataque a los símbolos nacionales… o el acercamiento de los presos de ETA a prisiones del País Vasco. Y, sobre todo, viven casi como una ofensa personal la existencia del independentismo en Cataluña.
Ciudadanos ha estado en primera línea a la hora de caracterizar la crisis catalana de 2017 como un golpe de Estado, ante lo cual la única solución aceptable pasa por el encarcelamiento de sus líderes. Recuérdese, por ejemplo, que Edmundo Bal dejó su puesto de abogado del Estado porque consideró una indignidad política que el Gobierno, a través de la abogacía del Estado, no acusara a los independentistas de rebelión, pues, a su juicio, era evidente que había habido una violencia “grave, intensa y planificada”. Esta forma de hablar de los problemas nacionales no responde al ideario liberal, sino más bien a un nacionalismo español primario e intransigente. Tan sólo así se entiende que Ciudadanos participara en la famosa foto de Colón junto al PP y Vox, en una concentración por la unidad de España celebrada en 2019. Por aquel entonces, recuérdese, Vox no había sido aún “normalizado” por la derecha política y mediática del país. Pero allí fue el líder de Ciudadanos, a mostrarse tan acérrimo defensor de España como el líder de la ultraderecha.
Que un partido liberal sea engullido por el nacionalismo español ya había ocurrido antes. Recuérdese que UPyD sufrió una deriva similar a la de Ciudadanos, aunque lo que hizo descarrilar a aquel partido no fue la cuestión catalana, sino la del terrorismo. Una oposición visceral y poco reflexiva al proceso de paz ensayado por el Gobierno presidido por José Luis Rodríguez Zapatero llevó a UPyD a apoyar las tesis más truculentas, como que el Ejecutivo se estaba rindiendo ante ETA o que ETA estaba más fuerte que nunca. En esa deriva, la líder del partido, Rosa Díez, quien fuera en los años noventa consejera en el Gobierno vasco de la coalición forjada por PNV y PSE, se ha convertido en portavoz de las ideas más ultramontanas, expuestas en un tono brutal e incivil (basta oírla en el programa de Federico Jiménez Losantos, donde suelta perlas como esta: “El Gobierno ha pasado de ser socios de golpistas y proetarras a defensores de la pederastia”).
Tanto UPyD como Ciudadanos, dos partidos que, por cierto, comparten el padrinazgo del mismo grupo de intelectuales y escritores, se situaron en una posición tan netamente nacionalista española que sus votantes terminaron marchándose a partidos de la derecha como el PP y Vox que no presumen de liberales pero que gozan de mayor credibilidad para propugnarse como los grandes defensores de la nación española ante las supuestas amenazas que se ciernen sobre ella (la leyenda negra propagada por los países protestantes, los “podemitas”, los independentistas, los enemigos de los toros, la caza y otras tradiciones españolas, etc.). Si una persona asume las ideas de dicho nacionalismo, ¿por qué iba a votar un partido que se pretende liberal? Tanto Rosa Díez como Albert Rivera fueron socavando su imagen liberal, de manera que, al final, se consumó el éxodo de sus votantes hacia opciones aún más derechistas que las que ellos encarnaban.
La tradición liberal española siempre ha tenido problemas serios para reconciliar las tesis del liberalismo clásico (la defensa a ultranza de las libertades y los derechos individuales, el consentimiento popular como principio de toda autoridad política, la resolución de los conflictos mediante procedimientos democráticos y respetuosos con las diferencias de opiniones y valores que hay en toda sociedad) con los problemas territoriales que España arrastra desde hace un par de siglos. Parecía que la Constitución de 1978 podía ofrecer un cauce eficaz y duradero para la convivencia entre sentimientos e identidades nacionales muy diversos, pero hace tiempo que esa esperanza se ha frustrado. Los sedicentes liberales de nuestros días consideran que los nacionalismos vasco y catalán son incompatibles con la democracia, que sólo la nación española puede organizarse democráticamente. Se produce así una curiosa confusión, pues el discurso legitimador del nacionalismo español se construye precisamente como baluarte de los valores democráticos frente a los nacionalismos periféricos, que califican de iliberales y retrógados; pero eso, me temo, no es más que una coartada para reafirmar una vez más la primacía de la nación española y la irrelevancia política de cualesquiera otros sentimientos nacionales. Es decir, se supone en última instancia que no pueden coexistir los distintos nacionalismos, habiendo de prevalecer el único que es auténticamente democrático, el español. A pesar de su apariencia liberal, ese planteamiento, a mi juicio, solo responde a convicciones nacionalistas y resulta tan arbitrario como toda afirmación de superioridad nacional.
Estoy convencido de que, en estos tiempos de fragmentación, la presencia de un partido auténticamente liberal haría mucho bien a la política española y contribuiría a romper las inercias de muchas de nuestras políticas públicas. Los liberales siempre han sido muy imaginativos planteando soluciones. Por desgracia, los intentos de establecer un partido liberal en España han fracasado estrepitosamente y la causa última, me parece, ha sido la misma: la contaminación del nacionalismo español.