domingo, 6 de agosto de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Por sí y para sí. [Publicada el 05/08/2018]










No, no es el "America first" de Trump, pero Europa debe pensar por sí misma y para sí misma, señalaba hace unas semanas en un artículo para el diario El País Mark Leonard, director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, el  primer laboratorio de ideas paneuropeo. La UE no puede estar supeditada al aparato de política exterior estadounidense, decía en él. Necesita recalcular su rumbo, mejorar su capacidad de negociar con EE UU y China e invertir en su propia autonomía militar y económica.
Y algo similar decía también Javier Solana, "Distinguished fellow" en la Brookings Institution y presidente del Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE, días pasados en el mismo diario sobre la defensa militar europea: Hay que gastar en defensa, pero como europeos. El presupuesto militar de la UE solo se ve superado por el de Estados Unidos y es casi cuatro veces superior al de Rusia. Lo que importa es en qué capacidades se invierten los recursos y el grado de implicación en misiones conjuntas de la OTAN.Donald Trump es el primer presidente estadounidense que piensa que el orden mundial liderado por Estados Unidos menoscaba los intereses de su país, comenzaba diciendo Mark Leonard. Pese a los beneficios evidentes que le reporta a EE UU, Trump está convencido de que el orden actual beneficia a China todavía más; y temeroso del ascenso de China a la condición de nuevo polo del poder global, Trump lanzó un proyecto de destrucción creativa para eliminar el viejo orden y establecer otro más favorable a EE UU.
Trump quiere lograr este objetivo relacionándose con los otros países de manera bilateral para negociar siempre desde una posición de fuerza. Ha mostrado particular desdén por los aliados tradicionales de EE UU, a los que acusa de aprovecharse del sistema actual y de interponerse en su carrera destructiva. Además, no tolera a los organismos multilaterales que fortalecen a países más pequeños y débiles en relación con el suyo.
Siguiendo la estrategia de Estados Unidos primero, Trump ha dedicado la presidencia a debilitar instituciones como la Organización Mundial del Comercio y abandonar alianzas multilaterales como el Acuerdo Transpacífico (ATP), el pacto nuclear con Irán y el acuerdo de París sobre el clima. Y, dada su rapidez para generar nuevos conflictos, a los otros países se les hizo difícil seguirle el ritmo, y ni hablar de formar alianzas eficaces para oponérsele.
Estas últimas semanas, Trump puso el punto de mira en la Unión Europea. Como observó hace poco Ivan Krastev, del Instituto para las Ciencias Humanas de Viena, la UE se enfrenta ahora a la posibilidad de convertirse en “guardián de un statu quo que ha dejado de existir”. En mi carácter de atlanticista y multilateralista comprometido, me duele admitir que tiene razón. Ha llegado la hora de que Europa redefina sus intereses y elabore una nueva estrategia para defenderlos.
Ante todo, los europeos tienen que empezar a pensar por sí mismos, en vez de supeditarse al aparato de política exterior estadounidense. La UE tiene un claro interés en preservar el orden basado en reglas que Trump pretende derribar; y sus intereses en relación con Oriente Próximo (en particular, Turquía) e, incluso, con Rusia son cada vez más divergentes de los de Washington. Por supuesto, los europeos deben tratar de cooperar con EE UU siempre que sea posible; pero no si eso implica subordinar sus propios intereses.
Los europeos también deben empezar a invertir en autonomía militar y económica, no para romper con EE UU, sino para cubrirse contra el abandono que este país está haciendo de sus compromisos. Felizmente, ya hay en las capitales europeas un vigoroso debate sobre aumentar el gasto nacional de defensa al 2% del PIB; y tanto el marco de “cooperación permanente estructurada” (PESCO, por las siglas en inglés) de la UE como la nueva “iniciativa de intervención europea” (EI2) del presidente francés, Emmanuel Macron, son pasos en la dirección correcta. La pregunta ahora es si es posible extender la force de frappe de Francia (su capacidad de ataque nuclear y militar) para ofrecer al resto de la UE un elemento de disuasión creíble.
En el frente económico, Europa se debate en el dilema entre sus valores y sus intereses comerciales. El exministro de Asuntos Exteriores belga, Mark Eyskens, describió a Europa como “un gigante económico, enano político y gusano militar”. Pero, ahora, Europa corre el riesgo de volverse también un enano económico. El hecho de que EE UU pueda amenazar con imponer sanciones secundarias a las empresas europeas que hagan negocios con Irán es profundamente preocupante. Si bien la UE se ha alzado en defensa del derecho internacional, sigue cautiva de la tiranía del sistema dólar.
Con vistas al futuro, la UE necesita mejorar su poder negociador frente a otras grandes potencias como EE UU y China. Si Trump quiere darle a la relación transatlántica una naturaleza más transaccional, entonces la UE tiene que estar dispuesta a usar áreas de política distintas como herramienta de negociación. Por ejemplo, cuando hace poco el Departamento de Defensa de EE UU solicitó al Reino Unido el envío de más tropas a Afganistán, un ejemplo de una respuesta firme de la UE sería negarse a enviar refuerzos hasta que EE UU descarte las amenazas de imponer sanciones secundarias a empresas europeas.
Además, Europa necesita elaborar una estrategia de vinculación política con el mundo. Se supone que el G7 es el guía de Occidente, pero en la última reunión en Quebec se mostró profundamente dividido. La conducta de Trump fue tan sorprendente que algunos altos funcionarios europeos ahora se preguntan si los aliados de EE UU deberían formar una alianza independiente de medianas potencias, para no ser aplastados en el choque entre una China en ascenso y un EE UU en declive. En un mundo cada vez más transaccional, un nuevo G6 puede servir de defensa al sistema basado en reglas.
Pero ¿es la UE capaz de presentar un frente unido? La fractura del bloque en tribus políticas distintas facilita cada vez más a otras potencias aplicar una estrategia de dividir y dominar; Rusia la usa desde hace mucho, y ahora, también, China y EE UU la están adoptando. Por ejemplo, en 2016, los Estados meridionales y orientales de la UE dependientes de la inversión china consiguieron diluir una declaración conjunta del bloque sobre las incursiones territoriales de Pekín en el Mar de China Meridional.
Sobre esos mismos países opera rutinariamente Trump para sembrar divisiones en el bloque. Por ejemplo, se dice que funcionarios del Departamento de Estado dieron a entender a Rumanía que EE UU hará la vista gorda ante violaciones del Estado de derecho, a cambio de que Bucarest se diferencie de la UE y traslade su embajada en Israel a Jerusalén. Tácticas como esta serán una tentación permanente para el Gobierno de Trump, en momentos en que la relación entre EE UU y la UE ya es tensa.
No está claro cómo debe responder la UE. Una posibilidad sería imponer costos más altos a los países que se aparten del bloque en temas de política exterior; o invertir más en seguridad, para que incluso los países de la periferia perciban que debilitar la cohesión de la UE puede perjudicarlos. Otra posibilidad sería llegar a un acuerdo con los Estados miembros, consistente en flexibilizar la posición del bloque en asuntos de política interna a cambio de cooperación en política exterior.
Cualquiera que sea la decisión, la UE necesita urgentemente recalcular su rumbo. En vez de mostrarse perpetuamente sorprendida y escandalizada por los agravios de Trump, Europa debe elaborar una política exterior propia con la cual confrontar la conducta del presidente estadounidense.
Más que encuentros, el presidente estadounidense Donald Trump y sus socios europeos están protagonizando una larga lista de desencuentros, decía por su parte Javier Solana. La cumbre anual de la OTAN celebrada en Bruselas hace unos días tenía todos los visos de engrosar dicha lista. Recordemos que, en la cumbre del año pasado, Trump renunció a apoyar la piedra angular de la Alianza Atlántica: el principio de defensa colectiva consagrado en el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte. Por si los precedentes —incluyendo el reciente descarrilamiento del G7— no fuesen suficientemente desalentadores, la reunión que iba a mantener posteriormente Trump con el presidente ruso, Vladímir Putin, añadía el enésimo elemento de tensión.
Las fricciones no tardaron en hacer acto de presencia, en gran parte como producto de las desmesuradas exigencias de Trump. El presidente estadounidense no solo insistió en su demanda de que todos los miembros de la OTAN dediquen inmediatamente un mínimo del 2% de su PIB a la defensa, sino que sugirió que este gasto debería terminar llegando al 4%. Sobra decir que esta última propuesta es totalmente inviable, tanto por los sacrificios presupuestarios que deberían hacer todos los países como por la alteración que provocaría en los equilibrios militares del continente europeo. En un hipotético escenario del 4%, se puede estimar que el presupuesto militar alemán sería, aproximadamente, 40 millardos de euros superior al francés.
En esta era de gran volatilidad en el panorama internacional es imprescindible que los europeos nos defendamos de ataques injustificados y reivindiquemos nuestros logros colectivos, pero esto no debe ir en detrimento de una dosis saludable de autocrítica. La pretensión de Trump de que los europeos aumentemos nuestro presupuesto en materia de defensa ya fue expresada en su día por otros presidentes estadounidenses, y es innegable que posee cierto fundamento. En 2014, los miembros de la OTAN que no gastaban un 2% de su PIB en defensa se comprometieron a avanzar hacia este umbral a lo largo de la siguiente década. Pese a que los progresos han sido notables, es justo reconocer que algunos países europeos se encuentran todavía lejos de alcanzar esa cifra.
Los europeos podríamos hacer más por responsabilizarnos de nuestra seguridad. No se trata tan solo de una cuestión de solidaridad con nuestros aliados, sino que nos conviene con vistas a lidiar con las amenazas externas e internas que se están multiplicando y que se encuentran cada vez más interrelacionadas. La guerra de Siria es un caso paradigmático: la terrible tragedia que azota a la población siria desde 2011 desembocó en una crisis de refugiados que sacudió los cimientos de la UE.
Sin embargo, establecer cifras fetichistas de gasto no conseguirá atajar el problema de raíz. De poco servirá que los europeos gastemos más si no lo hacemos europeamente. Hoy en día, el presupuesto militar de la UE solo se ve superado por el de EE UU y es casi cuatro veces superior al de Rusia. Pero de qué modo y en qué capacidades se invierten los recursos, qué grado de implicación se tiene en misiones conjuntas de la OTAN y qué infraestructuras se ponen a disposición de EE UU en suelo europeo son los criterios que importan.
Está fuera de lugar sugerir, como suele hacer Trump, que la OTAN es un instrumento mediante el cual ciertos países se aprovechan de la generosa protección de EE UU sin ofrecer prácticamente nada a cambio. Nadie pone en duda que el respaldo militar que EE UU provee a sus aliados representa un factor clave de disuasión ante posibles ataques, pero no es menos cierto que los demás miembros de la OTAN han arrimado el hombro y han acudido a la llamada cuando se los ha necesitado. De hecho, el artículo 5 ha sido invocado en una sola ocasión: tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Y posteriormente, la OTAN asumió el encargo de Naciones Unidas de liderar la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán, la misión más larga en la historia de la Alianza Atlántica.
En su afán de convertirse en una aliada todavía más valiosa, la UE ya se ha puesto manos a la obra. En diciembre de 2017, la Unión estableció la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO), que permitirá a sus países participantes desarrollar capacidades de manera conjunta, garantizando un uso más eficiente de los recursos. Además, la PESCO favorecerá que la UE continúe avanzando hacia esa autonomía estratégica por la que apuesta la Estrategia Global adoptada en 2016 y solidificará el pilar europeo de la OTAN, ofreciendo a EE UU un socio en defensa más fiable, dotado de unas capacidades y tecnologías de vanguardia. Una industria europea competitiva es esencial para que no exista un gap tecnológico entre ambas orillas del Atlántico.
Este tipo de iniciativas bajo el paraguas de la Política de Defensa y Seguridad Común de la UE cuentan con un amplísimo apoyo por parte de la población europea. La idea de abordar el gasto europeo en defensa desde un enfoque constructivo y colectivo resultará siempre mucho más convincente en el ámbito social que cualquier medida de coacción que puedan plantearse nuestros socios.
Pero el principal inconveniente no es que Trump no quiera hacer, sino que no quiere dejar hacer. Paradójicamente, mientras la Administración estadounidense reclama que los europeos nos hagamos más cargo de nuestra seguridad, no ceja en su empeño de socavar todo proyecto emprendido conjuntamente por la UE en el ámbito de la defensa. Esta actitud no resulta tan novedosa: al fin y al cabo, una mayor cooperación europea en defensa siempre se ha visto con recelos desde EE UU como consecuencia de una cierta cortedad de miras.
La Administración estadounidense objeta que dicha cooperación puede generar duplicidades en relación con la OTAN, cuando el efecto será justamente el contrario. El verdadero origen de duplicidades y despilfarros son las múltiples trabas a las que se vienen enfrentando los países europeos a la hora de desarrollar capacidades en común. Tampoco es del agrado de Trump que una industria europea de defensa más competitiva vaya a limitar las exportaciones de material estadounidense a Europa. Pero sería un absoluto contrasentido que, en el proceso de apuntalar esa autonomía que nos exige el propio Trump, nuestra dependencia de equipamiento estadounidense fuese en aumento.
La UE, con su larga trayectoria en la provisión de seguridad global a través de misiones civiles y militares, tiene mucho que aportar a la OTAN. Una UE más compacta en materia de defensa conducirá a una OTAN más fuerte, algo que solo puede beneficiar a EE UU. Sería deseable que Trump se diese cuenta de ello y que, en lugar de empecinarse en cruzadas unilaterales carentes de la más mínima cortesía diplomática, hiciese justicia al enorme valor que atesoran sus aliados. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt















No hay comentarios: