jueves, 9 de noviembre de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Rosa Park in Catalonia. [Publicada el 19/09/2017]










Habría que tener más cuidado al nombrar figuras históricas que si bien no son dioses tienen rango de santos laicos, comenta el escritor y periodista Sergio del Molino, refiriéndose a la mención hecha por los independentistas catalanes a la mítica figura de Rosa Park.
Como seguramente muchos lectores desconocerán esa historia a la que con tanto cinismo como desvergüenza recurre Puigdemont y sus acólitos, recordemos quien fue Rosa Park. 
Rosa Parks, nacida Rosa Louise McCauley (1913-2005) fue una figura importante del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Y todo comenzó el día en que se negó a ceder su asiento en el autobús en el que viajaba a un joven blanco. 
Estamos en la ciudad de Montgomery, Alabama. Rosa Park tenía 42 años cuando el 1 de diciembre de 1955 tomó un autobús para volver a su casa. En ese momento, los vehículos estaban señalizados con una línea: los blancos delante y los negros detrás. Así, la gente de color subía al autobús, pagaba al conductor, se bajaba y subía de nuevo por la puerta trasera. Parks se acomodó en los asientos del medio, que podían usar los negros si ningún blanco lo requería. Cuando se llenó esa parte, el conductor le ordenó, junto a otros tres negros que viajaban en el vehículo, que cedieran sus asientos a un joven blanco que acababa de subir. «Este ni siquiera había pedido el asiento», dijo después Parks en una entrevista a la BBC. Los otros se levantaron, pero ella permaneció inmóvil. El conductor trató de disuadirla. Debía ceder su asiento, es lo que marcaba la ley. «Voy a hacer que te arresten», le dijo el conductor. «Puede hacerlo», respondió ella. Cuando la policía le preguntó por qué no se levantaba, contestó con otra pregunta: «¿Por qué todos ustedes están empujándonos por todos lados?». Fue encarcelada por su conducta, acusada de haber perturbado el orden. Y su gesto acabó con casi 100 años de discriminación legal en los estados sureños.
Contra lo que dice la doctrina religiosa, comienza diciendo Sergio del Molino, nombrar a Dios en vano no supone un agravio, por feo que le pueda sonar a un creyente, pero habría que tener más cuidado al nombrar figuras históricas que, si bien no son dioses, tienen rango de santos laicos. Como Rosa Parks, entronada como patrona de todo el que se dispone a desobedecer una ley. En términos formales, la analogía es válida: yo, alcalde/funcionario/ciudadano que lucha por la independencia de Cataluña, incumplo unas leyes injustas que no reconozco, del mismo modo que Rosa Parks se rebeló contra las leyes Jim Crow de Alabama. Pero el símil se desguaza en cuanto nos preguntamos en qué sentido un catalán del siglo XXI puede sentirse con respecto a España como un negro del sur de Estados Unidos con respecto a las leyes segregacionistas. Son tantísimas las distancias que hay que salvar entre ambas, llamémosles, opresiones, que un activista por los derechos civiles de Alabama de 1955 que se pasee por la Diagonal de 2017 en busca de ciudadanos apaleados, clamaría, ofendido: estos señores que salen de los restaurantes, ¿dicen que sufren como yo?
La invocación a Rosa Parks es un síntoma de la histeria que ha dominado el debate catalán desde el principio y que ha conducido a la situación límite en que se encuentra. En la última década, España ha visto crecer la miseria, desmantelarse su sistema bancario, hundirse sectores económicos enteros y asomar graves conflictos sociales que parecían impensables y olvidados, pero ninguno de estos problemas (ni siquiera con el 15M mediante) se ha abordado con el desquiciamiento, el griterío y la hipérbole con los que se discute sobre Cataluña, que, por comparación, debería parecerse más a una discusión aburrida de leguleyos y catedráticos, material poco inflamable para la plaza, casi ignífugo, como el acta de una reunión de comunidad de vecinos. ¿Qué hace de la cuestión catalana algo tan dado a expresarse en términos de tragedia de Lorca? El sentimiento patriótico, que convierte ofensas rutinarias en agravios que reclaman venganza.
Cuando alguien se siente Rosa Parks y no distingue entre los funcionarios y políticos del Estado español y el Ku Klux Klan, no solo se vuelve imposible el acuerdo, sino la mera posibilidad de una discusión. Ahora, con fiscales y jueces de por medio, es muy tarde para ponerse ingenuo, pero si queremos recomponer los puentes (y somos muchos los que lo queremos), deberíamos empezar por bajar el volumen y abandonar los símiles ridículos. Frenar, echar un vistazo y debatir acerca de lo que existe, no de los monstruos que la imaginación construye. ¿Estamos a tiempo de calmarnos y dejar tranquilos a los fantasmas de Rosa Parks y de Luther King?, se pregunta Del Molino. Sería de agradecer por el bien de todos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos.  HArendt