jueves, 13 de octubre de 2022

De la ley Trans

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy es doble y va de la Ley 15/2022, más conocida como ley Trans, de la que la escritora Nuria Labari se pronuncia, entendiendo que cualquier persona puede elegir ser quien desee, y no cabe que ninguna institución tenga más poder que el propio individuo en una elección que es exclusivamente una deliberación íntima, y la también escritora Laura Freixas se manifiesta en contra, por considerar que los efectos negativos de este tipo de iniciativas, que deberían llamarse “de libre elección de sexo legal”, pues esa es su disposición fundamental, no se limitan a los problemas médicos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





La ‘ley trans’ que nos cambiará la vida
NURIA LABARI
07 OCT 2022 - El País
En una narración literaria hay que distinguir siempre entre lo que se dice y lo que se cuenta. En una ley también. De lo que dice la ley trans se ha discutido mucho (muchísimo de hecho), tanto que hace tiempo que dejó de importar lo que se cuenta. Una de las cosas que dice la ley es que en España todas las personas tenemos derecho a la libre autodeterminación de género. Es decir, que una persona pueda cambiar el nombre y el sexo en el DNI solo por su voluntad, sin necesidad de informes médicos y años de hormonación como hasta ahora. Sobre este punto se ha discutido casi tanto como se ha desinformado, aunque hoy ya sabemos que la autodeterminación no hará perder ningún derecho a ninguna mujer, como tampoco permitirá eludir una condena por violencia machista a ningún hombre.
Sin embargo, creo que se ha insistido, celebrado y agradecido poco (a quienes se han dejado la identidad y la vida durante años para llegar hasta aquí) lo que cuenta esta ley, lo que explica de nosotros como individuos, como sociedad y como país. Y lo que cuenta es que todas las personas podemos elegir ser quienes deseemos ser y que ninguna institución puede tener más poder que el propio individuo en una elección que es y solo puede ser una deliberación íntima. Y en este sentido, la ley trans no solo supone un paso de gigante para el colectivo LGTBI, sino para todas las personas que desarrollamos nuestra identidad en este país.
Hasta ahora lo trans venía funcionado como un tabú en España y en todo el mundo, como el fantasma de lo monstruoso, símbolo perfecto de todo lo que debe ser marginado y excluido cuando no encaja dentro de los límites de las estructuras convencionales y de poder. Tanto es así, que lo trans ha sido a menudo símbolo del mal y del pecado, una frontera imaginaria capaz de separar el bien del mal, lo enfermo de lo sano. Entenderán a qué me refiero si recuerdan conmigo una mítica película de terror psicológico, El silencio de los corderos. Aquella donde había un psicópata muy malo, Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), que ayudaba a dar caza a otro aún peor. Un asesino terrible símbolo del mal en la tierra y de la psique más enferma posible. Perseguimos durante toda la película al monstruo de la mano de la agente del FBI Clarice Starling (Jodie Foster) para llegar a un desenlace donde por fin le atrapamos a la vez que entendemos el origen mismo del mal. Así, en una de las imágenes finales, el cruel asesino se mira al espejo mientras se maquilla y baila ante el espectador como una especie de demonio pop antes de mostrar a cámara un pubis donde el pene y los testículos han sido escondidos. Y ahí es donde se espera que el espectador lo entienda todo. El asesino es transexual, un enfermo, alguien capaz de matar para diseñar un traje hecho con la suave piel de mujeres muertas.
Pues bien, este tipo de “explicaciones” formarán parte de un pasado oscuro en la España que estamos construyendo. Una capaz de defender con la ley en la mano que no hay nada monstruoso en elegir quienes queremos ser y menos aún en transitar o modificar nuestra identidad (ni la de género ni cualquier otra). Porque al ser la identidad trans el tabú más profundo de nuestra cultura y la frontera más íntima de todas, sucede que quienes han impulsado, defendido y padecido las consecuencias de convertir esta ley en realidad nos están cambiado la vida a todas las personas, seamos o no trans. Porque a lo largo de la vida, todas, todos y todes vamos a ser, en algún momento, seres en transición. Y la nueva ley cuenta (más allá de lo que dice) que todo tránsito es legítimo y que merece ser respetado y cuidado. En este sentido, la nueva ley ampara a los inmigrantes que cambian de país y de costumbres, a todas las personas que intentan subirse a un ascensor social para convertirse en otras, a aquellas que desean transitar de la soltería al matrimonio, a todos los cuerpos que deciden con valentía cruzar la frontera de la maternidad, a quienes necesitan decir adiós a la familia que un día formaron, a aquellas personas que el mercado ha convertido en “paradas” después de años de duro trabajo, a quienes transitan por la compleja senda de la jubilación, a quienes se asoman al abismo de un duelo o al precipicio que puede suponer un gran éxito.
Las personas transitamos las fronteras de nuestra identidad muchas veces en la vida y a menudo lo hacemos con miedo o con vergüenza. Y, dado que durante muchos años no ha habido mayor vergüenza que la de ser una persona trans, resulta que su liberación es de alguna manera símbolo e impulso de la del resto. Porque rasgar el tabú trans es como rasgar la venda inmensa que impide respirar cualquier herida de la identidad. Por eso, conviene recordar que esta ley no ha sido fácil y que ha supuesto el sacrificio de muchas personas que han quedado extenuadas y maltratadas no solo por el hecho de ser quienes son, sino por luchar para mejorar la vida del resto. Se pagan precios muy altos por intentar cambiar el mundo. Pero hoy celebramos que hay personas dispuestas a asumir ese carga y ese riesgo. Y no, esta ley no hará que haya más personas confundidas respecto de su identidad de género. Vivimos en la era del tránsito y la frontera: ninguna ley puede cambiar eso. Sin embargo, es responsabilidad de la ley trabajar para que elegir quienes queremos ser nos deje de doler de una vez por todas.





La ‘ley trans’ y los ‘detrans’
LAURA FREIXAS
07 OCT 2022 - El País


Un gran escándalo médico se avecina: “uno de los mayores de todos los tiempos”, profetiza Tom Goodhead, el abogado cuyo bufete prepara una demanda colectiva contra la clínica Tavistock. ¿El motivo? Los demandantes, unos mil, habían acudido a la Unidad de Identidad de Género de Tavistock, la única del sistema británico de salud pública. Allí fueron diagnosticados como trans y alentados a transicionar médicamente. Se hormonaron para tener barba o pechos, se sometieron a mastectomías, histerectomías, castraciones… Ahora constatan que su vida, lejos de mejorar, ha empeorado. Sufren esterilidad, menopausia precoz, anorgasmia, depresión por haberse amputado miembros sanos.
Ya en 2020, las autoridades habían encargado una investigación independiente. Querían entender el vertiginoso aumento (1.460% más de chicos, 5.337% más de chicas, en menos de una década) del número de menores diagnosticados como trans. La respuesta fue que el personal sanitario “se sentía presionado” para emitir ese diagnóstico, sin explorar otras posibles causas del malestar de sus pacientes. De resultas del informe, las autoridades han decidido clausurar la Unidad de Identidad de Género de Tavistock.
Poco se ha seguido ese asunto en España. Y sin embargo, debería preocuparnos, pues el Proyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI —alias ley trans— que está ahora en las Cortes repite los errores británicos. Señaladamente, la presión sobre las/os terapeutas: los artículos 75.4 y 76.3 amenazan con sanciones de hasta 150.000 euros a quien practique o promocione “terapias de aversión”, que la ley define, no por sus métodos, sino por su finalidad: “modificar la identidad sexual” del paciente, aun con su consentimiento.
“Identidad sexual”: con el concepto clave hemos topado. El artículo 3.h) del proyecto de ley la define como “la vivencia interna e individual del sexo tal y como cada persona la siente y autodefine, pudiendo o no corresponder con el sexo asignado al nacer”, y le da prioridad sobre el sexo biológico. Artículo 38.1: “Toda persona de nacionalidad española mayor de dieciséis años podrá solicitar al Registro Civil la rectificación de la mención registral relativa al sexo”, la cual deberá concederse sin exigir ningún “informe médico o psicológico” ni “modificación de apariencia o función corporal” (art. 39.3).
Aunque el proyecto de ley no especifica si esa “rectificación” debe obedecer a alguna finalidad, suponemos que se trata de adecuar el sexo legal a esa “identidad sexual” que “cada persona autodefine”. Pero ¿cómo puede definirse cualquier cosa sin referirse a significados socialmente compartidos? Si “mujer es quien se siente mujer”, pero “mujer” no es un sexo, ni siquiera su apariencia, ¿qué siente quien se siente mujer?
La respuesta nos llega por la puerta de atrás. La encontramos, por ejemplo, en los protocolos educativos de comunidades autónomas que, desarrollando sus propias leyes trans, instan al profesorado a detectar a alumnas/os trans con criterios como: “en niños, tendencia a rechazar los juegos y actividades típicamente masculinos; en niñas, resistencia a vestir ropas típicamente femeninas” (protocolo de Baleares). Un cuento infantil editado por la asociación de familias de menores trans Chrysallis (En la piel de Daniel) lo deja aún más claro con la historia de Berta, una niña que “se quita las horquillas, se pinta bigote con acuarela de bote, en Navidad se viste de vaquero, en Carnaval, de bombero”… “No le gusta el rosa” y “salta de alegría cuando mete un gol”... ¿Conclusión de Chrysallis? “¡Berta es un niño! ¡Es Daniel!”.
Blanco y en botella. Bajo una apariencia moderna y transgresora, las leyes trans refuerzan los clichés sexistas: los niños juegan al fútbol, las niñas a muñecas. De paso, se cuela también la homofobia: la Berta marimacho, posiblemente atraída por las niñas, se redefine como un correcto Daniel heterosexual.
Todos deseamos que las personas trans lleven la mejor vida posible. Pero la manera de conseguirlo no es evidente. De entrada, habría que preguntarse qué significa “trans” —un término paraguas que recubre vivencias muy dispares, desde someterse a múltiples operaciones hasta cambiarse solamente el pronombre— y quién, con qué criterio, decide que esa que antes era mujer es ahora (¿o siempre fue?) hombre, o viceversa. En Suecia, el estreno de un documental sobre las secuelas de las transiciones (The trans train, 2019) provocó que el número de menores que se declaraban trans disminuyera brusca y drásticamente. ¿Se puede, entonces, sostener la idea, eje del proyecto de ley, de una “identidad sexual” innata, inalterable, impermeable a las influencias exteriores? Si fuera cierta, el fenómeno de la detransición no existiría.
No es fácil saber cuántas personas interrumpen o intentan revertir su transición. Hay poco seguimiento médico, y el malestar de esos “detrans” —y el ostracismo que sufren por parte de la comunidad trans— no les anima a darse a conocer. Pero es sintomático que el número de usuarios del foro Reddit dedicado a la detransición no deje de crecer: a día de hoy, son más de 38.000.
La respuesta estándar del transactivismo a tales casos es que los detransicionadores “no eran verdaderos trans”. Como todo lo relativo al escurridizo concepto de “identidad sexual”, es una afirmación dudosa: ¿en base a qué puede calificarse de verdadera o falsa una “vivencia interna autodefinida”? Y aun si se pudiera, ¿qué terapeuta va a osar cuestionarla, con la espada de Damocles de una sanción de 150.000 euros sobre su cabeza? Por cierto, no se entiende que los mismos que ponen el grito en el cielo, con toda la razón, ante cualquier agresión homófoba o tránsfoba, sean tan insensibles a la desesperación y la ira de los detransicionadores, cuyas voces se oyen cada día más en internet. La ley trans no prevé nada para ellos.
Los efectos negativos de las llamadas “leyes trans”, pero que deberían llamarse “de libre elección de sexo legal”, pues esa es su disposición fundamental, no se limitan a los problemas médicos. Los hay jurídicos, derivados de algo tan insólito como que una “vivencia interna autodefinida” confiera derechos. En el resto de nuestro sistema legal, se requieren comprobaciones objetivas: el derecho a jubilarse lo tienen quienes cumplen cierta edad —y lo demuestran—, pues lo contrario sería injusto para quienes trabajan. La ley trans permitiría, en cambio, a una persona con cuerpo masculino competir en la categoría femenina o cumplir pena en una cárcel de mujeres solo con afirmar que se siente mujer.
Estas consecuencias de la ley no aparecen en seguida: van saliendo a la luz a medida que el nuevo paradigma se asienta y se generaliza, como ha pasado en el Reino Unido. Es significativo que el apoyo de la ciudadanía británica a la posibilidad de cambiar legalmente de sexo haya caído de 53 a 32 % en solamente dos años (The Times, 22-9-22). En España, la creciente conciencia de todos estos problemas ha hecho surgir en poco tiempo varias asociaciones críticas con el proyecto de ley: feministas (Contra el borrado de las mujeres), de docentes (Dofemco), de madres (Amanda), sanitarias (Sanitarias feministas)…
El Gobierno hace oídos sordos. Ha pedido que el proyecto de ley se tramite por vía de urgencia, escamoteando así el debate. Pero el clamor que exige luz y taquígrafos cada día es más difícil de ignorar. Como dice el hashtag: #QuieroExplicarLeyTransEnElCongreso. Escuchen a la sociedad civil, Señorías.





















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