Han coincidido las largas colas que se están formando en Madrid delante del Reina Sofía para visitar la exposición que celebra el 80º aniversario del Guernica, escribía en El País el historiador José Andrés Rojo, con la exhibición de fuerza de Estados Unidos sobre un remoto paraje de Afganistán para castigar con la madre de todas las bombas las actividades en ese país de los yihadistas del Estado Islámico. El resultado, cerca de un centenar de muertos.
El episodio que sirvió de inspiración a Pablo Picasso (1881-1973) para realizar la imponente obra, que presidió el pabellón de España en la Exposición Universal de París de 1937 —un encargo que le hizo la Segunda República—, fue el bombardeo de la legión Cóndor sobre Guernica, el 26 de abril de 1937, durante la campaña del Norte, en la que se habían volcado las fuerzas franquistas después de fracasar en la conquista de Madrid durante la Guerra Civil.
Era un día soleado de mercado y los habitantes de la villa andaban en sus cosas cuando aparecieron en el cielo los aviones Juncker, una de las tantas ayudas del régimen de Hitler a los militares que dieron el golpe de Estado. Primero lanzaron unas cuantas bombas pesadas, luego ametrallaron a la población cuando salía escopetada, y finalmente lanzaron bombas incendiarias. Dos horas y cuarenta y cinco minutos de puro infierno. Después regresaron a sus aeródromos, como quien dice, sin que se les estropeara el peinado. Murieron más de un centenar largo de personas (aunque las cifras han bailado mucho). Y eso fue lo que atrapó Picasso: el inmenso dolor de los inocentes. Por eso en su cuadro hay mujeres, una criatura sin vida, algunos animales. Y un hombre tirado con la espada rota: impotente para herir la fría indumentaria de las máquinas.
Todo el mundo parece que está gritando en el Guernica. Todos parecen agitados, desgarrados, rotos. Al mismo tiempo, el cuadro está como atravesado por un insoportable manto de silencio.
Fíjense en el relincho del caballo; si se fijan con atención, es insoportable. ¿Qué saben las bestias de ese castigo que les llega del cielo sin ningún aviso? ¿Qué saben de la guerra? Nadie podrá jamás hacerles entender a qué obedece ese brutal castigo que les cae sin venir a cuento. Igual salieron galopando desesperados. Corrieron y corrieron como locos. A alguno debió partirle el cuerpo uno de esos siniestros artefactos; igual otros se vieron envueltos en las llamas que las bombas provocaron. Quedaron las bestias asombradas ante tanto horror. Ahí está el toro (como si llorara).
Guernica era una ciudad indefensa. No se la atacó porque fuera un objetivo militar. La legión Cóndor simplemente hizo abdominales, ejercicios para lo que pudiera venir después. Franco se lo permitió. Y Picasso pintó su cuadro como un grito contra tanta aberración. En 1981, el Guernica regresó a España. En este país que tan mal se lleva con sus símbolos, llegó como un regalo a la nueva democracia. Y como un símbolo contra el terror, y a favor de la piedad, se ha quedado definitivamente con nosotros.
Les invito a visitar virtualmente conmigo la exposición Piedad y terror en Picasso que tiene lugar en el Museo Reina Sofía de Madrid entre los días 5 de abril y 4 de septiembre de este año, y el número especial que el diario El País le ha dedicado a la efeméride. Merece la pena que lo hagamos juntos. ¿Me acompañan?... Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
3 comentarios:
Muy buena entrada, Carlos. Me voy a ver esa exposición virtual. Un abrazo.
Me alegra que te hayas animado a verla. A ver si nos encontramos... Un beso, Ángeles.
Muy bien planteado...
Saludos
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