Hay gente que nace ya olvidada y se hace sitio en el mundo consciente de que nunca será avistado, escribe en El Mundo el poeta y periodista Antonio Lucas. Existe un género humano, comienza diciendo Lucas, que son los olvidados. No exactamente invisibles, sino traspapelados en la memoria. Ni siquiera fantasmas, sencillamente inquilinos del vacío. En literatura, en arte, en cine, en teatro, en periódicos, en política, en las cartas vendidas a saldo, en los rastros, en cualquiera de nosotros. Los olvidados son aquellos cuya falda o pantalón ya no casan con la vida, con la moda, con el consumo, con el capricho. A veces rescatamos alguno y suben al peldaño de los recobrados, que suele ser la antesala de otro nuevo olvido. Vivir consiste en ir borrando huellas.
Si uno hace cuentas, puede llenar el día con más olvidados que presentes. Cabe más gente por detrás del tiempo que en tu hora de vivir. Y quizá alguno de ellos -muchas más ellas- colaboró para ser lo que eres, o al menos ayudaron a completarte. Seres a los que prometiste lealtad, recuerdo, presencia en tus quehaceres. Es muy salvaje olvidar. Es quizá lo más terrible. Pues todo olvido es ya condena. Y esto no tiene que ver con la nostalgia, sino con uno mismo, con el ciego camino hacia el acantilado. Los días suceden atronados de voces (y ecos) de damas o caballeros invasivos, solubles, a veces bobos, vacíos, sosos, que se cuelan en tus cosas espectacularmente. Son mayoría. Y en política, un récord. En cualquier momento arman el espectáculo hueco, un mejunje de lata de a euro como la que come el gato. Y a eso le decimos política. Y lo respetamos. Y marca las conversaciones. Como si su decir fuese algo.
Tanta falta de peso intelectual parece un sabotaje, ayudado por variables sociológicas que obligan a habitar en el centro de la pista de un circo aunque no quieras, viviendo como un trapecista al que le tiemblan las manos. Estamos condenados a prestar atención a una actualidad explosiva. El odio y el miedo son los nuevos fundamentos del sistema. Pero no conviene asustarse. El tedio se aplaca algunas tardes sentado en una terraza con un par de amigos. O echando mano a ese libro que un olvidado dejó escrito y en el que una vez fuiste dichoso. Recobrar algo es vivirlo dos veces.
Hay gente que nace ya olvidada y se hace sitio en el mundo consciente de que nunca será avistado. Pienso en el joven Lautréamont, al que años después de muerto lo rescataron como sombra maldita. El mundo está saturado de gente que habla sin parar, lo cual es más relajado que pensar. Pero sólo algunos olvidados, si haces memoria, dicen a su modo una verdad. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
No hay comentarios:
Publicar un comentario