LA VELEDA CAMPESTRE
Estaban las estrellas en su número exacto
Sobre el camino enjalbegado aprisa, y siempre ante los faros
del pequeño automóvil, con la lechada de la luz de la luna,
Entre árboles que semejan esos husos de azúcar que se
expenden en los recintos de verbenas y parques de
atracciones.
Atravesamos la noche hacia una gran hoya abierta entre el
cielo y el mar, y lo oscuro era de la sustancia que vencen
estas líneas.
A poco de llegar, conformamos el grupo que a ratos
conversaba y reía bajo un techo de listones y parras. ¿Ibamos
a saber que éramos ya el racimo del que pronto se
empezarían a detraer las uvas?…
Luego, paseé solo por el porche… Como si hubiera para mí
temerariamente imaginado una larga existencia,
Dejé que la mente siguiera, en el tiempo que ardía un
cigarrillo, y con nulo provecho, el motivo de un poema
posible: los lentos o rápidos, percutientes sonidos de la lluvia
en un plato de zinc,
La danza de los pies enguatados de una niebla muy baja que
fue a desvanecerse entre los límites de una cerca de espinos.
Pero ahora (cuando el sueño de vivir hasta hoy se ha
cumplido),
Sin el temor del expulsado, ando junto a la tapia que me
separa del viejo reino de la Belleza,
Atento a la melodía del silencio puro
Que enloquecería a las sirenas,
Y quiero que estas palabras permanezcan.
EUGENIO PADORNO (1942)
poeta canario
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