Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar de nuevo a los clásicos, de manera especial, a los griegos. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.
Hace unos días escribí en el blog sobre las Euménides, las Furias, las Erinias o las Benévolas, de todas esas formas son llamadas en la mitología clásica esos seres que simbolizan la venganza, con motivo de mi entrada sobre la inmensa novela de Jonathan Littell titulada, precisamente, Las Benévolas. Hoy traigo hasta el blog, en el apartado de "Un clásico de vez en cuando", el texto de Las Euménides, del gran trágico griego Esquilo (525-456 a.C.), que también pueden ver representada en este enlace o en el vídeo de más abajo, en una producción teatral de 1983 dirigida por Peter Hall (está en inglés, subtitulada en español).
El sufrimiento humano es el tema principal del teatro de Esquilo, un sufrimiento que lleva al personaje al conocimiento y que no está reñido con una fuerte creencia en la justicia final de los dioses. Muy interesado en la vida comunitaria de la polis, todas sus obras tienen aspectos visiblemente políticos.
Las Euménides es la culminación de la trilogía de Esquilo sobre el mito de Orestes. Una pieza con la que resuelve, mediante la intervención de los dioses, un problema concebido inicialmente como un asunto privado, uno de tantos crímenes familiares, con venganza incluida, que tachonan el firmamento mítico griego. Estas "benefactoras" que dan título a la obra son las Erinias, espantosos espíritus vengadores de los crímenes familiares. El cambio de nombre, de las Erinias a las Euménides (benefactoras) implica una mudanza en su función religiosa y en sus atribuciones con respecto a los humanos, en la que la venganza es sustituida por la justicia, concebida en el solemne acto de constitución del Aerópago, la colina de Ares, el tribunal de justicia ateniense. En la constitución del mismo va a jugar un papel fundamental Apolo, el dios ciudadano por excelencia, ya olvidados sus orígenes salvajes, así como Atena, la diosa protectora de la ciudad.
Este protagonismo de las dos divinidades justifica que la acción de la obra se desarrolle en dos escenarios diferentes. Primero, en Delfos, santuario de Apolo, y luego en Atenas, a la sazón, la época de Esquilo, la polis más poderosa de la atomizada Grecia, lo que ha dado lugar a que los comentaristas divaguen sobre las cuestiones políticas y nacionalistas que subyacen en la obra. En la primera parte, en Delfos, la Pitia, la sacerdotisa de Apolo relata como Orestes, perseguido por las Erinias se ha presentado ante el dios, y que este le ha ordenado marchar a Atenas y buscar refugio en el templo de Atenea. Antes de ello, el espíritu de Clitemnestra, la madre de Orestes, ha azuzado a las Erinias contra su hijo, pero Apolo las ha expulsado del templo otorgando su protección a Orestes.
En la segunda parte, Orestes aparece en el templo de Atenea, acosado por las Erinias, pero Atenea entra en escena y ordena escuchar a las dos partes, sin tomar partido por Orestes ni las Erinias, sino convocando a los mejores ciudadanos de Atenas para que decidan ellos. Mientras el coro expresa su temor ante los cambios, Atenea da por constituido el tribunal del Aerópago, para que sea este a partir de ahora quien resuelva los casos de sangre. Ante el nuevo tribunal Apolo defiende la causa de Orestes y el coro la de las Eritias. En la votación final se produce un empate que Atenea resuelve, con su voto de calidad, favorable al perdón de Orestes sin por ello absolverle del crimen cometido contra su madre.
La obra termina con un largo diálogo entre las Erinias, indignadas por el resultado del juicio, y la diosa Atenea, que las apacigua en su ira al ofrecerles un lugar en la protección de la ciudad, convirtiéndolas así en benefactoras de Atenas, en Euménides, en Benévolas.
Espero que disfruten de esta hermosísima obra que sigue guardando todo su frescor dos mil quinientos años después de escrita.
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
Entrada núm. 2518
La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)
1 comentario:
Muy interesante....
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